Fidel y sus 87
	
	
	
	
	

Fidel Castro
 está vivo, muy vivo. Acaba de cumplir 87 el martes 13 sin perder un 
ápice de su insaciable curiosidad y lucidez intelectual y su ímpetu 
trasformador de la realidad. Quien lo dude que lea su último texto 
(http://www.jornada.unam.mx/ultimas/2013/08/14/122728331-las-verdades-o 
bjetivas-y-los-suenos-fidel-castro).
Pepe Mujica, presidente de Uruguay,
 ha dicho de él recientemente que vive una ancianidad “muy útil” al 
término de un intercambio en el que compartieron durante cuatro horas 
sobre el peligro en aumento de guerra nuclear, la grave amenaza a la 
humanidad del calentamiento global, y en el que Fidel le informara de 
sus experimentos para encontrar hojas verdes que los animales puedan 
convertir en proteína en sustitución del descomunal consumo de granos 
que hoy exige la ganadería. De lograrse esa sustitución, los granos que 
hoy comen los animales podrían alimentar a millones de seres humanos, 
liberando a la vez de una carga onerosa en divisas a los países pobres.
87 años después que las balas lo evitaran en el Moncada, en la Sierra Maestra y en Playa Girón,
 donde, contó luego uno de los invasores, llegó a tenerlo en la mira de 
su metralleta M3, un blanco perfecto para quien escondido tras los 
mangles apuntaba de muy cerca a aquel hombrón erguido sobre la 
carretera. Afortunadamente no se decidió a accionar el gatillo.
Fidel ha sobrevivido alrededor de 638 intentos de asesinato hasta 2006, planeados o favorecidos por la CIA,
 dato que llevó a los editores del libro de récords Guinnes a 
reconocerlo como la persona “que más han intentado asesinar”. Es natural
 que los creyentes de distintas denominaciones en Cuba le atribuyan una protección especial por parte de sus deidades y santos.
Fidel ha sido “muerto” no se sabe cuántas veces a manos de los 
redactores de agencias de noticias u otros medios de difusión enjaezados
 a la carroza imperial. Durante la grave crisis de salud que sufrió en 
2006 era casi a diario, sin contar las truculentas invenciones sobre su 
agonía.
En una visita a Polonia en que me tocó acompañarlo, en 1972, no hicimos más que llegar a Varsovia y nos encontramos que la agencia AP
 había difundido de “fuente segura” un supuesto infarto recién sufrido 
por el líder cubano. No tardamos en enterarnos que la “noticia” había 
sido dada en exclusiva a ese servicio noticioso por la cancillería 
local.
El corresponsal de la AP hizo el ridículo de su vida cuando al día 
siguiente el “infartado” jugó los cuatro tiempos de un partido de 
baloncesto contra la selección de la Universidad de Cracovia, 
encestando, además, varias veces.
Al parecer eso era parte del juego entre el nutrido sector proyanqui 
del gobierno polaco de entonces y los medios desinformativos yanquis.
Lo que sacaba de quicio a esos funcionarios polacos era saber de 
antemano que Fidel –como lo venía haciendo apasionadamente en toda su 
gira por el este de Europa-, tronaría alto y claro de una punta a otra de Polonia en contra del bloqueo por Estados Unidos de los puertos de Vietnam
 y de la reanudación de los inmisericordes bombardeos de los B-52 sobre 
Hanoi, Haiphong y otras áreas densamente pobladas del país asiático. A 
la vez, pedía la mayor solidaridad con el pueblo vietnamita a todos los 
países socialistas, antimperialistas y a las fuerzas revolucionarias.
Fidel nos ha enseñado mucho. Llevó al triunfo a una revolución que se
 consideraba imposible en la América Latina de su época, mucho más para 
un país pequeño de apenas 6 millones de habitantes situado a menos de 
200 kilómetros de Estados Unidos y aprovechando las agresiones del 
vecino del norte la condujo a adquirir un rumbo socialista en poco más 
de dos años.
Nos ha enseñado a convertir los reveses en victoria, como hizo con 
las derrotas militares del Moncada (1953) y la emboscada de Alegría de 
Pío (1956), que desembocaron en la arrolladora y resplandeciente 
alborada de las armas revolucionarias, consolidada con la gran huelga 
general de enero de 1959.
Después del triunfo revolucionario la prédica y las acciones de Fidel
 enseñaron al pueblo de Cuba a despojarse de prejuicios, dogmas y 
atavismos coloniales, neocoloniales o del marxismo oficial y a buscar 
siempre los porqués de las cosas. Nos enseñó a pensar en términos de 
humanidad y no solo de Cuba; pero sobre todo, nos enseñó que únicamente 
luchando unidos los pueblos de América Latina y el Caribe podrán llegar a ser verdaderamente libres e independientes. Encontró por eso en Hugo Chávez su mejor alumno y su alma gemela.