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General: ESOS MUDOS TESTIGOS.
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جواب  رسائل 1 من 7 في الفقرة 
من: kibo  (الرسالة الأصلية) مبعوث: 20/03/2013 02:32
 
 
Basta con desandar una calle cualquiera en alguna cuidad o pueblo nuestro, que nos cobijo en nuestra niñez,
en mi caso  mi querido y recordado Valparaíso, para toparse con aquellas casas que más de un recuerdo dejaron en nuestras vidas.
 Y es difícil mirarlas. Mejor dicho: es difícil mirarlas sin que una punzada de dolor, ligera, sutil, levísima, nos roce el alma.
 Asomando detrás de algún improvisado paredón de adobes,quinchas o de una precaria tapia de madera,altivas,
dispuestas a morir de pie como los árboles de alerces,se alzan esas paredes,testigos mudos y silentes de la vida que alguna vez fue;
 restos sobrevivientes de la piqueta que barrió esa casa que las contenía, que les daba un sentido.
Así, impúdica, desprevenidamente, un trozo de empapelado invita a reconstruir un dormitorio infantil;
 un puñado de azulejos sobrevivientes evoca la cocina familiar; un rectángulo,hace pensar en el cuadro
 nítido, ó el espejo que tal vez vio desfilar ante sí la imagen atildada y temerosa de un niño en su primer día de clases,
 de una adolescente ataviada para su primera cita de amor;de un hombre dispuesto a conquistar el mundo con su trabajo inaugural,
de una mujer perpleja ante su primera arruga ó frente a una cana insolente,de un sujeto anónimo cargando los muebles que marcarían,
con su partida, el principio del fin...
“La casas oyen lo que se dice en el mayor secreto y se enteran de todo lo que se hace a escondidas con las puertas cerradas.
  Todo lo saben: desde lo más mínimo hasta lo más terrible.
 Y es válido, entonces, preguntarse ¿dónde irán a parar nuestros recuerdos,nuestras memorias, 
 cuando de las casas que amamos sólo queden en pie unas paredes descascaradas y el resplandor fugaz de las vidas que cobijaron?.
 
Salvo mejor parecer.
 
 


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جواب  رسائل 2 من 7 في الفقرة 
من: ANNY 42 مبعوث: 20/03/2013 04:17
Interesante tema Roberto, en mis recuerdos mi mente me llevó al Barrio Lastarria,
la Iglesia de la Veracruz, donde los Domingos ibamos a misa  y  donde entrábamos a
hurtadillas a mirar los muertos que se  velaban  allí  para  después salir corriendo
asustados porque el muerto vendría a penarnos en  la  noche  ja ja ja  lo  que  hace la
ignorancia infantil
La calle Lastarria la patinabamos desde Merced hasta la Alameda Bernardo O´Higgins
sin el peligro de ser atropellados  y cuando podiamos nos escapabamos hasta el Cerro
Santa Lucía a jugar a los bandidos 
¡¡  que tiempos aquellos !! yo era una niña feliz,  aún  tenía a mi madre
 

جواب  رسائل 3 من 7 في الفقرة 
من: kibo مبعوث: 20/03/2013 10:38
VAYA ENTRETENCIÓN LA DE LOS MUERTITOS,QUERIDA ANNY,NI DE RASPAS LO HUBIESE HECHO ME HUBIERA ORINADO HASTA  LOS ZAPATOS DEL SUSTO,JAJAJA,SALUDITOS.


جواب  رسائل 4 من 7 في الفقرة 
من: sol-edad مبعوث: 20/03/2013 13:40
Kibo que fotos màs lindas las que publicaste, son tìpicas de Valparaiso. Cuando voy allà, de todas maneras subo en el ascensor para ver el trabajo de carga y descarga del Puerto que me encanta.
 Yo soy de Viña y el año pasado entramos al Sporting donde en mi niñez andaba en bicicleta y patines y me encontrè que està lleno de canchas de football y rudby que las usan las universidades........ pero igual fue bonito pasar por mis lugares de niñez que era el barrio miraflores.

جواب  رسائل 5 من 7 في الفقرة 
من: ANNY 42 مبعوث: 26/03/2013 01:09

جواب  رسائل 6 من 7 في الفقرة 
من: Anny 23 مبعوث: 28/03/2013 19:05
 photo anny23-4_zps3939c60b.gif

جواب  رسائل 7 من 7 في الفقرة 
من: Laura Frias مبعوث: 03/04/2013 01:44

DEL MAR.... y Valparaíso

                                            

   ¡Y sobre la estrella el viento

    Y sobre el viento la vela!

            

                              Rafael Alberti

 

 

 

          Desde el Mar Cantábrico, el Mar del Norte y el Mar de Liguria  habían llegado a Valparaíso los bisabuelos y abuelos, deseosos de comenzar de nuevo en un país donde todo estaba por hacer. Luego de la travesía por el Cabo de Hornos, que les pegó el primer remezón de un mundo desconocido, o a través de la enorme cordillera, los que habían desembarcado en Buenos Aires, tuvieron que hacer frente a los terremotos que borran del mapa las frágiles viviendas que unos porfiados habitantes insistían en construir con barro y paja: “Esos vienen con una mano por delante y la otra por detrás” comentaron con desprecio los que habían llegado antes.

Sobreponiéndose a las dificultades y diferencias, lograron echar raíces en la nueva tierra, con excepción de  mi bisabuela materna quien, luego de sufrir el terremoto de agosto de 1906, donde hubieron de amputarle una pierna destrozada por el derrumbe, in situ y sin otra anestesia que un trago de coñac, se volvió a Génova, tan pronto como pudo reponerse. Jamás regresó a Chile.

          Peor destino tuvo su yerno alemán, aplastado por una viga a los 26 años, al que no le alcanzara la vida para conocer a sus hijas gemelas que nacerían unos días después, en medio de la desolación del resto de la familia. De él sólo quedan un par de paisajes marinos, pues todos sus cuadros se perdieron después.

          Desde los cerros se podía ver el vibrante azul del mar al doblar una esquina y mirar por las ventanas; su presencia poderosa era el elemento más importante de la vida del puerto, pero visto de cerca era agua sucia oliendo a petróleo y podredumbre con leves olas gorgoteantes lamiendo las orillas.

          La bajada para mirar el  arribo de las naves era un evento. Todo lo imaginable llegaba en los barcos, porque el país no fabricaba prácticamente nada y sus únicos bienes eran algunas materias primas que produjeron el fulminante enriquecimiento de algunos pocos. Desde sombreros, juguetes, telas, vajilla, te y café, herramientas, muebles, pianos, hasta casas desarmadas como mecanos, desembarcaban e inmediatamente se daba público aviso del acontecimiento.

          Pero cuando los barcos  se iban era otro asunto. Escuchar la sirena ronca y apremiante me partía el alma por la nostalgia nunca expresada de ser yo quien se marchara a otros países y no quedarme en esa tierra tan lejana y abandonada. Quizá influiría de alguna manera ver la tristeza de mi abuela, quien siempre anheló volver a su patria alguna vez y cuando pudo hacerlo, ya sintió que era demasiado tarde.

          Fue mi padre el que decidió atravesar el Atlántico para unirse al ejército español cuando las cosas se encresparon allá. Pero la república perdió la guerra y tuvo que ser rescatado de un campo de concentración en Francia por el diligente agregado militar de Chile, actuando en nombre de la amistad.

          Más tarde arribaría a Valparaíso el “Winnipeg”, cargado con un sinnúmero de españoles notables, de los cuales hay todavía sobrevivientes, y que cambiaron la visión que tenían los chilenos de ellos, pues pensaban que los “coños” sólo servían para panaderos y ferreteros. Entre los recién llegados había escritores y pintores que pronto se destacaron en sus oficios y han dejado huellas en su país de adopción.

 

          El contacto más cercano con el océano empezó en las playas de Viña. En la infancia el mar es un ogro terrible, oscuro, rugiente, capaz de atacar en forma repentina y arrebatar vidas con sus olas como brazos, nunca hay que volverle la espalda, me decían. Sin embargo, en los días de viento, salpicado de blancura hasta el horizonte, su presencia es como un abrazo de frescura vital. En los días buenos las olas golpean apenas, como sin ganas, dejando una orla de espuma burbujeante antes de retroceder perseguidas por un grupo de pequeñas aves que, desde la distancia parecen bolitas oscuras rodando tras el agua. Al acercarse, ya son diminutas máquinas de coser dando rápidas puntadas en la arena hirviente de vida. Allí estoy, mañanas enteras jugando mientras la abuela recoge luche de las rocas y atrapa los cangrejos con la mano. El día es eterno y el mar estaría siempre como telón de fondo de los aconteceres.

          Pero llegó el exilio. Mi familia se trasladó a  Santiago por asuntos de trabajo y jamás regresamos, salvo durante los meses de verano. Recuerdo que nos fuimos por la subida Aguasanta, de Viña, cuando ya el sol se estaba apagando y comenzaban a encenderse las luces. Nos quedamos mirando el mar que nunca vimos tan grande como entonces, hasta que los cerros lo ocultaron. Con la oscuridad llegó el desamparo. “Te acostumbrarás” fue el comentario disfrazado de consuelo.

        Era triste abrir las ventanas en la mañana, ver la ciudad gris, plana, y aparentemente sin fin, para sólo esperar la llegada del verano liberador. Siempre el mar me hizo falta y quizá por eso, el primer poema que enseñé a mis hijas fue ese de Nicolás Guillén:

        Por el Mar de las Antillas

        anda un barco de papel

        anda y anda el barco barco

        sin timonel

       Una negra va en la popa

       Va en la proa un español

       Anda y anda el barco barco

       Con ellos dos .......

          Mi experiencia de navegación marítima es prácticamente nula, pero recuerdo haber visto  las toninas jugando y los miles de pájaros al paso del trasbordador del Canal de Chacao, sentir los corcoveos de una lancha, hasta quedar empapada por las olas y muerta de la risa apenas un poquito mar afuera y  la emoción que me produjo ver alzarse a lo lejos los acantilados de Dover, tras abundante literatura y película que los mencionaba.

          Tantas veces como pude, volví a Valparaíso aunque fuera solo por el día, dando unas vueltas por la Aduana, la Plaza Sotomayor, subiendo por el ascensor Peral hasta el Museo de Bellas Artes, para mirar otra vez los cuadros de Alfredo Helsby, gran amigo de mi abuelo y que mi abuela me había enseñado a apreciar, para después echar una mirada al mítico Bar Roland, antes que el fuego lo borrara del mapa. Y almorzar en el Bote Salvavidas mientras las cuadrillas cargan y descargan. No podía omitir tomar el té en el Café Riquet de la Plaza Aníbal Pinto, para seguir después subiendo el cerro y visitar a los parientes: los italianos en el Cementerio Católico, los alemanes luteranos en el de Disidentes, entre rosas de renovado vigor y vista al Pacífico, un tanto estropeada por modernos edificios del plano.

          Nunca pude volver a vivir cerca del mar pero al menos, sé que en Valparaíso está mi última morada.

 



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