Mujer Irredenta
Hay quienes piensan que he celebrado 
en exceso 
los misterios del cuerpo 
la piel y su aroma de fruta. 
¡Calla, mujer! – me ordenan – 
No nos aburras más con tu lujuria 
Vete a la habitación 
Desnúdate 
Haz lo que quieras 
Pero calla 
No lo pregones a los cuatro vientos. 
Una mujer es frágil, leve, maternal; 
en sus ojos los velos del pudor 
la erigen en eterna vestal de todas las virtudes. 
Una mujer que goza es un mar agitado 
donde sólo es posible el naufragio. 
Cállate. No hables más de vientres y humedades. 
Era quizás aceptable que lo hicieras en la juventud. 
Después de todo, en esa época, siempre hay lugar para el desenfreno. 
Pero ahora, cállate. 
Ya pronto tendrás nietos. Ya no te sientan las pasiones. 
No bien pierde la carne su solidez 
debes doblar el alma 
ir a la Iglesia 
tejer escarpines 
y apagar la mirada con el forzado decoro de la menopausia. 
Me instalo hoy a escribir 
para los Sumos Sacerdotes de la decencia 
para los que, agotados los sucesivos argumentos, 
nos recetan a las mujeres la vejez prematura 
la solitaria tristeza 
el espanto precoz a las arrugas. 
¡Ah! Señores; no saben ustedes 
cuánta delicia esconden los cuerpos otoñales 
cuánta humedad, cuánto humus 
cuánto fulgor de oro oculta el follaje del bosque 
donde la tierra fértil 
se ha nutrido de tiempo. 
Gioconda Belli