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No vi tu mar, apenas lo entreveo 
en la delgada orilla de mi río. 
No caminé, como si tú, Neruda, 
por calles rectas en Valparaíso. 
Mas si supieras, Pablo, cuántos versos 
en que nombraste a Chile yo he leído. 
De casa en casa recorrí tu pueblo 
tocando las veredas de tus libros. 
Alegre canto el tuyo porque trae 
la lluvia primeriza del estío. 
Juntaste con tu voz la voz del hombre 
que haciéndose a la mar se ha redimido. 
Le diste miel al fruto de la tierra. 
Cargaste sobre el hombro los racimos 
de las morenas uvas y llevaste 
vendimia de dulzura a los caminos. 
En tantas ocasiones celebraste 
la simple excusa de sentirte vivo, 
y por vivir mejor, te diste, ufano, 
a compartir con todos rojo vino. 
  
De tanta fama tuya, don Neruda, 
  
de tanta majestad de ser sencillo, 
  
me queda un sólo canto, un verso sólo, 
  
hojeado sin cesar: el hombre mismo.   
  
  
 
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