La escasez como represión 
Alejandro Armengol 
18 de junio de 2013 
  
En un proceso que tiene como única razón de existencia el perpetuar en el poder a un reducido grupo, el    mecanismo de represión invade todas las esferas de la forma más descarnada, y sin tener que detenerse en los tapujos de supuestos objetivos sociales, que en el proceso cubano desaparecieron o    pasaron a un segundo o tercer plano hace ya largo tiempo. 
  
En una ocasión, Fidel Castro le afirmó a un oficial de alto rango de la seguridad del Estado cubana que    la conducta del gobierno chino en la plaza de Tiananmen demostraba que no sabía como reprimir al pueblo de forma adecuada, y por lo tanto éste se había visto forzado a la “dolorosa y poco    placentera” tarea de “eliminar” a miles de sus ciudadanos. 
  
Además de la represión preventiva, el régimen se ha valido de otros medios para impedir que los cubanos    se rebelen. Uno de ellos, utilizado por décadas, ha sido la escasez. La falta desde alimentos hasta una vivienda o un automóvil ha sido utilizada, tanto para alimentar la envidia y el    resentimiento, como en ocupar buena parte de la vida cotidiana de los cubanos. 
  
En tal situación, la corrupción y el delito han reinado durante cincuenta años de proceso    revolucionario. La escasez actúa a la vez como fuerza motivadora para el delito y camisa de fuerza que impide el desarrollo de otras actividades. No se trata de justificar lo mal hecho, sino de    aclarar sus circunstancias. En resumidas cuentas, un análisis marxista de la crisis económica permanente que existe en la isla no debe excluir al mercado negro, la corrupción y el delito como    importantes fuerzas de un mercado informal pero poderoso. 
  
De ahí que resulte apropiado hablar de dos fuerzas opositoras frente al gobierno cubano. Hay otra    disidencia en la isla. No son hombres y mujeres valientes que desafían el poder, porque forman parte del mismo. No gritan verdades, ya que se ocultan en la mentira. Ni siquiera se mueven en las    sombras. Habitan en el engaño. Son los miles de funcionarios menores --y algunos no tan menores-- que desde hace años desean un cambio, pero al mismo tiempo no hacen nada por conseguirlo. No por    ello dejan de realizar una labor de zapa, por supuesto que para beneficio personal, que perjudica al gobierno. 
  
No hay que olvidar que el régimen siempre ha usado a su conveniencia la distinción entre delito común y    delito político. En una época todos los presos comunes estaban en la cárcel por ser contrarrevolucionarios, porque matar una gallina era una actividad contraria a la seguridad del país. Muchas    veces también a los opositores se les ha acusado de vagos y delincuentes. 
  
La escasez también ha sido usada para incrementar la delación y la desconfianza, a partir de la    ausencia de un futuro en la población manipulada como el medio ideal para alimentar la fatalidad, el cruzarse de brazos y la espera ante lo inevitable. 
  
Mediante las detenciones de disidentes, más o menos breves y a lo largo de toda la isla, cada vez que    se produce o se anuncia una actividad opositora pacífica, el gobierno de los hermanos Castro no sólo intenta sembrar el miedo, sino también el desaliento. Los argumentos son gastados, los    recursos son viejos, pero la vida es una sola. 
 
Hay que agregar además que al régimen no le basta con castigar a los independientes, quiere matar su    ejemplo, enfangar su prestigio. 
  
Con su vida fundamentada sobre el principio de la escasez, tanto económica como sicológica, tras el    primero de enero de 1959 el cubano vive presa de la corrupción, que detesta y practica con igual fuerza. Desde los primeros fusilamientos hasta la Causa No. 1, es justificación y escape, motivo    de envidia y rencor. El régimen de La Habana ha logrado como ningún otro gobierno anterior explotar la dicotomía de la falta de lo necesario para sobrevivir, y la corrupción actuando de respuesta    para conseguirlo, como instrumentos represivos.