“La solución territorial de España es una república federal”
¿A qué se refiere cuando habla del “sistema del 78”?
Pues
a un régimen político que se construye, no como una ruptura contra la
dictadura, sino como una transición, con sus ventajas y sus
inconvenientes.
¿Puede aclarar algo más esto?
Las
ventajas tienen que ver con la construcción del inciente Estado del
bienestar, lo que llamaríamos las garantías positivas de la
Constitución. Pero también tenemos que se hace bajo un proceso de
tutelaje del poder militar, que mantiene incluso las formas de hacer
política del franquismo, políticas de caciquismo, clientelismo y la
propia corrupción. Todo esto creo que forma parte del régimen del 78.
Pero estamos en un sistema democrático...
Sí,
pero con una democracia limitada, en la que parece que los ciudadanos
solo pueden hablar una vez cada cuatro años. Además, se ha producido un
proceso de desdemocratización. El poder ya no reside en el Congreso de
los Diputados, sino en personas como Mario Draghi o Emilio Botín. Y las
garantías positivas que surgieron con la Transición han sido
neutralizadas por instancias supranacionales como la Unión Europea que
han hecho que, por ejemplo, el derecho a la vivienda o la subordinación
de la economía al interés general no tengan validez ninguna.
¿Está diciendo que en España mandan más los banqueros que el Gobierno?
Sí.
Pero eso es una constatación. Ya lo decíamos antes de la crisis y nos
llamaban de todo. Después de la crisis no queda ninguna duda. Cuando un
presidente del Gobierno tiene que pedir a un banquero por favor
determinadas cosas que él no puede hacer, está constatando que hay una
disociación entre poder y Gobierno. Nosotros votamos al Gobierno, pero
al poder real no le votamos.
¿A qué se refiere cuando habla de pedir por favor algo a los banqueros?
Pues
a que llegó un momento en la crisis en el que Zapatero se encontró con
que el dinero no llegaba a las pequeñas y medianas empresas. Entonces él
se dio cuenta de que no tenía banca pública, que no tenía margen de
tesorería ni ingresos fiscales suficientes, y al final solo le quedó
llamar a la puerta de los bancos pidiendo por favor que le dieran
dinero. Y esos llamamientos que también está haciendo ahora Rajoy a la
banca para que por favor preste dinero a las pymes son otra
manifestación de ese proceso.
¿Cómo rompería usted esto?
Pues democratizando el espacio privado.
¿Qué es eso exactamente?
Pues
acabar con el dominio de los mercados sobre la política. Los mercados
tienen hoy en día la capacidad de chantajear. Siempre ha sido así, pero
cuanto más se liberaliza, cuanto más se amplía el espacio privado, más
se estrecha el margen del espacio público.
Ponga un ejemplo.
Si
el Estado tuviera una banca pública, la banca privada no tendría tanta
capacidad de chantaje. Si hubiera grandes empresas públicas, las
empresas privadas energéticas no podrían imponer su ley en las subastas
de energía. El Estado debe tener una fortaleza que se corresponda con su
poder e impida que sea chantajeado. Luego viene la cuestión de cómo se
gestiona ese espacio público.
¿Cómo se gestiona?
La
gestión tiene que ser profesional. Por ejemplo, cuando se habla de banca
pública no podemos pensarla como las cajas de ahorros de los últimos
años. Una banca pública ya existe en España. Es Bankia, por ejemplo,
aunque haya sido como consecuencia de la socialización de pérdidas y la
nacionalización. También existió en las cajas de ahorros de los inicios.
Tuvieron su función de ayudar a todos aquellos que no tenían acceso a
las finanzas normales. Tenían como propósito llegar a las personas que
estaban en lo que se llama exclusión financiera, por ejemplo, a
los agricultores a los que los bancos no les daban crédito. Vinieron a
rellenar ese espacio social, vinculado al territorio. Y ese es el origen
de una banca pública, ayudar a la actividad productiva.
En su opinión, ¿qué pasó con este modelo para que terminara como ha acabado?
Pues
determinadas reformas, destinadas a que las cajas se parecieran a los
bancos, con lo que se lanzaron a las inversiones inmobiliarias, y que en
muchos casos se dieron al clientelismo. Unas élites políticas querían
hacer pactos con las élites económicas a escala local y todos
participaban del denominado pelotazo urbanístico. Y a eso se le
suma una flexibilidad que permitió a las cajas salirse del modelo de
ayuda a los pequeños empresarios y ligado al territorio, y al final
tenemos lo que tenemos. Pero el modelo de las cajas sigue vigente por
ejemplo en lugares como Dakota del Norte y otros lugares, y es válido
como banca pública necesaria.
Volviendo a la política, ¿ser socialista significa necesariamente ser anticapitalista?
Yo
pienso que sí. Que en la filosofía socialista el motor no es el
principio de la ganancia, sino que es un principio social, distinto, en
el que los medios de producción deben estar socializados. Lo que ocurre
es que bajo la etiqueta de socialista han entrado tanto la
socialdemocracia, que es una visión de reforma del capitalismo, como el
social-liberalismo, que es una visión aún más laxa que la
socialdemocracia. Pienso que el capitalismo es un sistema depredador de
recursos humanos y naturales y que aumenta las desigualdades. Pero si me
pregunta si soy socialista como Zapatero, pues no.
Defínase a sí mismo como socialista.
Yo
soy del Partido Comunista. Me identifico con un sistema económico
subordinado a la política. Y el socialismo también tiene que ser
democrático. Tiene que ser un sistema con un Estado de Derecho, una
Constitución y unas garantías positivas que aseguren las libertades
civiles que hemos ido conquistando.
¿Pueden convivir entonces la propiedad pública y la privada en el sistema socialista?
Sí.
Conviven, pero sin que lo privado determine ni condicione lo público.
La iniciativa privada no es nada que haya que abolir. Lo que no se puede
dejar es a sectores estratégicos como la sanidad, la educación, la
vivienda o la energía al capricho de las leyes del mercado, porque esas
leyes no entienden de necesidades sociales. Ahí tiene que haber una
iniciativa radicalmente pública.
¿Cree que todo esto es compatible con la legislación de la Unión Europea?
No.
Las normativas son radicalmente incompatibles con esas propuestas. Las
normativas europeas están encaminadas a consolidar el modelo del
neoliberalismo, que es una apertura general de los bienes y servicios a
la competencia. Y la consecuencia más clara de ello ha sido una crisis
económica de alta envergadura y un euroescepticismo creciente.
¿Quiere decir con esto que la revolución tiene que ser europea?
Efectivamente.
Lo que ocurre es que hay unos espacios geográficos y económicos donde
esa revolución, que implica ir a la raíz del problema, se va a acometer
necesariamente antes, porque la periferia de Europa, Grecia, España,
Portugal... está en mejores condiciones de oportunidad y de necesidad de
iniciar esa transformación radical. Esta es una Unión Europea de los
mercaderes. Se ha construido pensando en los beneficios de las grandes
empresas y por eso tenemos una unión financiera, pero no se ha diseñado
pensando en la mayoría de la sociedad y por eso no tenemos unión fiscal.
De
puertas para dentro, parece que el coordinador general de IU [Cayo
Lara] se ha enfadado con usted cuando ha dicho que las siglas no son lo
importante...
Yo creo que es el producto de una confusión,
porque Izquierda Unida tiene en su ADN esa filosofía política en la que
las siglas son elementos secundarios. Son importantes, pero secundarias.
Lo importante son las ideas. Por eso nació Izquierda Unida, cuando el
Partido Comunista no se presentó a las elecciones en solitario en 1986
para hacerlo de forma más amplia con otros movimientos sociales y
políticos.
¿Ve alguna solución para los denominados conflictos territoriales de España?
Para
empezar, son conflictos políticos, porque tienen que ver con
identidades nacionales y eso es un concepto difícil o imposible de
razonar, porque es un sentimiento. Sobre los sentimientos no se debate.
Se discute sobre razones y argumentos. La identidad nacional es algo
emocional. Y desde ese punto de vista, esos conflictos solo pueden
resolverse desde la política, desde la negociación. Yo no puedo decirle a
nadie que no se sienta catalán, vasco o andaluz. Creo que la solución
es buscar un marco común que respete esas identidades, la república
federal como un espacio donde se federan estas identidades. Y ello
partiendo de la base de que yo no soy nacionalista. Yo me siento más
identificado con un obrero catalán que con un empresario malagueño.