Josué 1:8

Josué fue el hombre que Dios eligió para suceder al patriarca Moisés, ¡Menuda responsabilidad! No solo se trataba de ser el líder político y religioso de Israel, sino, para aumentar la responsabilidad del cargo, debía erigirse en el general de un ejército que, espada en mano, debía conquistar la prometida tierra de Canaán. ¿Y qué palabras eligió Dios para animar al flamante guía de su pueblo? No fueron instrucciones militares, tampoco estrategias de guerra, ni siquiera palabras inflamadas de emoción patriótica que lo instaran a la conquista. Nada de eso. Lo que Dios le mandó fue obediencia a su voluntad. Ese sería el secreto de su prosperidad y su éxito. Y para lograr ese objetivo, Josué debía guardar en su mente y en su corazón las leyes de su Dios. Para vivirlas y respetarlas en todo momento de su vida. Aquel hombre se mantuvo fiel al mandamiento de Dios. Cumplió con su tarea y condujo a su pueblo a la conquista de la Tierra prometida. Por obedecer a Dios todo le salió bien.

Si echamos una mirada al mundo que nos rodea nos daremos cuenta que ejemplos como el de Josué no abundan. El hombre actual es poco afecto a seguir las normas, y mucho menos las leyes de Dios. ¿Y cuál es el resultado? Cada uno hace lo que mejor le parece sin importarle en lo más mínimo el derecho ajeno. El resultado de esta anarquía es una sociedad traumatizada y alienada.

Amigo de este programa, el único que nos asegura el acceso al bienestar del alma, al equilibrio emocional, a una vida satisfactoria, es Dios. Y, al igual que lo hizo con Josué, nos da, a través de su palabra, la Biblia, la fórmula garantizada del éxito. Pero es nuestra responsabilidad tomar esa palabra como norma de conducta. Recibí a Jesús en tu corazón, aceptá su palabra con amor, sé fiel a su voluntad y todo te saldrá bien.

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