Hace ya algunas semanas que las calles de las ciudades y pueblos están adornadas
con luces de colores; las tiendas muestran los escaparates repletos; muñecos
rojos con cinturones blancos y de aspecto saludable tocan alegremente la
campana; los hogares se engalanan con árboles cubiertos de guirnaldas durante
estos días de fiestas. Los niños hacen cola, carta en mano, ante unos curiosos
personajes que parecen sacados de un tiempo de ensueño. Rostros sonrientes, una
música bulliciosa y un no sé qué de especial alegría nos va contagiando casi sin
darnos cuenta.
Si alguien nos preguntara por el motivo de todo esto le
responderíamos con cierto asombro: ¡Es Navidad! Estas dos palabras ya lo dicen
todo: no es preciso explicar más al despistado preguntón... Pero podemos hacer
la prueba de imaginar que un humano de tierras muy lejanas o un ser de otra
galaxia nos preguntara: ¿Y qué es Navidad? ¿Cual es la causa de tanta fiesta?
¿Por qué esta alegría? Estas preguntas pueden resultar incómodas para el que se
limita a "dejarse llevar" por las Navidades, pero para un cristiano que "vive"
la Navidad son interrogantes que tocan el centro mismo de su fe. La alegría de
estas fechas va más allá de un convencionalismo social; no es tan sólo una
conducta "políticamente correcta". La alegría cristiana que nace de la Navidad
es algo íntimo y profundo: necesario, que se extiende a toda la existencia de la
persona.