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Despierta

 
No había viento,tampoco sonidos. El atardecer era perpetuo, de modo que luces y sombras se mantenían estáticas, dando la impresión de que aquel paisaje no era sino una pintura. Sin embargo, nadie podría ver el maravilloso lugar, pues la magia le mantenía oculto de las miradas de los curiosos, y un poderoso hechizo dormiría a cualquiera que lograra atravesar las barreras.

Pero ella no era cualquiera. Por encima del valle donde se encontraba el ancestral Templo Celestial, una silueta femenina flotaba, envuelta por una esfera de energía que emitía pequeños destellos multicolor. Su largo cabello color lila se mecía con sutileza junto a la capa blanca y los pliegues de su falda. Pese a no haber viento, aquel movimiento, generado por la energía a su alrededor, le delataba como una entidad ajena al lugar. Sus ojos azules miraban sin asombro el sitio bajo sus pies, con un dejo de tristeza.

-  Despierta  - murmuró aquella mujer, aunque su voz no se propagó - Debes despertar

Lentamente aquella figura se desvaneció, y todo volvió a su habitual calma, sin que criatura alguna hubiera notado su presencia. Pero en el corazón de aquel lugar, la diosa que dormía y cuyo poder mantenía oculto el Templo Celestial abrió los ojos repentinamente, incorporándose con premura y desplazándose fuera de sus aposentos. Ligera y veloz como una brisa, la diosa llegó a la azotea del Castillo. Sus ojos azules reflejaban cierta angustia, pero aunada a ella, una fuerte determinación.

Los anaranjados rayos de sol del perpetuo atardecer apenas podían filtrarse entre las oscuras nubes que se cernían sobre el valle. Instantes antes no estaban ahí, ni tampoco se trataba de masas de humedad anunciando una tormenta, más bien aquellas nubes eran la materializacion física de las tinieblas. Desplazándose con pesadez, aquella masa oscura se aferró a la cima de las montañas, como si unas enormes garras buscasen apoyar un cuerpo aún más grande. En el cielo, las tinieblas se arremolinaron, moviéndose como si se tratase de brea que se desplaza en las alturas.

Mientras la oscuridad adquiría forma, la diosa abrió los brazos con un movimiento sutil, y a su alrededor se gestó una brisa de cálida energía que se desplegó en todas direcciones. Desde la azotea del castillo, la brisa recorrió los muros de cristal, acompañada por un resplandor que caía como agua, devolviendo el brillo y la magia a la magnífica estructura. La brisa y el resplandor continuaron su trayectoria hacia las doce pirámides que rodeaban al Castillo, y cada una brilló intensamente con su respectivo color. Azul, dorado, rosa, blanco, verde, el poder de las pirámides de los doce Rayos Aurora despertó de su letargo, en respuesta al llamado de la diosa. Y así despertaron también las seis torres elementales, las criaturas, el río, la cascada, los bosques, incluso las montañas dejaron de verse viejas y sin color y recuperaron su antigua magnificencia y portento.

Relámpagos rojos atravesaron la oscuridad, y el estruendo que trajeron consigo se escuchó como el rugido de una bestia que ha despertado hambrienta y malhumorada. Al rugido le acompañaron más sonidos, como un sinfín de seres que se lamentan con amargura su existencia. Tras la gutural amenaza de las tinieblas, las criaturas del valle respondieron con rugidos, bramidos, aleteos y chillidos, dejando en claro que no les intimidaba aquella presencia. En el oscuro remolino que estaba sobre el valle se abrieron dos largas fisuras que revelaron un par de ojos rojos sin pupila, invadidos por trazos negros cual venas, dando un aspecto aún más letal a la masa oscura. Los ojos rojos, que expresaban un profundo odio y una crueldad más grande que la de cualquier ser, enfocaron su mirada en la figura de la diosa, cuya aura resplandeciente le hacía ver tan poderosa como sólo una diosa ancestral podía ser.

Cuando sus miradas se encontraron, y ante lo que podría definirse como inevitable, sin mayor movimiento o aviso, los dos seres ancestrales desplegaron su energía, canalizada como un ataque hacia su adversario, y que resultó en una explosión silenciosa que se propagó como una vibración energética que alcanzó los confines del Universo.

La oscuridad se rompió como si se tratase de un muro de cristal, cuyos fragmentos salieron despedidos y se perdieron de vista, en tanto que el resplandor del Templo Celestial se apagó y sus montañas se vinieron abajo, al igual que las torres, pirámides y el mismo castillo. Y mientras todo se derrumbaba y se desintegraba antes de tocar el suelo, una mariposa blanca salió del caos, resplandeciendo tan débilmente que daba la impresión de estar a punto de desaparecer.
 
 
~ ~ ~ ~ ~ ~


 Una mano sostuvo con delicadeza a la mariposa, en tanto su titilante resplandor se debilitaba más y más. El pequeño insecto descansó sobre aquella mano, aleteando débilmente mientras emitía sutiles vibraciones de energía.

- Fragmentaste el Caos, facilitando la tarea de los guerreros - dijo la joven de cabellos color lila, aquella que llamó a la diosa instantes antes de la llegada de las tinieblas - Ahora depende de ellos. Mientras tanto... - una amable sonrisa se dibujó en su rostro, a la vez que una esfera blanca rodeaba a la mariposa y desaparecía con un juguetón destello - Tu mensaje aparecerá frente a todo aquel que sobreviva al ataque de la oscuridad. Vendrán en busca de refugio, y yo estaré esperando.

La joven desapareció de aquel lugar donde alguna vez estuvo el Templo Celestial, y donde ahora no quedaba nada. Solo vacío, muerte y silencio.
 
 
 
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