
«Bienaventurada el alma de quien teme a Dios: está fuerte contra las tentaciones del diablo; bienaventurado el hombre que persevera en el temor y a quien le ha sido dado tener siempre ante los ojos el temor de Dios. Quien teme al Señor se aparta del mal camino y dirige sus pasos por la senda de la virtud; el temor de Dios hace al hombre precavido y vigilante para no pecar. Donde no hay temor de Dios reina la vida disoluta» (San Agustín
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