Un rayo de luna bordeaba sus cabellos, les daba un hálito brillante; vista de espaldas, alguien hubiera podido pensar que estaba ante un ser luminoso o un hada. Se acercó cautelosa al riachuelo que bordeaba el valle, se diría que sus pies se deslizaban sobre la hierba, como si tuviera miedo a pisarla. Lentamente, se despojó de la fina rebeca. Aunque el lugar era algo húmedo, quería percibir la brisa en su piel. Cuando una suave ráfaga la alcanzaba, su vello respondía. Sin embargo, no era frío lo que sentía sino frescura, esa de saberse al aire libre en noche de luna clara. Su olfato se desperezaba ante el penetrante olor a tierra mojada, a junco. Sus ojos disfrutaban de los reflejos plateados danzantes que el agua, juguetona, le proporcionaba. Alzó la vista y, acompañando a la luna, infinidad de estrellas la saludaron con su típico titileo. Se extasió... cuanto más miraba, más estrellas veía. Había una prendida de la rama de un majestuoso árbol cercano, jugarreta de la perspectiva. Sonrió para sus adentros: "¿se inventaría así el árbol de Navidad...?". Las aguas del río bajaban escurridizas y se arremolinaban entre unas pequeñas rocas que emergían, distribuidas estratégicamente, ofreciéndose al caminante que desease cruzar a la otra orilla. Su rumor alegraba sus oídos como excelsa melodía, salpicada por el siseo de las ramitas cercanas que su amiga, la brisa, arrebolaba. Distraídamente, acarició la hierba y ésta le respondió con un sumiso cosquilleo...

Esa noche había cumplido un sueño... Recordó la gran ciudad donde vivía... siempre la había agobiado. Ella era una mujer soñadora, de gran imaginación, aunque no lo aparentaba, siempre invadida de prisas, atendiendo los mil y un asuntos que la vida ponía ante sí... Nunca había estado en un lugar como aquél, sólo en sueños y cuando veía alguna película que mostraba uno de esos parajes, en que se sorprendía a sí misma perdiendo el hilo de la trama, porque su imaginación se había quedado en aquel lugar y cuando volvía a la realidad, el film ya iba por otras escenas y le costaba encontrar su sentido. Se enojaba consigo misma, pero, al poco, una sonrisa afloraba a sus labios... en el fondo, se conocía bastante bien y asumía que eso, en ella, no tenía remedio. A veces se preguntaba por qué sentía esa profunda inclinación por esos paisajes...
Curiosamente, nunca se le había ocurrido ir a un sitio así. Dejaba ese anhelo relegado a lo que ella consideraba que era: simplemente un sueño, algo que la fascinaba. A menudo, por las noches, antes de dormirse, cuando sus pensamientos divagaban entre los acontecimientos vividos durante el día y en algo que hacer al siguiente, cualquiera de ellos, por asociación de ideas, la conducía a un paraje iluminado por la luna, bañado por un río, con juncos que danzaban y aroma de jazmines... y así se dormía, con la mente en calma.
Nadie de su entorno lo hubiera sospechado. Su actitud natural, en ningún momento premeditada, era la de pisar firmemente por donde andaba, y eso le daba un aspecto de mujer práctica y eficiente. Un día, se sorprendió a sí misma hablando de su repetido sueño con alguien. No era nadie especial para ella, quizá por eso se abrió con él. Se alegraba de haberlo hecho, porque, su interlocutor, con sencillez le había sugerido: "¿No has estado nunca en............?, es un sitio que parece sacado de tu sueño"... Esa sencilla frase, por primera vez en su vida, la había hecho reaccionar y comprender que podía vivir su ensoñación...

Un chasquido repentino, cortó el hilo de sus pensamientos. Miró a su alrededor, tomando conciencia de dónde estaba y un cierto sentimiento de estupefacción la invadió: "¡¡Laura, estás aquí!!" -se dijo a sí misma-, indignada porque sus pensamientos divagaban por la ciudad, "...¡tendrías que estar absorbiendo cada gota de aire, cada palmo de este maravilloso terreno! ¡Es increíble!... ¡Tendrías..."
Recordó el ruido que había oído. ¿Qué debió ser? Permaneció atenta... no se escuchaba nada más que los sonidos conocidos, el rumor del agua... el susurro de la brisa.... Se levantó y miró a su alrededor, sus ojos se habían acostumbrado a la tenue luz que enviaba la luna y veía con claridad lo que la rodeaba, dio unos pasos, aguzando el oído... y apreció un levísimo golpeteo, se dirigió hacia donde captaba el sonido, venía de la zona donde estaba el árbol que tenía prendida una estrella. A medida que avanzaba, se intensificaba... y entonces, lo vio. Era un pajarillo que, probablemente, habría caído del nido... aleteaba nerviosamente, temblaba... Laura lo observó conmovida, era muy pequeño, lo cogió entre sus manos con suma delicadeza y comprobó que no mostraba ninguna herida... sus incipientes plumas y la mullida hierba habían amortiguado el golpe. "Amiguito, todavía no sabes volar, ¿eh?" -le dijo. Miró hacia arriba, intentando otear la ubicación del nido... no logró verlo. Se alejó un poco y entonces lo distinguió, en la base de dos ramas que nacían simultáneamente... estaban muy altas para ella... miró de nuevo al pajarillo, ya no aleteaba, su calor le había tranquilizado.
"Tengo que lograr devolverlo a su hogar" -se dijo-. Escudriñó detenidamente el árbol, calibrando el mejor modo de escalarlo por la forma de su tronco y la distribución de sus ramas. Vio que aunque presentaba cierta dificultad, podía conseguirlo. Hacía bastantes años ya que no ascendía a un árbol, desde niña, cuando jugaba con Pedro y Luisa a castillos encantados y damas cautivas. Fugazmente, la imagen de Pedro le hizo preguntarse, como tantas veces, qué habría sido de él. Inconscientemente, tanteó el bolsillo de sus jeans, demasiado ajustado para depositar en él al pajarillo, no le servía... pensó en su chaqueta, la fue a buscar, hizo con ella una especie de hatillo y se la colgó al cuello. El diminuto pájaro quedaba de esta guisa, cobijado contra su pecho e inició la ascensión... le resultó más fácil de lo que esperaba. Sigilosamente y con sumo cuidado, para no despertar a sus hermanos que dormían plácidamente, depositó al pequeño ser junto a ellos, quien se acurrucó al instante. Contempló con deleite la tierna escena por unos momentos y al girar la cabeza para iniciar el descenso... algo la retuvo. No podía dar crédito a lo que sus ojos contemplaban, era una visión extraordinaria, el paisaje que se dominaba desde allí era impresionante, mágico, abarcaba el valle, un buen trecho de río, la casa humeante donde se hospedaba, el camino, su vereda... todo tintado de suaves tonalidades plateadas... la luna parecía enviarle un cómplice guiño... y las estrellas... Embelesada, sin poder dejar de contemplar lo que se presentaba ante ella, buscó inconscientemente con el pie otra rama más alta y subió, allí el tronco del árbol y una caprichosa rama formaban una cavidad, se sentó suavemente, apoyó su cabeza y se sintió acogida... Respiró profundamente, apreciando la fuerza del árbol que la sostenía, lo abrazó, sintió como el palpitar de su corazón parecía fundirse con el latido de su savia... y las estrellas al compás, el río fluía, la brisa la acariciaba y la luna... la miraba... a ella y a una lágrima que, furtivamente, se deslizaba por su rostro, embriagado de éxtasis puro. El escenario que la envolvía superaba sobradamente su imaginación y comprobó, con creces, que esa conocida frase que reza "La Realidad supera la ficción" es totalmente cierta.