Rebaño. 

Ninguno se salva solo ni se condena solo, sino que si se salva también salva a muchos, y si se condena, lo hará con otros a los que influenció.

Y el Señor nos ha dado como un rebaño de almas a las cuales debemos conducir al Cielo con nuestro buen obrar, nuestra palabra y nuestra oración y sufrimientos. Y esto es una gran misericordia de Dios hacia nosotros, ya que el Señor quiere que tengamos, igual que Él, el atributo de la misericordia.

Efectivamente si Dios no remedia todos los males que aquejan a los hombres, no es por falta de poder o de medios para hacerlo, sino sólo porque Él quiere que los hombres aprovechemos las miserias de nuestro prójimo para socorrerlas y hacernos así misericordiosos, y recibir también de Dios la misericordia, que todos necesitamos para salvarnos, porque no nos salvamos por justicia sino por pura misericordia de Dios.

Tengamos bien presente que Dios, a cada uno de nosotros, nos ha confiado un pequeño o gran rebaño, aunque no seamos ni sacerdotes ni obispos, por el solo hecho de ser cristianos, ya somos pastores y tenemos que conducir al Cielo a las almas con las que nos relacionemos de alguna manera.

Dios quiere premiarnos, pero para recibir el premio debemos hacer méritos, y las buenas obras serán recompensadas por Dios.