Desde el principio todos sabemos de la existencia de Dios, el cual con su Palabra creó todas las cosas, y con su aliento le pudo dar vida al ser humano; y por la desobediencia de Adán y Eva, puso enemistad entre la simiente de la mujer y la simiente de la serpiente, determinando un plan que era una incógnita para el ser humano, y que vino a ser revelado primeramente a los profetas y luego a los discípulos de Cristo. Cuyo plan indiscutiblemente, es “El Misterio de la Piedad”, que consistió en la manifestación de Dios en carne, a la que le sujetó todas las cosas, porque en remplazo de Adán fue enviada a recuperar la gloria del hombre, que Dios le dio en el Huerto del Edén, antes de que el primer mundo fuera fundado y destruido con el gran diluvio.

La carne a quien Dios le sujetó todas las cosas, se le dio el calificativo de Hijo, y que a pesar de ser ella de naturaleza humana, dentro poseía y aún está poseyendo la naturaleza divina, es decir al mismo Dios (nuestro Padre Creador). Este Dios que es omnipotente, no puede ser equiparado a una cosa u objeto, sino que es un Espíritu, y no está en grado de sumisión o de sujeción a la carne, sino que aunque con esta se encuentra en una situación de perfecta unidad, es el Espíritu que está en grado de superioridad a ella. Dicha carne que es el hijo y al unísono con el Espíritu de Dios ha de reinar por mil años, seguidamente de la primera resurrección, acontecerá que todos sus enemigos serán puestos por estrado de sus pies, y el último enemigo será la muerte, por cuanto ésta en el fin de los tiempos, será lanzada en el lago de fuego y azufre, junto con los que no estén inscritos en el libro de la vida, y será el final de la carne, puesto que no heredará el reino de Dios, y sucederá que el cuerpo humano de Cristo será desintegrado, para que únicamente en su naturaleza de Dios, sea sólo el Padre en todo.