Docenario Guadalupano
Viernes, 11 de diciembre de 2015 -
Padre Joaquín Gallo Reynoso, sacerdote jesuita
Día 11. Estamos en vísperas del gran día de México. Vamos a prepararnos con nuevas actitudes que nos ha enseñado nuestra Madre y con unas pistas de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, a cuyos integrantes desde hace siglos se les llama jesuitas pues queremos vivir como Jesús. Ojalá estas pistas nos ayuden a proclamar el Evangelio del Tepeyac, extensión directa del Evangelio del Señor Jesús.
Primera consideración. Nuestra misión en la tierra, después de haber visto y sentido lo que Dios nos ama, es seguir los pasos de María, la máxima proclamadora de la bondad divina. Ella, toda su vida y en todos los detalles posibles, nos enseña a amar, reverenciar y servir a nuestro maravilloso Dios. Pensemos y reflexionemos mientras oramos. Jaculatoria: Santa María de Guadalupe, Madre de la humanidad, enséñanos a alabar y servir a la Santa Trinidad.
Segunda consideración. María nos enseña a alabar a Dios. Disfrutemos su cántico, el famoso Magnificat, que nos dejó el evangelista San Lucas: 1, 46-55. Y con Juan Diego alegrémonos de la maravillosa creación que le hizo decir: “¿Acaso estoy en el paraíso?”.
Tercera consideración. Con Santa María aprendemos a reverenciar a Dios mismo. Imaginemos cómo nuestra Madre y San José reverenciaron al Niño Jesús en la cueva de Belén recién nacido (Lc 2, 1-7 y 15-19), cómo lo llevaron a consagrarlo en el templo y se quedaron admirados de lo que dijo el viejo Simeón sobre el Niño (22-35), y en la pasión y muerte del Señor al pie de la cruz y en su sepultura (Jn 19, 25-27 y 31-42). Ellos son nuestros modelos.
De nuestra parte, el mayor momento de adoración y reverencia es cuando estamos en misa y en las famosas horas santas ante el Santísimo Sacramento. No las desaprovechemos y participemos allí como lo haría María. Ella estuvo presente en las que celebraban, con gran devoción y reverencia, los mismos Apóstoles. Por su parte, ya hemos considerado cómo Juan Diego, en su tiempo, era constante en participar en la Eucaristía los domingos (N.M. 68-69).
Cuarta consideración. Con María amamos al Señor y proclamamos, en la vivencia de nuestro amor al prójimo, el mandamiento que nos dejó: “Ámense como Yo los he amado” (Jn 13, 34-35). Con Juan Diego aprendemos el amor a la familia y a los hermanos en la fe cuando se dedicó a cuidar a su tío y a educar en la fe a muchos y por mucho tiempo después de las apariciones junto a la pequeña ermita del Tepeyac. Gocemos y aprendamos.
Quinta consideración. Jesús ha sido el gran Servidor del Padre y de nosotros. También de su pueblo, como lo vemos en tantas acciones como la curación a los enfermos, las veces que les dio de comer y hasta las resurrecciones de tres difuntos. María, nuestra Madre, nos enseña a servir no solamente a Dios y a su Hijo Amado sino a cualquier persona como en Caná (Jn 2, 1-12) y en el Tepeyac con Juan Diego, Juan Bernardino y todos nosotros. Admiremos, pero también sirvamos como Ellos y como estos santos varones, modelo de servicio a su pueblo después de las apariciones. Oremos y demos gracias por tantos favores recibidos. Y preparémonos para mañana.