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De: Marthola  (Mensagem original) Enviado: 05/04/2013 22:12
Acerca de “todos somos responsables del cambio climático”
Semanario Brecha, 5 de abril 2013.
Escrito por : Ignacio Pardo.

En la política, como en la ciencia, el que desconfía de frases como “todos somos culpables” avanza dos casilleros en la comprensión de los problemas. No porque sea imposible que todos los individuos seamos responsables de la propagación de algún fenómeno, sino porque difícilmente todos contribuyamos a ese fenómeno con idéntica intensidad. Saber más implica conocer la distribución de las causas que generan ciertos efectos, considerando el aporte diferente de cada una. Todo esto para hablar del cambio climático.

UNO. ¿Es que el cambio climático está generado por “el hombre”? Sí, ya hay consenso al respecto en la mayoría de la comunidad académica, que habla de cambio climático antropogénico. Pero poco se avanza con ese solo enunciado. Si alguien nos contase cuáles son los mecanismos por los que los patrones climáticos están cambiando (incluyendo el aumento de la temperatura y la mayor frecuencia de desastres naturales) y cómo es la desigual distribución de daños y riesgos asociados a estos mecanismos, sabríamos más. Ya no solamente atendiendo la antropología rápida de la relación entre “el hombre” y la naturaleza sino observando los patrones de producción y consumo y las condiciones geopolíticas que dan forma a esa relación.
Si nos queremos asustar, los números que preanuncian la catástrofe son potentes y conocidos. Por ejemplo, si cada persona generase tantas emisiones de CO2 como el estadounidense promedio, necesitaríamos nueve planetas como la Tierra para que la vida fuera sustentable. Pero ¿dónde está el problema que puede generar un apocalipsis como ese?
Para empezar, la relación entre los países y el cambio climático puede entenderse desde el concepto de “doble inequidad”, reflejado en el “Informe Stern”, un documento de 700 páginas que resultó ser uno de los más importantes sobre cambio climático, encargado al economista Nicholas Stern por el gobierno británico en 2006. Y su significado es sencillo: la doble inequidad implica, grosso modo, que los países más ricos son los que profundizan el problema, porque suelen emitir más CO2 (sobre todo generado por los transportes y las fábricas), mientras que los efectos perniciosos del cambio climático se sienten sobre todo en los países de ingresos medios y bajos. Estos países, además, tienen en contra su menor capacidad para adaptarse e implementar medidas de mitigación. De hecho, informes de las Naciones Unidas y de científicos del clima han calculado que entre 96 y 99 por ciento de las víctimas de desastres asociados al cambio climático pertenecen a los países menos desarrollados.*

DOS. Más allá de qué países lo provoquen y cuáles lo sufran, ¿qué es lo que está recalentando el planeta y generando así un aumento de las temperaturas promedio, con mayor ocurrencia de desastres y su influencia en el rendimiento de las cosechas (provocando, además, que toda la población de Kiribati deba en un futuro cercano trasladarse a Fiji a causa del aumento del nivel del océano)?
Se suele decir que hay demasiada gente en el planeta, o más atinadamente, que hay demasiados consumidores. En otras palabras, que los ciudadanos de las potencias emergentes del planeta no pueden replicar el consumo de los países desarrollados sin que todo explote. En parte es cierto, aunque es difícil no ponerse codo con codo con un indio o chino que grite “¿por qué no puedo tener un auto, justo ahora que mi país llega al grado de industrialización que siempre se supuso deseable y del que los demás disfrutan”? (entre otras cosas por los términos del intercambio con el resto del mundo). En cualquier caso, la tesis de que hay demasiados consumidores es sólo parcialmente cierta.

TRES. De hecho, quienes explotan recursos en proporciones problemáticas no son los consumidores finales sino los productores y transportistas en las etapas anteriores del ciclo económico. Salvo que se crea en la “soberanía del consumidor”, debemos estar de acuerdo en que las decisiones sobre qué, cuánto y cómo se produce en el planeta no la toma el consumidor final.
Así, cuando se habla de “demasiados consumidores” deberían distinguirse dos tipos diferentes de consumo: el de materia prima y recursos naturales que hacen los productores, y el de productos y servicios que hacemos los individuos y los hogares. A partir de lo que usted consume en su casa y de cómo dispone de su basura puede generarse algún cambio; pero ¿cuán grande? Si hablamos de residuos, los datos de Estados Unidos muestran que 99 por ciento de la basura generada en ese país tiene relación con los desechos industriales, en etapas del ciclo económico que resultan bastante opacas para cualquiera de nosotros como consumidores domésticos, y de las que sólo indirectamente podemos sentirnos responsables. Las emisiones que agravan el efecto invernadero dan un panorama parecido. Datos de Canadá –similares al resto de los países desarrollados– muestran que lo que hacemos en los hogares es responsable de sólo un 15 por ciento de la emisión total de esos gases. Más del doble (34 por ciento) responde a procesos industriales, y no es menor la proporción de gases emitidos desde el transporte de productos (19 por ciento).**

CUATRO. Nada de esto quiere decir que nuestras conductas “caseras” no influyan en la situación. Pero conviene aclarar dónde está la responsabilidad mayor, cuánto cuesta detener esa maquinaria, y de paso atisbar una respuesta a por qué algunos tratados internacionales acerca de estos temas nunca terminan de ser firmados por Estados Unidos. La gran carga del llamado “complejo industrial-militar”, habitualmente soslayada en los análisis, puede dar pistas. El ejército estadounidense, que emitió tanto CO2 en la guerra de Irak como 25 millones de autos, es el principal usuario de petróleo del mundo, y por lo tanto uno de los principales emisores de gases de efecto invernadero. (Entre otras cosas, produce tantos residuos peligrosos como las cinco empresas químicas más grandes de Estados Unidos sumadas.)
En definitiva, la relación entre el cambio climático y el crecimiento poblacional no es tan directa como la que existe entre aquél y los patrones de consumo y las decisiones de los países e individuos más ricos del planeta. Así que no se trata tanto del “ser humano” o “la población”. El periodista George Monbiot, de The Guardian,*** tradujo para el público general esta posición, que es la de varios expertos sobre el tema: “es hora de que tengamos agallas para nombrar el problema. No es la población, es el consumo; no es el sexo, es el dinero; no son los pobres, son los ricos”. n


* Aunque es difícil prever cuáles serán las tragedias que acarreará el cambio climático, si continúan las tendencias actuales algunas partes de América Latina estarán en problemas, sobre todo aquellos asentamientos humanos que se encuentran sobre la costa; y especialmente algunas islas, como las Caimán y las Bahamas, cuya población está ubicada bajo la cota de los diez metros que se supone se elevarían las aguas del mar en el futuro.


** Too many people? Population, Immigration, and the Environmental Crisis, de Ian Angus y Simon Butler. Haymarket Books, Chicago, 2011.
*** “The Population Myth”, The Guardian, 2009.



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