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La amistad verdadera es desinteresada
 pues más consiste en dar que en recibir; 
no busca el provecho propio, sino el del amigo. 
El amigo verdadero no puede tener, para su amigo, 
dos caras: la amistad, si ha de ser leal y sincera, 
exige renuncias, rectitud, intercambio de favores, 
de servicios nobles y lícitos.  El amigo es fuerte y sincero en la medida en que, de acuerdo con
 la prudencia sobrenatural, piensa generosamente en 
los demás, con personal sacrificio. 
Del amigo se espera la correspondencia al
 clima de confianza, que se establece con la 
verdadera amistad; se espera el reconocimiento
 de lo que somos y, cuando sea necesaria, 
también la defensa clara y sin paliativos.
 
Para que haya verdadera amistad es necesario que 
exista correspondencia, es preciso que el afecto y 
la benevolencia sean mutuos, si es verdadera, la amistad 
tiende siempre a hacerse más fuerte: no se deja
 corromper por la envidia, no se enfría por las 
sospechas, crece en la dificultad. 
Entonces se comparten con naturalidad las alegrías y las penas.
 
La amistad es un bien humano y, a su vez, ocasión para 
desarrollar muchas virtudes humanas, porque crea 
una armonía de sentimientos y gustos que prescinde del amor
 de los sentidos, pero, en cambio, desarrolla hasta grados 
muy elevados, e incluso hasta el heroísmo, la dedicación
 del amigo al amigo: "Creemos - enseñaba Pablo VI -
 que los encuentros (…) dan ocasión a almas nobles 
y virtuosas para gozar de esta relación humana y 
cristiana que se llama amistad. 
Lo cual supone y desarrolla la generosidad, el desinterés, la simpatía,
 la solidaridad y; especialmente, la posibilidad de mutos
 sacrificios".
 
El buen amigo no abandona en las dificultades, no traiciona; 
nunca habla mal del amigo, ni permite que, ausente
 sea criticado, porque sale en su defensa. 
Amistad es sinceridad, confianza, compartir penas y alegrías, 
animar, consolar, ayudar con el ejemplo.
 
Es propio de la amistad dar al amigo lo mejor que se posee. 
Nuestro más alto valor, sin comparación posible, es el haber 
encontrado a Cristo. 
No tendríamos verdadera amistad si no comunicáramos
 el inmenso don de nuestra fe cristiana. 
Nuestros amigos deben encontrar en nosotros, los cristianos que 
quieren seguir de cerca de Jesús, apoyo y 
fortaleza y un sentido sobrenatural para su vida. 
de la red 
 
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
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