Colectivo La araña feminista
La despenalización cultural del aborto (Temática)
18 septiembre 2016 | Haga un comentario
Hace un tiempo leí a una feminista venezolana preguntarse cómo sería vivir en un país donde el aborto es legal. Después de mas de dos décadas de reivindicaciones e innumerables iniciativas parlamentarias, Uruguay aprobó hace casi cuatro años la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE). En nuestro país, el aborto es legal siempre y [...]
Hace un tiempo leí a una feminista venezolana preguntarse cómo sería vivir en un país donde el aborto es legal. Después de mas de dos décadas de reivindicaciones e innumerables iniciativas parlamentarias, Uruguay aprobó hace casi cuatro años la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE). En nuestro país, el aborto es legal siempre y cuando se realice durante primeras doce semanas de embarazo y en el Sistema Nacional Integrado de Salud (que abarca instituciones públicas y privadas).
Las organizaciones de la sociedad civil que realizan un seguimiento de la implementación han detectado que las mujeres que acuden a los servicios de salud se topan con dificultades en el acceso a la información sobre el procedimiento, con el incumplimiento de los plazos (principalmente cuando es un embarazo de pocas semanas) y con un gran porcentaje de ginecólogas y ginecólogos objetores de conciencia (mayormente en el interior del país).
Para la aplicación de la IVE también contempla lo establecido por la ley de Defensa del Derecho a la Salud Sexual y Reproductiva, aprobada con anterioridad (2008), pero no deja de ser un régimen tutelar. Las mujeres que deciden interrumpir su embarazo deben enfrentar a un tribunal inquisidor cuyo deber legal es ponerlas al tanto de las “alternativas” al aborto voluntario. Un “equipo interdisciplinario” debe hablarles de programas de apoyo social y económico y hasta de la posibilidad de dar a su hijo en adopción.
Con todo, las mujeres uruguayas no podemos desconocer el avance que significa contar con la posibilidad de acceder a un aborto seguro en un Estado laico donde, además, la cobertura de salud es universal. Sin embargo, las mujeres todavía tenemos que escondernos para abortar. Debemos transitar las emociones, los trámites administrativos y el procedimiento bajo la imponente presencia del dedo acusador.
Mantenemos dificultades para revelar la realización de un aborto y, como consecuencia, de hablarlo con personas que nos hagan sentir apoyo o contención. Nos vemos obligadas a eludir situaciones incómodas en nuestros ámbitos laborales porque no podemos informar cabalmente los motivos de tantas ausencias ya que no se prevé licencia por IVE.
Al acudir a las sucesivas consultas que indica la ley, no podemos saber si estaremos frente a una objetora o un objetor (las listas no son de acceso público). Vamos a tientas y muchas veces tenemos que enfrentar los juzgamientos de los operadores de salud (personal médico y no médico). O nos vemos expuestas a situaciones desagradables (en las ecografías, por ejemplo, al subir el volumen de los latidos del corazón) o es vulnerada la confidencialidad. Es más, para evadir la estigmatización pueblerina en las ciudades del interior, muchas mujeres prefieren viajar a otros departamentos donde puedan resguardar su privacidad.
La legalidad no desplaza los tabúes ni los preconceptos que rodean la práctica del aborto. Al menos en lo inmediato. Una vez superada la barrera legal (mejorable) viene otro tiempo, otro trabajo, otra lucha. La de superar el avasallante obstáculo cultural.
T/ Lourdes Rodríguez
(Cotidiano Mujer / AFM)