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En medio de tantos llamados a eliminar
discriminaciones contra todas las minorías, incluyendo a esa mayoría-minoría
que somos las mujeres, ya pocos se atreven a dar alguna opinión, al menos en
público.
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Mientras escucho esa aria de la bella ópera de
Gluck, interpretada por Teresa Berganza, recuerdo que la primera vez que la oí,
lamenté que el autor hubiera creado para voz de mujer el rol de Orfeo. También
me causaba algo de molestia saber que a Sarah Bernhardt le gustaba interpretar
papeles masculinos. (Y con razón, ya que no iba a dejar pasar la ocasión de
interpretar a un personaje destacado). A pesar de eso, no pude evitar hacer el
ridículo yo misma, al leer el personaje del Demonio en la transmisión radial de
una obra de Alejandro Casona. Me había gustado tanto la interpretación que le dio
Américo Vargas, que no pude resistir la tentación de imitarlo.
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Quizá es más fácil para los hombres imitar a las
mujeres o hacerse pasar por ellas. Tradicionalmente, en los teatros chino,
japonés, griego, romano e isabelino, las mujeres ni siquiera eran
consideradas aptas para representarse a si mismas. Un hombre puede lucir
bastante bien vestido de mujer. En cambio, para una mujer es más difícil
hacerse pasar por hombre. Por lo general, el resultado es grotesco.
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Y eso, a propósito de haber visto aquí un video encantador, en el
cual aparece la actriz Ellen DeGeneres, conversando con un chico de 4 años.
Ella usa generalmente ropas masculinas y no se cuelga adornitos en su persona. Es
lesbiana, está casada con su pareja, es linda, simpática y se ve bien, pero de
alguna manera absurda, confieso que me molesta un poco. No entiendo la razón,
ya que yo misma he usado casacas, pantalones, poleras y zapatillas de hombre
por comodidad o porque era más barata y me gustaba. Además, hubo una época,
aquella de la moda unisex, en que pedía prestadas las ropas de alguien, como
una manera soterrada de apropiarse del otro.
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Lo que hay en el fondo es que es posible que no
considere de la misma forma a los homosexuales hombres, frente a las mujeres.
Los muchachos siempre fueron populares, por encantadores, simpáticos, buenos
amigos, aunque en ocasiones, también rivales.
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En cambio las mujeres, quizá más ocultas
antiguamente, no se dejaban ver ni identificar con tanta facilidad, ya que
generalmente estaban casadas. Sólo ahora pueden desenvolverse con naturalidad y
hacer valer sus derechos. Pero ¿qué pensamos los heterosexuales? ¿de veras somos
capaces de respetar su libertad de acción? Por cierto que las religiones son
una coraza casi infranqueable de prejuicios absurdos, que se arrastran desde la
época primigenia en que reproducirse era la única manera de sobrevivir como
pueblos. Pero ¿y los que no están atados a creencias castrantes?
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Repito que mi leve rechazo es producto de quien
sabe qué contagio o de rutinas vacías, pues jamás supe de animadversión de mi
familia hacia ellos y en el colegio, tal tema no se tocaba por inexistente.