In illo tempore, allá por las décadas 50 – 60 del siglo pasado (es que a les viejecilles les sobrenada el pretérito) en los grupos teatrales se usaba tener chipe libre en la última función. Se supone que era la última de muchas y los actores ya estaban sobremanera lateados de representarla. Entonces sucedían algunos imprevistos en escena.
Un caballero retiraba amablemente la silla para permitir a una dama tomar asiento con comodidad a la mesa, pero cuando esta se situaba para sentarse, la retiraba bruscamente y la mujer daba con su humanidad en el suelo. O alguien levantaba el auricular de un teléfono, escuchaba y luego se dirigía a un actor cualquiera diciéndole: Es para ti. Y decenas de otras variaciones. Nadie podía enojarse y todos los percances tenían que estar justificados al segundo y todos salir airosos de las pruebas.
No sólo ocurría en el teatro sino también en la ópera, (y no precisamente en la noche final) pero allí sólo podían ser gestuales y no meterse con la música. Contaba Marta Rose que cierta vez, una cantante tenía que tomarle la mano en una escena dramática y le traspasaba una verdadera bola de chicle que no había cómo despegársela.
¿A qué viene esto? A que en unas semanas más tendremos que presentar una presunta obra que todavía está sin terminar del todo, estamos todos perdidos y podría ser chipe libre involuntario con poquísimas posibilidades de resolverlo como se debe.