A veces nuestros corazones pierden el camino de la paz y la alegría.
Es fácil verlos por ahí, cabizbajos, llenos de problemas, perdiendo la fe,
perdiendo la esperanza.
A veces nuestros corazones parecen haberse olvidado de Dios.
Por eso, cada año, la Navidad regresa a recordarnos el júbilo de ese Dios Niño
que vino a dar su vida por nosotros, a recordarnos la humildad de un Jesús
que quiso ser hijo de un carpintero y aprender de la vida de los pobres.
Por eso lo llenamos todo de luces que parecen pequeñas estrellas:
así recordamos a nuestros corazones que ellos no pertenecen a la tierra, sino al Cielo,
y que su lugar está allá arriba.
Es Navidad:
Elevemos nuestros ojos hacia la estrella que anuncia la llegada del Mesías,
y con nuestras miradas se elevarán también los corazones.
Elevemos al cielo la plegaria de la gratitud y la alegría,
y hagamos correr por todas partes la noticia del nacimiento de nuestro salvador.
La Navidad está de nuevo entre nosotros, recordándonos que todos somos hijos del Padre,
llamando a nuestros corazones a unirse a los cánticos del cielo.
La Navidad es una lección de humildad, de fe: que su milagro nos enseñe
a mantener el corazón levantado hacia el Señor y pedir por la Paz del Mundo.
D/A