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El libro es la forma de documentación más antigua que existe. Alberga el conocimiento, las ideas y las creencias de la humanidad. Los libros poseen una historia muy larga que se remonta a más de 4.000 años atrás. El vocablo “libro” procede del latín liber, que, originalmente, significó “parte interior de la corteza de las plantas”. Los romanos emplearon dicha corteza como papel. El término codex, utilizado para describir libros muy antiguos (como manuscritos de la Biblia o literatura antigua), posee un origen botánico similar: la palabra latina para designar “tronco de árbol” es caudex, que se usaba en forma de planchas como superficie para escribir. Cuando se habla de hojas de un libro, se hace referencia al material orgánico de la superficie de escritura utilizada por los primeros eruditos egipcios. Las hojas anchas y planas de las palmeras del antiguo Egipto se utilizaban para escribir en ellas; más tarde, los tallos de papiro se empezaron a aplastar, tejer y secar con el fin de obtener una superficie de escritura adecuada para la tinta.

Los primeros diseñadores de libros fueron los escribas egipcios; escribían en columnas e ilustraban los rollos con dibujos. Los escritos egipcios no se cosían a modo de libro, sino que se enrollaban (las hojas de papiro se encolaban por un extremo y después se formaba el rollo). El papiro continuó en uso como principal material de escritura durante toda la antigüedad, aunque también se han encontrado muestras de escritura egipcia, griega y romana en cuero y pieles secas de animales. Probablemente fue Eumenes II, rey de Pérgamo (Asia Menor), quien investigó por primera vez el uso de pieles de animales como alternativa al papiro. Sus sabios produjeron una piel de dos caras tensada en un armazón, seca, blanqueada con caliza y pulida con piedra pómez. Este material es lo que hoy se conoce como pergamino.
Los orígenes del códice de pergamino cosido se remontan a las antiguas prácticas griegas y romanas que consistían en atar por un extremo tablillas de madera cubiertas de cera. Las propiedades del pergamino supusieron un estímulo para el desarrollo del códice. Las láminas de pergamino podían ser más grandes que las de papiro, que, además, resultaba endeble, y era posible doblarlas sin provocar daños. El códice rompió con la tradición del rollo: las hojas se unían por un extremo y se doblaban. A continuación, se apilaban y se cosían por un lado. Al doblar las hojas grandes por la mitad se creaban dos folios (la palabra que hoy se utiliza para numerar las páginas, y que deriva del término latín para designar “hoja”); si se volvía a doblar la hoja por la mitad, se obtenía cuatro páginas, conocidas como quarto o cuartenión; con otro doblez más, se lograba un octavo. Estos tres términos se siguen empleando actualmente para describir los tamaños de papel derivados de hojas dobladas. Los escribas romanos y griegos siguieron el principio del rollo egipcio para el códice y escribieron en columnas. El vocablo “página”, que describe una de las caras de una hoja de un libro, deriva del latín página, que hace referencia a algo “unido” (lo que refleja que su origen se encuentra en los libros cosidos, y no en los rollos).

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