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LA PALABRA DE DIOS: LECTURAS Y SANTO EVANGELIO DEL DOMINGO DE RAMOS Y DOMINGO DE PASIÓN. ABRIL 9/17
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Da: FLAQUIS  (Messaggio originale) Inviato: 09/04/2017 09:35

PRIMERA LECTURA

Lectura del libro de Isaías (50,4-7):

Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento.

Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor me abrió el oído. Y yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado

PALABRA DE DIOS

¡TE ALABAMOS SEÑOR!

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SALMO RESPONSORIAL 21,8-9.17-18a.19-20.23-24
R/. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Al verme, se burlan de mí,
hacen visajes, menean la cabeza:
«Acudió al Señor, que lo ponga a salvo;
que lo libre, si tanto lo quiere.»

R/. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Me acorrala una jauría de mastines,
me cerca una banda de malhechores;
me taladran las manos y los pies,
puedo contar mis huesos.

R/. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Se reparten mi ropa,
echan a suertes mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
fuerza mía, ven corriendo a ayudarme.

R/. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Contaré tu fama a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré.
Fieles del Señor, alabadlo;
linaje de Jacob, glorificadlo;
temedlo, linaje de Israel.

R/. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

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SEGUNDA LECTURA

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses (2,6-11):

Cristo, a pesar de Su Condición Divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al Nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

PALABRA DE DIOS

¡TE ALABAMOS SEÑOR!

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Día Litúrgico: Domingo de Ramos

PROCLAMACION DEL SANTO EVANGELIO SEGUN SAN MATEO 26, 14 - 27, 66

En aquel tiempo uno de los doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso: «¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?». Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.



El primer día de los ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:

"¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?". Él contestó: "Id a casa de Fulano y decidle: ‘El Maestro dice: mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos’". Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.

Al atardecer se puso a la mesa con los doce. Mientras comían dijo:

"Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar".

Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro: "¿Soy yo acaso, Señor?". Él respondió: "El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar".

El Hijo del Hombre se va como está escrito de Él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del Hombre!, más le valdría no haber nacido". Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: "¿Soy yo acaso, Maestro?". Él respondió: "Tu lo has dicho".

Durante la cena, Jesús cogió pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a los discípulos diciendo:

"Tomad, comed: esto es mi cuerpo". Y cogiendo un cáliz pronunció la acción de gracias y se los pasó diciendo: Bebed todos; porque ésta es mi sangre, sangre de la alianza derramada por todos para el perdón de los pecados. Y os digo que no beberé más del fruto de la vid hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en el reino de mi Padre".

Cantaron el salmo y salieron para el monte de los Olivos. Entonces Jesús les dijo:

"Esta noche vais a caer todos por mi causa, porque está escrito: ‘Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño’. Pero cuando resucite, iré antes que vosotros a Galilea".

Pedro replicó: "Aunque todos caigan por tu causa, yo jamás caeré". Jesús le dijo: "Te aseguro que esta noche, antes que el gallo cante tres veces, me negarás". Pedro le replicó: "Aunque tenga que morir contigo, no te negaré". Y lo mismo decían los demás discípulos.

Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y les dijo: "Sentaos aquí, mientras voy allá a orar". Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a entristecerse y a angustiarse.

Entonces dijo: "Me muero de tristeza: quedaos aquí y velad conmigo".

Y adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo: "Padre mío, si es posible que pase y se aleje de mí ese cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres".

Y se acercó a los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro: "¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu es decidido, pero la carne es débil".

De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo: "Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad". Y viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque estaban muertos de sueño.

Dejándolos de nuevo, por tercera vez oraba repitiendo las mismas palabras. Luego se acercó a sus discípulos y les dijo:

"Ya podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca la hora y el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega".

Todavía estaba hablando, cuando apareció Judas, uno de los doce, acompañado de un tropel de gente, con espadas y palos, mandado por los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo.

El traidor les había dado esta contraseña: "Al que yo bese, ése es: detenedlo".

Después se acercó a Jesús y le dijo: "¡Salve, Maestro!". Y lo besó. Pero Jesús le contestó: "Amigo, ¿a qué vienes?".

Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano para detenerlo.

Uno de los que estaban con Él agarró la espada, la desenvainó y de un tajo le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús le dijo: "Envaina la espada: quien usa espada, a espada morirá. ¿Piensas tú que no puedo acudir a mi Padre? El me mandaría en seguida más de doce legiones de ángeles. Pero entonces no se cumpliría la Escritura, que dice que esto tiene que pasar".

Entonces dijo Jesús a la gente: "¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos como a un bandido? A diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me detuvisteis".

Todo esto ocurrió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. En aquel momento todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.

Los que detuvieron a Jesús lo llevaron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde se habían reunido los letrados y los senadores. Pedro lo seguía de lejos hasta el palacio del sumo sacerdote y, entrando dentro, se sentó con los criados para ver en qué paraba aquello.

Los sumos sacerdotes y el consejo en pleno buscaban un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte y no lo encontraban, a pesar de los muchos falsos testigos que comparecían.

Finalmente, comparecieron dos que declararon: "Éste ha dicho: ‘Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días’".

El sumo sacerdote se puso en pie y le dijo: "¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti?". Pero Jesús callaba. Y el sumo sacerdote le dijo: "Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios". Jesús le respondió: "Tú lo has dicho. Más aún, yo os digo: desde ahora veréis que el Hijo del Hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo".

Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras diciendo: "Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué decidís?". Y ellos contestaron:

"Es reo de muerte".

Entonces le escupieron a la cara y lo abofetearon; otros; lo golpearon diciendo: "Haz de profeta, Mesías; dinos quién te ha pegado".

Pedro estaba sentado fuera en el patio y se le acercó una criada y le dijo: "También tú andabas con Jesús el Galileo". Él lo negó delante de todos diciendo: "No sé qué quieres decir". Y al salir al portal lo vio otra y dijo a los que estaban allí: "Éste andaba con Jesús el Nazareno". Otra vez negó él con juramento: "No conozco a ese hombre".

Poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron: "Seguro; tú también eres de ellos, se te nota en el acento". Entonces él se puso a echar maldiciones y a jurar diciendo: "No conozco a ese hombre". Y en seguida cantó un gallo. Pedro se acordó de aquellas palabras de Jesús: "Antes de que cante el gallo me negarás tres veces". Y saliendo afuera, lloró amargamente.

Al hacerse de día, todos los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo se reunieron para preparar la condena a muerte de Jesús. Y atándolo lo llevaron y lo entregaron a Pilato, el gobernador.

Entonces el traidor sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y senadores diciendo: "He pecado, he entregado a la muerte a un inocente". Pero ellos dijeron: "¿A nosotros qué? ¡Allá tú!". Él, arrojando las monedas en el templo, se marchó; y fue y se ahorcó. Los sacerdotes, recogiendo las monedas dijeron: "No es licitó echarlas en el arca de las ofrendas porque son precio de sangre".

Y, después de discutirlo, compraron con ellas el Campo del Alfarero para cementerio de forasteros. Por eso aquel campo se llama todavía "Campo de Sangre".

Así se cumplió lo escrito por Jeremías el profeta: "Y tomaron las treinta monedas de plata, el precio de uno que fue tasado, según la tasa de los hijos de Israel, y pagaron con ellas el Campo del Alfarero, como me lo había ordenado el Señor".

Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó: "¿Eres tú el rey de los judíos?". Jesús respondió: "Tú lo dices". Y mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los senadores, no contestaba nada.

Entonces Pilato le preguntó: "¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti?". Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado.

Por la fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el que la gente quisiera. Tenía entonces un preso famoso, llamado Barrabás.

Cuando la gente acudió, dijo Pilato: "¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?" Pues sabía que se lo habían entregado por envidia.

Y mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir: "No te metas con ese justo porque esta noche he sufrido mucho soñando con Él".

Pero los sumos sacerdotes y los senadores convencieron a la gente que pidieran el indulto de Barrabás y la muerte de Jesús.

El gobernador preguntó: "¿A cuál de los dos queréis que os suelte?". Ellos dijeron: "A Barrabás". Pilatos les preguntó: "¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?". Contestaron todos: "Que lo crucifiquen".

Pilato insistió: "Pues, ¿qué mal ha hecho?". Pero ellos gritaban más fuerte: "¡Que lo crucifiquen!".


Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos en presencia del pueblo, diciendo:

"Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!". Y el pueblo entero contestó: "¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!". Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.

Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de Él a toda la compañía:


lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una corona de espinas se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante Él la rodilla, se burlaban de él diciendo: "¡Salve, rey de los judíos!".


Luego lo escupían, le quitaban la caña y, le golpeaban con ella la cabeza. Y terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.

Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz.


Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir "La Calavera"), le dieron a beber vino mezclado con hiel; Él lo probó, pero no quiso beberlo.


Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes, y luego se sentaron a custodiarlo.


Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: "Éste es Jesús, el rey de los judíos".


Crucificaron con Él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban; lo injuriaban y decían meneando la cabeza: "Tú que, destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz".


Los sumos sacerdotes con los letrados y los senadores se burlaban también diciendo: "A otros ha salvado y Él no se puede salvar. ¿No es el Rey de Israel? Que baje ahora de la cruz y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?". Hasta los que estaban crucificados con él lo insultaban.

Desde el mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó:

«Elí, Elí, lamá sabaktaní». Es decir: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?».

Al oírlo algunos de los que estaban por allí dijeron: "A Elías llama éste".


Uno de ellos fue corriendo; en seguida cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber. Los demás decían: "Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo".

Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu.

Entonces el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se rajaron, las tumbas se abrieron y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron.


Después que él resucitó salieron de las tumbas, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos.


El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba dijeron aterrorizados: "Realmente éste era Hijo de Dios".


Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderlo; entre ellas, María Magdalena y María, la madre de Santiago y José, y la madre de los Zebedeos.

Al anochecer llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. Este acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo entregaran.

José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia; lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó. María Magdalena y la otra María se quedaron allí sentadas enfrente del sepulcro.

A la mañana siguiente, pasado el día de la Preparación, acudieron en grupo los sumos sacerdotes y los fariseos a Pilato y le dijeron: "Señor, nos hemos acordado que aquel impostor estando en vida anunció: ‘A los tres días resucitaré’. Por eso da orden de que vigilen el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vayan sus discípulos, se lleven el cuerpo y digan al pueblo: ‘Ha resucitado de entre los muertos’. La última impostura sería peor que la primera". Pilato contestó: "Ahí tenéis la guardia: id vosotros y asegurad la vigilancia como sabéis". Ellos fueron, sellaron la piedra y con la guardia aseguraron la vigilancia del sepulcro.

PALABRA DEL SEÑOR

¡GLORIA A TI, SEÑOR JESUS!

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MEDITACION DEL EVANGELIO DE HOY

Jesús deja hacer sin replicar. Con tono despectivo y de burla, le decían: "‘¿Eres tú el rey de los judíos?". Jesús respondió: ‘Tú lo dices’» Más burla todavía.

Jesús es parangonado con Barrabás, y la ciudadanía ha de escoger la liberación de uno de los dos: "¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?" Y… ¡prefieren a Barrabás! Y… Jesús calla y se ofrece en holocausto por nosotros, ¡que le juzgamos!

Esos mismos hombres y mujeres que días antes, habían recibido a Jesús, con palmas, y delante de Él y detrás gritaba: "¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!’"

Pero, ahora gritan: «‘Que lo crucifiquen’.


Hoy inician los días del amor. El amor que no se queda en las palabras, en los sentimientos y emociones. Es el amor más concreto, más sincero, más real. Es el amor de las obras.


Cristo, con este pasaje de Su Pasión nos enseñasa amar sin medidas y con obras. En efecto, se podría aplicar hoy el refrán: «obras son amores y no buenas razones».


Las obras de amor se miran, se reciben, se hacen, no se analizan ni se estudian.

Como es un amor de obras lo más justo en este rato de oración es contemplar, mirar, escuchar, acompañar. No quiere Jesús en este momento que razonemos, que estudiemos, que discurramos con la inteligencia.

Él quiere que nos dejemos amar. Quiere que contemplemos los actos que sufre por amor a cada uno de nosotros… porque nos ama.


Pidamos a Jesús que nos Concéda, en estos días, el don de la contemplación que nos permita profundizar en los misterios de nuestra salvación.


Este Evangelio, nos presenta el fin para el que había venido Jesús a este mundo: a salvarnos y demostrarnos Su amor.

Es lo que va a realizar esta Semana Santa: Salvarnos de los lazos del enemigo, de la muerte, del sin sentido, del pecado; y demostrarnos que Es Amor y, por lo mismo, que nos ama con pasión, con locura, que nos ama hasta el extremo de dar la vida por nosotros.


Puede ser, que ya nos hayamos acostumbrado a leer o escuchar los relatos de Su Pasión, pero pidámosle que nos ayude a revivir esos momentos con Él, que nos ayude a adentrarnos en lo que Él sentía (hambre, sed, sueño, cansancio, dolor, pena, vergüenza…), en lo que pensaba, en lo que hacía.


No es este relato una fábula terrible o un mito milenario. Esto es verdad. Jesús padeció por cada uno de nosotros, la traición, el abandono, la flagelación, un juicio injusto, una corrupta condena, un martirio espantoso, una muerte ignominiosa.


Pidamos a Jesús, que nos permita acompañarle en estos momentos y descubrir en ellos las enseñanzas que nos quiera dar para nuestra vida.


Jamás permita Jesús que nos acostumbremos a verle crucificado. Que Él nos ayúde a vivir esta Semana Santa no como una más, sino como la ocasión propicia para conocerle y dejarnos amar por Él.


«Nos pude parecer muy lejano a nosotros el modo de actuar de Dios, que se ha humillado por nosotros, mientras a nosotros nos parece difícil incluso olvidarnos un poco de nosotros mismos.


Él viene a salvarnos; y nosotros estamos llamados a elegir su camino: el camino del servicio, de la donación, del olvido de uno mismo.

Podemos encaminarnos por este camino deteniéndonos durante estos días a mirar el Crucifijo, es la “catedra de Dios”.

Los invito en esta semana a mirar a menudo esta “Catedra de Dios”, para aprender el amor humilde, que salva y da la vida, para renunciar al egoísmo, a la búsqueda del poder y de la fama.

Con su humillación, Jesús nos invita a caminar por su camino.»
(Homilía de S.S. Francisco, 20 de marzo de 2016).


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