El pasado 3 de octubre de 2013 tuve un accidente contra el cristal de la puerta trasera de mi casa. Aunque ya estoy fuera del hospital, traigo una férula en la pierna derecha, pues la necesito para recuperarme al 100%. Esto me ha sugerido una frase en sentido afirmativo: la incapacidad, capacita. A simple vista, el título del post suena contradictorio; sin embargo, tiene su razón de ser.
En lugar de echarle la culpa a Dios por el incidente -como hacen algunos, pensando que los problemas son una suerte de castigo divino- he podido identificar tres grandes lecciones:
Ingenio y fuerza de voluntad: Cuando la movilidad es parcial, lo que antes era sencillo -como vestirse, bañarse o sentarse- se convierte en un reto a gran escala; sin embargo, hay que saber “tomar al toro por los cuernos” y, desde ahí, desarrollar nuevas habilidades. Como dice el dicho, “no hay mal que por bien no venga”.
Dejarme ayudar: Las muletas -que estaré usando a lo largo de las próximas semanas- me recuerdan que no soy autosuficiente, pues necesito de los demás. Está bien que use mi inteligencia para dar el menor número de molestias posibles; sin embargo, la verdad es que nadie puede sentirse tan fuerte como para prescindir de las personas que lo rodean.
Dios, en las buenas y en las malas: Él no tiene la culpa de lo que me pasó. Si lo permitió fue porque -como en alguna ocasión se lo dio a conocer a la Venerable Concepción Cabrera de Armida- le gusta seguir el orden natural de las cosas, sin que esto signifique mantenerse al margen. De hecho, el doctor me dijo que había corrido con suerte, lo que para mí significa haber contado con su ayuda incondicional.
La incapacidad me está capacitando en la paciencia, ayudándome a consolidar mi fuerza de voluntad, sin olvidar el apoyo de tantas personas que -en estos días- han estado conmigo para darme una mano. La cruz; es decir, aquello que expresa el peso de las dificultades personales, no es un signo de hundimiento o depresión, sino la vía para superarse y alcanzar la madurez.