Amor en la biblioteca
 
Cuentan que cuentan que había  
una vez una princesa  
que vivía en un estante de una vieja biblioteca.
Su casa era un cuento de hadas,  que casi nadie leía, 
 estaba entre un diccionario y un libro de poesías.
Solamente algunos chicos  acariciaban sus páginas
y visitaban a veces  su palacio de palabras.
Desde la torre más alta, suspiraba la princesa.
  Lágrimas de tinta negra deletreaban su tristeza.
Es que ella estaba aburrida de vivir la misma historia 
que de tanto repetirse se sabía de memoria:  
una bruja la hechizaba  por envidiar su belleza  
y el prícincipe la salvaba para casarse con ella.
Cuentan que cuentan que un día, justo en el último estante,  
alguien encontró otro libro que no había visto antes.
Al abrir con suavidad, sus hojas amarillentas  
salió un capitán pirata que estaba en esa novela.
Asomada entre las páginas  la princesa lo miraba. 
 Él dibujó un sonrisa sólo para saludarla.
Y tarareó la canción  que el mar le canta a la luna 
 y le regaló un collar hecho de algas y espuma.
Sentado sobre un renglón, el pirata, cada noche,  
la esperaba en una esquina del capítulo catorce.
Y la princesa subía una escalera de sílabas 
 para encontrar al pirata en la última repisa.
Así se quedaban juntos  hasta que salía el sol,  
oyendo el murmullo tibio  del mar, en un caracol.
Cuentan que cuentan que en mayo  los dos se fueron un día
 y dejaron en sus libros varias páginas vacías.
Los personajes del libro  ofendidos protestaban:  
“Las princesas de los cuentos  no se van con los piratas”.
Pero ellos ya estaban lejos, muy lejos, en alta mar  
y escribían otra historia conjugando el verbo amar.
El pirata y la princesa  aferrada al brazo de él 
navegan por siete mares en un barco de papel.