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General: Como se hubieran evitado tanto mal, si su padre hubiera usado un condon
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Da: cubanet201 (Messaggio originale) |
Inviato: 14/08/2025 04:00 |
Nadie se amaba tanto a sí mismo, como el ególatra de Fidel Castro
Probablemente la renuencia del Máximo Líder a que le dedicaran estatuas fue para impedir que un día sus enemigos pudieran derribarlas y profanarlas.
POR LUIS CINO
CUBANET – En 1959, unas semanas después de su entrada triunfal en La Habana al frente del ejército guerrillero que derrocó al régimen de Fulgencio Batista, Fidel Castro ordenó retirar de la calle 41, cerca del campamento militar Columbia, en Marianao, la estatua que le había hecho el escultor italiano Enzo Gallo y dictó una ley para evitar el culto a su persona.
Antes de morir, el 25 de noviembre de 2016, dejó dispuesto que no se le hicieran monumentos y que su nombre no fuese utilizado para bautizar cosa alguna.
Probablemente la renuencia del Máximo Líder a que le dedicaran estatuas fue para impedir que un día sus enemigos pudieran derribarlas y profanarlas.
En Cuba no hay estatuas de Fidel Castro. Ni falta que hace. Su rostro barbudo, generalmente con treinta o cuarenta años menos de los 90 que tenía cuando murió, está presente a cada paso en Cuba: en la primera plana de los periódicos, en la TV, en vallas y carteles en las calles, en fotos colocadas en sitios prominentes en oficinas, escuelas, hospitales o cuarteles de la policía. Desde 1959 ha sido así.
A falta de estatua, Fidel Castro tiene un monolito funerario en el cementerio Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba, donde yacen sus restos, cerca de los de José Martí, Carlos Manuel de Céspedes y Mariana Grajales. Tiene guardia de honor permanente y es lugar obligado de peregrinación para los fieles del castrismo. Algunos de los visitantes parecen caer en trance. Y el escultor que hizo el monolito asegura que Fidel se le aparece y conversa con él.
Si Fidel Castro quería evitar el culto a la personalidad y que lo endiosaran como a Mao Zedong y Kim Il Sung, no hizo mucho por impedirlo. Todo lo contrario.
Terco, incansable, opinaba de todo, estaba presente en todas partes, lo mismo en los huracanes que en los congresos científicos. Su palabra era ley, sus órdenes no se discutían, ¡ay de quien se atreviera a contradecirlo!
Sus discursos, que duraban tres, cuatro horas o más, versaban lo mismo de economía que de política internacional, o de ganadería. Poco antes de su retiro por enfermedad, en el programa televisivo Mesa Redonda explicó cómo usar las ollas chinas y recomendó poner en remojo los frijoles varias horas antes de cocinarlos.
Siempre era ensalzado, considerado infalible. Era la personificación del Gobierno, el Estado, el Partido, de “la Patria, la Revolución y el Socialismo”. Había que agradecerle todos y cada uno de “los logros de la revolución”.
Sus funerales, a lo norcoreano, con luto riguroso, duraron nueve días. Sus restos, en un armón verde olivo, recorrieron todo el país antes de ser depositados en la roca de Santa Ifigenia.
El culto a Fidel Castro se reforzó con su muerte. El recuento-letanía póstumo de sus hechos y discursos fue lo que necesitaba para oxigenarse.
En sus últimos años no le hacía mucho favor la imagen de un anciano testarudo y frágil que escribía confusos editoriales para CubaDebate y el periódico Granma que llamaba Reflexiones y firmaba como “Compañero Fidel”, en los que hacía predicciones apocalípticas y uso y abuso del corta y pega.
La muerte vino a darle a la figura de Fidel Castro el segundo aire que necesitaba. ¡Y qué segundo aire!
Los continuadores de su régimen, aunque suelen contradecir sus políticas, no dejan de invocar a Fidel Castro y citar frases de sus discursos, vengan o no al caso.
El desastre en que han sumido el país los mandamases de la continuidad ha hecho que justo cuando ya menguaban los seguidores de Fidel Castro, se multiplique su número entre las personas, sobre todo ancianas, que olvidadas de los desastres del ayer, de las tantas veces que tuvo que convertir los reveses en victoria o en algo que lo pareciera, repiten que “con Fidel estas cosas no pasaban”.
Este año, como ocurre cada vez que se acerca el 13 de agosto, día en que nació Fidel Castro en Birán, en 1926, los medios oficialistas llevan días desbordados con el recuento de los hechos y anécdotas del Comandante y las loas a “su legado”. Y ya pueden imaginar cómo será la cantaleta el próximo año 2026 cuando sea su centenario.
FUENTE: CUBANET CubaNet es un medio de prensa digital sin fines de lucro, dedicado a promover la prensa independiente en Cuba.
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En 1959, unas semanas después de su entrada triunfal en La Habana al frente del ejército guerrillero que derrocó al régimen de Fulgencio Batista, Fidel Castro ordenó retirar de la calle 41, cerca del campamento militar Columbia, en Marianao, la estatua que le había hecho el escultor italiano Enzo Gallo y dictó una ley para evitar el culto a su persona.
Enzo Gallo, el italiano que esculpió a Fidel Castro

Era la madrugada del 8 de enero de 1959. Hacía apenas una semana que el dictador Fulgencio Batista había salido de Cuba tras el empuje del Ejército Rebelde y el rechazo popular a su desgobierno. Auxiliados por la oscuridad, un grupo de hombres trabajaba a unos metros de la que fuera Ciudad Militar de Columbia.
Algunos, sudando copiosamente, le daban los últimos retoques a un pedestal con forma de pentagrama con un cuadrado hueco en el centro. Otros esperaban, fumando, para acomodar en él un rectángulo de mármol, de cerca de un metro de altura. Por último, un par de recién llegados, jadeantes, cargaban un busto que se había estado realizando a lo largo de toda esa noche en un estudio-taller cercano.
La figura, ya fuera de su envoltura de nylon, era de mármol, tenía una altura aproximada de 35 centímetros y estaba trabajada solo hasta el cuello, que descansaba en una circunferencia pétrea. Representaba, se podía inferir en aquella oscuridad, a un hombre barbudo, similar a los de la Grecia clásica, aunque en este caso lo coronaba una gorra.
La inscripción que acompañaría al busto señalaba que se erigía a un hombre que era la figura del momento, la persona que, con un puñado de efectivos, había derrotado a un ejército profesional en poco más de dos años: Fidel Castro Ruz. Era esta obra la que se instalaba en la víspera de su entrada a la capital de la República, una muestra de agradecimiento a quien, como rezaba el mármol, “ha sabido romper las cadenas de la dictadura con la llama de la libertad”.
Este busto, el primero construido en Cuba durante la vida de Fidel, fue desmantelado por orden del propio Comandante en Jefe a los pocos días y su destino es desconocido. Hoy, en la esquina donde convergen las avenidas de 41 y 31, en el municipio habanero de Marianao, no queda ningún vestigio suyo.
Varias preguntas pudiéramos hacernos relativas al suceso, sobre todo porque alrededor de él existe muy poca información y la única fotografía hasta ahora divulgada la publicó la revista Bohemia en esos primeros días de 1959.
El autor rara vez es mencionado y su legado apenas se estudia en las escuelas de arte. Por eso, considero oportuno develar algunos detalles de Enzo Gallo, el artista italiano que esculpió a Fidel Castro.
Enzo Gallo Chiapardi (1927-1999) y su obra son dos desconocidos en la actualidad. Sin embargo, cuando se habla de la historia de la escultura en Cuba, este italiano descolló como primerísima figura del arte durante las décadas del 40 y 50.[1]
Comentaba él que allá, en su tierra natal, cuando aún no se olía la pólvora de la guerra, le regaló a su madre su primera escultura de mármol: un león diminuto que sostuvo con su mano de niño de 10 años, mientras sonreía y decía que se había inspirado en el color rojizo de una piedra tradicional de la región italiana de Pádula.
Su padre se opuso fervientemente a que siguiera la tradición marmolera de sus catorce tíos, quienes en Pádula tenían negocios en la industria; ya fuera en la cantera, el taller de corte, o en la conformación y pulido final de obras arquitectónicas.
Iniciada la Segunda Guerra Mundial, la ciudad fue invadida por las tropas de Mussolini y bombardeada también por los aliados. La vida se fue volviendo no solo difícil, sino peligrosa, y la familia Gallo llegó a una decisión no por sensata, menos dolorosa: enviar a sus hijos a donde pudieran ser bien cuidados. Enzo, el mayor, fue el primero en marcharse. El padre habló con un hermano y destinó al muchacho a la ciudad de La Habana, capital de la tropical República de Cuba.
La Habana de 1948 era una ciudad con futuro. Envuelta en una política de obras públicas constante, intentaba convertirse en la primera ciudad de Latinoamérica en cuanto a confort, urbanidad y diversión. Enzo se avecindó en la barriada de Marianao, donde sus tíos Miguel y Francisco Gallo regentan la marmolería Gallo y Hermanos, y fue recibido con beneplácito, ya que sería un ayudante experimentado y de confianza.
En aquel momento, el negocio se encontraba trabajando en el proyecto decorativo de uno de los edificios más impresionantes de todo el Caribe: el Capitolio Nacional. No obstante, el escultor decidió acercarse al Cementerio Colón, al que consideraba inmenso en grandeza y decoración para tomar referencias.
El negocio de mármol de los Gallo no solo atraía a la clientela comercial que les compraba materia prima de calidad para obras de arquitectura, también eran asiduos a ella los escultores de La Habana, que acudían a seleccionar el mejor mármol para sus obras.
Fue uno de ellos, el afamado Juan José Sicre, profesor de Bellas Artes en la Academia de Artes San Alejandro, el primero en reconocer el trabajo del joven italiano. Hubo una conversación que se prolongó el tiempo suficiente para que Enzo decidiera estudiar en la Academia. Decía el artista que ese intercambio fue su puerta de entrada al mundo del arte profesional cubano. Sicre lo invitó a sus clases en San Alejandro, por lo que, entre abril y junio de 1948, pasó allí todas sus tardes y fines de semana.
En octubre del propio año ingresó en la Academia y, seis años después, se graduaba como escultor profesional. Con la misma vocación de sus maestros Sicre, Leopoldo Romañach y Mario Santi, compartió su labor creativa con la pedagógica.
Cuando en 1956 recibió su título de escultor, ya había conocido a Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros durante una breve visita a México, tomando de ellos parte de su experiencia. También se había reconciliado con su padre, quien incluso viajó a La Habana y se había quedado impresionado con el trabajo del mayor de sus hijos. Aunque hubo algo que también tranquilizó al viejo Gallo, más que los progresos artísticos, y fue el gran progreso que vio en vida personal de su primogénito: este se había prometido con una habanera, Carmen García, una hermosa muchacha de unos 17 años e hija de una respetable familia cubana.
No pierde tiempo Enzo para darse a conocer, en marzo de 1956, como parte de la muestra colectiva El tema religioso y expone sus primeras piezas en la Galería Cubana. Del 28 de noviembre al 28 de diciembre de ese mismo año, recién graduado de San Alejandro, participa en el VIII Salón Nacional de Pintura y Escultura en el Palacio de Bellas Artes de La Habana.
Al año siguiente, viendo su propia evolución, decide aplazar su matrimonio y hacer un viaje a Carrara, Italia, donde, según decía el maestro Miguel Ángel Buonarotti, se encontraba la base de la tradición escultórica. Dejó en La Habana a su prometida y regresó, en 1957, a casarse y decidido a radicar en Cuba.
En ese año, mientras disfrutaba de su luna de miel en México, se entera de que su obra Ritorno —una pieza de mármol, semiabstracta realizada un año antes— había obtenido una mención de honor en la exposición anual del Instituto Nacional de Bellas Artes de La Habana.
A partir de ese momento, el ya consagrado artista, que se consideraba como un cubano más en el ambiente del arte de finales de los años 50, comenzó a participar en todas las exposiciones a donde era invitado en justo reconocimiento a su talento y maestría con el mármol.
A la par, mientras su obra se hacía más conocida en los escenarios artísticos de la capital, comenzó a recibir encargos; bien como reconocido comercial del mármol, bien como escultor. Incluso varios arquitectos le dieron el encargo de diseñar y ejecutar paneles y paredes de mosaico en sus proyectos.
Sus obras de este período forman parte del patrimonio público y arquitectónico de una ciudad que iba alcanzando categoría artística a nivel continental: el relieve de mármol de Carrara de dos metros y medio: El mar, para el Hotel Riviera en La Habana; otro en el muro que daba entrada a la casa de Juan Hernández, dueño de La Cafetería Nacional de La Habana; y varios encargos residenciales de uno de los arquitectos más de moda de La Habana: Cuco Pérez Llane.
Como piezas escultóricas, destacan Solo (1956) y Perro (1957), ambas en mármol; así como Revolución y Tortura (1959), en piedra. En 1958 se le concedió el mayor honor que un artista nacional pudiera desear: su obra Ritorno fue seleccionada como la pieza escultórica que representaría a Cuba en la Bienal Mexicana.
En este estado de cosas, sorprende a Enzo el triunfo de la Revolución. Como extranjero adoptado por la cultura y el arte cubano, exiliado de un país tragado por el odio y el fuego fascista, decidió abrazar la causa de los barbudos como propia. Cuando se enteró que la caravana que traería al ejército triunfante estaría cerca de San Alejandro, decidió realizar la escultura del hombre que estaba en el pensamiento y el corazón de todos los cubanos del momento: Fidel Castro Ruz.
En la madrugada del día 8 de enero de 1959, acompañado de algunos amigos, erigió el que sin saberlo fuera prácticamente el único busto del guerrillero de la Sierra Maestra realizado y emplazado en vida del líder.[2] Pensó Gallo, seguramente, que su obra sería el inicio de una nueva tradición. Por eso, días después, sostuvo la revista Bohemia que reportaba su busto, y lo hizo con una alegría inusitada, dando saltos de alegría, y entonces decidió poner el cincel y sus energías a disposición de los nuevos tiempos.
Sin embargo, cuál no sería su sorpresa al saber el desagrado que trajo su escultura. De lo que sucedió, realmente poco se tiene claro y mucho forma parte de la imaginación popular. Lo que sí se sabe a ciencia cierta es que el busto estuvo emplazado alrededor de una semana, hasta que alguien notificó a Fidel y, según la información oficial:
+++Con la misma prontitud que el escultor Enzo Gallo Chiapardi modeló el busto dedicado a Fidel, la noche antes que la caravana libertaria que recorrió el espinazo de la isla grande entrara a La Habana, el 8 de enero de 1959, con el jefe rebelde al frente, el artista italiano tuvo que desaparecerlo de la faz de la tierra. Apenas el líder supo de la noticia del monumento erigido en su homenaje en las cercanías de la Ciudad Militar de Columbia, ordenó retirarlo. Gallo Chiapardi quedó preso del desconcierto.[3]
Y aquí se le pierde la pista. Algunos aseguran que fue totalmente destruido,[4] otros creen que descansa en el sótano de algún edificio como el famoso diamante del Capitolio, y algunos lo ubican en el Archivo Histórico del Consejo de Estado. La realidad es que, hasta ahora, el paradero del busto es desconocido y comentar al respecto es pura especulación.
Por otra parte, Enzo terminó sus días en Estados Unidos. Salió de Cuba en noviembre de 1960 hacia Miami y allí hizo todo lo posible por seguir desarrollando su talento. Como artista, la partida significó el enfrentamiento a un nuevo universo: el mundo del arte estadounidense, marcado por pautas creativas diferentes a las que estaba acostumbrado.
Durante unos años trabajó en Hollywood y fue reforzando el prestigio que traía desde el país antillano. En 1973, el Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano le notificó que su nombre formaba parte de un grupo de casi cuatrocientos artistas seleccionados que serían representados en un catálogo de obras de arte dirigido a agencias públicas y patrocinadores privados.
Durante ese año, le confirmaron que el curador principal de arte moderno en el Museo de Arte del Condado de Los Ángeles, Maurice Tuchman, había incluido su obra Flight en la Bienal de Artistas en el Museo de Arte de Nueva Orleans.
Al año siguiente, una de sus obras fue incluida en la famosa exposición de escultura al aire libre de la Fundación Pagani, en el Museo de Arte Moderno de Milán, Italia. Enzo era, sin dudas, un artista en plena forma aún.
Su éxito fue creciendo y cuando murió, en 1999, dejó una extensa obra escultórica que, a diferencia de su enigmático busto, lo convirtió en un artista de talla mundial.
SALUDOS REVOLUCIONARIOS  
(Gran Papiyo)
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Fidel Castro: Los que dirigen son hombres y no dioses
Con la misma prontitud que el escultor Enzo Gallo Chiapardi modeló el busto dedicado a Fidel la noche antes que la caravana libertaria que recorrió el espinazo de la isla grande entrara a La Habana, el 8 de enero de 1959, con el jefe rebelde al frente, el artista italiano tuvo que desaparecerlo de la faz de la tierra. Apenas el líder supo de la noticia del monumento erigido en su homenaje en las cercanías de la Ciudad Militar de Columbia, ordenó retirarlo. Gallo Chiapardi quedó preso del desconcierto.
Con tal evidencia, no habría hoy por qué extrañarse de la última voluntad del padre fundador de la Revolución Cubana —difundida por Raúl en la plaza Antonio Maceo, de Santiago de Cuba— de que, una vez fallecido, su nombre y su figura nunca fueran utilizados para denominar instituciones ni sitios públicos, ni erigidos en su memoria monumentos, bustos y estatuas.
Desde antes de este anuncio, la perplejidad había cundido en determinados medios de prensa, cuando el Presidente cubano, al comunicarle a la opinión pública la pérdida física de su hermano el pasado 25 de noviembre, informó igualmente que por decisión expresa del Comandante en Jefe, sus restos serían cremados.
Más de un medio extranjero se preguntaba si, en lo adelante, se verían plazas u otros espacios con el nombre de Fidel Castro. Las especulaciones cebaron las expectativas. Incluso, algunos recordaban que Fidel se había opuesto con anterioridad a que los líderes fueran honrados con estatuas o calles que exhibieran sus nombres, solo cuando los dirigentes estuvieran vivos.
Quien desafió 11 administraciones estadounidenses sabía de los peligros y las secuelas del culto a la personalidad. Por eso, una de las primeras leyes adoptadas después del triunfo del 1ro. de enero de 1959 —sin precedentes en el planeta— prohibía levantarles estatuas a los dirigentes vivos y ponerles sus nombres a ninguna calle, ciudad, pueblo, fábrica… y, proscribía también, las fotografías oficiales en las oficinas administrativas.
El estadista cubano habló acerca de esta ley en su discurso del 13 de marzo de 1966, donde reflexionó: «No es necesario estar viendo una estatua en cada esquina, ni el nombre del dirigente en cada pueblo, por todas partes, ¡no!; porque eso revelaría desconfianza de los dirigentes en el pueblo, eso revelaría un concepto muy pobre del pueblo y de las masas que, incapaces de creer por un problema de conciencia, o de tener confianza por un problema de conciencia, fabricara artificialmente la conciencia, o la confianza, por medio de actos reflejos».
En sus palabras, aludió a que Carlos Marx, Federico Engels y Vladimir I. Lenin nunca «se endiosaron a sí mismos», ni lo admitieron; «fueron humildes toda su vida hasta la tumba, alérgicos a los cultos», agregó.
Conocedor de la historia de la humanidad, tenía claro en cuáles puntos cardinales se oxigenó el culto a la personalidad, sin establecer distingos entre los países anclados al Socialismo o al Capitalismo, desde Mao Tse Tung hasta el dictador Rafael Léonidas Trujillo, cuyas estatuas se clonaron por toda República Dominicana, donde las iglesias fueron conminadas a publicitar el lema: «Trujillo en la Tierra, Dios en el Cielo».
Textos consultados refieren que el término culto a la personalidad fue acuñado y descrito en 1956 por Nikita Jruschov, secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, en un discurso de denuncia contra Stalin en el XX Congreso de la organización.
Precisamente, en el Diccionario filosófico, de Rosental y Ludin, se conceptualiza como la «ciega inclinación ante la autoridad de algún personaje, ponderación excesiva de sus méritos reales, conversión del nombre de una personalidad histórica en un fetiche».
Con los prismáticos de la filosofía aún puestos, no resulta difícil advertir que tras este culto subyace la concepción idealista de la historia —a la usanza de Thomas Carlyle—, que le otorga a la voluntad de un hombre, y no a la acción de las masas, la determinación del curso de los acontecimientos, como intentó hacer creer a sus coterráneos Francisco Franco, autoproclamado el enviado de Dios en la tierra y autotitulado Caudillo de España por la Gracia de Dios.
Como alegara Fidel en 1966, la sucesión de hechos certifica la verdad marxista de «que no son los hombres; sino los pueblos, los que escriben la historia», sin dejar de reconocer que «el dirigente revolucionario es necesario como instrumento del pueblo, es necesario como instrumento de la Revolución».
En más de un foro internacional, el investigador y periodista cubano Luis Toledo Sande ha blandido el verbo ante la arremetida por el supuesto culto, de la personalidad en Cuba hacia Fidel, venida, incluso, de un país —como argumentó el intelectual— donde títulos universitarios están otorgados en nombre del monarca. En mi país —ejemplificó el también estudioso de Martí— no se pone el nombre de familiares del jefe de Estado, «por muy infantiles y hermosos que sean, a instituciones públicas; pero es en mi país donde se practica el culto a la personalidad», ironizó el cubano.
Toledo recordó, años más tarde, que su intervención no apareció recogida en las memorias de aquel encuentro, debido a motivos de espacio, le dijeron. No obstante, el ensayista hubiera preferido su publicación, para que nadie pensara que se excluyó porque mencionó «la soga en casa del ahorcado».
El supuesto culto a la personalidad de Fidel y el bombardeo mediático contra Cuba han sido cara y cruz de la misma moneda; o sea, de las intenciones de desacreditar tanto al líder como a su obra mayor: la Revolución, protagonizada por el pueblo. Interrogado al respecto por el nicaragüense Tomás Borge, él comentaba: «Y en un país como este es muy difícil que exista alguna forma de poder absoluto, porque el cubano con su idiosincrasia, su mentalidad, lo discute todo, lo analiza todo, bien sea de pelota, agricultura, política, de todo; los cubanos discuten de todo, tienen un carácter, una idiosincrasia especial».
Esas virtudes, verificadas en el pueblo por Fidel, distan de la perspectiva analítica de Platón —el primero en tratar los elementos relacionados con el carisma del líder—, quien calificó a las masas de ignorantes y maleables a los caprichos de este.
Liderazgo y carisma político, términos que pusieron a pensar, indistintamente, a Aristóteles, Maquiavelo, Weber, Freud y a Bordieu, convergieron armónicamente en quien llevara las riendas del Estado cubano durante cerca de medio siglo y sobreviviera a 638 intentos de asesinato, urdidos, esencialmente, desde las entrañas de la Agencia Central de Inteligencia, de Estados Unidos, para dinamitar su ejemplo, que iluminó a medio mundo.
A pesar de tanta grandeza real, no mítica, su cuerpo se redujo a cenizas, que descansan desde el 4 de diciembre en las entrañas de una piedra marmórea en el cementerio Santa Ifigenia, de Santiago de Cuba. El sitio dedicado a su memoria, que bien pudo erigirse a la altura del Pico Turquino, irradia sencillez y austeridad, contrario a los pronósticos de los detractores del hombre que no buscó la gloria, sino que la encontró a su paso.
Estratega por antonomasia y defensor de la idea de que «no se concibe en el Socialismo un caudillo» y de la prédica martiana de que «toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz», hizo la jugada maestra que dejó boquiabiertos a sus adversarios: nada de estatuas ni de espacios públicos con su nombre. El propio Raúl comunicó la decisión de presentar en el venidero periodo de sesiones del Parlamento las propuestas legislativas requeridas para corresponder con la voluntad de Fidel.
Habrá, entonces, que construirle monumentos en nuestras almas, en el actuar del día a día, más que en la consigna y en los mármoles, porque en mayo del 2003 él mismo lo acentuó: «Los que dirigen son hombres y no dioses». (Tomado del periódico Escambray)
SALUDOS REVOLUCIONARIOS  
(Gran Papiyo)
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El supuesto culto a la personalidad de Fidel y el bombardeo mediático contra Cuba han sido cara y cruz de la misma moneda; o sea, de las intenciones de desacreditar tanto al líder como a su obra mayor: la Revolución, protagonizada por el pueblo.
SALUDOS REVOLUCIONARIOS  
(Gran Papiyo)
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