El ejemplo de orden está por todas partes, desde la alineación de los planetas y estrellas hasta los patrones de la naturaleza. Está en la complejidad de los átomos y en los sistemas internos que trabajan en conjunto para hacer que mi cuerpo funcione y esté sano.

Al enfocar mi atención en el orden, tomo conciencia de la belleza y complejidad del mundo a mi alrededor y en mi interior. Me maravilla la forma cómo el orden divino ha ayudado a desarrollar mi vida. Recuerdo las veces que no sabía cómo se resolvería una situación. Ahora puedo ver cómo el orden divino obró y cómo mi bien superior se manifestó. Confío en que el orden divino trabaja en mi vida y en todo lo que existe.

Puedo ser voluntario para alimentar al hambriento, visitar hogares de retiro o leerles a los niños. Abro mi mente y mi corazón a Dios y decido la mejor manera de invertir mis energías. Mi compromiso me bendice tanto a mí como a la persona o causa a la que me dedique.

La devoción me inspira a ser plenamente una expresión de Dios. Dicha devoción comprende amor, entusiasmo, fe, fortaleza y una gran imaginación. Tengo la energía y la guía que necesito para hacer una diferencia en el mundo.

Siembro posibilidades. Al cuidar de las semillas, el crecimiento tiene lugar. Mi devoción hace una diferencia positiva en aquellos a quienes sirvo.

A veces he sentido el peso del mundo sobre mis hombros. Me puedo haber sentido agobiado tratando de resolver mis problemas o agotado por tener demasiado que hacer. Mi creciente fe a lo largo de mi trayecto espiritual ha aliviado mi camino por la vida. Saber que soy uno con el Espíritu, ha liberado mi mente y mi corazón.

Al orar, dejo ir mis pesares y mis preocupaciones. Cuando mantengo mi mente serena, mi sabiduría interior se aclara. Sigo mi guía interna con confianza. Mi caminar con Dios y mi fe hacen mi vida más tranquila porque sé que nunca estoy solo.

Hago lo que me corresponde y sigo adelante con una mente apacible y un corazón feliz.

Si estoy en medio de un reto de salud, recuerdo mantenerme enfocado en el poder sanador de Dios. Acepto la enfermedad como temporal y recuerdo que Dios está presente como un regalo sanador, sin importar las apariencias externas. La sanación divina es parte de la herencia de los seres espirituales.

Como el árbol de raíces profundas que busca el suelo que lo nutre, me sostengo mediante ese amor sanador y me renuevo. Cada célula de mi cuerpo sana y se repone. Me lleno continuamente de vida renovada y de fuerza al orar. En la plenitud de la vida, estoy en armonía con el caudal sanador de Dios. Dejo ir y me entrego al fluir de la vida divina. Yo soy sano.