
Vivimos en un país que aún conserva 
calles, plazas y avenidas dedicadas a Francisco Franco, responsable de 
un pavoroso genocidio, pero que obstaculiza la exhumación de sus 
víctimas. Los restos de 113.000 personas aún permanecen en fosas 
clandestinas. La justicia no pone ninguna objeción a los homenajes o a 
las fundaciones que exaltan la figura del general Franco, pero envía a 
prisión, con durísimas condenas, a los que se atreven a manifestar su 
apoyo a los presos políticos vascos. Indudablemente, es una buena 
noticia que la jueza argentina María Servini de Cubría haya solicitado a
 la Interpol la extradición del ex guardia civil Jesús Muñecas Aguilar y
 los policías Celso Galván Abascal (ya fallecido), José Ignacio Giralte 
González y José Antonio González Pacheco, alias “Billy el Niño”. Se les 
acusa de crímenes contra la humanidad cometidos en la mayor parte de las
 ocasiones en la antigua Dirección General de Seguridad, que funcionó 
como un centro de tortura y detención ilegal en Madrid hasta 1978. 
Espero que la orden de extradición prospere, pero me gustaría que se 
extendiera a los actuales torturadores, como los agentes que en marzo de
 2011 violaron anal y vaginalmente a Beatriz Extebarria en la Dirección 
General de la Guardia Civil. El Comité Europeo para la Prevención de la 
Tortura consideró que el relato de Beatriz Etxebarria, denunciando los 
hechos, era “creíble y consistente”. ¿Necesitaremos otras cuatro décadas
 para que los torturadores de nuestros días -encubiertos por políticos, 
jueces, fiscales y forenses- sean reclamados por algún magistrado 
extranjero comprometido con la defensa de los derechos humanos?

No puedo reprimir los sentimientos de 
indignación y repugnancia al escuchar al ex juez Baltasar Garzón 
celebrando la iniciativa de la jueza argentina. Durante su paso por la 
Audiencia Nacional, Garzón promovió y amparó la tortura, ordenando en 
centenares de casos el régimen de incomunicación, que contempla hasta 13
 días de aislamiento durante los cuales no es posible hablar con un 
abogado o un médico de confianza. Ni siquiera existe la obligación de 
comunicar a la familia el paradero del detenido. Se trata de un 
secuestro legal concebido para torturar y maltratar con impunidad, 
forzando inculpaciones sin la necesidad de pruebas. El Comité contra la 
Tortura de Naciones Unidas ha manifestado su preocupación en diferentes 
ocasiones, afirmando que el período de aislamiento “facilita la comisión
 de actos de tortura y malos tratos”. Martxelo Otamendi, director del 
periódico Euskaldunon Egunkaria hasta su cierre por orden de la
 Audiencia Nacional en 2003, conoció en sus propias carnes el infierno 
del régimen de incomunicación. Acusado de pertenecer a ETA, la Guardia 
Civil puso en práctica su modus operandi: “Estuve tres días sin
 dormir. Tenía que estar de pie mirando a una pared y sólo me dejaban 
sentarme 20 minutos cada cinco horas. Me sometieron a la técnica de la 
bolsa en la cabeza, tuve que hacer ejercicios físicos y sufrí vejaciones
 sexuales. Me pusieron un hierro en la cabeza que hizo click y 
luego me hicieron tocar la pistola”. En 2010, la Audiencia Nacional le 
absolvió, con el resto de los acusados del sumario, otros cuatro 
periodistas que pasaron por la misma experiencia, algunos con edades 
avanzadas y una salud precaria. En octubre de 2012, el Tribunal Europeo 
de Derechos Humanos condenó al Estado español a pagar 24.000 euros de 
indemnización a Martxelo Otamendi por no investigar suficientemente las 
denuncias de torturas. “La tortura es estructural y es un método de 
trabajo –afirma Otamendi-. Cuando te están torturando y te dicen esto es la Guardia Civil y olvídate de todos los derechos,
 como me dijeron a mí, eso es estructura, eso no son excesos puntuales. 
La tortura es eficaz para los magistrados, que la toleran y porque de 
cada 100 casos que abren un gran número acaba en la cárcel. Es eficaz 
para la Policía, porque demuestra que hace bien su trabajo. Y es eficaz 
para el Ministerio de Interior porque pone detenidos sobre la mesa. Una 
justicia que investigue es más lenta y más cara”. En relación a los 
presuntos manuales de ETA para denunciar falsas torturas, Otamendi 
puntualiza: “Se habla de un manual que dice eso, pero nadie lo ha visto 
nunca. Estamos hablando de más de 7.000 torturados vascos desde la 
aprobación de la Constitución por cuestiones políticas. […] La tortura 
es estructural, porque se indulta. Es una manera de trabajar y si luego a
 última hora te pillan pues te indultan. Es el caso de Galindo, que 
tenía 75 años de cárcel y sólo cumplió cuatro. A Rafael Vera (condenado 
por financiar los GAL) lo pusieron en la calle porque estaba deprimido. 
Por lo visto era el único español deprimido en la cárcel. El Estado no 
abandona a sus esbirros. Si no tiene otro remedio los juzga y los 
condena, pero luego siempre les puede dar un indulto”.

El prestigioso forense Francisco 
Etxeberria ha repetido en muchas ocasiones que la tortura está 
profundamente enraizada en el Estado español: “Cuando empecé en los años
 ochenta, el 100% de los detenidos eran maltratados por la Policía, 
aunque vinieran de la delincuencia común. [...] En aquel tiempo y se 
puede decir que también en todo el periodo posterior, los médicos 
forenses que estaban en la Audiencia Nacional no ejercían ni ética ni 
deontológicamente el mínimo esfuerzo que les correspondía. Son y han 
sido siempre encubridores. Y yo, que les he conocido personalmente, se 
lo puedo decir a la cara tranquilamente”. Sin embargo, “el reproche, 
sobre todo, habría que hacérselo al juez. Y por eso llega un momento en 
que te preguntas: ¿Cuándo se acabarán las torturas? Está claro, el día 
en que se les puedan imputar estos hechos a los propios jueces. Así de 
claro. El juez tiene que hacer lo que sea para que esto no pase y, 
además, tiene todos los mecanismos para que no vuelva a pasar. Así que 
si no lo hace, es un encubridor”.

Baltasar Garzón es uno de esos jueces y 
por eso sufrió recientemente un escrache en la Facultad de Filosofía y 
Letras de la Universidad de Buenos Aires. El colectivo Euskal Herriaren Lagunak
 (EHL), grupo de simpatizantes del pueblo vasco en Argentina, boicoteó 
el acto con ikurriñas y pancartas a favor de los presos políticos, 
pidiendo el fin de la dispersión penitenciaria. Después, hizo público un
 comunicado, acusando a Garzón de utilizar los testimonios obtenidos 
mediante torturas para dictar sentencias de hasta 30 años contra 
independentistas vascos, catalanes, gallegos y presuntos yihadistas. 
Garzón nunca investigó las denuncias de torturas presentadas por los 
detenidos y prolongó el régimen de incomunicación para asegurarse las 
inculpaciones. En su intento de criminalizar al conjunto de la izquierda
 abertzale, con la consiga “Todo es ETA”, ilegalizó Batasuna y ordenó el cierre de la editorial Ardi Bertzale, la emisora radiofónica Egin Irratia y los periódicos Egin, La Voz de Euskadi y Euskaldunon Egunkaria.
 En 2003, once detenidos presentaron en su juzgado una denuncia por 
torturas físicas y psicológicas. Uno de los denunciantes tenía muy mal 
aspecto y casi no podía hablar a causa de una crisis de ansiedad. Garzón
 les envío a todos a prisión, sin ninguna clase de contemplaciones. El 
supuesto paladín de la lucha judicial antifranquista invalidó desde su 
cargo el sumario de 152.237 víctimas identificadas por diferentes 
organismos de derechos humanos. No está de más recordar que Garzón ha 
colaborado con Álvaro Uribe, ex presidente de Colombia, acusado 
reiteradamente de complicidad con el narcotráfico y con los grupos 
paramilitares que han sembrado el terror en las comunidades campesinas. 
También ha trabajado para Henrique Capriles en su campaña contra Hugo 
Chávez. Saber que Gaspar Llamazares propuso a Baltasar Garzón como 
candidato de Izquierda Unida a las elecciones europeas de 2014 sólo 
confirma la crisis de identidad de una coalición con planteamientos cada
 vez más conservadores.

Algunos medios de comunicación han 
sacado a la luz el historial de los cuatro torturadores franquistas 
reclamados por la justicia argentina. Jesús Muñecas Aguilar, capitán de 
la Guardia Civil, participó en el 23-F y fue expulsado del cuerpo. Jon 
Arrizabalada presentó una querella contra él en Argentina por las 
torturas infligidas a su hermano Andoni: “Le ataron por el pie al hueco 
de una escalera desde un tercer piso, le hacían creer que le iban a 
ahogar… Cuando mi padre y mi hermano fueron a verle, el capitán Muñecas 
lo sacó para que lo vieran bien. Les dijo, sonriendo: Esto es lo que ocurre cuando no quieren colaborar.
 Estaba tan desfigurado por las palizas que mi padre y mi hermano no le 
reconocieron. Tenía 29 años. Después de aquello le soltaron. Volvió a 
ser detenido, pasó ocho años en prisión por ser militante de ETA y salió
 con la amnistía de 1977”. Celso Galván, inspector de la Brigada 
Político-Social, escolta personal de Franco y, más tarde, del propio rey
 Juan Carlos I, fue el probable autor del disparo que acabó el 20 de 
enero de 1969 con la vida del Enrique Ruano, estudiante de Derecho y 
militante de izquierdas en la clandestinidad. Se fingió un suicidio con 
la complicidad del ABC, pero años más tarde Torcuato Luca de Tena, 
director del periódico, admitió que se limitó a cumplir las 
instrucciones de Manuel Fraga, sin ignorar que se trataba de una farsa. 
Acacio Puig, torturado en mayo de 1973 en los sótanos de la DGS, afirma 
que “Celso Galván no pegaba. Era un torturador de guante blanco. Les 
gritaba a los demás: ¡Baldar a este hijo de puta! ¡Leña hasta que hable 
en inglés!”. José Ignacio Giralte González también pertenecía a la 
Brigada Político-Social y participó activamente en represión de los 
movimientos estudiantiles opuestos a la dictadura. Alfredo Rodríguez 
Bonilla aún recuerda las torturas que sufrió en la DGS: “Me decían que 
bajara la cara. Cada vez que lo hacía, me golpeaban. Por la espalda 
recibí golpes, incluidos los que me propinaban con las propias cadenas 
con las que fui detenido y patadas en la entrepierna. Según me iban 
golpeando, me decían: Di que tu madre es una puta y tu padre es maricón…”.
 Giralte era uno de los que le golpeaba y humillaba. José Antonio 
González Pacheco, “Billy el Niño”, es el más conocido de los cuatro 
torturadores franquistas. Felisa Echegoyen lo describe con una precisión
 sobrecogedora: “Olía mucho a alcohol. Era bajito, feo, con los ojos 
saltones. Tenía 28 años, solo dos más que yo. Y disfrutaba torturando. 
Se le notaba porque en medio de la furia, al pegarte bofetadas y 
patadas, tenía un gesto de placer, de satisfacción”. José María Galante,
 otra de sus víctimas, afirma: “No era un funcionario que torturaba. Era
 un torturador compulsivo. […] Una vez, me tenía esposado al radiador en
 un despacho de la DGS, llegó, me dio un culatazo y me dijo: Has tenido el honor de que te pegue un culatazo Billy El Niño.
 Era muy peligroso porque no tenía muchas luces y sí una impunidad 
absoluta”. Nunca se han despejado las sospechas sobre su implicación en 
la matanza de los abogados de Atocha en 1977.

No sé qué sucederá con estos criminales,
 pero me pregunto qué clase de relación mantenía Celso Galván con el 
rey, cuando se encargaba de su escolta. ¿Bromeaban como antiguos 
camaradas? ¿Evocaban los viejos tiempos al lado del general Franco? 
¿Hablaban de la Transición, que garantizó la impunidad de los crímenes 
de la dictadura y mantuvo en sus puestos a los funcionarios implicados 
en la represión? Celso Galván falleció sin responder por el asesinato de
 Enrique Ruano y nunca manifestó ningún sentimiento de culpa o 
arrepentimiento. ¿Conocía su hoja de servicios Juan Carlos I, “campeón 
de la democracia”, según el risueño y reaccionario Ronald Reagan? ¿Se 
trata sólo de una casualidad, como en el caso de Emilio Hellín, el 
ultraderechista que asesinó en 1980 a la estudiante Yolanda González, de
 19 años, y que ha trabajado para el Ministerio del Interior entre 2006 y
 2011, cobrando 140.000 euros por sus servicios? La antigua Escuela de 
Mecánica de la Armada de Buenos Aires fue convertida en 2004 por Néstor 
Kirchner en Espacio para la Memoria, Promoción y Defensa de los Derechos Humanos.
 Se escogió el 24 de marzo por ser el aniversario del golpe de Videla y 
sus compinches. Néstor Kirchner pidió perdón en nombre del Estado por 
“la vergüenza de haber callado durante 20 años de democracia tantas 
atrocidades”. ¿Qué pasó con la antigua Dirección General de Seguridad de
 la Puerta del Sol? Actualmente, es la sede de la Presidencia de la 
Comunidad de Madrid. ¿Simple casualidad? Durante años, Esperanza Aguirre
 tuvo su despacho en uno de los más siniestros centros de tortura de la 
dictadura franquista. No creo que le molestara y  dudo que haya dedicado
 a las víctimas ni un minuto de su pensamiento. España es así.
