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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: Alma Blanca  (Mensaje original) Enviado: 24/07/2012 17:40

AFECTUOSA OBEDIENCIA DE LA ESPOSA
CRISTIANA A SU ESPOSO
 
 
 

Mucho se ha errado en todos los tiempos sobre la misión de la mujer y su verdadero destino en la familia y en la sociedad, pero tal vez nunca como hoy día en que la moderna civilización pretende hacer de esta noble criatura humana, si bien débil por naturaleza, un ser independiente del hombre, o al menos, contra la ordenación Divina.

 

La mujer fue formada por Dios para que fuera compañera y admirable consuelo del hombre, su ayuda y como el ángel tutelar de la familia (Gn 2,18), mas no para que ella dirigiera y gobernara, sino para ser dirigida y gobernada por el hombre, no con imperio y rigidez, pero sí con derecho. Se desprende claramente lo dicho de las palabras que le dijo Dios allá en el Paraíso después de cometido el pecado original: "Sabe, que en pena de tu pecado, estarás siempre sujeta a tu marido, él te mandará y tendrá dominio sobre ti, y tú vivirás bajo su potestad" (Gn 3,16).

 

No puede darse sentencia más categórica ni puede decirse con palabras más claras y terminantes. Pero si para alguno no fueran todavía bastantes aquellas solemnes palabras del mismo Dios, oiga lo que en la misma Ley de gracias dice el Divino Maestro por boca de su gran Apóstol San Pablo, el cual, escribiendo a los de Corinto y dando aviso a las mujeres casadas, manda a éstas que "no quieran hacerse doctoras, sino que estén sujetas a su varón" (1Co 14- 34), conforme a la Ley Divina. En su carta a los de Éfeso, dice también "que las mujeres casadas estén sujetas a sus maridos, como lo están al Señor; porque el varón es la cabeza de su mujer, así como Cristo Nuestro Señor es cabeza de su santa Iglesia": y de la manera que la Iglesia está sujeta a Cristo, así también las mujeres han de estar sujetas a sus maridos en todas las cosas (Ef 5,21-24).

 

El varón ame a su mujer como a sí mismo; y la mujer "ame y tema a su varón"(Ef 5,33). Y como si lo dicho no le bastara al Santo Apóstol, y a fin de inculcar todavía más esta doctrina, en su Carta a los Colosenses repite: las mujeres estén sujetas en el Señor a sus maridos, así como conviene que los varones no sean amargos con sus mujeres (Col 3,18-19), sino que las amen y las consuelen en todo lo que sea posible, "sin faltar al bien de sus almas". Todavía insiste más el Apóstol sobre este asunto, pues, dirigiéndose a su amado discípulo Timoteo, le encarga con interés "predique y exhorte a las mujeres jóvenes para que sean prudentes y amen a sus maridos, que sean honestas y discretas, cuidadosas de su casa, benignas y subordinadas a sus varones, para que el Nombre Santo del Señor no sea blasfemado" (1Tm 2,9-10).

 

Quiere además San Pablo que las mujeres en la Iglesia lleven cubiertas con modestia sus cabezas con el velo, todo lo contrario de lo que hoy día se observa en la gran mayoría de las mujeres asistentes al templo (1Co 11,5-6) (NOTA: si bien actualmente la Iglesia Católica no obliga a las mujeres a usar el velo en el Templo, tampoco prohíbe su uso, antes bien lo deja a libertad y discreción de cada mujer); que en ella guarden absoluto silencio (1Tm 2,11-12); que no se nieguen el uno al otro sino de mutuo acuerdo, por cierto tiempo, para darse a la oración; luego, vuelvan a estar juntos, para que Satanás no los tiente por su incontinencia (1Co 7,5); que sean muy fieles a sus maridos; que sean oficiosas y cuidadosas de su casa y de su familia; trabajadoras y hacendosas de puertas adentro; que se muestren diligentes y no perezosas ni ociosas, porque la ociosidad en la mujer es indicio de torpeza y otros vicios que en gran manera la desacreditan y afean.

 

El Espíritu Santo, en el libro de los Proverbios, haciendo el elogio de la mujer fuerte y prudente, dice que su precio es incalculable, porque sabe privarse del reposo y descanso de la noche para vigilar y atender a su familia, repartiendo a su personal doméstico (si es que lo hubiere), esposo e hijos las ocupaciones convenientes, dando a cada uno lo necesario para su buen cumplimiento. Fija su mirada en el campo dilatado de su casa y su familia, y discurre cómo poder aumentar sus bienes espirituales y temporales con su asidua vigilancia y el trabajo de sus manos (Pr 31,10-31).

 

Y ciertamente, la misma experiencia nos enseña que una esposa laboriosa, buena, juiciosa y callada, a la par que hace feliz y dichoso al esposo, es la que anima, sostiene y aumenta la casa (Pr 12,4). A la verdad, ¿de qué servirá que el marido se esfuerce, sude y gane mucho, si su esposa no lo sabe discretamente guardar para distribuirlo a su tiempo con prudencia según las circunstancias?

 

Vemos que la mujer juiciosa y de buen gobierno, de lo poco sabe hacer mucho, y de sus ahorros, sin pérdida de la virtud y de su casa, tiende a socorrer al pobre y necesitado, porque es propio de la mujer magnánima, prudente y casera el ser compasiva y dadivosa con los pobres de Cristo, confiada siempre en las bendiciones celestiales. Apenas abre su boca sino para las cosas de Dios; tiene siempre en su lengua la ley de la clemencia; atiende a las cosas de su casa, acredita a su marido, procura quitarle disgustos y pesadumbres y no come el pan estando ociosa. No deja engañarse por la falsa teoría del mundo que juzga erróneamente por gracia y buena fortuna la hermosura, el porte y lenguaje, sino que temerosa de Dios y amándole sobre todas las cosas, enseña a amarle a los demás, que es lo que merece únicamente alabanza de Dios y de los hombres.

 

Si todos estas cualidades son necesarias para que la mujer casada cumpla, cual Dios quiere y demanda su estado, sus deberes de cristiana y buena esposa, no son menos graves y sagradas las obligaciones a las que viene sujeto también el marido, así en lo que se refiere a Dios como en lo que mira a su mujer. Debe ser amable y generoso, compasivo y aún condescendiente en lo que no se oponga a la virtud e intereses de la casa y familia. Debe huir del juego y apartarse de todo trato y reunión que pueda entristecer a la esposa o darle ocasión de sospecha con el amor y la fidelidad; por esta razón el Apóstol San Pedro enseña y encarga con mucho empeño que los varones sean muy prudentes y se compadezcan de sus mujeres, como de vasos más frágiles, honrándolas como a compañeras suyas, herederas de la vida de la gracia, a fin de que no se impidan las "oraciones de ambos" (1P 3,7).

 

Como se ve, el principal cuidado de la mujer discreta y temerosa de Dios debe ser atender a su esposo y respetarle como a la cabeza; convenciéndose de que por medio del jefe de la familia dispone de ordinario Dios el buen gobierno de ella; y tenemos magnífico ejemplo de esta verdad en la Sagrada Familia de Nazaret, que con ser el Niño Jesús verdadero Dios y María su Madre muy superior en méritos y santidad a su esposo José, sin embargo el aviso del Ángel de que marcharan pronto a Egipto y el de su vuelta de allá a Galilea no lo dio el Altísimo por su Ángel directamente ni al Hijo ni a la Madre, sino a José (Mt 2,13- 4) como cabeza que era de familia tan divina y con esto dar ejemplar lección a todos los mortales de lo mucho que le complace que las cosas sigan y se gobiernen según el orden natural y ordinario que su Infinita Bondad y Providencia tiene dispuesto; de lo cual se concluye que los inferiores deben siempre y en toda ocasión obedecer en las cosas justas y razonables a los que son superiores en lo exterior, por más que en otras cosas sean muy favorecidos y lleven más ventaja (Ef 6,5-8).

 

Fuente: Obras selectas de San José de Manyanet

 

 

 

 

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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: MELODY 976 Enviado: 07/08/2012 17:32
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