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General: Cartas de Pilato, herodes y Publio Tentulo en cuanto a Jesús
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: GOYOBRITO  (Mensaje original) Enviado: 15/01/2013 12:12
CARTA DE PILATO A CÉSAR
 
Relación de Pilato (Anaphora)

Envío Para Cesar Agusto Emperador de Roma, en cuanto a referencias de Jesús (relación de Poncio Pilato).

Días siguientes a la crucifixión y muerte de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, cuando Poncio Pilatos era Gobernador de Judea, este desde Jerusalén envió juntamente con su carta particular, memorias al Cesar, Emperador de Roma, donde en ellas se refirió a los hechos malvados de los judíos contra jesús, así:

«Al excelentísimo, piadosísimo, divinísimo y terribilísimo César Augusto, el gobernador de la provincia oriental, Pilato.

I. Excelencia: La relación que voy a haceros es causa de que me sienta cohibido por el temor y por el temblor. Pues habéis de saber que en esta provincia que gobierno, única entre las ciudades en cuanto al nombre de Jerusalén, el pueblo en masa de los judíos me entregó un hombre llamado Jesús, acusándole de muchos crímenes que no pudieron demostrar con la afluencia de las razones. Había entre ellos una facción enemiga suya porque Jesús les decía que el sábado no era día de descanso ni fiesta de guardar. Él, en efecto, obró muchas curaciones en tal día: devolvió la vista a los ciegos y la facultad de andar a los cojos; resucitó a los muertos; limpió a los leprosos; curó a los paralíticos, incapaces en absoluto de tener impulso corporal ni erección de nervios, sino sólo voz y articulaciones, dándoles fuerzas para andar y correr. Y extirpaba la enfermedad con sola su palabra. Otra nueva acción más portentosa, desconocida entre nuestros dioses: resucitó a un muerto de cuatro días con sólo dirigirle su palabra; y es de notar que el muerto tenía ya la sangre corrompida y estaba putrefacto a causa de los gusanos salidos de su cuerpo y despedía un hedor de perro. Viéndole, pues, yacente como estaba en el sepulcro, le mandó que echara a correr; y él, como si no tuviera lo más mínimo de cadáver, sino más bien como un esposo que sale de la cámara nupcial, así salió del sepulcro, rebosante de perfume.

II. Y a unos extranjeros, endemoniados a todas luces, que tenían su domicilio en los desiertos y comían sus propias carnes, portándose como bestias y reptiles, incluso a ellos les hizo honrados ciudadanos, les volvió cuerdos con su palabra y les preparó para ser sabios, poderosos y gloriosos, comensales de todos los que odiaban los espíritus inmundos y perniciosos que habitaban anteriormente en ellos, a quienes arrojó a lo profundo del mar.

III. Había, además, otro que tenía la mano seca. Mejor dicho, no sólo su mano, sino la mitad entera de su cuerpo estaba petrificada, de manera que no tenía figura de varón ni dilatación de músculos. E incluso a éste le curó con una palabra y le dejó sano.

IV. Y había otra mujer hemorroísa, cuyas articulaciones y venas estaban agotadas por el flujo de sangre, que no llevaba ya consigo ni cuerpo humano siquiera, que se asemejaba a un cadáver y que, finalmente, se había quedado sin voz. Tal era su gravedad, que ningún médico del territorio encontró manera de curarla y ni esperanza siquiera de vida le quedaba. Mas una vez que Jesús pasaba en secreto por allí, tomó fuerzas de la sombra de éste y tocó por detrás la orla de su vestido; inmediatamente sintió que una fuerza henchía su oquedades y, como si jamás hubiera estado enferma, empezó a correr ágilmente camino de su ciudad, Cafarnaúm, estando a punto de igualar la marcha de seis jornadas.

V. Y esto que acabo de relatar con toda circunspección, lo hizo Jesús en día de sábado. Obró, además, otros milagros mayores que éstos, de manera que he llegado a pensar que los portentos suyos son mayores que los que hacen los dioses venerados por nosotros.

VI. Este es, pues, aquel a quien Herodes, y Arquelao, y Filipo, Anás y Caifás, me entregaron en connivencia con todo el pueblo, haciéndome mucha fuerza para que lo juzgara. Y así, aun sin haber encontrado a su cargo causa alguna de delitos o malas acciones, mandé que le crucificaran después de someterle a la flagelación.

VII. Y mientras le crucificaban, sobrevinieron unas tinieblas que cubrieron toda la tierra, quedando obscurecido el sol a mediodía y apareciendo las estrellas, en las que no había resplandor; la luna cesó de brillar, como si estuviera teñida en sangre, y el mundo de los infiernos quedó absorbido; incluso lo que era llamado santuario desapareció, a la caída de éstos, de la vista de los mismos judíos; finalmente, por el eco de los truenos repetidos, se produjo una hendidura en la tierra.

VIII. Y, cuando todavía cundía este pánico, aparecieron algunos muertos que habían resucitado, como atestiguaron los mismos judíos, y dijeron ser Abrahán, Isaac, Jacob, los doce patriarcas, Moisés y Job, las primicias de los muertos, como ellos dicen, que fallecieron hace tres mil quinientos años. Y muchísimos de ellos, a los que yo pude ver también aparecidos corporalmente, se lamentaban a su vez a causa de los judíos: por la prevaricación que estaban cometiendo, por su perdición y por la de su ley.

IX. Duró el miedo del terremoto a partir de la hora sexta del viernes hasta la hora nona. Y, al llegar la tarde del primer día de la semana, se oyó un eco procedente del cielo, mientras éste adquiría un resplandor siete veces más vivo que todos los días. Y a la hora tercia de la noche apareció incluso el sol brillando más que nunca y embelleciendo todo el firmamento. Y de la misma manera que los relámpagos sobrevienen de repente en el invierno, así aparecieron súbitamente unos varones, excelsos por su vestidura y por su gloria, que daban voces semejantes al fragor de un enorme trueno, diciendo: «Jesús, el que fue crucificado acaba de resucitar. Levantaos del abismo los que estáis presos en los subterráneos del infierno». Y la hendidura de la tierra era tal, que parecía no había fondo, sino que dejaba ver los mismos fundamentos de la tierra, entre los gritos de los que estaban en el cielo y paseaban corporalmente en medio de los muertos que acababan de resucitar. Y aquel que dio vida a los muertos y encadenó al infierno decía: «Dad este encargo a mis discípulos: Él va delante de vosotros a Galilea; allí podréis verle».

X. Por toda aquella noche no cesó la luz de brillar. Y muchos de los judíos perecieron absorbidos por la hendidura de la tierra, de manera que al día siguiente no compareció gran parte de los que habían estado en contra de Jesús. Otros veían apariciones de resucitados, a quienes ninguno de nosotros había visto. Y en Jerusalén mismo no quedó ni una sola sinagoga de los judíos, pues todas desaparecieron en aquel derrumbamiento.

XI. Así, pues, fuera de mí por aquel pánico y cohibido por un temblor horrible en extremo, he hecho a vuestra excelencia la relación escrita de lo que mis ojos vieron en aquellos momentos. Y, poniendo además en orden lo que hicieron los judíos contra Jesús, lo he remitido a vuestra divinidad, ¡oh Señor!»

Fuente: Los Evangelios Apócrifos, por Aurelio De Santos Otero, BAC

 

CARTA DE PILATO A HERODES

Pilato, gobernador de Jerusalén, saluda al tetrarca Herodes.

Nada bueno hice bajo tu instigación el día aquel en que los judíos presentaron a Jesús, el llamado Cristo. Pues de la misma manera que fue crucificado, así también ha resucitado al tercer día de entre los muertos, como acaban de anunciarme algunos, y entre ellos el centurión. Yo mismo he decidido enviar una expedición a Galilea y atestiguan haberle visto en su propio cuerpo y conservando el mismo semblante. Y ha llegado a dejarse ver de más de quinientas personas, con la misma voz e idénticas enseñanzas. Estos individuos han ido por ahí dando testimonio de ello, y, lejos de vacilar, han predicado su resurrección como fenómeno extraordinario y han anunciado un reino eterno, hasta el punto de que los cielos y la tierra parecían alegrarse de sus santas enseñanzas [de Jesús].

Y has de saber que Procla, mi mujer, dando crédito a las apariciones que tuvo de él cuando yo estaba a punto de mandarle crucificar por tu instigación, me dejó solo y se fue con diez soldados y Longino, el fiel centurión, para contemplar su semblante, como si se tratara de un gran espectáculo. Y le han visto sentado en un campo de cultivo, rodeado de una gran turba y enseñando las magnificencias del Padre; de manera que todos estaban fuera de sí y llenos de admiración, [pensando] si había resucitado de entre los muertos aquel que había padecido el tormento de la crucifixión.

Y, mientras todos estaban observándole con gran atención, divisó a éstos y se dirigió a ellos en estos términos: « ¿Todavía no me creéis, Procla y Longinos? ¿No eres tú por ventura el que hiciste guardia durante mi pasión y vigilaste mi sepulcro? Y tú, mujer, ¿no eres la que enviaste a tu esposo una misiva acerca de mí? [...] el testamento de Dios que dispuso el padre. Yo, el que fui levantado y sufrí muchas cosas, vivificaré por medio de mi muerte, tan conocida para vosotros, toda la carne que ha perecido. Ahora, pues, sabed que no perecerá todo aquel que haya creído en Dios Padre y en mí, pues yo hice desaparecer los dolores de la muerte y traspasé al dragón de muchas cabezas. Y, en ocasión de mi futura venida, cada uno resucitará con el mismo cuerpo y alma que ahora tiene y bendecirá a mi Padre, al Padre de aquel que fue crucificado en la época de Poncio Pilato».

Al oírle decir tales cosas, tanto mi mujer, Procla, como el centurión que tuvo a su cargo la ejecución de Jesús, como los soldados que habían ido en su compañía, se pusieron a llorar llenos de aflicción, y vinieron a mí para referirme estas cosas. Yo, a mi vez, después de oírlas, se las referí a mis grandes comisarios y compañeros de milicia; estos, llenos de aflicción y ponderando el mal que habían hecho contra Jesús, se pusieron a llorar durante el día; y asimismo yo, compartiendo el dolor de mi mujer, estoy entregado al ayuno y duermo sobre la tierra. [...] y en esto vino el Señor y nos levantó del suelo a mí y a mi mujer; yo entonces fijé mi vista en él y vi que su cuerpo conservaba aún los cardenales. Y Él puso sus manos sobre mis hombros, diciendo: «Bienaventurado te llamarán todas las generaciones y los pueblos, porque en época tuya murió el Hijo del hombre y resucitó ya ahora va a subir a los cielos y se sentará en lo más alto. Y caerán en la cuenta todas las tribus de la tierra de que yo soy el que va a juzgar a los vivos y a los muertos en el último día».

CARTA DE HERODES A PILATOS

Herodes, tetrarca de los galileos, saluda al gobernador de los judíos, Poncio Pilato.

Estoy sumido en no pequeña aflicción, conforme al dicho de las Sagradas Escrituras, por las cosas que paso a relatarte, así como pienso que tú a tú vez te afligirás al leerlas. Pues has de saber que mi hija Herodíades, a quien yo amaba ardientemente, ha perecido por estar jugando junto al agua cuando ésta desbordaba sobre las márgenes del río. Efectivamente, el agua la cubrió de repente hasta el cuello; su madre entonces la agarró de la cabeza para que no se la llevara la corriente, pero se desprendió ésta del tronco y fue lo único que mi esposa pudo recoger, pues lo restante del cuerpo fue arrastrado por la corriente. Mi mujer ahora aprieta, llorando, la cabeza sobre sus rodillas, y toda mi casa está sumida en una pena incesante.

Yo, por mi parte, me encuentro rodeado de muchos males a partir del momento en que supe que tú le habías despreciado [a Jesús]; y quiero ponerme en camino tan sólo para verle, adorarle y escuchar alguna palabra de sus labios, pues he perpetrado muchas maldades contra Él y contra Juan el Bautista; ciertamente estoy recibiendo con toda justicia mi merecido, pues mi padre derramó sobre la tierra mucha sangre de hijos ajenos a causa de Jesús, y yo, a mi vez, he degollado a Juan, el que le bautizó.

Justos son los juicios de Dios, porque cada cual recibe su recompensa en consonancia con sus deseos. Así, pues, ya que te es dado ver de nuevo a Jesús, lucha ahora por mí y dile en mi favor una palabra; porque a vosotros, los gentiles, os ha sido entregado el reino, conforme a lo que dijeron Cristo y los profetas.

Lesbónax, mi hijo, se encuentra en una necesidad extrema, presa de una enfermedad agotadora desde hace muchos días. Yo, a mi vez, me encuentro enfermo de gravedad, sometido al tormento de la hidropesía, hasta el punto de que salen gusanos de mi boca. Mi mujer ha llegado incluso a perder el ojo izquierdo por la desgracia que se ha cernido sobre mi casa. Justos son los juicios de Dios, por cuanto hemos ultrajado al ojo inocente. No hay paz para los sacerdotes, dice el Señor. La muerte hará presa en ellos y en el senado de los hijos de Israel, pues pusieron inicuamente sus manos sobre el justo Jesús. Todo esto ha venido a cumplirse en la consumación de los siglos; y así, las naciones van a recibir en herencia el reino de Dios, mientras que los hijos de la luz serán arrojados fuera por no haber observado lo que convenía en relación con el Señor y con su Hijo.

Por todo lo cual ciñe ahora tus lomos, asume tu autoridad judicial de noche y de día, unido a tu mujer en el recuerdo de Jesús, y será vuestro el reino, pues nosotros hemos hecho padecer al justo. Y si es que hay lugar para mis ruegos, ¡oh Pilato!, puesto que nacimos simultáneamente, da sepultura diligentemente a mi casa, pues preferimos ser sepultados por ti que no por los sacerdotes, a quienes en breve, según las escrituras de Jesús, les espera el juicio. Adiós.

Te he enviado los pendientes de mi mujer y mi propio anillo. Si es que te acuerdas, me lo devolverás en el último día. Ya van aflorando los gusanos a mi boca y con ello recibo el castigo de este mundo; pero temo más a la sentencia de allá, pues los módulos de justicia que me aplicará el Dios vivo serán por duplicado. Vamos desapareciendo fugazmente de esta vida a los pocos años de nacer, y de allí proviene el juicio eterno y la retribución de las acciones.

 
CARTA DE LÉNTULO A OCTAVIO
(Manuscrito de la Biblioteca de Madrid)

Léntulo a Octavio, salud.

En nuestros tiempos ha aparecido y existe todavía un hombre de gran virtud llamado Jesús Cristo y por las gentes Profeta de la verdad.

Sus discípulos le apellidan Hijo de Dios, el cual resucita a los muertos y sana a los enfermos.

Es de estatura alta, mas sin exceso; gallardo; su rostro venerable inspira amor y temor a los que le miran; sus cabellos son de color de avellana madura y lasos, o sea lisos, casi hasta las orejas, pero desde éstas un poco rizados, de color de cera virgen y muy resplandecientes desde los hombros lisos y sueltos partidos en medio de la cabeza, según la costumbre de los nazarenos.

La frente es llana y muy serena, sin la menor arruga en la cara, agraciada por un agradable sonrosado. En su nariz y boca no hay imperfección alguna.

Tiene la barba poblada, mas no larga, partida igualmente en medio, del mismo color que el cabello, sin vello alguno en lo demás del rostro. Su aspecto es sencillo y grave; los ojos garzos, o sean blancos y azules claros. Es terrible en el reprender, suave y amable en el amonestar, alegre con gravedad.

Jamás se le ha visto reír; pero llorar sí.

La conformación de su cuerpo es sumamente perfecta; sus brazos y manos son muy agradables a la vista. En su conversación es grave, y por último, es el más singular y modesto entre los hijos de los hombres.

Fuente: Diario del Plata, Montevideo, Uruguay, Marzo de 1921 



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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: concursante Enviado: 15/01/2013 18:08

Solo por el estudio en las escrituras nos damos cuenta, de la obra maravillosa del Cristo y que no se compara con nadie de los disque salvadores, que dice el pastor, pues no hay nada nuevo bajo el sol, la mayoría de estos. Hombres no son muy justos, y eso los hace estar en contra de aquel que les dice las verdades de lo que ellos no quieren oír, y si no fuese en sus creencias como el Cristo los dicen creen que pueden hacer lo que quiera sin que nadie los juzgue, es es al idea pésima de ellos y su inconsciente  lo grita, en no aceptar lo que el Cristo nos manda en su palabra…

Pero al final de cuentas, lo que cuenta es el final, en la hora en su reconocimiento de las maldades de su propio mal, aquel que no se dio cuenta en cometerlas, carece de culpa, pero el que se empecina de no ver su mal, por su propio mal será juzgado…

Esto es para todos, nos guste o no,…

Esto que leemos, en su escritura lo podemos detectar en las escrituras, de aquellos que buscamos entender de lo que han escrito y cuando encontramos, lecturas como estos relatos reafirmamos nuestras creencias de lo ya aprendido, solo por leer en su escritura, pero al leer estos relatos complementamos, de lo que sabíamos, ya de pende de cada quien de lo que quiera entender o hacerlo suyo en la complementación de lo que sabe…o entienda…

 Así entre todos, ponemos cada uno, libros apócrifos o agnósticos que tengan un mensaje en aprender, para tener un panorama mejor de las cosas, en la capacidad de cada uno..

Por ahí lo dice un profeta del Líbano:

 Para ser su propio sacerdote, debe tener pues la mente en el Cristo, y ser el templo del espíritu Santo…

Así que nos dispongamos a alimentar el sacerdote que llevamos dentro, cada día…

Saludos…

 

 



 
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