El escritorio aquel

En un principio, existió ese tradicional mueble con 3 cajones a cada lado. Dos de ellos eran tramposos, estaban unidos formando uno solo y difícil de abrir. Estaba en la galería del segundo piso en la casa de Vicuña Mackenna  y allí pasaba yo las tardes después del colegio, haciendo tareas. En aquellos tiempos remotos, una no pedía auxilio a los adultos para hacerlas. Allí también leía y dibujaba, mis aficiones preferidas. Luego, al entrar al mundo del trabajo, fueron varios que no recuerdo, hasta aquel mueble grande, metálico, pero liviano, que me encargué de elegir para mi trabajo en el Coro Filarmónico. Tenía, además de los tradicionales 6 cajones, uno angosto y central, provisto de llave. Cada vez que rozaba la rodilla con dicha llave, sentía un chispazo eléctrico. Pero sus cajones se abrían con facilidad, sin los esfuerzos musculares que exigían los otros. Hasta que llegué a mis últimos escritorios en mi último trabajo. Allí hubo varios, como también variadas fueron las actividades. Pero uno de ellos permaneció. Fue en la crisis de los 80, cuando me quedé sin ayudantes y mi oficina fue trasladada a un taller. También el mobiliario tuvo su ajuste, pues me fue asignado un escritorio a mal traer y con muchísimos años a cuestas, los que habían dejado mordiscos evidentes en el enchape de la cubierta. Como después hubo otros, éste tendría que haber pasado al olvido…..pero ocurre que al jubilar necesitaba un escritorio y no tuve más remedio que comprar el muy historiado porque estaba a la venta. Y sobre él escribo ahora, a pesar de los múltiples percances que ha sufrido su deteriorada cubierta. Sobre ella se han derramado toda clase de líquidos y dejado sus huellas crueles. Comenzando por los vasitos de bajativo derramados por descuido, las tazas de café recién servido que dejaron huellas blancas,  etc. Podría comprar un mueble nuevo y funcional, o mandarlo hacer, pero me resisto. No quiero un mueble nuevo; quisiera uno con historia: si pudiera unir alguno que incluyera la magnífica mesa con bellos tallados que lucía mi primer empleador, un abogado, con las formas de aquel que fue de  mi padre y que tenía patas de piano, con los múltiples cajones de ese, casi bicentenario, que estuvo siempre en el cuarto de invitados del viejo departamento...