HONDA MARTIANA
Patria, Revolución y juridicidad (I)
En la conciencia cubana están grabadas dos categorías esenciales que andan divorciadas en el mundo de hoy: ética y Derecho, que solo pueden alcanzar plenitud de desarrollo cuando se articulan entre sí y orientan la acción popular en búsqueda de un mundo mejor
Por ARMANDO HART DÁVALOS
25 de septiembre de 2015
La mejor manera de hacer frente a los desafíos que estos últimos años del siglo XXI han puesto ante nosotros es precisamente profundizando y enriqueciendo la conciencia histórica acerca de cómo surgieron nuestra nación, nuestra Revolución y nuestro Estado.
El 10 de octubre de 1868, en el ingenio Demajagua, el Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes, liberó a sus esclavos y proclamó la independencia del país. Así, tras dilatada gestación, emergía la nación cubana. Casi seis meses después, el 10 de abril de 1869, en la Asamblea de Guáimaro, Camagüey, se proclamó la Constitución de la República en Armas. Fue un proceso antecedido de debates y contradicciones que culminó con la unidad de los cubanos que abrazaron la causa de la independencia alrededor de los principios jurídicos y políticos más avanzados de su época. Quedó plasmado un régimen de derecho en medio de la manigua redentora que contenía los más altos valores morales y políticos de la llamada civilización occidental. Ahí está la raíz de su importancia para todas las épocas.
En esa Asamblea, sobresale Ignacio Agramonte, un gigante de la palabra y del pensamiento que con sus 27 años fue uno de sus principales actores y del surgimiento de la primera República de Cuba en Armas. La Constitución allí aprobada, la primera de la nación cubana, proclamó la libertad del hombre de manera radical, convirtiendo a todos los habitantes de la naciente República, –incluyendo a los antiguos esclavos–, en hombres enteramente libres. Ignacio Agramonte y Antonio Zambrano redactaron el texto de aquella Constitución, acordado con muy pocas Enmiendas.
Allí en la Asamblea de Guáimaro fue donde, como señaló Fidel, tuvo lugar “aquel esfuerzo de constituir una República en plena manigua, aquel esfuerzo por dotar a la República en plena guerra de sus instituciones y sus leyes”.
Debemos señalar que en el período que precedió la celebración de la Asamblea de Guáimaro, se enfrentaron dos concepciones contradictorias acerca de cómo dirigir la guerra, representadas por Céspedes y Agramonte. Céspedes defendía la idea de organizar y dirigir la guerra a través de una autoridad fuerte, centralizada en un jefe, con el objetivo de lograr, en el más breve plazo, la derrota de España. Agramonte abogaba por otorgar las máximas prerrogativas a una asamblea poco numerosa que reuniera a los mejores representantes del independentismo y con un pensamiento social muy influido por la Revolución francesa. Rechazaba las concepciones de Céspedes por considerar que conducían a un militarismo dictatorial.
El texto de la Constitución aprobado en Guáimaro refleja un compromiso entre ambas posturas, aunque la corriente representada por Céspedes fue la que más concesiones hizo. Martí refleja lo sucedido del siguiente modo: “El 10 de abril, hubo en Guáimaro Junta para unir las dos divisiones del Centro y del Oriente. Aquella había tomado la forma republicana; esta la militar. –Céspedes se plegó a la forma del Centro. No la creía conveniente; pero creía inconvenientes las disensiones. Sacrificaba su amor propio– lo que nadie sacrifica”.
El 10 de abril de 1869 cristalizó en Cuba una república que llevaba, junto a la grandeza de haber superado inicialmente estas contradicciones, los gérmenes de posteriores dificultades insalvables. Martí nuevamente con su análisis certero caracteriza la situación: “La Cámara; ansiosa de gloria –pura, pero inoportuna, hacía leyes de educación y de agricultura, cuando el único arado era el machete; la batalla, la escuela; la tinta, la sangre…”.
Y más adelante, refiriéndose a las mencionadas contradicciones que se desarrollaron posteriormente entre Céspedes y la Cámara apunta: “Él tenía un fin rápido, único: la independencia de la patria. La Cámara tenía otro: lo que será el país después de la independencia. Los dos tenían razón; pero en el momento de la lucha, la Cámara la tenía segundamente”.
Como podrá apreciarse, resulta muy difícil caracterizar la figura de Agramonte sin referirse a este debate de ideas. Por eso me interesa resaltar siempre su enorme significación para la tradición jurídica de nuestro país y la trascendencia política, social e histórica de aquellos acontecimientos.
Cuando decimos que la Constitución de Guáimaro estaba inspirada en las ideas más avanzadas de su tiempo no nos estamos refiriendo a la forma en que el llamado pensamiento liberal se interpretó y desarrolló en Europa y Estados Unidos. El liberalismo europeo y el norteamericano se entroncaron con el sistema capitalista y la consolidación y ampliación de la esclavitud. No fue hasta un siglo después de la independencia que en Estados Unidos se abolió la esclavitud e incluso permaneció en pie la discriminación y se comenzó a desarrollar con fuerza un nuevo e injusto régimen de explotación, el del capitalismo.
En América Latina, el pensamiento del siglo XVIII europeo se articuló desde los primeros tiempos, es decir, desde la época de la revolución triunfante en Haití en 1804, hace dos siglos. Nosotros, los latinoamericanos y caribeños, desde el siglo xix empezamos a enriquecer el pensamiento liberal y a vincularlo a la abolición de la esclavitud. Lo hicimos de tal forma que en Cuba nos condujo a enriquecer el pensamiento superior; el que en el siglo XX, sobre la base de estos gloriosos antecedentes alcanzamos su articulación con el ideal socialista de Marx, Engels y Lenin.
Nuestra Revolución fue forjadora de la nación, la de Céspedes, Agramonte, Maceo y Martí; la de Mella y el Directorio del 27 y el del 30, la de los fundadores del Partido Comunista, la de los héroes y mártires del Moncada, Girón y la Crisis de Octubre, la de los internacionalistas de las últimas décadas, la de nuestros Cinco Héroes.
Tres formas de Estado ha tenido Cuba: la República en Armas, la neocolonial y la república independiente y socialista. La primera, la República en Armas, que con el largo intervalo de la tregua fecunda tras el Zanjón, se extendió por treinta años, es decir, hasta 1898, cuando por presión arbitraria e ilegal del imperio naciente se disolvió en la dramática asamblea del Cerro. La segunda, la república neocolonial surgida en 1902 cuando el imperio yanqui nos impuso la Enmienda Platt para frustrar los nobles ideales de los constituyentistas y establecer en el país su dominación económica, política y social; y por último, la tercera república, nacida el 1º de enero de 1959, cuando los nuevos mambises comandados por Fidel, entraron por primera vez en la ciudad de Santiago de Cuba, República independiente que proclamó, en vísperas de Girón, el 16 de abril de 1961, su carácter socialista. Es importante destacar que si la República en Armas tuvo una Constitución del más elevado pensamiento democrático del mundo de su época, la neocolonial también recogió parte de esa tradición intelectual y moral, pero que fue mancillada por la imposición de la Enmienda Platt, ajena al espíritu de los constituyentistas.
Asimismo, más tarde, durante la república neocolonial nuestro pueblo fue capaz de producir, en 1940, un texto constitucional que se situó en lo más adelantado de su tiempo. Es importante estudiar estos tres textos legales (1869, 1901 y 1940) porque en ellos se puede encontrar la evolución del pensamiento jurídico cubano antes de la Revolución, que precisamente sirvió de antecedente al proceso iniciado en el Moncada y continuado con la proclamación del carácter socialista de la Revolución.
Por eso hay que dejar bien claro en la conciencia revolucionaria del país que quienes mañana traten de quebrantar la ley, cualesquiera sean sus propósitos o motivaciones, provocarán la división en el pueblo y, por tanto, facilitarán la acción del enemigo. De ahí la insistencia del compañero Raúl en el respeto a la institucionalidad y a la Constitución como garantía de la continuidad del socialismo en nuestro país.
Todos estos temas se relacionan estrechamente en nuestros días con la defensa del Derecho y de la juridicidad. Por eso he venido destacando la importancia de nuestra cultura jurídica y de una tradición que tiene como punto inicial la proclamación de la República en Armas, en Guáimaro, el 10 de abril de 1869 y está jalonada por acontecimientos jurídicos de gran importancia como La historia me absolverá.Aquel célebre alegato de autodefensa de Fidel ante el Tribunal de Urgencia se presenta en el nuevo milenio como el documento revolucionario más importante del siglo XX cubano, con alcance latinoamericano y mundial. Es el acta de nacimiento del período histórico de los últimos años, es decir, de la Revolución triunfante en 1959.
En las actuales condiciones, la defensa de la ley y del derecho se ha convertido en la clave necesaria para abrir vías a un cambio social y para defender la propia existencia de la Humanidad. La ruptura del orden jurídico internacional y el desprecio por las más elementales normas de la ética por parte del imperialismo y sus aliados, están en el trasfondo de los graves problemas que hoy enfrenta la Humanidad y que debemos afrontar sobre el fundamento del Derecho, la ética y la justicia con alcance y valor universales, que es lo que caracteriza la mejor tradición política y jurídica cubana.
También el Derecho es un arma en la lucha contra el terrorismo, en particular para promover las acciones que denuncien la hipocresía y el cinismo puestos en práctica en el caso de Posada Carriles y su pandilla, de una parte, y el trato cruel y arbitrario jurídicamente que se dio a nuestros Cinco Héroes, por otra. La prueba más hermosa del espíritu jurídico de la nación cubana está en el ejemplo imperecedero de Gerardo, Antonio, Ramón, René y Fernando.
Como conclusión, en la conciencia cubana están grabadas dos categorías esenciales que andan divorciadas en el mundo de hoy: ética y Derecho. Ambas solo pueden alcanzar plenitud de desarrollo cuando se articulan entre sí y orientan la acción popular en búsqueda de un mundo mejor. Nuestro pueblo escogió el socialismo como la única posibilidad de garantizar el equilibrio social indispensable para gobernar, y lo hicimos porque con Martí aprendimos a creer en la vida futura y en la utilidad de la virtud.