Leo un intercambio de opiniones de lectores de El Mercurio,
una mujer se queja de la implacable persecución contra los fumadores y un
hombre afirma orgullosamente que dejó de fumar y agrega que sus muchos años le
han enseñado a respetar a la mayoría no fumadora, refrenando su propio interés.
Comprendo a los dos, ya no existen los sitios para fumadores
en los restaurantes y en sitios públicos deben buscar un lugar solitario para
atreverse a encender su cigarrito. Desapareció la campaña publicitaria de los
tabacaleros, nada de rostros atractivamente bronceados y sonrientes, las
cajetillas ahora son un espanto, lleno de fotos de enfermos terminales de
cáncer y advertencias macabras. Ahora es el momento de buscar entre los
cachivaches hasta encontrar una de esas preciosas pitilleras de antaño y
trasvasijar el contenido de los horribles envases actuales.
Si, sabemos bien que el tabaco produce enfermedades que
podrían terminar prematuramente con el fumador, pero no se compara con los
males que acaban con los alcohólicos, ni con los crímenes, atropellos, abusos y
espectáculos vergonzosos que protagoniza quien bebe en forma inmoderada.
Pero, ¿Qué pasa con la publicidad del alcohol? ¡Magnífica,
esplendente, sofisticada, elegante, llenando todas las pantallas! Para ser
equitativos, las botellas de licores, vinos y cervezas deberían llevar una etiqueta
mostrando un diseño de bandera pirata, más la foto en close up de un hígado con
cirrosis o de un chofer en carrera loca, atropellando a un grupo de gente.
Eso no ocurre, porque la industria y el comercio que lucran
con el alcohol tienen mucho más poder que los productores de tabaco. Hay mucha
difusión de los presuntos beneficios que trae beber una copa de vino al día,
por ejemplo, cuando en realidad, lo beneficioso es la uva y sería bastante más
barato comer un gajo de uvas diariamente. Para acentuar el consumo, ahora se
propicia que todos nos transformemos en catadores y descubramos las
asociaciones más estrafalarias al probarlo y nos compremos unas copas inmensas
para proceder al ritual de moda.
Volviendo al tabaco, existe la alternativa de prohibir su
consumo en forma total. Los legisladores quedarían satisfechos y los
productores de tabaco seguirían en lo mismo, pero en la clandestinidad y
florecerían los clubes privados donde la gente se reuniría alegremente a fumar
a todo trapo, como antes.
Contrariamente a la publicidad que destaca los beneficios
del alcohol, no hay equivalencia alguna ya que fumar no trae beneficios físicos
( más que una tendencia a saciar el apetito y evitar kilos de más, recobrar
algo de calma en un momento difícil, tener algo que hacer con las manos en
muchas oportunidades, etc )en consecuencia, es una sensación casi espiritual.
Como ex aficionada al tabaco, recuerdo las mañanas en que me fumaba un par de
bodrios como Particulares o Richmond y después encendía deleitosamente un Lucky,
y era el paraíso. El paladar invadido por el tabaco corriente quedaba preparado
para la estupenda sensación de un cigarrillo de mejor calidad. Y el Lucky no
era jamás tan bueno si se fumaba primero, no, tenía que producirse el
contraste.
El fumador, cada vez más arrinconado, ya sólo podrá pensar
que los tiempos pasados fueron mejores y añorar aquello de “fumar es un placer,
genial, sensual…”