“Pronto dejaremos de ser una avanzadilla de Europa y nos  
convertiremos en una nación de chuchos”, escribía Brooks, “en una nación
  con cientos de etnias de todas las partes del mundo, casándose entre  
ellas y mezclándose entre ellas. Los norteamericanos descendientes de  
europeos son ya una minoría entre los niños menores de cinco años. Los  
europeo-norteamericanos seremos una minoría dentro de 30 años,  
probablemente antes”.
EE UU tiene más de 40 millones de inmigrantes, un 13% de la población nació en el extranjero
 
Adoptada ya por el Senado, la Cámara de Representantes —donde el  
Partido Republicano es mayoría— tiene ahora la última palabra sobre una 
 ley que permitirá la legalización inmediata y la opción de  
nacionalización a medio plazo de, al menos, 11 millones de inmigrantes  
indocumentados, quizá más, en su mayor parte procedentes de México y  
otros países de América Latina, pero también de Asia y África.
Estados Unidos tiene actualmente más de 40 millones de inmigrantes, legales e ilegales.
  El país del mundo que más se le aproxima es Rusia, cuya cifra supera  
ligeramente los 12 millones. Un 13% de la población estadounidense ha  
nacido en el extranjero. A mediados de los años ochenta, ese porcentaje 
 no llegaba al 6%. Si se aprueba la reforma migratoria, alrededor de 
seis  millones de mexicanos se incorporarán al censo de Estados Unidos, 
junto  a varios millones más de centroamericanos, caribeños vietnamitas o
  etíopes. Hay que añadir a esas cifras los 4,5 millones de hijos de  
indocumentados que, de acuerdo con una investigación del Instituto Pew, 
 han nacido en suelo estadounidense y tienen, por tanto, derecho a un  
pasaporte.
Pocas veces se ha conocido en la historia reciente un vuelco similar 
 en la conformación étnica y cultural de un país. Para ponerlo en  
términos comparativos, la Organización para la Migración, una  
institución intergubernamental con sede en Ginebra, calcula que el mayor proceso de legalización de inmigrantes en las últimas cuatro décadas en el mundo se produjo en 2005 en España,
  cuando se dieron papeles a cerca de 700.000 personas, casi en su  
totalidad con idioma y cultura similares a las mayoritarias españolas.  
En EE UU no se ha producido una situación similar desde que en 1985  
Ronald Reagan decretó una amnistía para alrededor de tres millones de  
indocumentados.
El proceso legislativo tiene aún que sortear obstáculos políticos que
  podrían hacerlo fracasar, pero, en cualquier caso, EE UU se encuentra a
  las puertas de una decisión que transformará profundamente el país y  
definirá su carácter y su potencial a lo largo del siglo XXI.
Un paso de esta naturaleza ha despertado, por supuesto, fuertes  
reacciones favorables y contrarias. Por un lado, de quienes creen que la
  reforma migratoria es la garantía de que EE UU siga siendo un país  
competitivo y, en última instancia, dominante frente a la pujanza de  
China y otras naciones emergentes. Por el otro, de quienes temen la  
disolución de la sociedad liberal, democrática y próspera que ha sido  
durante décadas espejo de la civilización contemporánea. En un bando se 
 juntan quienes reclaman justicia para millones de personas que hoy  
contribuyen de forma clandestina, pero decisiva, a la creación de  
riqueza. En el otro, quienes ven evaporarse el país que conocieron,  
desplazado por una mayoría con otras costumbres, otros valores y otros  
idiomas. A favor se pronuncian los que creen que los inmigrantes  
revitalizan el sentimiento patriótico, basado precisamente en la fusión 
 multicultural. En contra están los que creen que se pierde la cohesión 
 mínima necesaria para la identificación de un propósito común.
La reforma, según un estudio del Congreso, haría crecer el PIB el 3,3% en 10 años
 
El presidente Obama, que ha convertido esta ley en el proyecto  
estrella de su segundo mandato —tal vez el mayor logro de su  
presidencia, junto a la reforma sanitaria—, considera que la apertura del país a la inmigración es esencial para su desarrollo.
  “La inmigración nos hace más fuertes”, dijo este año durante una  
simbólica ceremonia de naturalización de extranjeros en la Casa Blanca, 
 “la inmigración nos mantiene vibrantes, hambrientos, nos mantiene  
prósperos. La inmigración es, en gran parte, lo que nos hace un país tan
  dinámico”.
Organizaciones vinculadas al Tea Party y algunos think tanks  
conservadores llevan tiempo invirtiendo energías y dinero en tratar de  
convencer a los estadounidenses del enorme error que se comete si esta  
reforma sale adelante. Jim DeMint y Robert Rector, de Heritage  
Foundation, escribían recientemente un artículo en el que señalaban: “El
  economista Milton Friedman advirtió de que EE UU no podía tener al  
mismo tiempo fronteras abiertas y un Estado de bienestar extenso. Tenía 
 razón, y sus argumentos valen ahora contra la amnistía para los 11  
millones de inmigrantes ilegales en este país. Además de ser injusta  
para quienes cumplen la ley, y de alentar a más inmigración ilegal en el
  futuro, esta amnistía tiene un precio muy alto”.
El precio, según Heritage, es que los inmigrantes legalizados  
recibirán a lo largo de su vida beneficios del Estado por valor de 9,4  
billones de dólares y pagarán solo 3 billones en impuestos, lo que  
dejará como saldo un déficit de 6,4 billones.
Ese cálculo es rebatido por otros centros de estudio y expertos. La  
Casa Blanca cita una proyección de esta misma semana de la Oficina de  
Presupuesto del Congreso, un organismo público e independiente, según la
  cual, la reforma migratoria, 
tal como ha sido aprobada en el Senado,
  permitiría un crecimiento del producto interior bruto de EE UU del 
3,3%  en 2023 y del 5,4% en 2033, es decir, añadiría a la economía más 
de  700.000 millones de dólares en 2023, y 1,4 billones, en 2033. Esa 
misma  institución pronostica una reducción del déficit presupuestario 
de  850.000 millones de dólares en los próximos 20 años y un incremento 
de  300.000 millones en las arcas de la Seguridad Social. Todo ello, 
gracias a que la legalización de millones de  personas aumentará el 
consumo, facilitará la creación de nuevos negocios  y acentuará la 
competencia y el rendimiento de los trabajadores.
Cualquier hecho o empresa relevante de la  
historia de este país lleva el sello de un inmigrante, desde la  
conquista espacial hasta Hollywood o Google.
 
En contra de la posición de Heritage, y de quienes la avalan en los  
bancos republicanos de la Cámara de Representantes, se han pronunciado  
incluso algunos conservadores que se resisten a aceptar que el apoyo a  
la reforma migratoria deba ser una causa exclusiva de los demócratas o  
de la izquierda. El Instituto Cato, de tendencia ultraliberal, sostiene,
  por ejemplo, que la legalización de los indocumentados es un ingrediente esencial de la idea de la libre empresa y la competencia.
  Jennifer Rubin cita en su columna de The Washington Post a Mario 
López,  del Fondo de Liderazgo Hispánico, para sostener que, en 
realidad, la  reforma migratoria es “pura dinámica capitalista”. Una 
figura tan  significativa de la derecha como George W. Bush reapareció 
este  miércoles para defender la ley y para animar a sus compañeros de 
partido  a darle su voto. “No quiero implicarme”, dijo, “en temas 
políticos  concretos, pero espero una resolución positiva de este 
debate, y espero  que, mientras se discuta, mantengamos en mente un 
espíritu benevolente y  que comprendamos las contribuciones que los 
inmigrantes han hecho a  este país”.
Las contribuciones de los inmigrantes a EE UU son incontables.  
Prácticamente cualquier hecho o empresa relevante de la historia de este
  país lleva el sello de un inmigrante, desde la conquista espacial 
hasta  Hollywood o Google. En cada época, desde su creación, se pueden 
citar  políticos, científicos o artistas llegados de afuera que han 
hecho este  país como hoy es. Esa energía creativa no ha desaparecido 
por el hecho  de que, en las últimas décadas, la mayor parte de la 
inmigración ya no  proceda de Europa. Un estudio del Departamento del 
Tesoro revela que  casi el 17% de todos los negocios del país son 
propiedad de inmigrantes.  Intel, Yahoo, eBay o Sun Microsystems fueron 
fundadas por inmigrantes.  Los inmigrantes firman más de la tercera 
parte de las solicitudes de  patentes internacionales y dirigen pequeñas
 empresas que dan trabajo a  más de 200.000 norteamericanos.
Incluso, desde el punto de vista más hostil a la inmigración, sería obligatorio reconocer que los inmigrantes, particularmente los indocumentados, ocupan trabajos imprescindibles
 —y que los norteamericanos ni quieren ni asumirían jamás— en la  
agricultura, el servicio doméstico o la atención social. En los últimos 
 meses, por ejemplo, tanto las autoridades políticas como los líderes  
empresariales han advertido del descalabro que supondría para California
  —la octava mayor economía del mundo— la repatriación de los  
trabajadores sin papeles.
Aún se hace extraño observar a dos mexicanos, ambos del mismo origen,
  pelear tras un balón, uno por la camiseta de México, y otro, por las  
barras y estrellas.
Con argumentos económicos, por tanto, este debate se decanta  
claramente a favor de una rápida legalización. Pero el sentido de  
urgencia que actualmente existe con relación a la reforma no está  
provocado por razones económicas. Tampoco por la presión ciudadana. Solo
  el 39% de los norteamericanos consideran la inmigración un tema de  
máxima relevancia, lo que lo sitúa en el puesto 17º de las prioridades  
nacionales, según un estudio de Pew. Lo que ha convertido el problema  
migratorio en uno de los grandes debates del momento en Washington es su
  influencia electoral. Es un hecho constatado que Obama ganó dos  
elecciones sucesivas gracias, en gran medida, al respaldo del voto  
hispano, y que el Partido Republicano, que ha perdido apoyo  
constantemente entre esa comunidad en la última década, tiene un futuro 
 muy oscuro si no se reconcilia con los votantes de origen hispano antes
  de que, como se calcula, esta comunidad represente el 30% de la  
población estadounidense en 2050. Ya hoy, unos 50.000 jóvenes hispanos  
alcanzan cada mes la edad de votar.
Seguramente, esa evolución del país hacia una gran sociedad  
multicultural se producirá con o sin reforma migratoria. En realidad, la
  reforma solo puede acelerar y ordenar lo que parece un destino
inevitable. Hispanos, asiáticos, anglosajones, centroeuropeos y  
afroamericanos, favorecidos por un entorno aperturista y por nuevas  
tecnologías de comunicación instantánea, están llamados a  
interrelacionarse en una nación en la que, como dice Brooks, nombres  
como, por ejemplo, Enrique Cohen Chan, serán cada vez más comunes. Eso  
permite vislumbrar un nuevo horizonte en el que las disputas religiosas y
  nacionalistas cedan ante el conocimiento. No hay mejor antídoto para 
la  intolerancia que la convivencia.
Pero este proyecto representa, al mismo tiempo, un enorme reto.
  El mundo no tiene muchos antecedentes de una nación creada sobre la  
confluencia de orígenes tan variados. El riesgo de ciudadanos de lealtad
  compartida o, simplemente, carentes de ella, es innegable. Aún se hace
  extraño observar a dos mexicanos, ambos del mismo origen, la misma  
lengua y el mismo acento, pelear tras un balón, uno por la camiseta de  
México, y otro, por las barras y estrellas.
Es cierto que este no es un problema nuevo para este país. A  principio 
del siglo XX, el porcentaje de extranjeros entre la población  
norteamericana era más alto que hoy, y de allí surgió, sin embargo, la  
mayor potencia económica y militar que el mundo ha conocido jamás. Más  
aún, un modelo de sociedad que hasta China trata de imitar. Hoy, el  
desafío es mayor porque la diversidad es mayor. Si no debió de ser fácil
  hacer causa común entre italianos, irlandeses y polacos, por 
mencionar  algunos de los focos migratorios del pasado, más complicado 
todavía  puede ser crear una nación de la que se sientan parte 
filipinos,  salvadoreños y nigerianos, algunos de los principales grupos
 de  inmigrantes en la actualidad.
No obstante, el móvil que entonces empujó a los inmigrantes hacia EE 
 UU no ha cambiado. La ambición de progreso, de libertad para escoger el
  estilo de vida que cada uno prefiera, la perspectiva de una vida mejor
  para las siguientes generaciones, esa condición innata en el ser 
humano  de avanzar en el camino, permanece inmutable. EE UU no es hoy 
una tierra  de oportunidades al alcance de cualquiera. Es un país en el 
que el  éxito se paga con sudor y, a veces, con injusticia y 
discriminación.  Pero sí sigue siendo una tierra en la que cualquiera 
puede tener una  oportunidad.