a la orilla del río, entre los olmos, 
se despertó la niebla del cansancio, 
y repobló el paisaje de abandono. 
Y los besos se fueron marchitando, 
sin casi percibirlo, sin sollozos. 
Y hoy sólo son costumbre, su arrebato 
en retirada triste, sin retorno. 
Es hora de partir; se fue la magia, 
el temblor está en calma, el amor prófugo,
los besos silenciosos, tan dormidos 
que no despertarán... como nosotros.