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Resto del Mundo: El destino está escrito en las estrellas - Orfeo aspirante a caballero
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: Sai2104  (Mensaje original) Enviado: 06/08/2015 23:54

Dicen que cada nueva vida, desde el momento en que llenas tus pulmones de aire por primera vez, tu destino ya está escrito en las estrellas. Alguien, allá arriba, tiene un designio oculto para cada uno de nosotros. Todos tenemos un propósito, desde una vida corta pero con un gran significado, como una vida larga y sin provecho, ejemplos ambos para los que se quedan aún.

 

Así Orfeo es como decidido, sigue las instrucciones que ha girado el patriarca. Tiene un designio que seguir por lo que tras el discurso del regente del Santuario de Athena, da una leve reverencia, para así, en silencio, salir de aquel lugar.

 

El camino parece largo y agotador, más aún, sin dinero en la bolsa para comer o poder costearse un lugar dónde hospedarse, pero esto, no es obstáculo para Orfeo, aspirante a caballero, que siempre se ha valido de la única pieza de valor que conserva, una vieja reliquia, que le fue heredada por su padre, así como su padre, lo heredara de su abuelo. Una pieza de alto valor sentimental y en estos momentos, su única compañía.

 

Las ciudades que visita durante su travesía son bulliciosas pero también saben apreciar la buena música. Orfeo aprovecha las tardes en las plazas, cuando más concurrido está, para sentarse en alguna de sus fuentes para descansar y tocar una melodía con su lira de 9 cuerdas, cada una, con el nombre de las bellas musas: Talía, Calíope, Clío, Euterpe, Erato, Melpómene, Urania, Terpsícore y Polimnia.

 

Una tarde, tras una larga caminata, por fin logra llegar a Moscú. La ciudad luce gris y fría, no sólo en el paisaje, sino también en sus habitantes. Orfeo camina hasta La Plaza Roja, un lugar arquitectónico e ícono de la ciudad. La gente pasa indiferente por su lado, algunos, simplemente mirando por debajo al joven de deshilachadas ropas. Sin prestar atención a lo que sucede en su entorno, y más por mera necesidad de su alma, saca su pequeña lira y sin más, comienza a acariciar las cuerdas de esta, cada una, con la misma delicadeza y admiración con la que se aprecia a una bella mujer, sutil, amable, así como las bellas notas que salen suaves y melodiosas, llenando los rincones de aquellas bulliciosas calles. La gente poco a poco comienza a congregarse a su alrededor. Niños que se sientan frente al hombre de profunda mirada celeste que fundido con su lira, toca tan bella melodía. Algunos adultos, lanzan monedas de agradecimiento a Orfeo.

 

-Ey! ¿Qué pasa aquí?

 

Desde atrás, puede apreciarse como el tumulto comienza a disiparse, más a fuerzas que con ganas, llamando así la atención de Orfeo, provocando que deje de tocar. Levanta la mirada sin mayor curiosidad, tan sólo para encontrarse con la cara de molestia de un hombre con uniforme Militar

 

-¡Ey! ¡Tu! ¡El de la guitarra, vete de aquí!

 

El joven griego, enemigo de las disputas sin sentido, suspira resignado y se dispone a recoger las monedas que, de buena voluntad, las personas han lanzado por su música. Una pequeña niña, de unos trece años de edad, con unos hermosos cabellos dorados, se acerca a Orfeo, para ayudarle a recoger las monedas.

 

-¿Es que acaso no escuchaste?

 

Al notar la inocente y desinteresada acción de la jovencita, el soldado, con ira, intenta propinar tremenda patada en el rostro de la niña quien, al percatarse del inminente peligro, sólo acierta en protegerse el rostro con los brazos en espera de que aquel golpe llegue a su destino. La gente presente exclama, se escuchan las monedas tintinear al caer al suelo.

 

-¡M-Maldito…!

 

Tras angustiantes segundos de espera de un golpe que jamás llegó, la joven de dorada melena eleva la vista para encontrarse con semejante escena. Orfeo, detiene el pie de aquel soldado con la mano derecha, mientras que en la izquierda, sostiene aún con delicadeza su preciada Lira. La gente le observa atónita. ¿Cómo un mendigo podía tener tal fuerza y habilidad? El Griego suelta la pierna de aquel hombre, dejándolo caer en el suelo.

 

-Gracias pequeña…

 

Concede Orfeo con una leve sonrisa, mientras ayuda a la chica a levantarse del suelo. Se dispone a recoger de nuevo las monedas que había dejado caer, cuando aquel hombre por fin logra levantarse y dirigirse al peliazul con la ira cargada en la voz.

 

-¡Argh! ¡Te haré pagar! ¡Maldito!

 

Dirige ahora, un  golpe con el puño cerrado hacia el rostro, el cual Orfeo no intentó evitar, dando de lleno en la mejilla derecha del aspirante a caballero. El joven de profunda mirada celeste, tan sólo permanece en pie. Tranquilo e impasible a pesar del ataque. El violento hombre, que sonreía triunfal por el acertado golpe en contra de Orfeo, ahora retrocede intimidado, temeroso, a pesar de su arduo entrenamiento en el infalible ejército ruso, fue incapaz de causarle un rasguño a un limosnero. La pequeña niña se coloca a un lado de Orfeo, admirada del increíble poder y resistencia del desconocido.

 

-Has intentado atacar a una niña indefensa y has agredido a un desconocido sin provocación alguna… te sugiero que te vayas de aquí ahora mismo…

 

Las palabras del aspirante a caballero son calmas y serias, pero la agresividad y la superioridad se notan en cada una de ellas.

 

El hombre con uniforme militar sintiéndose intimidado por la serena pero imponente figura del joven de 17 años, intenta argumentar, pero enmudece ante cada intento.

 

-¡Sólo lárguense de aquí! ¡No está permitido mendigar en la vía pública!

 

Dicho esto, el hombre se arregla las ropas del uniforme, se cuadra al instante, y con el orgullo herido se va del lugar

 

La poca gente que había permanecido en el lugar le aplaude a Orfeo por su pequeño triunfo, pero esto, para el joven griego, no significa para él, lo que para algunos que usan el escándalo y el tumulto para buscar reconocimiento. Él sólo quería tocar su Lira.

 

La pequeña jovencita le toma de la manga de su maltrecha camisa. El ojiazul dirige su atención a la niña, sonriendo agradecido de poder apreciar la belleza que resguarda la inocencia en su sonrisa.

 

-Gracias… Por evitar que me lastimaran…

 

El griego, coloca una mano sobre los finos cabellos dorados de la joven, sacudiendo afectuosamente su melena

 

-Cualquiera que se llame caballero, no permite que sucedan estas injusticias… ahora… ¿tienes hambre?

 

La niña sonríe ante el gesto del joven, y asiente, pero sin soltarle de la manga jala de él

 

-Si! Pero… permítame agradecerle… mi casa no es muy lejos de aquí… sino tiene donde dormir… tenemos un cobertizo donde podría pasar la noche…

 

Orfeo se habría negado, pero tras varios días de viaje y aún a mitad de camino de su destino, no podía despreciar un poco de comida caliente y un cómodo lugar bajo techo para dormir.

 

-Llévame, entonces, pequeña…

 

Murmura Orfeo con voz amable y agradecida, caminando detrás de la infante. La gente les mira con interés y no es para menos, el espectáculo que acaban de presenciar, les hace revivir viejas leyendas de caballeros con la misma fuerza e imponente presencia como la de aquel joven que habían pasado por aquellas mismas tierras, varios siglos atrás.

 

Salieron de las concurridas calles, hacia la vereda que lleva a los suburbios. El congelado panorama parece desalentador para aquellas familias humildes que viven en las afueras, siempre arando, siempre levantándose antes del alba y acostándose mucho después del anochecer.

 

Una vieja casita, cuya chimenea despide un humo blanco al igual que un suave aroma a pan, les da la bienvenida

 

-Ah! Lídice!

 

Llama la voz, de una mujer entrada en años desde el interior de la casa. Sale entonces, preocupada por la compañía de su nieta, deteniéndose en el umbral de la puerta. Observa al joven Orfeo con cierta desconfianza, pero tras la historia de la niña rubia, la anciana no puede más que concederle al joven Orfeo su mejor manta para protegerse del frío. Cenaron en silencio frente a la chimenea, una hogaza de pan, queso y leche de cabra. La pequeña Lidice había caído ya presa del sueño, acurrucada junto a las piernas de su querida abuela para darle un poco de calor con su frágil cuerpo.

 

-Sé a qué vienes, joven guerrero…

 

Murmura la anciana con voz cansada, mientras se ciñe el chal tejido que cubre su espalda.

 

-Vas a Bluegard… ¿o acaso vienes de allá?

 

Orfeo se sorprende por las palabras de la anciana, no esperaba que alguien, supiera cual fuera la misión de este aspirante a caballero en tan lejanas y heladas tierras. El joven se levanta de su asiento, acercándose a la anciana cuya mirada seria y con significancia, sonríe satisfecha.

 

-Aún estás lejos de tu destino y no será nada fácil, joven Orfeo…

 

El griego le observa con interés, tal vez la mujer, tiene algo más qué decir, por algo ha decidido mencionar aquella ciudad, a dónde hubiera sido enviado días antes.

 

-¿Cómo llego allá?

 

Pregunta el joven de mirada celeste, con evidente interés. La anciana se frota las manos para calentárselas para luego, llevar la diestra sobre la dorada melena de su nieta que dormita a su lado.

 

-¿para qué quieres llegar a Bluegard?

 

Pregunta la anciana con desconfianza, sabe de hombres que van a ese lugar, pero nunca regresan, tal vez no lo logran y el interés de la anciana, es proteger la integridad del hombre que protegió la de su única familia.

 

-busco… busco al guerrero… al guerrero del agua y hielo…

 

La anciana suspira, algo así se temía, “una prueba para un joven aspirante, seguramente” piensa para sí la anciana que ha visto ir y venir cantidad de guerreros que no logran superar dicha prueba. Así pues, se levanta de su asiento y coloca una mano sobre el tibio hombro del peliazul, dedicándole una sonrisa maternal.

 

-entonces… te diré lo que debes hacer para llegar a Bluegard… y puedas encontrar a aquel guerrero… entonces Orfeo… te deseo buena suerte…

 

La noche fue larga para ambos, escuchando los detalles de cómo llegar a las lejanas tierras heladas de Siberia, aquella ciudad azul escondida entre sus hielos, Bluegard. El amanecer recibió a Orfeo a varios kilómetros ya de distancia de la vieja choza. Cargando un pequeño costal en una mano con alimento para el resto de su viaje y su querida lira.

 

**

 

Los días transcurrieron cada vez más fríos y cansados para alguien que no está acostumbrado a tan bajas temperaturas, pero el calor de sus sueños e incluso el anhelo de convertirse en caballero, le ayudan a soportar por encima de esto y más.

 

-Ya verás Lídice… me convertiré en caballero… a ti y a tu abuela… juro que lo lograré, en el nombre de todos aquellos hombres que fueron y vinieron y que nunca lo lograron…  

 

Por fin, allá a la lejanía, unas viejas ruinas le dan la bienvenida a tan hostil lugar. Los gélidos vientos de Siberia le hacen imposible ver con claridad el paisaje frente a él, pero Orfeo no se detiene, continúa con su camino hacia la entrada, en busca de aquel legendario guerrero que ha accedido a ser su maestro.



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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: timeline Enviado: 30/12/2022 09:10
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