Novedad.
Estamos tan acostumbrados a ver el pesebre, y en él, recostado al Divino Niño, que ya no nos asombramos más de esta escena encantadora.
Reavivemos en nosotros la capacidad de asombro, porque la religión católica no es buscar siempre cosas nuevas, sino meditar los misterios de siempre, que son siempre nuevos y nunca los podremos agotar.
El prurito de buscar siempre cosas nuevas y nuevas experiencias no viene de Dios, sino del Maligno.
Por eso la Santísima Virgen nos pide y nos manda dulcemente que recemos el Rosario, porque rezando el Santo Rosario vamos como extrayendo cada vez más el jugo de los misterios inefables de nuestra fe, entre los cuales uno de los principales es la Encarnación del Verbo.
Profundicemos en este misterio, porque si no nos mueve, es porque o bien no entendemos bien lo que es el pecado y la desgracia que acarrea, o bien no entendemos Quién es el que está acostado en el pesebre.
En este mundo que nos invade con noticias e imágenes, de forma que es un constante bombardeo de información, se nos puede pasar por trivial este hecho de la Navidad. Así lo vive el mundo y los mundanos, pero también así lo viven no pocos cristianos. Ojalá nosotros todavía tengamos esa capacidad de asombro y admiración, que son como el primer paso para el amor, porque uno ama a quien admira.
Entonces, admirándonos del Señor y su bondad, le amaremos con locura.