Su costado había sido traspasado, una lanza romana fue testigo de tremenda agresión, rústicos clavos atravesaron sus manos y pies, encargándose así de crear un dolor constante y tenaz, su cabeza vestía una corona que nunca jamás ningún rey vistió.
Este cuadro desgarrador no fue casual ni tampoco un hecho aislado de violencia, sino que fue precedido por la carga de un madero insostenible y el castigo de treinta y nueve latigazos sobre sus espaldas.
No fue su amigo Judas, tampoco Poncio Pilato quien lo mató, como oveja fue llevado al matadero y enmudeció, pero El decidió voluntariamente entregar su vida, nadie se la quitó.
Esta tipo de muerte todo un símbolo social de la época, humillante y despreciada por todos, patrimonio único de ladrones o asesinos.
Toda una imagen de inmenso dolor, crueldad y mucho sufrimiento, escena que inspiró a pintores, productores cinematográficos y otras tantas de expresiones artísticas.
Pero mas allá de lo desgarrador hay algo que me impresiona de una manera mayor, y que da vueltas y vueltas en mi cabeza sin poder encontrarle una explicación lógica, es que la declaración que precede a este párrafo no corresponde con el contexto de tal bruta agresión que lo tenía como protagonista.
El levanto sus ojos a los cielos y exclamó “Padre perdónalos porque no saben lo que están haciendo”.
La escena sangrienta no logra sensibilizarme tanto como sus palabras. Es que nadie más que Jesús pudo amar tan incondicionalmente a su propio verdugo, aún en el mismo momento de su tortura.
¿Cómo poder responder con tremendo amor, ante tanto odio concentrado?
Quizás mi gran error sea querer racionalizar un amor inexplicable, tan inentendible que llegó a amar al mismo tiempo que lo estaban crucificando.
Hoy su tumba esta vacía, la muerte no pudo retenerlo y por diferentes medios busca entablar una relación contigo.
“De tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su único hijo unigénito, para que todo aquel que en El crea no se pierda, mas tenga la vida eterna”
El dolor de sus heridas fue porque nos amó sin medida, un Dios portador del mas grande amor irracional que haya conocido.
Autor: Fabio Miguel Pereyra