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General: Rajoy vence pero aún sumando con ciudadanos queda lejos para gobernar
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De: Ruben1919 (Mensagem original) |
Enviado: 21/12/2015 00:13 |
Rajoy vence pero se queda lejos de sumar con C's para gobernar
El PP obtiene 123 escaños, 63 menos que en el 2011
Los populares no logran su objetivo de alcanzar la mayoría con Ciudadanos
Ambiente en la sede nacional del PP, en la madrileña calle Génova.
Lunes, 21 de diciembre del 2015 - 00:56 CET
El PP obtuvo ayer una victoria pírrica. Mariano Rajoy logró el 28,57% de los votos, lo que se traduce en 123 escaños, 63 menos de los que cosechó en el 2011. El triunfo supo amargo en la sede nacional de los populares en Madrid, puesto que el presidente del Gobierno afronta un camino lleno de obstáculos para reeditar su cargo. Ciudadanos, el único partido con el que a priori podría sumar fuerzas, obtuvo un resultado muy por debajo de lo que pronosticaban algunas encuestas (40 escaños). Lo que supone que ambos partidos, de querer coligarse, quedarían muy lejos de los 176 parlamentarios que marca la mayoría absoluta. Y el propio Rajoy se encargó, el último día de la campaña, de desechar una gran coalición a la alemana con el PSOE, pero dados los resultados, quizá se enmiende a sí mismo y, a la desesperada, busque cualquier vía para intentar conformar un Gobierno.
Rajoy salió al balcón a celebrar su victoria acompañado de la cúpula del PP y su mujer, Elvira Fernández, 'Viri'. La mayor parte de ellos comparecieron cariacontecidos. El presidente, ante unos 300 militantes, aseguró que va a intentar "formar Gobierno" porque España necesita un Ejecutivo "estable, seguridad, certidumbre y confianza". Aún así, reconoció que se abre una "etapa que va a ser difícil". "Será necesario hablar mucho y lo voy a intentar", aseveró.
El golpe que los partidos emergentes han asestado al bipartidismo es tal que hay que remontarse a 1989 para encontrar un resultado peor conseguido por el partido conservador.
LOS PRONÓSTICOS DEL PP
Al comienzo de la campaña los populares confiaban en obtener el 30% de los votos y en torno a 130 escaños. Pero finalmente no ha sido posible alcanzar esta meta, que ya de por sí es baja en comparación con la histórica cifra que Rajoy obtuvo en el 2011, con el 44% de los votos y 186 escaños, lo que le ha permitido gobernar cuatro años desde una plácida mayoría absoluta. Algunos dirigentes, los más optimistas, alegaban que buena parte del alto porcentaje de indecisos que arrojaban las encuestas era voto oculto conservador, y confiaban en que gracias a esta circunstancia y a la movilización en la campaña alcanzarían los 140 escaños.
Además, los conservadores esperaban sumar sus parlamentarios a los de C’s para, aunque la fuerza naranja les impusiese severas condiciones, al menos poder investir a Rajoy. Sin embargo, esta hipótesis se fue deshaciendo como un azucarillo a medida que avanzaba la campaña y los de Albert Rivera se iban desinflando, según los sondeos publicados fuera de España. De ahí que Rajoy diese un giro en la recta final de la competición y comenzase a agitar el miedo a una coalición de izquierdas, con un papel destacado en la misma de Pablo Iglesias, para intentar atraerse al electorado de centro ante la perspectiva de que España quedase en manos de la fuerza morada. Pero esta estrategia no ha sido suficiente para que el candidato haya cosechado un resultado potente.
Todo parece indicar que muchos de los votantes del PP hace cuatro años han abandonado estas siglas porque no perdonan a los conservadores ni los recortes, ni las traiciones a su programa electoral ni, sobre todo, los casos de corrupción. Elecciones tras elecciones, como ha advertido el expresidente José María Aznar en varias ocasiones, para disgusto de Rajoy, los populares se han ido desinflando y no han conseguido atraer a buena parte de los que confiaron en este partido para que sacara a España de la crisis
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EL VEREDICTO DE LAS URNAS
Se busca un presidente para España
El resultado de las elecciones del 20D no garantiza la gobernabilidad de Rajoy, el ganador, y complica la alternativa de Sánchez
Podemos logra un gran resultado pero se queda en puertas de la "remontada" y Ciudadanos, con su 40 escaños, es víctima de las expectativas creadas
Opinión
Antón Losada
Profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Santiago de Compostela
Xavier Bru de Sala
Escritor
Enric Hernàndez
Director
Lunes, 21 de diciembre del 2015 - 11:14 CET
Las urnas han hablado. Aunque ahora toque esmerarse durante semanas en traducir el mensaje que han pretendido lanzar a los políticos españoles. Hay resultado y una llamada desesperada a la ‘pactocracia’, después de cuatro años de rodillo, tensiones políticas y territoriales y multitud de reformas anticrisis por la vía del decreto. Hay también un ganador de las últimas elecciones generales, el popular Mariano Rajoy. Menos obvio es que ese mismo nombre sea el del presidente del Gobierno de la décimo primera legislatura en España. A saber: el PP ha logrado 123 escaños, lejísimos de los 186 diputados cosechados hace cuatro años y demasiado distante de los 176 asientos en el Congreso que marcan la mayoría absoluta. Además, se han cumplido los negros augurios que veteranos conservadores hacían en la última semana. “¡Que no sumamos!”, enfatizaba alguno de ellos a este diario, hace tan sólo unos días, cuando calculadora en mano comprobaba que PP y Ciudadanos no reunían suficientes votos para garantizar la gobernabilidad, según los ‘trackings’ de último minuto.
Así ha sido. Si a los 122 escaños de Rajoy se le añaden los 40 de Albert Rivera, el resultado se queda en 162 diputados. De entrada, no son suficientes para investir al candidato a la reelección en primera vuelta, en la que se requiere mayoría total. Para un segundo intento, bastaría entonces que los ‘síes’ para apoyar al jefe de los populares superara por un voto a los ‘noes’. Aunque Ciudadanos avalara a Rajoy, se da por hecho (salvo cambios de criterio en pro de la rápida estabilidad) que PSOE y Podemos, que reúnen 159, se opondrían a que los conservadores repitiesen en el poder. La tesis también es aplicable a Izquierda Unida, que aguanta en el Parlamento con dos escaños.

Y resulta inimaginable que, con la que ha caído, los independentistas catalanes (17 diputados entre ERC, con 9, y Democracia i Libertat, con 8), vayan a poner alfombra roja a La Moncloa a un político popular.
EL FANTASMA DE LA 'GRAN COALICIÓN'
El socialista Pedro Sánchez se convierte en segundo en el podium electoral en votos y escaños. Tan cierto es que este secretario general llevará a sus espaldas haber obtenido el peor resultado en democracia de su partido en unos comicios legislativos, como que con sus 90 diputados (un buen puñado de ellos serán andaluces y extremeños, pues el resultado de estas organizaciones destaca), podría optar a la presidencia en caso de que Rajoy fracase en su intento.
Es una opción. El líder del PSOE no quiso comprometerse a nada en su primera intervención pública tras conocerse el resultado. Se limitó a reconocer que el ganador de la noche era el PP y que, por eso, le correspondía la iniciativa de intentar la investidura. “A partir de ahí, agradezco de corazón a los votantes socialistas su apoyo. Hemos hecho historia, hemos hecho presente y el futuro es nuestro”. La frase, tan enrevesada como enigmática, deja abierta todas las posibilidades sin decantarse por ninguna.
En todo caso es más que previsible que el primer ‘toc toc’ que se oiga en las puertas de la sede de la calle Ferraz sea del propio Rajoy solicitando a Sánchez, como poco, una abstención. “Yo voy a intentar formar gobierno”, advirtió desde el balcón de la sede popular el ganador. Tampoco es descartable que en las próximas semanas a los socialistas les lluevan las presiones desde Europa y los mercados para facilitar una ‘gran coalición’, al estilo alemán. En principio, el PSOE se dice cerrado a una alianza con los populares. En las próximas horas -seguramente tras la reunión de Sánchez con los suyos-, se sabrá si esa negativa incluye también abstenerse en una investidura y sí, yendo más allá, se intenta gobernar.
¿ELECCIONES ANTICIPADAS?
Para que esta tesis sea realista, sería crucial un guiño de Podemos, IU y otras fuerza políticas. También tendría que contar Sánchez, si se atreviera a intentarlo, con la complicidad de independentistas y/o nacionalistas. Todo un sudoku a resolver por delante. A favor tendría Sánchez que los socialistas han tejido en los últimos años hasta seis pactos con casi todas las fuerzas de la oposición para, en caso de que dieran los números, derogar las leyes más polémicas del PP, entre otras la de educación. Prácticamente un manual de intenciones que ya está elaborado. En contra, las exigencias que podría encontrarse sobre la mesa para ser investido, que pueden ser de difícil digestión para el socialismo.
Pablo Iglesias, desde Podemos, no logró la “remontada”. Pero sus 69 escaños constituyen un resultado más que digno y en su mano estará que haya un presidente de izquierdas, si se diera el caso. Por el momento, anoche ya remarcó como “inaplazable e indispensable” para sentarse a discutir que se garantice una reforma de la ley electoral, otra de la Constitución y el impulso de una moción de confianza ciudadana para que, en dos años, examine al Ejecutivo. Si entre unos y otros no son capaces de cuadrar el círculo, las elecciones anticipadas tomarán protagonismo. Tiempo para reflexionar hay. Por haber, hay hasta presupuestos hechos.
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EL MUNDO › LAS ELECCIONES PRESIDENCIALES DIERON UN VUELCO HISTORICO AL MAPA POLITICO EN ESPAñA
Las urnas repartieron el poder
El PP venció, aunque sin mayoría absoluta, los socialistas se ratificaron como segunda fuerza y los partidos Podemos y Ciudadanos quedaron en tercer y cuarto lugar, con un papel clave en la búsqueda de pactos para el nuevo Ejecutivo.
Por Flor Ragucci
Página/12 En España
Desde Barcelona
El bipartidismo perdió el mando de la política española y el Partido Popular (PP) perdió su mayoría absoluta, pero el grupo de Mariano Rajoy ganó las elecciones y el Partido Socialista (PSOE) se reafirmó como segunda fuerza. Nada es blanco o negro tras las elecciones presidenciales de este domingo en España. La pluralidad que ya modificó las reglas de juego durante la campaña electoral se ratificó en las urnas y el Congreso a partir de hoy se verá fragmentado como nunca. El partido encabezado por Mariano Rajoy obtuvo la victoria con 123 escaños y un 28,7 por ciento de los votos, el PSOE resultó segundo, con el 22 por ciento de los votos y 92 escaños, Podemos quedó en tercer lugar, con 69 diputados y Ciudadanos se convirtió en la cuarta fuerza con 40 parlamentarios, protagonizando una de las sorpresas de la noche tras meses de encuestas que le auguraban un ascenso mucho mayor.
Dado que ninguna agrupación consiguió la cantidad de escaños suficientes (176) para hacerse con la mayoría absoluta requerida para investir al nuevo presidente, la única salida es la búsqueda de pactos. Los partidos de centroderecha (PP y Ciudadanos) consiguieron juntos tan solo un diputado más (163) que los de izquierda (PSOE, Podemos e Izquierda Unida), lo cual implicará no sólo sentarse a negociar sino también hacerlo alrededor de una mesa más grande. Tanto el hipotético frente de izquierdas como el de derechas necesitarán incluir a otros partidos afines para formar gobierno, y las agrupaciones que también obtuvieron representación parlamentaria en estos comicios son la izquierda independentista catalana, Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y los secesionistas de centroderecha Democràcia i Llibertat, con 9 escaños cada uno; los nacionalistas vascos PNV (6 diputados) y EHBildu (2 diputados), y Coalición Canaria (1 parlamentario).
Se abre así un abanico múltiple de posibilidades que deja al país ante las elecciones más inciertas de su historia. Todos hacen sus apuestas pero recién a partir de hoy los partidos empezarán a reunirse para plasmar en la realidad sus ofertas e intentar investir presidente antes de que se cumpla el plazo de dos meses marcado por la ley. Si eso no ocurre, el rey firmará un decreto y convocará nuevas elecciones.
De momento, lo que sí se puede afirmar en base a los resultados de estos comicios es el final de una era política marcada por el bipartidismo. El PP perdió 63 diputados respecto a 2011, quedándose con 123 muy lejos de la mayoría absoluta que ostentó durante su última legislatura. El PSOE, la otra gran fuerza tradicional, también bajó en 19 escaños con respecto a los que sacó en las anteriores elecciones y el porcentaje de votos obtenido fue cinco puntos menor. En cambio, dos partidos emergentes, Podemos y Ciudadanos, irrumpieron con fuerza en el Parlamento convirtiéndose en pieza clave para la formación de un nuevo Ejecutivo.
“Hoy ha nacido una nueva España que pone fin al sistema del turno”, afirmó Pablo Iglesias, líder de Podemos, al valorar los resultados en la sede de Madrid. Con más de cinco millones de votos y 69 escaños en el Congreso de los Diputados, el partido heredero del movimiento indignado se situó como tercera fuerza política, a 400.000 votos del PSOE. El apoyo en las urnas se vio reflejado, principalmente, en territorios clave como Cataluña y el País Vasco, donde son primera fuerza; y en antiguos bastiones del Partido Popular como Galicia, Comunidad Valenciana, Navarra, Baleares y Madrid, donde ocupan ahora el segundo lugar.
En su comparecencia, Iglesias condicionó cualquier acuerdo con otros partidos a que se reforme la Carta Magna y a tres puntos que, para su formación, son “inaplazables e imprescindibles”: el blindaje en la Constitución de los derechos sociales, la reforma del sistema electoral y el revocatorio ciudadano a mitad del mandato si el presidente no cumple su programa. Según fuentes del partido, la intención es esperar a después de las fiestas para negociar y pensar con calma una decisión que los coloca en una seria encrucijada. Los números de escaños instan a Podemos a investir a Pedro Sánchez para no permitir la continuidad de Mariano Rajoy al mando del país pero eso significaría un suavizamiento –aún mayor del que ya vienen haciendo– de su discurso. Iglesias, consciente de ello, quiso tomar distancia de esta posibilidad y recordó que el PSOE “ha obtenido el peor resultado de toda la democracia”.
Cierto es que los socialistas, con 90 escaños y el 22,02 por ciento de los votos, consiguieron el número más escaso de diputados en toda su historia –muy por debajo de los 110 que logró en 2011 con Alfredo Pérez Rubalcaba como candidato– pero, pese a todo, Pedro Sánchez logró mantenerse a flote dentro del partido y seguir siendo la segunda fuerza más votada. Y no solo eso. El líder del PSOE sería, de momento, la opción más probable para encabezar un Ejecutivo progresista en la nueva legislatura. Sánchez asumió, sin embargo, la victoria del Partido Popular e instó a la formación que dirige Mariano Rajoy a buscar su investidura. “España quiere izquierda y quiere cambiar, pero los españoles hoy (por ayer) han decidido que la primera fuerza política sea el PP. Por eso felicito a Mariano Rajoy y al Partido Popular y corresponde a la primera fuerza política intentar formar Gobierno”, afirmó ante los más de trescientos simpatizantes que llenaron la sede socialista de la capital.
El PP fue el partido más votado pero a su cabeza de lista, Mariano Rajoy, le será muy complicado formar una mayoría que le permita gobernar. “Voy a intentar formar un Gobierno estable”, aseguró el hasta hoy presidente de los españoles en un breve discurso desde el balcón de la sede de su grupo en Madrid. Sin embargo, los resultados de ayer no respaldan su optimismo. Además de perder 63 escaños y más de 4,5 millones de votos frente a los de las elecciones generales de 2011 –cuando Rajoy obtuvo el mejor resultado del Partido Popular, 186 escaños– el PP cuenta con un posible aliado mucho menos poderoso de lo que parecía. El desinfle de Ciudadanos, que prometía alcanzar el segundo puesto y se quedó en el cuarto, hizo que entre los dos juntaran un número de diputados insuficiente para la mayoría absoluta y necesiten buscar nuevas alianzas.
Albert Rivera, líder de Ciudadanos, evitó calificar lo sucedido e hizo hincapié en “la nueva etapa de esperanza e ilusión, una nueva etapa política que empieza en España”. Rivera proclamó que “se acabó la resignación”, puesto que “vamos a participar del cambio político de este país con 40 mujeres y hombres valientes que van a pensar en el futuro de los ciudadanos”. Y advirtió que el cambio se llevará a cabo de forma conjunta con los 350 diputados de las Cortes Generales: “Van a ser nuestros compatriotas y no mis enemigos”, aseguró, a la vez que incidía en el papel “decisivo” de su agrupación “para formar unas mayorías para gobernar este país”.
Aunque el partido emergente “naranja” se postuló durante toda la campaña como la verdadera “llave de gobierno” y las encuestas, sobre todo al principio, parecían corroborarlo, el grupo de Rivera no voló tan alto y la clave pasó a manos de formaciones regionales que son, en su mayoría, nacionalistas. Ante la mínima diferencia que aleja al posible grupo de centroderecha conformado por PP y Ciudadanos del de centroizquierda de socialistas, Podemos e Izquierda Unida, la única forma que tienen ambos bloques para que las cuentas cierren y puedan conseguir mayoría es aglutinar otros partidos con representación en el Parlamento.
Entre estos grupos, el PP cuenta con muy pocos amigos. Su gobierno en solitario durante los últimos cuatro años lo apartaron del diálogo con otras fuerzas políticas y más aún con representantes de opciones independentistas, aunque estas sean también conservadoras, como Democràcia i Llibertat –la nueva marca de Convergència, el partido de Artur Mas en Cataluña–, que sacó 5 escaños, y el Partido Nacionalista Vasco (PNV), con otros 6.
Por el lado de la hipotética coalición de izquierdas, el acuerdo se presenta algo más factible dado que los grupos secesionistas de Cataluña y País Vasco (ERC y EHBildu) podrían apoyar a Podemos si este mantiene la que hasta ahora fue una de sus condiciones infranqueables: la celebración de un referéndum de autodeterminación.
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La agonía del bipartidismo
Por Atilio A. Boron
Con las elecciones de ayer el orden político posfranquista parece haber llegado a su fin. Este reposaba sobre un bipartidismo en el cual el Partido Popular, el heredero directo del franquismo, y el PSOE, convergían en un consenso eminentemente conservador que muchos analistas y publicistas edulcoraron calificándolo de “centrista” y que, perversamente, erigieron como el modelo a imitar por las nacientes democracias latinoamericanas en la década de los ochenta. En realidad esa convergencia hacia el centro no era tal: la preservación de la monarquía y los privilegios de la Iglesia Católica, la invisibilización de la historia de la república, la impunidad de los crímenes de la dictadura franquista, la adhesión a la OTAN, la indigna sumisión a la hegemonía estadounidense, y la capitulación ante el gran capital y, más recientemente, ante la Troika que realmente gobierna en Europa definen una agenda que sólo como producto de una malintencionada confusión podría ser caracterizada como de centro. Al igual que ocurre en la Argentina y el resto de América latina, la noción de “centro” es un eufemismo para evitar decir “derecha”. Este proyecto no sólo se desmoronó en España a causa del impacto de la crisis capitalista y su inusual virulencia sino también debido al descubrimiento de una trama mafiosa de corrupción que mientras empobrecía a la ciudadanía y condenaba a uno de cada cinco españoles al desempleo enriquecía escandalosamente a la oligarquía financiera e industrial.
A partir de los resultados conocidos anoche no hay sino una chance de formar un gobierno: una gran coalición entre el PP y el PSOE, pero esto sería la institucionalización del proceso de putrefacción del segundo –antaño referencia obligada de la clase obrera española– y su conversión en un partido neoliberal más; y de confesión de impotencia política del primero, que para gobernar tendría que asociarse a su otrora rival histórico. Es la vieja España, aquella que según el hermoso verso de Antonio Machado podía helarte el corazón, la que parece a punto de morir. Pero hay momentos históricos en los que, recordaba Gramsci, “lo nuevo no acaba de nacer, y lo viejo no termina de morir”. Y esta es la situación que hoy presenta España. Hay síntomas que preanuncian la llegada de lo nuevo, pero por ahora este carece de la fuerza suficiente para derrotar definitivamente el viejo orden. Tal vez el PP y el PSOE sellen esa alianza. Sus homólogos lo hicieron en Alemania y hoy, en Nuestra América, lo están haciendo en Venezuela, donde los socialdemócratas y socialcristianos, adecos y copeyanos, se sientan en torno a la MUD para acabar con la revolución bolivariana.
Pero si tal cosa ocurriera en España los días del PSOE estarían contados. Podemos y sus aliados han logrado 69 escaños en el Congreso de Diputados, pero con una estrategia electoral más inteligente y unitaria –incorporando a Izquierda Unida en la coalición de izquierdas y abandonando el absurdo macartismo del que Podemos hizo gala durante la campaña– esta coalición podría haber desplazado al PSOE del segundo lugar y convertirse en el eje de cualquier alternativa de gobierno. Esto no tiene nada de ilusorio pues esta coalición logró plasmarse en Cataluña y obtuvo la primera mayoría; y entró en segundo lugar en Madrid, Valencia, Navarra y Galicia e hizo una estupenda elección en el País Vasco. Para resumir: la unidad de las izquierdas no ocurrió esta vez, pero la lección parece que ha sido aprendida: la unidad paga. En ese sentido, el discurso del líder de Podemos, Pablo Iglesias, al darse a conocer los resultados reflejó un viraje hacia la izquierda de sus titubeantes definiciones anteriores, cuando eludía definirse como tal. Y lo hizo incorporando dos innovaciones originarias en la experiencia de la izquierda latinoamericana. La noción de una España Plurinacional, como Bolivia; y el voto de confianza ciudadano a mitad de mandato, lo que la Constitución Bolivariana designa como “referendo revocatorio”. Estas son propuestas que conmueven hasta sus cimientos el consenso conservador dominante durante cuarenta años en España, con un gobierno como el del PP que cosechó la repulsa de dos de cada tres españoles y que, por lo tanto, no puede desconocer el rotundo mensaje que le enviara la ciudadanía española.
La inestabilidad y la incertidumbre serán los signos de los tiempos que se vienen. Los observadores no dejan de apelar al adjetivo “histórico” para definir al momento actual. Sectores políticos que carecían por completo de representación parlamentaria en el estado español ahora cuentan con un bloque de 69 diputados. No es suficiente para decir que se abre un nuevo período histórico, o se produce un cambio de época; pero, sin duda, es un alentador punto de partida. Habrá que ver qué es lo que hacen y cómo actúan esos representantes de la voluntad popular y si demuestran su capacidad para sortear las trampas que las democracias burguesas le tienen reservadas a quienes pretenden cambiar al mundo para hacerlo mejor.
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