¿Cómo vivía Jesús con Sus discípulos? Contemplemos, por un instante esos momentos tan familiares y tan profundos.

Sabemos que Jesús era una persona infatigable, pero ¿cómo era realmente?

Él, era el Maestro y sin embargo lo vemos en la última cena lavando los pies de sus discípulos, y dejando a Juan recostarse en Su pecho… y no nos es difícil imaginar las largas caminatas, llenas de cordialidad.

Pensemos, en la paciencia que tendría al escuchar a sus discípulos y sin duda se reiría, internamente, de la valentía de la madre de los Zebedeos ante tal petición… en fin, indudablemente que más que un Señor, era (y Es) un gran Amigo.

Al arrodillarnos delante de la cruz vemos que sin pensarlo dió Su vida por cada uno de nosotros, vemos algo más que una imagen fría, vemos a un Dios, a un amigo que lo dio todo por nosotros, hasta la última gota de Su Preciosa Sangre

Sabemos que está aquí para ser nuestro amigo. Es verdad que en ocasiones nuestros sentidos no lo perciben, pero al igual que Sus discípulos podemos gozar de Su Presencia, en un rato de oración, podemos escucharle, podemos descansar en Su pecho, en Su corazón y gozar de ese momento.

Abrámosle nuestro corazón y pidámosle que nos ayude a ser santos. Sí, tal vez sea un poco atrevida la petición y realmente no sabemos si seremos capaces de compartir Su Sufrimiento, pero Jesús ha dicho que tocásemos a su puerta y para eso estamos aquí.

Amemos a Jesús, con todo nuestro corazón, con la sencillez de un niño y oremos para pasar un rato con nuestro mejor amigo, con el auténtico amigo. No queramos hacer grandes cosas sino vivamos cada instante en compañía de Jesús, con pasión, hasta la más mínima cosa, pues cada instante es un regalo de Su amor.

«Un corazón tibio se encierra en una vida perezosa y sofoca el fuego del amor.

El que es tibio vive para satisfacer sus comodidades, que nunca son suficientes, y de ese modo nunca está contento;

poco a poco termina por conformarse con una vida mediocre.

El tibio reserva a Dios y a los demás algunos “porcentajes” de su tiempo y de su corazón, sin exagerar nunca, sino más bien buscando siempre recortar.

Hay una segunda tentación en la que se puede caer, no por ser pasivos, sino por ser “demasiado activos”: es la de pensar como dueños, de trabajar sólo para ganar prestigio y llegar a ser alguien. Entonces, el servicio se convierte en un medio y no en un fin, porque el fin es ahora el prestigio, después vendrá el poder, el querer ser grandes.

“Entre vosotros —nos recuerda Jesús a todos— no será así: el que quiera ser grande entre vosotros que sea vuestro servidor”.

Así se edifica y se embellece la Iglesia.»
(Homilía de S.S. Francisco, 2 de octubre de 2016).