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 Emma-Margarita R. A.-Valdés 
 
 Cuando abrí mi sepulcro, el monumento 
 enterrado en la cuna del olvido, 
 brotaron en mi pecho, roto, herido, 
 aromas de jazmines de tu aliento. 
 
 
 Con raíces y espinas construí 
 tu altar del sacrificio en mi interior, 
 se iluminó la sombra del dolor 
 y el vacío hecho luz me habló de Ti. 
 
 
 Ahora sé que tus dogmas eran ciertos, 
 no temo a mi destino que se labra 
 con la eterna verdad de tu palabra; 
 ya no te busco, amor, entre los muertos. 
 
 
 Me despojo de un mítico sudario, 
 avento las cenizas del temor, 
 acepto mi intemperie con temblor 
 de lágrima abrasada en incensario. 
 
 
 Mi cuerpo se descarna del silencio 
 al eco de mi nombre en tu llamada, 
 hoy te sigo, Rabboni, enamorada 
 y me postro a tus pies, te reverencio. 
 
 
 En mi sembrado manan las espigas 
 cascadas de semillas celestiales, 
 las riegas con tus dones bautismales 
 y anhelan que, en tu mano, las bendigas. 
 
 
 Vuelo a tu Galilea; voy al centro 
 de tu océano humilde y transparente. 
 Voy a apagar mi inmensa sed ardiente 
 y a llevar tu agua clara tierra adentro. 
 
 
 Llegaré hasta tu faro, a la atalaya 
 donde rompen las olas sucesivas, 
 fragmentaré mi piedra en sensitivas 
 arenas refulgentes de tu playa. 
 
 
 Y volveré al camino, a los senderos 
 alejados del ruido de tu mar, 
 enseñaré en secano tu remar 
 a náufragos que esperan ser barqueros. 
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