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Días Especiales: Navidad 2010
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: kuki  (Mensaje original) Enviado: 17/02/2011 20:12
De: c3l14  (Mensaje original) Enviado: 09/12/2010 09:02
 

Un encuentro en Navidad.

Pocos días habían pasado de la Navidad, cuando el rey llamó a su hijo para contarle algo que había callado durante muchos años, demasiados.

– Tienes una hermana – Dijo al príncipe con un nudo en la garganta y apenas modulando la voz.

Ante la sorpresa del joven y las infinitas preguntas que hizo, Alfonso le contó la historia que había callado durante veinte años, los mismos que tenía Santiago.

Como pudo, le contó que había nacido junto a una hermana melliza. Que poco después del parto, había habido una contienda entre su reino y el reino vecino, ambos los más poderosos. Ante la aplastante victoria de Alfonso, su oponente -para vengarse- había raptado a la niña.

Le contó también, con lágrimas en sus ojos, que a pesar de su poder y valentía, no había sido capaz de encontrar jamás a la niña. Esto había ocasionado una tristeza tan profunda en su esposa que le produjo la muerte cuando Santiago apenas tenías meses de vida. Agregó que al tiempo, a través de una misiva anónima, le habían informado que la niña había muerto.

Sin terminar de creer lo que escuchaba, el príncipe pregunto:

– ¿Por qué me lo cuentas ahora? ¿Qué sentido tiene?

– Porque estoy enfermo y no me queda mucho tiempo. Creí que podría convivir el resto de mi vida con la vergüenza de no haber sido capaz de recuperar a mi hija, pero ahora que se acerca el final, no puedo.

– ¿Qué quieres que haga entonces? - Preguntó el príncipe con la voz quebrada.

– Nada, ya no se puede hacer nada. No me quería llevar este secreto conmigo nada más y si puedes, perdóname.

Santiago era un joven de muy buenos sentimientos y amaba a su padre. Lo perdonó, nunca entendió por qué había callado, pero lo perdonó.

A partir de ese día, sólo dos cosas ocupaban la mente del príncipe, la salud del rey y encontrar a su hermana.

– Tal vez no murió, tal vez aún esté con vida – Se repetía una y otra vez.

Con verdadero esmero cuidó al rey los últimos meses de vida. Casi un año había transcurrido de aquella conversación cuando Alfonso falleció.

Solo en el palacio, la idea de que su hermana estuviese con vida, se convirtió en una verdadera obsesión para el príncipe.

Su padre le había contado cierta vez que su madre siempre decía que en la Navidad era más fácil que los sueños se cumpliesen. Santiago siempre había recordado esa frase que, en ese momento de su vida, cobraba una fuerza especial.

Decidió salir a buscarla, nada tenía que perder. La proximidad de una nueva Navidad justificaba la locura de creer que su hermana estuviese con vida y más aún, que pudieran reunirse.

No tenía casi datos para empezar la búsqueda. Sabía de qué pueblo provenía quien la había raptado y que su hermana había nacido con una mancha en la punta de su nariz. Sólo con eso contaba.

Ordenó a los sirvientes que tuvieran el palacio adornado para su llegada, que no volvería solo y que festejarían la Navidad en familia.

Todos creyeron que el dolor había hecho mella en la razón del joven ¿De qué familia estaba hablando, si ya no le quedaba nadie? Pensaron todos.

Aún así, no bien partió, comenzaron a adornar el palacio.

– Todo esto es inútil, sólo con nosotros podrá brindar – dijo el sirviente más viejo con mucha tristeza.

Santiago, en cambio, partió con mucha esperanza. Sabía que era una locura lo que estaba haciendo, pero se acercaba la Navidad y todo era posible.

Fue directo al pueblo cuyo rey -también ya fallecido- había perdido la batalla con su padre. La joven no podría estar lejos. Debía buscar una chica de su edad, tal vez parecida a él o no necesariamente y con una mancha de nacimiento en la punta de la nariz.

Recorrió cada calle, cada tienda, cada plaza. La que no superaba ampliamente su edad, estaba muy por debajo de tener veinte años. De las jóvenes que sí podían tener esa edad, ninguna tenía una mancha en la nariz.

No se dio a conocer, preguntó a todos por lo que había ocurrido veinte años atrás, pero quienes habían sido testigos de la historia, ya no recordaban demasiado.

Sin perder las esperanzas, siguió averiguando hasta encontrarse con un anciano, quien a pesar de su edad, recordaba perfectamente el triste episodio.

– La niña fue traída a esta ciudad pobrecita. Aún recuerdo su llanto, como sabiendo que la arrancaban de su madre. El rey no se quedó con ella, no le gustaban los niños, dicen que la dejó con unos campesinos del sur del pueblo. Una familia humilde a la que bien pagó por hacerse cargo de la niña.

Con los datos que el anciano le proporcionó, Santiago salió cabalgando hacia el campo en búsqueda de esa familia y por supuesto de su hermana.

Poco faltaba para llegar a la casa, cuando divisó una joven que recogía manzanas y las colocaba en una canasta. Parecía muy bella si bien no se le veía demasiado el rostro y no podría tener más de veinte años.

Los ojos de Santiago no podían apartarse de la jovencita que seguía recogiendo las frutas. Finalmente la joven terminó y alzó su cabeza. El corazón del príncipe se detuvo por un instante. No sólo era la joven más bella que jamás hubiese visto, sino que la punta de su nariz se veía más oscura.

– ¡Tiene una mancha en su nariz! ¡Es ella, yo sabía, es ella! – Gritó el Santiago a la distancia. Quería acercarse, abrazarla, contarle que era su hermano, pero quería actuar con prudencia. No sabía cómo reaccionaría o si creería que estaba loco.

Desde lejos, observó cómo la joven ponía todas las manzanas en la cesta y cantando una hermosa melodía caminó hasta su casa. No se animó a hablarle. Notó que la joven en nada se le parecía, no le importó. Pensó que tal vez se pareciera a su madre de quién no recordaba el rostro.

Durante tres días, a la hora que la joven iba a recoger la cosecha, Santiago la esperaba en el mismo lugar.

El cuarto día, luego de hacer su trabajo y como si un ángel le hubiese hablado al oído, la joven reparó en la presencia del príncipe. Sus miradas se cruzaron por primera vez. Ambos sintieron que algo estallado en sus corazones. Santiago quedó confundido, lo que sintió al ver a la joven a los ojos en nada se parecía a un sentimiento de hermandad.

– Realmente estoy loco, debe ser el cansancio – pensó el príncipe y decidido a no entorpecer su cometido, decidió hablar con la campesina.

Con toda la timidez que podía albergar su alma se acercó y la saludó con cortesía. La joven respondió con la sonrisa más amplia que Santiago hubiese visto jamás.

– Me llamo Eva – dijo la joven.

- Eva – pensó el príncipe – como la primera mujer…

Al estar frente a frente, Santiago se dio cuenta que lo que tenía Eva en la punta de su nariz no era una mancha de nacimiento, era una herida. Con el corazón partido por la tristeza, levantó su mano hacia la nariz de la joven como señalándola.

– Ah, no es nada – Dijo Eva despreocupada – Me lastimé con una rama del manzano, ya pasará, en un par de días no tendré nada.

El joven no pudo contener el llanto. Eva no entendía por qué lloraba, hasta que Santiago le contó la historia.

A medida que avanzaba el relato, el rostro de Eva iba empalideciendo cada vez más.

– Hablas de María, mi hermana. Ella falleció al año de vida.

Eva le contó que efectivamente la niña había sido dada a sus padres, quienes la habían criado hasta que la niña enfermó gravemente y murió. Agregó que aceptaron ese trato porque el Rey los había amenazado y que luego de morir la niña, ellos mismos, por piedad y a pesar del temor que sentían, mandaron la misiva informando la triste noticia.

Santiago quiso conocer a los padres de Eva, quienes lo recibieron con un poco de vergüenza, otro poco de asombro y mucha hospitalidad.

Le contaron cómo había sido la corta vida de su hermana, a la que habían amado como a una hija propia y que habían devuelto del dinero que el rey les había dado para no ensuciar sus manos nada más que con trabajo honesto.

Lo alojaron en su modesta casa y allí se quedó unos días. A medida que tiempo pasaba, las sensaciones de Santiago eran muchas y muy diferentes. Ya no podía buscar a su hermana, pero la presencia de Eva lo retenía. Con el paso de los días, la herida de la nariz de la joven iba cicatrizando y como uno de esos trueques extraños que la vida ofrece, más pequeña se hacía y más grande era el amor que el príncipe sentía por ella.

Eva se enamoró también, como la primera y la última mujer de la tierra. Santiago además se encariñó con la familia, a quien comprendió y no juzgó.

– Uno en la vida hace lo que puede, no lo que quiere – había dicho el padre de Eva un día.

Decidido ya a no separarse más de ese amor que en cierto modo su hermana le había procurado, ofreció casamiento a la joven.

Eva aceptó. Santiago propuso a los padres mudarse al palacio, pero ellos prefirieron quedarse donde se sentían más cómodos, entre manzanos y campos verdes. Eso sí, aceptaron pasar la Navidad con el joven en su palacio de muy buen grado.

Grande fue la sorpresa de todos los sirvientes cuando vieron volver al príncipe con Eva y sus padres.

El palacio lucía radiante, no tanto como la sonrisa de Santiago que había podido cumplir su promesa de pasar la Navidad en familia.

El príncipe cruzó la puerta del palacio de la mano de su amada. Recordó las palabras que su madre solía decir “En Navidad es más fácil que los sueños se cumplan” y pensó que si bien el sueño de encontrar a su hermana con vida no se había concretado, se había hecho realidad otro igual de importante.

La vida le había quitado una hermana y la Navidad lo compensaba con una mesa compartida con la mujer de la cual se había enamorado, el sueño de tener hijos y de escribir él una historia diferente

Su fiel sirviente se había equivocado. Eran las doce y el príncipe brindaba en familia.

Fin

Celi.


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