ACASO...
     Como atento no más a mi quimera 
no reparaba en torno mío, un día 
me sorprendió la fértil primavera 
que en todo el ancho campo sonreía.
     Brotaban verdes hojas 
de las hinchadas yemas del ramaje, 
y flores amarillas, blancas, rojas, 
alegraban la mancha del paisaje.
     Y era una lluvia de saetas de oro, 
el sol sobre las frondas juveniles; 
del amplio río en el caudal sonoro 
se miraban los álamos gentiles.
     Tras de tanto camino es la primera 
vez que miro brotar la primavera, 
dije, y después, declamatoriamente:
     —¡Cuán tarde ya para la dicha mía!— 
Y luego, al caminar, como quien siente 
alas de otra ilusión: —Y todavía 
¡yo alcanzaré mi juventud un día!
ANTONIO MACHADO