Página principal  |  Contacto  

Correo electrónico:

Contraseña:

Registrarse ahora!

¿Has olvidado tu contraseña?

Despierta
 
Novedades
  Únete ahora
  Panel de mensajes 
  Galería de imágenes 
 Archivos y documentos 
 Encuestas y Test 
  Lista de Participantes
 General 
 
 
  
  
 ♥.·:*BIENVENIDO*:·. ♥ 
  
  
  
  
 
 
  
  
  
 ♥.·:*GRACIAS POR TU VISITA*:·. ♥ 
 corredor 
  
  
  
  
  
 
 
  Herramientas
 
Libros: Biografia No Autorizada del Vaticano PARTE 2
Elegir otro panel de mensajes
Tema anterior  Tema siguiente
Respuesta  Mensaje 1 de 12 en el tema 
De: Marti2  (Mensaje original) Enviado: 06/07/2012 05:08

por Santiago Camacho
Septiembre de 2005

ÍNDICE

  • Introducción

  1. Pactando con el diablo - Mussolini y Pío XI

  2. El mercader en el templo - Bernardino Nogara, el constructor de las finanzas vaticanas

  3. El Papa de Hitler - Pío XII y el Tercer Reich

  4. El Banco de Dios - El Instituto Para Las Obras de Religión

  5. El otro holocausto - El Vaticano y el genocidio en Croacia

  6. Ratas a la carrera - El Vaticano al final de la segunda guerra mundial

  7. Haciendo balance - El Vaticano y la posguerra

  8. El Papa que no fue - Gregorio XVII y Juan XXIII

  9. El banquero de la mafia - Michele Sindona y Pablo VI

  10. Propaganda Due - La masonería fascista

  11. La sombra de San Pedro - El nuevo poder de Michele Sindona

  12. Altas finanzas, altos delitos - La increíble historia de los bonos falsos

  13. El crack Sindona - El hundimiento de las finanzas vaticanas

  14. 33 días - La prematura muerte de Juan Pablo I

  15. Un comienzo accidentado - El escándalo del Banco Ambrosiano

  16. El juicio final - Los destinos de Paúl Marcinkus, Michele Sindona y Licio Gelli

  17. El golpe - Los nuevos escándalos financieros del Vaticano

  18. La mala educación - Los escándalos sexuales del clero

  • Epílogo

  • Bibliografía



Primer  Anterior  2 a 12 de 12  Siguiente   Último  
Respuesta  Mensaje 2 de 12 en el tema 
De: Marti2 Enviado: 06/07/2012 05:14
ALTAS FINANZAS, ALTOS DELITOS. LA INCREÍBLE HISTORIA DE LOS BONOS FALSOS


Lo que hemos relatado hasta ahora sobre los asuntos financieros de la Santa Sede puede resultar moralmente reprobable, pero no delictivo. Esto iba a cambiar a principios de los setenta, cuando el Vaticano, el Instituto para las Obras de Religión y el arzobispo Marcinkus se vieron implicados en una investigación de las auto ridades federales estadounidenses respecto a un sórdido asunto de falsificación de bonos.

A comienzos de la década de los setenta hubo un relevo genera cional en la mafia. Lucky Luciano y Vito Genovese salieron de la escena pública, siendo su lugar ocupado por Matteo de Lorenzo, Tío Marty. De Lorenzo no era un jovencito, tenía por aquel entonces 62 años. Bajito y rechoncho, su cara afable y su predisposición a las bromas habían conducido a más de un error fatal sobre la verdadera peligrosidad de aquel hombre. Tío Marty constituía en sí mismo el estereotipo del italoamericano: amante de los placeres de la vida y siempre de buen humor. Pero la verdad era muy distinta.

Tras las bromas y las exageradas muestras de afecto se escondía uno de los capos más peligrosos de Estados Unidos. Sonreía mucho, es cierto, pero también podía ordenar una ejecución sin que aquella sonrisa se borrara de su cara. Durante treinta años había luchado como soldado de a pie en las in terminables guerras mafiosas. Los olores de la pólvora y la sangre no le eran desconocidos. Habiendo empezado desde lo más bajo, conocía todos los negocios de la mafia, los legales y los ilegales.

Uno de los hombres de confianza de Tío Marry era Vincent Rizzo (a modo de anécdota diremos que su caracterización fue recogida en el segundo episodio de la conocida serie de televisión Los Soprano), que el 29 de junio de 1971 se reunió en el Hotel Churchill de Londres con Leopold Ledi, un eficaz y discreto intermediario financiero austríaco con un oscuro pasado de asuntos ilegales.1 Ambos hombres se conocieron gracias a la mediación del omnipresente Michele Sindona, que estaba preparando un gran negocio para el nuevo capo de la familia Genovese. Los dos intermediarios estaban negociando la compra por parte del Vaticano, presuntamente representado por Ledi, de mil millones de dólares en valores falsificados, que serían proporcionados por el siempre complaciente Tío Marty a través de Rizzo.

No obstante, Rizzo no estaba demasiado contento con aquella operación. Colaborar con el Vaticano para colocar valores financieros falsificados no era su idea de un negocio claro, pero todo aquello había venido de parte de Michele Sindona, uno de los hombres fuertes de la familia y banquero del papa, así que no había por qué dudar de que la Santa Sede estaba conforme con todo aquello.

1. Hammer, Richard, Vatican Connection: The Astonishing Account of a Billion Dallar Counterfeit Stock Deal between the Mafia and the Church, Holt, Rinehart &c Winston, Nueva York, 1982. (Buena parte de la información aportada en este capítulo procede de la magnífica investigación de Richard Hammer, antiguo reportero del New York Times.)



DOS TIPOS DUROS
Pese a sus reticencias, Vincent Rizzo era, sin lugar a dudas, el hombre indicado para aquel trabajo. Se trataba de un viejo conocido del Departamento de Policía de Nueva York, donde el expediente que contenía sus antecedentes delictivos ocupaba una voluminosa carpeta. En su juventud había sido un ratero y ladrón de coches de poca monta, pero con el paso de los años sus delitos fueron cobrando importancia: contrabando, extorsión, posesión ilícita de armas, pequeños fraudes y estafas monetarias. Sin embargo, todo aquello representaba el pasado. Desde hacía muchos años, Rizzo era uno de los prestamistas más conocidos y temidos de Manhattan. Muchos habían recurrido a él, desde jugadores sin suerte a importantes empresarios, y por elevada que fuera la cantidad solicitada Rizzo siempre disponía de ella, a cambio de un precio.

En cuanto a sus métodos, eran los habituales en estas circunstancias. Si el pago se demoraba más de la cuenta, una pareja de fornidos cobradores se lo recordaba al moroso. Al segundo retraso, los emisarios le dejaban al deudor algún que otro recuerdo doloroso para ayudarle a meditar sobre la conveniencia de pagar a tiempo. Si la deuda seguía sin saldarse, se daba por concluida, ya que, por lo general, no había nadie vivo para pagarla. Con el tiempo, la ambición de Rizzo le llevó a explorar nuevos campos en los que probar su talento, como el tráfico de armas o de divisas y bonos al portador falsificados.

El interlocutor de Rizzo en el Hotel Churchill no era tampoco alguien cuya biografía fuera desdeñable. Leopoíd Ledi era el con trapunto perfecto del rudo prestamista Rizzo. Se trataba de un elegante austríaco de hablar pausado y modales inmejorables que, al igual que Rizzo, también tenía un grueso expediente en la Interpol. Sus orígenes eran humildes, de hecho trabajó algún tiempo como carnicero y vendiendo unas brochas que él mismo patentó. Sin embargo, se trataba de uno de esos hombres que al final deben su fortuna o desgracia a una notable intrepidez.

A lo largo de los años se las había ingeniado para amasar una considerable fortuna mediante negocios como el contrabando de armas, el tráfico de drogas y los fraudes financieros, lo que le sirvió para hacerse con una agenda de contactos en Italia que incluía todas las esferas de la sociedad, desde el crimen organizado hasta la política. Sus mejores amigos italianos incluían a Mario Foligni, presidente de la compañía aseguradora Nuova Sirce, Tomasso Amato, el abogado que se había convertido en el ángel de la guarda de los mejores falsificadores europeos, ya fuera de obras de arte o documentos financieros, y Remigio Begni, uno de los brokers con menos escrúpulos de Roma.

Uno de los integrantes de este trío, Mario Foligni, estaba muy bien relacionado en los círculos vaticanos, aquellos con los que Ledi deseaba hacer negocios. En su entrada a los círculos internos del Vaticano también influyó su relación con Heinrich Sauter, un conocido «conseguidor» de la Santa Sede por cuya casa de la vía Cassia pasaban a diario hombres de negocios en busca de oportunidades.

Por medio de ambos, Ledi conoció a importantes dignatarios de la Santa Sede, como el cardenal Giovanni Benelli, sostituto de la secretaría de Estado con acceso casi diario a Pablo VI, el cardenal Egidio Vagnozzi, jefe de la oficina de asuntos económicos del Vaticano, el cardenal Amieto Giovanni Cicognani, secretario de Estado emérito, y el cardenal Eugéne Tisserant, decano del colegio de cardenales. Se ha barajado la hipótesis de que durante aquella época Ledi trabajase para la Santa Alianza, el servicio secreto del Vaticano.


REUNIÓN CONFIDENCIAL
Como parte de su acercamiento al mundo de los cardenales, Ledi invitó a muchos de ellos a pasar temporadas de descanso en su lujosa finca austríaca. Durante meses, y con mucha paciencia, el traficante se fue ganando la confianza de sus nuevos amigos, muchos de los cuales no desconocían su turbio pasado. Así fue discurriendo todo hasta que un día la paciencia de Ledi dio sus frutos. Entre 1968 y 1969 comenzó a hacer trabajos de poca importancia para el Vaticano, fundamentalmente en el campo de la compraventa de obras de arte bajo la supervisión de Benelli, pero su gran oportunidad llegaría poco después, cuando el cardenal Tisserant en persona convocó a Ledi a su despacho para tratar un tema delicado y urgente que requería la máxima discreción.

Durante mucho tiempo, Ledi guardó celosamente el contenido de aquella entrevista, hasta que fue interrogado por el agente del FBI Richard Tamarro y el detective del Departamento de Policía de Nueva York Joe Coffey. Gracias a este interrogatorio y a la propia autobiografía de Ledi podemos conocer lo acontecido aquel día en el despacho del cardenal. Al parecer, éste le confesó que las finanzas de la Santa Sede no estaban atravesando por su mejor momento. Había un agujero considerable del que Tisserant culpaba a la mala gestión del arzobispo Paúl Marcinkus, que habría perdido millones de dólares de la Santa Sede en una serie de desastrosas inversiones.

Tisserant, que sabía que Ledi era un hombre de recursos curtido en los más oscuros suburbios de la economía, decidió reunirse con él para contarle el problema y buscar una solución. Por supuesto, en la mente de Ledi había muchas soluciones viables e imaginativas para solucionar el problema de la Santa Sede, aunque lo que era dudoso es que alguna de ellas pudiera interesar a la Iglesia, ya que, por desgracia, todas eran ilegales. Pese a todo, Tisserant dejó claro que, tal vez, el Vaticano podría estar dispuesto a transigir mucho más de lo que imaginaba Ledi:

—¿No tenemos entonces ninguna idea, mi amigo de Viena? Estoy seguro de que un hombre de su experiencia y contactos debe de conocer alguna forma de obtener valores que puedan ayudar al Va ticano en su presente situación.

—¿De qué clase de valores estamos hablando?

—Valores de primera clase, por supuesto, acciones y bonos de grandes compañías americanas.

—Eso estaría muy bien, desde luego, pero esa clase de valores son extremadamente caros y muy complicados de conseguir.

—¿También si son falsos?

La sugerencia del cardenal dejó a Ledi estupefacto. Aquello era lo último que podía esperar de ese hombre de larga barba blanca que más bien parecía un santo. Instintivamente, Ledi miró con suspicacia a su alrededor; luego recordó dónde se encontraba: en un despacho del Vaticano, allí no habría micrófonos ocultos ni se abalanzaría sobre él un pelotón de policías tan pronto como admitiese su implicación en algo ilegal, así que decidió que había llegado el momento de hablar seriamente de negocios.


MERCANCÍA DE PRIMERA

—¿De qué cantidad estaríamos hablando?

—Alrededor de mil millones de dólares; para ser exactos 950 millones.

Eso era mucho dinero y muchos bonos falsos. En principio, no debería ser muy complicado conseguirlos; de cosas peores había salido airoso anteriormente. No obstante, ciertas cosas no terminaba de verlas claras. ¿Y si alguien descubriera lo que los cardenales se traían entre manos? Aquello sería un escándalo de primera. Que una empresa o una persona como Ledi fuera sorprendido en algo así era noticia de segunda fila. Se admitiera o no, la picaresca era uno de los ingredientes del mundo de los negocios. Pero la Iglesia... Aquello no terminaba de convencerle y así se lo expresó al cardenal.

Éste escuchó las objeciones de Ledi, pero no pareció tomárselas muy en serio. ¿Quién podría enterarse? ¿El FBI? ¿Las autoridades monetarias estadounidenses? De ser así, el asunto jamás llegaría a la prensa y se solucionaría discreta y diplomáticamente entre el gobierno estadounidense y la Santa Sede. Si en cualquier otro momento alguien se enterase de la existencia de estos bonos falsos, ¿quién dudaría de que el Vaticano había sido engañado por un grupo de desaprensivos que, abusando de su buena fe, les habían colocado aquel material falso?

Ledi comprendió que todo estaba previsto y meditado hasta el último detalle. Así pues, sólo quedaba por discutir el punto esencial de cualquier transacción, el precio:

—Para que una operación de este tipo tenga un mínimo de garantías —explicó Ledi—, los títulos de los que estamos hablando deberían corresponder a inversiones seguras, los llamados blue chips, con un valor estable en bolsa y con una tendencia constante al aumento. Así pues, entre los bonos y acciones que habría que falsificar debe rían estar los de IBM, Coca-Cola, Chrysler y Boeing. ¿Cuánto estaría dispuesto a pagar el Vaticano por esta mercancía de «primera clase»?

—El 65 por 100 de su valor nominal, es decir, 625 millones de dólares, de los cuales habrá que descontar 150 millones en concepto de comisión para mí y para el arzobispo Marcinkus. Eso nos deja 475 millones para usted y los que proporcionen el material.

El grado de intervención del arzobispo Marcinkus en el escándalo de los bonos falsificados es todavía hoy materia de controversia entre los expertos. Para muchos, es incuestionable que como presidente del IOR tenía que estar al corriente de este trato. Otros, como Tom Biamonte, el agente del FBI que investigó en Italia el asunto, están convencidos de la inocencia de Marcinkus.2 (De hecho, la investigación oficial que realizó el FBI exoneró al arzobispo de todos los cargos, lo cual se contradice con la propia rumorología vaticana, que siempre culpó al arzobispo.)

El hecho es que la mayoría de las historias sobre él [Marcinkus] proceden del propio Vaticano. Hay allí numerosos individuos siempre dispuestos a contar a los periódicos cualquier basura sin confirmar. Lo cierto es que la gente que debería defenderle no movía un dedo porque eran conscientes de su falta de popularidad. Los italianos no le soportaban. El único que le apoyó fue Juan Pablo II. El Papa acusaba a los periodistas de estar llevando a cabo un «brutal» ataque contra Marcinkus. Esta es una palabra especialmente fuerte en italiano y mostraba su profundo desagrado ante las críticas. Un prominente arzobispo se dirigió una vez al Papa diciendo: «Hay que tener cuidado con él». El Papa le contestó con impecable autoridad:

«Dime, si tú fueras criticado con dureza y yo tomara una acción in mediata, ¿estarías complacido? Mientras no haya algo definitiva mente probado contra él, permanecerá donde está».

Marcinkus no era popular. Se entendía bastante mejor con la gente corriente porque era una persona cercana y sabía cómo hablar con ellos. Ayudó a mucha gente en aquellos días, en especial a sacerdotes y monjas.3

2. Cornweil, John, A Thief in the Night: Life and Death in the Vatican, Penguin Books, Nueva York, 1989.

3. Ibid.


LA CARTA DE CONFIRMACIÓN
Leopold Ledi sabía que éste era el gran negocio de su vida. Llegó a la conclusión de que podría sacar cerca de doscientos millones de dólares de beneficio. Aunque la operación resultase complicada, sabía cómo conseguir ese tipo de material. «Pensé de inmediato en Ricky Jacobs, de Los Ángeles», un capo mafioso de la familia De Lorenzo especializado en fraudes económicos.4 Fue el propio Ledi quien, a la vista de la magnitud de la operación, decidió recurrir a Vincent Rizzo. Sin embargo, la llegada de aquel austríaco dispuesto a comprar mil millones en bonos falsos, según decía en nombre de la Iglesia, levantó muchas suspicacias. Tuvo que intervenir Michele Sindona para avalar la operación y asegurar que Ledi aportaría documentación que corroborase ser quien decía ser y actuar en nombre de quien decía actuar.5

Toda aquella reticencia por parte de los mafiosos era explicable. Un perfecto desconocido como Ledi se presenta inopinadamente en Nueva York contando una historia fantástica y proponiendo un negocio que para el proveedor del material supone una importante inversión previa. La falsificación no es un negocio fácil, sino que constituye un arte complejo en el que se barajan muchos factores. Hacen falta prensas, hábiles artesanos que manejen las planchas, comprar o producir el tipo de papel exacto al que se pretende falsificar. Demasiadas molestias y demasiado riesgo si el negocio no es seguro. Así pues, la intercesión de Sindona era necesaria.

Poco a poco se fueron limando las reticencias y finalmente se acordó un encuentro preliminar entre ambas partes en terreno neutral. El lugar escogido fue Londres. Ledi ni tan siquiera hablaba inglés, por lo que en la reunión del Hotel Churchill se tuvo que recurrir a los servicios de un intérprete llamado Maurice Ajzen. Ledi acudió a la reunión acompañado tan sólo del intérprete. Rizzo, por su parte, acudió con otros tres miembros de la familia.6

4. Clarke, Thurston y Tigue, John J. Jr., Dirty Money: Swiss Banks, the Mafia, Money Laundering, and White Collar Crime, Simón & Schuster, Nueva York, 1975.

5. Williams, Paúl L., The Vatican Exposed: Money, Murder, and the Mafia, op. cit.

6. Ledi, Leopold, Per contó del Vaticano. Rapporti con il crimine organizzato nel racconto del faccendiere dei monsignori, Tullio Pironri, Napóles, 1997.


Uno de ellos era Ricky Jacobs. Los otros pasaron por ser simples matones. Ledi nunca supo que uno de esos matones era Matteo de Lorenzo, Tío Marty, que había acudido de incógnito para supervisar la operación.

El recelo, sobre todo por parte de los italoamericanos, podía percibirse en el ambiente. Sin embargo, Ledi era un hombre experto y habituado a estas situaciones; sabía dosificar los tiempos. Tenía, además, un as en la manga. En un momento de la reunión, sacó de su maletín una carpeta que contenía un documento que tendió a los proveedores para que lo estudiaran:

Rome, Jun. 29. 1971.


Bajo un membrete de la Sacra Congregazione dei Religiosi, podía leerse:

A quien pueda interesar:
Tras nuestra reunión, que ha tenido lugar en el día de hoy, deseamos confirmar los siguientes puntos:

1) Es nuestra intención comprar la cantidad total de la mercancía hasta completar los 950.000.000 $.

2) Estamos de acuerdo con los términos y fechas de la entrega, tal como se indica a continuación:

  • 9.3.71 por 100

  • 10.9.71 por 200

  • 10.10.71 por 200

  • 10.11.71 por 250

  • 10.12.71 por 200

Se entiende que los dos últimos envíos lo más probable es que puedan hacerse juntos el 10.11.71.

3) Garantizamos que la mercancía no será revendida hasta después del 1.6.72.

Suyo afectísimo

[Firma ilegible]

Roma, 29 de junio de 1971.



Respuesta  Mensaje 3 de 12 en el tema 
De: Marti2 Enviado: 06/07/2012 05:15
TRATO HECHO
La existencia de este documento tiene una interesante historia detrás. El mismo 29 de junio de 1971, Ledi se reunió con Tisse rant, esta vez acompañado del cardenal Benelli. El motivo fue la reticencia de los mafiosos a aceptar al financiero austríaco como intermediario, pese a los buenos oficios de Sindona. Fue allí don de, presuntamente, se sugirió la idea de que Ledi llevase consigo un documento confirmando la transacción, documento que se improvisó en ese mismo momento en una hoja de papel de la Sagrada Congregación para los Religiosos. Con esta pequeña añagaza se pretendía calmar a los italoamerícanos mostrando la buena voluntad del Vaticano en aquel negocio.

Rizzo examinó con suma atención el papel que tenía ante él y después se lo pasó a Matteo de Lorenzo, uno de los supuestos matones que le acompañaba. Ambos se miraron a los ojos y sonrieron. Aquello no era precisamente un contrato firmado ante notario, pero unido a las garantías que les había dado Michele Sindona se convertía en una prueba más que suficiente como para confiar en su interlocutor.

El clima en la habitación se había suavizado considerablemente. Ahora, con toda amabilidad, Rizzo informaba a Ledi de que no habría ningún inconveniente para cumplir con los plazos establecidos en el documento. Es más, para dejar claro que eran gente seria, se comprometían a pagar una penalización del 1 por 100 de sus beneficios, alrededor de cuatro millones de dólares, en caso de que hubiera algún retraso o se presentara alguna dificultad, aunque ésta fuese fortuita. No se trataba de una práctica habitual, sino de una muestra de buena voluntad ante un cliente tan especial como la Iglesia.

La transacción podía comenzar. Ledi solicitó una muestra de los bonos falsos antes de pagar un solo dólar. La falsificación viajaría a Roma para su aprobación por los clientes del intermediario austríaco, y si éstos daban el visto bueno la operación continuaría tal como estaba previsto. Se concertó un primer envío a modo de muestra por valor de 14,4 millones de dólares, que los italoamericanos entregarían en el momento acordado. Así, los clientes podrían comprobar con sus propios ojos la calidad del trabajo. Además, se encargarían del transporte, haciendo entrega de la mercancía en el Hotel Cavalieri Hilton de Roma.

La reunión se cerró tras los preceptivos apretones de manos y una invitación a cenar por parte de Ledi, que Rizzo y sus acompañantes declinaron cortésmente, ya que partían esa misma noche. Había un gran número de preparativos que hacer.


LA PRIMERA PRUEBA
El regreso a Estados Unidos de la familia De Lorenzo supuso el comienzo de una frenética actividad en los entornos de falsifica dores del país. Los llamados «impresores negros», la élite de Fila delfia, Nueva York y Los Ángeles, fueron movilizados para obtener las muestras en un tiempo récord. Había nombres legendarios dentro de aquel mundillo, como Louis Milo, Ely Lubin o William Benjamín. Este último fue el encargado de dar los últimos retoques y el aprobado final al material.

Se decidió que el primer envío de prueba consistiría en 498 bonos de American Telephone & Telegraph (AT&T) por valor de 4,98 millones de dólares, 259 bonos de General Electric, valorados en 2,59 millones, 479 bonos de Pan American World Airways por valor de 4,78 millones y 412 bonos de Chrysler valorados en 2,06 millones.

Los bonos falsos fueron manufacturados y entregados a Ledi en Roma por correos de la familia De Lorenzo. La muestra, posteriormente, se llevó al cardenal Tisserant para que diera su conformidad. A pesar de que sólo hay constancia de que se produjeron catorce millones, muchos expertos opinan que debió de haber mucho más material en circulación. En su día, el periodista de investigación David Guyatt declaró ante los tribunales que aquella cantidad representaba «la punta del iceberg».7

7. Varios autores, Everything You Know is Wrong: The Disinformation Guide to Secrets and Lies, op. cit.

Sin embargo, Tisserant no era un experto en estos temas. Hacía falta una prueba convincente de que los bonos podían pasar como auténticos. Por orden del Vaticano, Mario Foligni, el presidente de Nuova Sirce, hizo un depósito de un millón y medio de dólares en el Handeisbank de Zúrich, abriendo una cuenta a nombre de monseñor Mario Fornasari, un alto funcionario de la Santa Sede. Los bonos falsos no tuvieron el menor problema para pasar la inspección de los empleados del banco. El material era de excelente calidad.8

8. Yailop, David, op. cit.

Aun así, se decidió hacer una nueva prueba para asegurarse. Esta vez, Foligni se dirigió al Banco de Roma e hizo un depósito de dos millones y medio de dólares a beneficio de Alfio Marchini, propietario del Hotel Leonardo Da Vinci y uno de los mejores amigos del arzobispo Paúl Marcinkus. Precisamente la implicación de Marchini es uno de los indicios que hace muy difícil creer que Marcinkus no conociera la operación. Una vez más, los empleados bancarios dieron por buenos los documentos sin poner ninguna pega.

Fue en el momento de pagar este primer envío cuando surgieron los primeros problemas, ya que los religiosos manifestaron que sólo podían efectuar el pago en liras. Aquello era una contrariedad de primer orden. Los italoamericanos se negaron. No sólo por lo complicado que resultaba para ellos manejar, transportar y cambiar aquella divisa extranjera, sino porque además sospechaban que aquellas liras provenían directamente de las familias mafiosas sicilianas, y que eran fruto de la extorsión y los secuestros; un dinero manchado que a la larga podría traer problemas.


CON LAS MANOS EN LA MASA
Los problemas, sin embargo, no iban a venir de aquel dinero, sino de una formalidad con la que los falsificadores no contaron. Los bancos italianos habían dado su autorización a las operaciones, pero también habían mandado muestras de los bonos a la Asociación de Banqueros de Nueva York para que los expertos de esta institución, con mejor formación y medios técnicos para la detección de falsificaciones, dictaminasen sobre su autenticidad. Y el resultado fue negativo. Los bancos italianos recibieron la noticia con sorpresa e incredulidad, pero hicieron lo que tenían que hacer y pusieron el hecho en conocimiento de la Interpol.

El primero en ser interrogado fue, lógicamente, el encargado de colocar los bonos en ambos bancos, Mario Foligni, a quien no hubo que presionar demasiado para que diera el nombre de Leopoíd Ledi como proveedor del material falsificado. Además, Foligni declaró que la causa por la que el Vaticano había adquirido aquellos bonos falsos era permitir que Marcinkus y Sindona pudieran comprar Bastogi, una gigantesca compañía italiana dueña de propiedades inmobiliarias, minería y productos químicos.

Foligni, para sorpresa de todos, declaró no ser imputable, ya que, al haber actuado en representación de la secretaría de Estado vaticana, gozaba de inmunidad diplomática. Se libró de la cárcel, pero Ledi no tardó en ser detenido. La historia que contó a los funcionarios de Interpol fue la que hemos relatado hasta ahora, sin omitir un solo nombre, ni de mafiosos, ni de eclesiásticos. Las detenciones se sucedieron entre los falsificadores y mafiosos estadounidenses, todos y cada uno de los cuales acabó en prisión, excepto el pobre Louis Milo, el autor de las planchas, que fue encontrado muerto en el maletero de su coche.

Las autoridades monetarias estadounidenses no se habían olvidado, ni mucho menos, del Vaticano, pero tratándose de un Estado soberano las cosas resultaban mucho más complicadas. Así, cuando tras múltiples e infructuosos intentos de conseguir una entrevista con el cardenal Tisserant parecían a punto de lograrlo, éste falleció de muerte natural dejando instrucciones detalladas a sus colabora dores sobre algunos de sus documentos personales, y muy especial mente sus diarios, como ya se ha comentado en otro capítulo.

El 25 de abril de 1973, el cardenal Benelli recibió en la Ciudad del Vaticano a William Lynch, jefe de la sección contra el crimen organizado y la extorsión del Departamento de Justicia de Estados Unidos, y a William Aronwaid, de la fuerza de choque del distrito sur de la policía de Nueva York. Les acompañaban dos agentes del FBI, Viamonte y Tammaro. William Lynch comentó al cardenal Benelli los pormenores de una investigación policial entre los círculos mafiosos de Nueva York que había conducido al Vaticano. Incluso existía una carta presuntamente emitida por el Vaticano para formalizar una operación ilícita.

Se supone que fue monseñor Pavel Hnilica —supuestamente relacionado con los servicios de inteligencia vaticanos— quien en su momento avisó a Marcinkus sobre el peligro que suponía colocar en los mercados financieros tal cantidad de títulos falsos, por mucha protección de la Santa Sede con que se contara. Aquello suponía enfrentarse al poderoso Departamento del Tesoro de Estados Unidos. Hnilica recordó también a Marcinkus su nacionalidad estadounidense, vigente a pesar de su pasaporte vaticano. «Si los norteamericanos quieren, pueden pedir al Santo Padre su extradición.»

Marcinkus, en su calidad de responsable del IOR, no estaba dispuesto a arriesgarse a ser imputado por un delito federal en su país natal, sobre todo sabiendo la dureza con que trataban semejantes asuntos y sabiendo también que de poco iba a ayudarle el alzacuello. Así que decidió cooperar con las autoridades y recibir en su despacho, el 26 de abril de 1973, a los funcionarios estadounidenses que el día antes se habían entrevistado con Benelli.


ASUNTOS INSIGNIFICANTES
Durante aquella cita el arzobispo intentó derrochar encanto e inocencia, de los que no andaba sobrado. Ofreció a sus visitantes un par de sus carísimos habanos, que fueron rechazados con cortesía. El, en cambio, sí se encendió uno. Michele Sindona fue uno de los primeros asuntos por los que preguntaron:

—Estoy alterado por la gravedad de las acusaciones. En vista de ello, responderé a todas y cada una de sus preguntas lo mejor que pueda.

—Háblenos de Michele Sindona...

—Michele y yo somos buenos amigos. Nos conocemos desde hace muchos años. Mis asuntos comerciales con él, sin embargo, son insignificantes. Él es, como ustedes ya sabrán, uno de los indus triales más ricos de Italia. Está adelantado a su tiempo en lo referente a asuntos comerciales.

—¿Y en qué consisten esos asuntos comerciales «insignificantes»?

—No creo necesario quebrantar las leyes de secreto bancario para defenderme a mí mismo.

—Si en el futuro se hace necesario un careo entre usted y Mario Foligni, ¿estaría dispuesto a tenerlo?

—Sí, por supuesto, siempre y cuando sea absolutamente necesario. Espero que no lo sea.

—¿Tiene usted alguna cuenta numerada de carácter privado en las Bahamas?

—No.

—¿Tiene usted una cuenta ordinaria en las Bahamas?

—No, tampoco.

—¿Está usted seguro, arzobispo?

—El Vaticano mantiene intereses financieros en las Bahamas, pero se trata únicamente de negocios y transacciones como tantas otras mantenidas por el Vaticano. No están para beneficio económico de ninguna persona en particular.

—No, nosotros estamos interesados en las cuentas personales de usted.

—Yo no tengo ninguna cuenta privada o personal ni en las Bahamas ni en ningún otro lugar.

Al final del interrogatorio, Marcinkus se reafirmó en su inocencia y en su absoluto desconocimiento de los asuntos por los que estaba siendo interrogado. Sin embargo, los agentes federales eran conscientes de que el arzobispo o bien les estaba mintiendo o bien tenía una memoria extraordinariamente frágil. Sin duda, olvidaba que desde 1971 pertenecía, junto con Michele Sindona y Roberto Caivi, a la junta directiva del Banco Ambrosiano Transatlántico, con sede en Nassau, capital de las Bahamas, y que era propietario del 8 por 100 del mismo.

Con frecuencia, Marcinkus se desplazaba a las Bahamas para alternar las reuniones de la junta directiva con unas bien merecidas vacaciones. Eso sin olvidar que los negocios «insignificantes» que tenía con Sindona le hacían mantener cuentas en muchos de los bancos de su amigo.9

9. Yailop, David, op. cit.


EXTRADICIÓN FRUSTRADA
Sea como fuere, el caso es que los agentes salieron del despacho muy poco impresionados con la sinceridad del arzobispo, tanto que iniciaron los preparativos para un proceso de extradición. La advertencia de monseñor Hnilica comenzaba a convertirse en profética según las autoridades federales empezaban a tener cada vez más interés en que aquel ciudadano estadounidense terminara declarando ante los tribunales de su país.

Sin embargo, cuando parecía seguro que el secretario de Estado Henry Kissinger iba a solicitar la extradición de Marcinkus, la administración Nixon dio marcha atrás. Se han barajado varias explicaciones para ello: presiones del lobby católico, que no hubiera suficientes pruebas incriminatorias contra el arzobispo, no querer enrarecer aún más el ambiente político, tras salir a la luz el escándalo Watergate, las conexiones de Marcinkus con P2 y, por tanto, con la Operación Gladio de la CÍA...10

10. Wiison, Robert Antón, op. cit.

La investigación no se frustró por la falta de empeño de los agentes federales, que se dedicaron con ahínco a esclarecer la verdad. Simplemente, fueron un tanto ingenuos a la hora de evaluar las dificultades añadidas de una investigación que comienza en un país y termina en otro. Al gobierno estadounidense le pareció más conveniente pasar por alto la implicación del Vaticano en la trama de los bonos falsos. Lo que en principio era un asunto meramente policial, mal manejado podría convertirse en un incidente diplomático de primer orden.

El simple hecho de que los agentes consiguieran traspasar los muros de la Santa Sede para interrogar a algunos de sus más altos funcionarios es una muestra de su tenacidad. Si el Vaticano hubie ra estado en territorio estadounidense, la carta con el membrete de la Sacra Congregazione dei Religiosi habría sido la prueba de cargo fundamental, se habría podido interrogar a todos los miembros de la congregación, tomar huellas de todo el mundo para contrastarlas con las que se encontraron en el documento e incluso se habría podido obtener una orden de registro para intentar encontrar la máquina de escribir con que fue redactada.

El único problema radicaba en que todo eso era imposible. Sobre la implicación de Marcinkus, William Aronwaid, uno de los investigadores del caso que estuvo presente en la reunión en el despacho del arzobispo, comentó al periodista de investigación David Yailop:

Lo máximo que se puede decir es que la investigación no ha re velado pruebas concretas suficientes para confirmar o negar su im plicación.11

11. Yailop, David, op. cit.


Respuesta  Mensaje 4 de 12 en el tema 
De: Marti2 Enviado: 06/07/2012 05:16
EL CRACK SINDONA. EL HUNDIMIENTO DE LAS FINANZAS VATICANAS

La última etapa del pontificado de Pablo VI estuvo marcada por la traición del hombre en cuyas manos había depositado las llaves de las arcas de la Santa Sede. La ambición de Sindona no tenía límite, ni tampoco su orgullo, y fue este último el que le hizo creerse por encima de las leyes, le llevó a la imprudencia y provocó una caída en la que por poco arrastra a sus socios vaticanos.

Siendo como era el menos implicado en el asunto, el más perjudicado por el escándalo de los bonos resultó ser Michele Sindona. Su nombre comenzó a circular con demasiada frecuencia asociado con asuntos turbios, algo que no convenía a la particular naturaleza de sus negocios. Además, comenzaba a tener problemas con sus propios bancos. El dinero, fuera del entorno de las instituciones financieras nacionales, ni se crea ni se destruye, simplemente cambia de mano. Así pues, sí durante bastante tiempo Michele Sindona se dedicó a especular con sus propios bancos, la consecuencia no podía ser otra que la aparición de importantes agujeros económicos.

Cuando el desfalco es pequeño basta con unas pocas artimañas y una contabilidad creativa para disimularlo. Pero si el expolio continúa, el déficit se hará cada vez mayor y más difícil será de ocultar. El 1973 Sindona tenía gravísimos problemas económicos en sus dos principales bancos, Banca Unione y la Banca Privata Finanziaria. ¿Qué hacer? Intentó una audaz huida hacia adelante al fusionar ambos en uno nuevo: la Banca Privata. Sin embargo, el sentido común estaba en su contra. Si juntamos dos agujeros grandes, lo que obtenemos es uno enorme. En julio de 1974 el nuevo banco tenía un impresionante déficit de 200.000 millones de liras.1

Un mes después, en agosto de 1974, prácticamente todo el mundo comenzó a tener claro que el imperio de Sindona se tambaleaba y se plantearon las primeras medidas desesperadas. En Italia, el Banco de Roma, habiendo recibido como garantía una gran parte de las propiedades de Sindona, colocó entre 128 y 200 millones de dólares en la Banca Privata intentando tapar la crisis. En Estados Unidos, temiendo que el desmoronamiento de las inversiones del banquero italiano en ese país, y muy concretamente una eventual quiebra del Franklin National Bank, pudiera desencadenar un efecto dominó de resultados imprevisibles, el gobierno concedió al banco de Sindona un acceso ilimitado a los recursos federales.

De hecho, los otros bancos del país empezaron a mostrar reticencias a la hora de operar con el Franklin National Bank, donde también había aparecido un enorme déficit fruto de las retiradas de fondos irregulares que periódicamente realizaba Sindona, que en apenas dos años se las ingenió para aligerar las arcas de la institución. El Franklin National Bank, el decimoctavo entre los principales bancos de la nación, con unos activos de más de tres mil millones de dólares,2 se vio súbitamente reforzado con más de dos mil millones de dólares procedentes de la Reserva Federal estadounidense.

1. Yailop, David, op. cit.

2. Hammer, Richard, op. cit.


Sin embargo, todos estos esfuerzos resultaron inútiles, el dinero no fue suficiente para salvar al agonizante banco, y en septiembre de ese mismo año, apenas tres meses después de su creación, la Banca Privata estaba al borde de la quiebra. Las pérdidas estimadas alcanzaban los trescientos millones de dólares, incluidos los 27 millones de dólares que constituían la participación del Vaticano en el Banco, según la Santa Sede. El propio Banco de Roma a punto estuvo de desaparecer como consecuencia del hundimiento del banco de Sindona.


LA CAZA DEL TIBURÓN
El 3 de octubre los acontecimientos se precipitaron. Licio Gelli fue informado por miembros de Propaganda Due infiltrados en la policía y la magistratura de que Sindona sería detenido al día siguiente. Gelli, haciendo bueno el juramento de fidelidad de los miembros de la logia, avisó a Sindona de la situación:

Huye a algún sitio donde no puedan extraditarte. Si no lo haces, nuestros enemigos te torturarán. Puede que incluso te maten [...]. Todo esto es muy peligroso, Michele. Las cosas han cambiado. Quizá, si escapas, dentro de un tiempo pueda utilizar mi poder para ayudarte. Si no, si eres capturado, ya sabes lo que tienes que hacer.3

3. DiFonzo, Luigi, op. cit.


Sí, Sindona sabía lo que tenía que hacer. Tras preparar apresuradamente la maleta se metió en el bolsillo de la chaqueta cuatro frascos de digitalina, un medicamento recomendado para ciertas afecciones cardíacas que tomado en la dosis adecuada resulta ser un veneno de altísima eficacia: provoca arritmia, fibrilación ventricular y, finalmente, la muerte. Lo que llevaba Sindona encima equivalía a cien veces la dosis que prescribiría un médico. Llegado el momento, Sindona no dudaría en usar el veneno. Su imperio financiero había desaparecido, su credibilidad y prestigio estaban arruinados, todo lo cual había contribuido a que la estabilidad emocional de Sindona no atravesara por sus mejores momentos.

Tal como avisaron los informantes de Gelli, al día siguiente se emitieron dos órdenes de detención contra Sindona, una por malversación de fondos y otra por quiebra fraudulenta. Sin embargo, ya era demasiado tarde, Sindona había huido del país:

«No pienso darles la satisfacción de verme encerrado en la cárcel», le dijo a uno de sus colaboradores. Como hombre precavido que era, cambió previamente su nacionalidad, convirtiéndose en ciudadano suizo. Ginebra fue, a partir de ese momento, su nuevo cuartel general.

El 8 de octubre los peores temores de las autoridades económicas estadounidenses se hicieron realidad: el Frankiin National Bank se desmoronó. Las pérdidas de la Cámara Federal de Garantía de Depósitos se elevaban a más de dos mil millones de dólares.4 Michele Sindona podía anotarse un nuevo registro, el de la mayor quiebra bancaria de la historia estadounidense.5

Cuando las autoridades pudieron acceder a los libros del banco descubrieron que lo más granado del crimen organizado de Estados Unidos mantenía sus cuentas allí. Es más, certificaron que el día antes de la quiebra Sindona se había llevado 45 millones de dólares. (El Vaticano perdió 55 millones tras el derrumbamiento del Franklin National Bank.)

4. Lernoux, Penny, In Banks We Trust, Doubleday, Nueva York, 1984.

5. Tavakoli, Janet M., Collateralized Debí Obligations óStructured Finance: New Developments in Cash 0' Synthetic Securitization, John Wiley & Sons, Hoboken (Nueva Jersey), 2003.


La economía estadounidense entró en una crisis bancaria —inédita desde los tiempos de la gran depresión— que obligó a modificar la legislación y los mecanismos de control financieros del país.6 Una docena de empleados del banco fueron a la cárcel acusados de diversos cargos, entre ellos el de modificar la contabilidad y los archivos.

Desde esa fecha hasta enero de 1975, el mundo financiero europeo se vio sacudido por las sucesivas quiebras de los bancos de Sindona. Uno a uno fueron cayendo el Bankhaus Wolff AG, de Hamburgo, el Bankhaus I.K. Herstatt, de Colonia, el Amincor Bank, de Zúrich y el Finabank, de Ginebra.7 Contando tan sólo este último, expertos independientes suizos estimaron que el Vaticano había sufrido un quebranto económico de 240 millones de dólares. La prensa italiana no tardó en bautizar este desastre como Il crack Sindona.

A pesar del control que P2 ejercía sobre grandes sectores de la política italiana, las autoridades estaban sumamente inquietas. Parecía poco probable que Sindona regresara a Italia por propia voluntad para responder por lo sucedido, así que se inició una larga batalla para conseguir su extradición. Esta vez Sindona no iba a contar con la ayuda del Vaticano, que se sentía cada vez más defraudado con su antiguo banquero y hombre de confianza.

Pablo VI estaba consternado con las noticias que le transmitía el cardenal Villot, que le mantenía al corriente de cuanto sucedía. Con cada nueva quiebra, el Vaticano perdía una fortuna. (Se estima que las pérdidas reales de la Santa Sede podrían rondar los mil millones de dólares.)8 Sindona les había fallado, o peor aún, les había traicionado.

6. Spero, Joan Edelman, The Failure of the Frankiin National Bank: Challenge to the International Banking System, Beard Books, Nueva York, 1999.

7. Sterling, Claire, op. cit.

8. Martín, Malachi, op. cit.



MALA MEMORIA
Quien más sintió aquella delación fue Pablo VI, que en su momento depositó su confianza en el banquero. Los que habían aconsejado al pontífice que tomara esa decisión, como su secretario personal, monseñor Pasquale Macchi, el cardenal Sergio Guerri, Benedetto Argentieri, el propio cardenal Villot o Umberto Ortolani, miraban ahora a otro lado. (Una vez fallecido el pontífice, divulgarían la historia de que éste se había basado tan sólo en su amistad personal a la hora de poner a Sindona al frente de las finanzas vaticanas.)

El financiero se convirtió en el virtual dueño de los negocios de la Santa Sede y ni el papa ni sus asesores se preocuparon de tomar las más elementales precauciones. Eso sin contar con que dentro de los muros del Vaticano a Sindona no le faltaron cómplices deseosos de participar en sus actividades delictivas, como quedó demostrado con el caso de los bonos falsos.

No obstante, quien se llevó la peor parte fue el arzobispo Paúl Marcinkus. Si el interrogatorio del FBI ya le pareció una indigni dad en su día, ahora tenía que enfrentarse a diario con las autori dades italianas, deseosas de conocerlo todo sobre sus relaciones personales y económicas con Sindona. Recordemos que a los agentes del FBI les había dicho que él y Sindona eran «buenos amigos». Pues bien, dos años después, el 20 de febrero de 1975, Marcinkus concedía una entrevista a la revista italiana Uespresso en la que afirmaba:

La verdad es que ni siquiera conozco a Sindona. ¿Cómo podría entonces haber perdido dinero por su causa? El Vaticano no ha per dido un solo centavo, todo lo demás es fantasía.9

9. Yailop, David, op. cit.

Una vez más quedaban de manifiesto los problemas de memoria de Marcinkus, de los que los agentes del FBI habían sido testigos unos años atrás, sobre todo si tenemos en cuenta que las relaciones de amistad entre él y Sindona están documentadas por numerosas fuentes.10

10. Baigent, Michael, Leigh, Richard y Lincoln, Henry, op. cit.

Mucho más difícil debió de ser para Marcinkus explicar la de tención y retirada del pasaporte, en relación con las actividades de Sindona, de uno de sus más íntimos colaboradores, Luigi Mennini, secretario inspector del Banco Vaticano.


UN PAPA EN CRISIS
Mientras esto sucedía, en el Vaticano todo eran reproches más o menos velados hacia el papa. La mayoría de los habitantes de la Santa Sede se guardaban para sí sus opiniones, o bien se las reservaban para sus íntimos. No obstante, en ambos extremos del espectro ideológico comenzaron a surgir voces acusadoras. A la izquierda, los jesuítas se quejaban de las ingerencias del pontífice en la política italiana y de que éste había dejado «el futuro de la Iglesia en manos de Satán».

A la derecha, el ala más integrista de la Iglesia, abanderada por el arzobispo francés Marcel Lefebvre, no dudaba en reclamar la abdicación del papa. En una publicación semanal afín a esta ideología, El Tradicionalista, se calificó, en septiembre de 1973, a Pablo VI de «traidor a la Iglesia».

El papa no había sido un traidor, pero sí había cometido el error de pensar que el vicario de Cristo no podía ser traicionado. Ser consciente de aquella equivocación, además de la mella que en su ánimo hacían las críticas, cada vez más virulentas, le llevaron a considerar muy seriamente la idea de abdicar. Dudaba de su capacidad de liderazgo de la Iglesia." Ahora bien, en caso de renunciar, quería ser él quien nombrase a su sucesor. Llevado por este propósito, realizó un movimiento que trajo nuevas críticas sobre su persona. Abolió un antiguo decreto que desde hacía cuatro siglos prohibía acceder al trono de San Pedro mediante promesas, dinero o favores. Esto volvía a abrir la puerta de los cónclaves a toda clase de componendas y conspiraciones.

A esta extraña decisión siguió un comportamiento igualmente raro del pontífice. Cada día dormía menos y su humor se volvió taciturno. Pasaba largas horas, en especial de noche, recorriendo en solitario los pasillos del palacio de Letrán, inmerso en sombríos pensamientos: «A través de alguna grieta, el humo de Satán ha entrado en la Iglesia, está alrededor del altar», dijo en una ocasión a uno de sus colaboradores.12

11. France, David, Our Fathers: The Secret Life ofthe Catholic Church in an Age of Scandal, Broadway Books, Nueva York, 2004.

12. Martín, Malachi, The Decline and Fall of the Román Church, G. P. Putnam's Sons, Nueva York, 1981.


Pese a las lamentaciones del papa y de las crisis doctrinales, la realidad es que las finanzas del Vaticano atravesaban dificultades que había que solucionar con rapidez. La Santa Sede necesitaba un nuevo banquero. El elegido para sustituir a Sindona fue, ni más ni menos, Roberto Calvi, presidente del Banco Ambrosiano. Se ha atribuido esta elección tanto al arzobispo Marcinkus como al propio Santo Padre. Fuera quien fuese el responsable no estuvo nada acertado. Si lo que se pretendía era alejarse de los negocios turbios y dar seguridad a las finanzas vaticanas, no podía haberse hecho peor elección.

DE EA SARTÉN AE FUEGO
Calvi no perdió la oportunidad de seguir los pasos de su antecesor y en poco tiempo ya estaba involucrando a la Iglesia en nuevos negocios comprometedores. El dinero volvía a fluir. Para comprender muchas de las confusas operaciones que Caivi llevó a cabo durante la década de los setenta, hay que tener en cuenta que el Banco Ambrosiano (llamado popularmente «el banco de los curas») y el IOR estaban estrechamente ligados. Muchas operaciones cruciales se realizaban de forma conjunta.

Como Sindona, Calvi pudo vulnerar las leyes repetidas veces gracias a la asistencia del IOR. Nada de lo que hacía podía ocurrir sin el conocimiento previo y la posterior aprobación de Marcinkus, que no parecía suficientemente escarmentado con lo sucedido con Sindona. Sobre la autonomía con que operaba Marcinkus respecto al papa contamos con el testimonio del propio Calvi:

Marcinkus, que es un tipo rudo, nacido de padres pobres en un suburbio de Chicago, quería ejecutar la operación sin siquiera informar a su jefe. Estoy hablando del Papa.13

13. Yailop, David, op. cit.

Es muy ilustrativo de la catadura moral de los personajes de los que estamos hablando el hecho de que para ellos el vicario de Cristo quedase reducido a la categoría de «jefe».

Mientras, Sindona había llegado a Nueva York huyendo de la extradición y solicitando la protección de sus amigos del clan Gambino-Genovese. Al contrario que en Propaganda Due, aquí el apoyo a Sindona no estaba basado en la conveniencia, sino que existía verdadera veneración hacia un hombre que no sólo había demostrado una absoluta lealtad hacia ü familia, sino que la había enriquecido mucho más allá de sus expectativas. Niño, el pequeño de los Gambino, llegó a decirle a Sindona:

Don Michele, usted es el más grande de todos los sicilianos. Es tamos orgullosos de usted. Permítanos ayudarle con sus problemas y díganos quiénes son esos bastardos. Haremos lo que sea porque le respetamos. Sin dinero, don Michele. Nosotros matamos sólo por nuestros amigos.14

También los amigos que tenía en la administración Nixon le ayudaron, recomendándole que acudiera a la prestigiosa firma de abogados Mudge, Rose, Guthrie & Alexander, de la que el propio Richard Nixon había sido socio.15

14. Sterling, Claire, op. cit.

15. DiFonzo, Luigi, op. cit.


COSMO-CORPORACIONES
Sindona también fue convencido por sus aliados estadounidenses de que en el país de la imagen necesitaba un agente de relaciones públicas. Éste rápidamente le consiguió varias conferencias en el ámbito universitario. Así, mientras los altos ejecutivos del Franklin National Bank se encontraban en prisión acusados de conspiración y desfalco, Sindona se dirigía a los estudiantes de la prestigiosa Wharton Gradúate School de Filadelfia:

El objetivo de esta breve charla, tal vez un tanto ambicioso, es contribuir a la restauración de la fe de Estados Unidos en sus sectores económico, financiero y monetario, y recordar que el mundo libre necesita a América.16

16. Yailop, David, op. cit.

Al mismo tiempo que este «restaurador de la fe económica» era condenado en rebeldía por un tribunal de Milán a tres años y medio de prisión por veintitrés cargos de apropiación indebida, se permitía dar lecciones de moral a los alumnos de la Universidad de Columbia:

Cuando se efectúan pagos con la intención de esquivar el cumplimiento de la ley a fin de obtener beneficios injustos, es necesaria una reacción pública. Tanto el corrupto como el corruptor deben ser castigados.17

Al menos había que reconocerle el mérito de estar hablando sobre temas que conocía en profundidad. Sindona tampoco andaba falto de imaginación:

En un futuro muy lejano, cuando estemos en contacto con otros planetas y nuevos mundos, en nuestras incontables galaxias, espero que los estudiantes de esta universidad puedan sugerir a las compañías que representan que se expandan por el cosmos, creando las cosmo-corporaciones, que llevarán el espíritu creativo de la iniciativa privada por todo el universo.18

17. Ibid.

18. Ibid.

Estos planteamientos eran una prueba fehaciente de que la estabilidad psicológica de Sindona se encontraba mermada. Tanto que llegó a proponer a sus amigos de Propaganda Due y la mafia un plan para conseguir la independencia de Sicilia, a fin de poder regresar a su tierra natal sin tener que temer a la justicia italiana.


MATANDO POR DON MICHELE

En Italia, esta «gira» multitudinaria del banquero prófugo levantó no poca indignación. La gota que colmó el vaso fue una fotografía publicada en septiembre de 1975 en la que podía verse al alcalde de Nueva York, Abraham Beame, saludando afectuosamente a Sindona. El Corriere della Sera publicó:

Sindona prosigue haciendo declaraciones y concediendo entrevistas, y continúa, en su refugio-exilio norteamericano, frecuentando la compañía de la alta sociedad. Las leyes y los mecanismos de extradición no son iguales para todos. Alguien que roba manzanas puede languidecer en prisión durante meses, quizá años.

Mientras tanto, Sindona hacía desesperados intentos por librarse de la extradición, recurriendo al chantaje y al soborno de sus antiguos amigos políticos de Italia. Su peor enemigo aquí era Giorgio Ambrosoli, abogado comisionado por las autoridades del Banco de Italia para investigar el caso Sindona. Ambrosoli tuvo que soportar numerosas amenazas contra su persona. De hecho, el abogado en Italia de Sindona, Rodolfo Guzzi, se encontraba en la oficina de Ambrosoli el día en que éste recibió una amenaza de muerte. Guzzi, que tuvo ocasión de escuchar la conversación, estaba tan conmocionado que llamó inmediatamente a su cliente para pedirle explicaciones. Sindona le respondió:

«Algunas personas me están ayudando. Yo les he contado mis problemas y ellos intentan ayudarme. Yo no tengo ningún control respecto a lo que hagan».19

19. DiFonzo, Luigi, op. cit.

Ambrosoli temía por su vida, pero también se daba cuenta de que aquellas amenazas no hacían más que confirmarle que estaba en el buen camino, así que prosiguió con la investigación. Fue una época terrible. Cada vez que accionaba el contacto de su coche temía una explosión, cada vez que sonaba el teléfono o alguien llamaba a su puerta temía lo peor. Al final, ni siquiera podía conciliar el sueño, atormentado por pesadillas en las que los mafiosos asesinaban a su familia. Aun así no abandonó. Para unos era un valiente, para otros, un loco.

Sin embargo, cada día que transcurría el abogado avanzaba en su tarea de desenmascarar el imperio secreto de Sindona. En julio de 1979, éste envió a un asesino de la mafia desde Nueva York a Milán para que acabase con la vida del abogado.20

20. Stille, Alexander, Excellent Cadavers: The Mafia ana the Death of the First Italian Republic, Vintage Books, Nueva York, 1996.

Ambrosoli no fue el único que murió bajo las balas de los sicarios de la familia Gambino, que de esta forma rendía tributo a don Michele.

Graziano Verzotto era un alto cargo de la Democracia Cristiana del que los mafiosos desconfiaban debido a su ascendencia del norte de Italia. Bastó el rumor de que pensaba declarar sobre los sobornos que había recibido por parte de Sindona para que fuera tiroteado en Palermo. Al parecer, los Gambino tenían especial interés en silenciar a Verzotto, ya que ellos, los Inzerillo y los Spatola, podían verse incriminados por lo que pudiera declarar. Verzotto no sólo sabía de sobornos, sino que, en el caso de que le preguntasen por blanqueo de dinero y tráfico de heroína, seguramente también tendría mucho que explicar. El político sobrevivió al atentado, pero decidió ponerse a salvo estableciendo su residencia en Beirut.


TIBURÓN ENJAULADO
Quien no pudo escapar de sus asesinos fue Giuseppe di Cristina, otro de los asociados de Sindona que sabía más de lo que era conveniente sobre el tráfico de heroína. También fue tiroteado en las calles de Palermo. Al examinar su cadáver la policía encontró varios cheques de los bancos de Michele Sindona.

Toda esta muestra de violencia no contribuyó a mejorar la situación de Sindona. Más bien al contrario. Su relación con la mafia quedó más patente que nunca. Muchos de sus antiguos aliados comenzaron a darle la espalda debido a la doble amenaza que suponían las autoridades por un lado y la mafia por el otro. En Estados Unidos algunos políticos también comenzaron a dejar de prestarle su apoyo.

Finalmente, en septiembre de 1976, las gestiones del gobierno italiano cristalizaron y Michele Sindona fue detenido en Estados Unidos. Aquello le cogió por sorpresa, ni la mafia, ni los políticos, ni Propaganda Due fueron capaces de salvarle. Sus primeras declaraciones públicas reflejaban su perplejidad:

Estados Unidos ha escogido ahora, casi dos años después de que se lanzaran contra mí estas falsas acusaciones en Italia, dar comienzo a este proceso de extradición. Quiero enfatizar que los cargos pronunciados contra mí en Italia están basados en muy poca o ninguna investigación y que son absolutamente falsos.

Tras una breve estancia en prisión, Sindona recuperó la libertad después de pagar una fianza de tres millones de dólares. Los únicos que quedaban a su lado en aquel momento eran los Genovese, que organizaron, entre otros actos, cenas para recaudar dinero como asistencia legal de Sindona. (No existe constancia de que un solo dólar de los obtenidos en aquellos actos llegara a los abogados del banquero.)

La legal no era la única asistencia que Sindona solicitó. Los Genovese estaban dispuestos a matar por don Michele, pero no en Estados Unidos, así que el financiero intentó contratar los ser vicios de un asesino a sueldo siciliano llamado Luigi Ronsisvalle para que acabase con la vida del fiscal de su causa. Ronsisvalle, que era un experto en los asuntos de la mafia, rechazó el ofrecimiento. El asesinato de un funcionario público en Estados Unidos, sin contar con la autorización ni el apoyo de las familias lo cales, no era un buen negocio, por generosa que fuese la paga.

En el terreno de lo estrictamente legal, Sindona contó con testigos de lujo declarando a su favor. El más notable fue Carmelo Spagnuo lo, presidente de una de las salas del Tribunal Supremo italiano y miembro de P2. Spagnuolo declaró bajo juramento que las acusaciones a las que se enfrentaba Sindona en Italia eran fruto de una conspiración comunista. Se buscaba el desprestigio del financiero, «un gran protector de la clase trabajadora».

Aseguró que las personas encargadas de la investigación eran incompetentes o malintencionadas, y que, en cualquier caso, estaban manipulados por diversos intereses políticos. El magistrado no dudó en atacar a sus propios compañeros de judicatura, dando por sentado que muchos de ellos eran peligrosos extremistas prestos a la prevaricación. Como broche final de su declaración, compartió con los estadounidenses su temor de que Sindona fuera asesinado nada más pisar suelo italiano.

LOS PÉRFIDOS COMUNISTAS
Licio Gelli también acudió a declarar en favor de Sindona. Para demostrar lo ridículo de las acusaciones contra su amigo se puso como ejemplo a sí mismo, afirmando que él había sido acusado de ser miembro de la CÍA, jefe de los escuadrones de la muerte argentinos, dirigente supremo de una organización fascista internacional y agente de los servicios secretos portugueses, griegos, chilenos y de la República Federal de Alemania.

Él, un empresario responsable con inquietudes políticas, no era más que un hombre de bien. Todas aquellas acusaciones se debían al creciente poder de los comunistas en Italia:

La influencia comunista alcanza a algunos sectores del gobierno, especialmente en el Ministerio de Justicia, donde durante los últimos cinco años se ha experimentado un cambio de posición política hacia la extrema izquierda.21

Gelli también creía que la vida del financiero corría peligro en Italia:

El odio de los comunistas hacia Sindona viene del hecho de ser un anticomunista intransigente, siempre favorable al sistema de libre empresa, en una Italia democrática.22

21. Yailop, David, op. cit.

22. Ibid.

En aquel cierre de filas en torno a Sindona faltaba un personaje esencial, su amigo y socio Roberto Caivi, que también tenía mucho que esconder; pero Caivi decidió alejarse de Sindona y pensar en su propia salvación. Ni siquiera contribuyó económicamente a la defensa de Sindona, menos por tacañería que por afán de no ligar su nombre con el del financiero. Aquella deslealtad le costaría cara. Sindona contactó con Luigi Cavallo, un experto en chantajes y campañas de difamación.

El 13 de noviembre de 1977, las calles de Milán amanecieron sembradas de octavillas en las que se acusaba a Caivi de evasión de capital, fraude contable, apropiación indebida y delitos fiscales. Se incluían los números de las cuentas secretas que Caivi tenía en Suiza y se daba toda clase de detalles respecto a diversas transacciones ilícitas. También se revelaba sus vínculos con la mafia.

El 24 de noviembre de 1977, Cavallo envió una carta al presidente del Banco de Italia, Paolo Baffi, en la que se reproducían todas y cada una de las acusaciones recogidas en los pasquines de Milán. La carta incluía, además, otra documentación, como fotocopias relacionadas con las cuentas suizas de Caivi y una velada amenaza de demandar al propio Banco de Italia por prevari cación y tráfico de influencias si no se abría una investigación contra Caivi y el banco que presidía, el Ambrosiano. Cavallo co metió un error. Escribió la carta sin contar con la autorización de Sindona, que lo último que deseaba era tener a las autoridades monetarias italianas investigando en los asuntos de sus antiguos socios.

Además, se daba la circunstancia de que tanto Caivi como Baffi eran miembros de P2, y aquellas disputas, sobre todo si incluían el aireamiento de trapos sucios, no favorecían a la logia. Licio Gelli se ofreció a mediar en el conflicto y consiguió que Caivi ingresara medio millón de dólares en la cuenta que Sindona mantenía en la Banca del Gottardo.

No obstante, en agosto de 1978 sucedería algo que iba a cambiar todo el panorama financiero vaticano. Pablo VI fallecía de un ataque al corazón en Castelgandolfo. Para sucederle fue elegido el cardenal Albino Luciani, aquel patriarca de Venecia que parecía no entender al arzobispo Marcinkus y su interés en mezclar los asuntos sagrados con los económicos. Había llegado el momento de limpiar la casa.


Respuesta  Mensaje 5 de 12 en el tema 
De: Marti2 Enviado: 06/07/2012 05:18
33 DÍAS - LA PREMATURA MUERTE DE JUAN PABLO I

Durante los escasos 33 días que duró el pontificado de Juan Pablo I, la Iglesia tuvo la gran oportunidad de expiar sus pecados del pasado y entrar en una nueva era de modernidad, transparencia y pobreza ejemplar. Desgraciadamente, la muerte prematura de Juan Pablo I dio al traste con sus revolucionarios proyectos. La sospecha de un posible asesinato no ha dejado nunca de estar presente.

La última etapa del pontificado de Pablo VI estuvo presidida por los reproches, pero lo que nunca nadie podría reconvenirle es que no supiera cómo organizar un cónclave secreto. Como ya se ha explicado anteriormente, la constitución Romano pontifici eligendo es la disposición más arbitraria sobre el desarrollo de un cónclave de cuantas se hayan hecho en los tiempos modernos por miedo a que se repitieran los embarazosos episodios con micrófonos ocultos.1

1. Cooney, John, op. cit.

El cónclave para elegir a su sucesor iba a ser, sin duda, muy especial. Tras los muros de la Capilla Sixtina se pondrían en juego, como nunca antes, los anhelos, deseos y esperanzas de los católicos de todo el mundo. La derecha, con el cardenal Giuseppe Siri a la cabeza, esperaba elegir a un pontífice que devolviese a la Iglesia al estado de rígida disciplina eclesiástica anterior al II Concilio Vaticano; deseaban un nuevo Pío XII. La izquierda quería un papa que reconciliase a la Iglesia con los pobres, pero no como un monarca absoluto, sino democráticamente y contando con la opinión de los obispos. En definitiva, un nuevo Juan XXIII.

Casi en medio de ambas posturas se encontraba el patriarca de Venecia Albino Luciani, un hombre que conjugaba sencillez, humildad e inteligencia. Su preocupación eran los pobres, y no estaba interesado en la distinción entre derechas e izquierdas. Lo que realmente le importaba eran los millones de seres humanos que padecían la miseria en el Tercer Mundo. Sabía muy bien a quién iba a votar, al cardenal brasileño Aloísio Lorscheider,2 un hombre que, como él, tenía una especial sensibilidad hacia el mundo pobre.

2. Yailop, David, op. cit.

Luciani no estaba entre los papables. Ni los cardenales ni los medios de comunicación consideraban seriamente la posibilidad de que fuera elegido papa. De las biografías que el Vaticano distribuyó entre la prensa antes de que se celebrase el cónclave, la suya era la más corta.

Sin embargo, ésta era una apreciación errónea. Albino Luciani hablaba a la perfección alemán, francés, portugués, inglés, latín y, por supuesto, italiano. Además de ser muy popular entre los cardenales italianos que no pertenecían a la curia, tenía grandes amigos entre los de otros países. Los polacos Karol Wojtyla y Stefan Wyszynski habían sido invitados suyos en Venecia. De hecho, Wojtyla influyó notablemente en él respecto a su postura so bre el marxismo.

Los cardenales brasileños Aloísio Lorscheider y Paulo Evaristo Arns mantenían una relación muy cordial con Lu ciani, tanto como los cardenales León Joseph Suenens, de Bélgica, Jan Willebrands, de Holanda, Francois Marty, de Francia, Josef Hoeffner y Hermann Volk, de Alemania, Terence Cooke, de Nueva York, Timothy Manning, de Los Ángeles o Humberto Sousa Medeiros, de Bostón. Luciani, además, había viajado por medio mundo: Brasil, Portugal, Alemania, Francia, Yugoslavia, Suiza, Austria y el África subsahariana.

Aparte de todo esto, era un hombre de espíritu abierto que mantenía una buena amistad tanto con judíos, anglicanos y protestantes como con otros no católicos, en especial con su gran amigo Phillip Potter, secretario del Consejo Mundial de Iglesias. Tampoco menospreciaba la teología de la liberación, e intercambiaba correspondencia y libros con el teólogo progresista Hans Küng.


EL QUE ENTRA PAPA SALE CARDENAL
Como en todos los cónclaves, en éste también había favoritos. De todos ellos, el principal era el cardenal Giovanni Benelli, líder del sector más moderado de la curia, lo que le valió los ataques de varios cardenales, como Pericle Felici, administrador del patri monio de la Santa Sede, que llegó a comentar: «Su voto será para sí mismo».

No sería así. El 25 de agosto de 1978 comenzó uno de los cónclaves más cortos de la historia: duró un día. Sorpresivamente, Benelli decidió renunciar a sus posibilidades de convertirse en papa y apoyar a un candidato que pusiese de acuerdo a ambas corrientes: Albino Luciani, el hombre con el que nadie contaba. Luciani subió al trono de San Pedro como Juan Pablo I (Juan por Juan XXIII y Pablo por Pablo VI). Si algunos cardenales pensaron que su elección debía entenderse como señal de un pontificado continuista, pronto se llevaron una decepción.

El nuevo papa tenía el sueño de devolver a la Iglesia sus característicos rasgos de austeridad y pobreza; a las pocas horas de su designación ya comenzó a trabajar para hacer realidad esta aspi ración, que consideraba de vital importancia para el futuro de la Iglesia católica. En la noche del 27 de agosto de 1978, Juan Pablo I cenó con el cardenal Jean Villot y le confirmó a él y a los otros miembros de la curia romana en sus cargos, a los que habían tenido que renunciar tras el fallecimiento de Pablo VI. Pero en aquella cena ocurrió algo más.

El papa ordenó a Villot que iniciara de inmediato una investigación que abarcase todas las operaciones del Vaticano, especialmente las de carácter financiero. «Que no quede excluido ningún departamento, ninguna congregación, ninguna sección.» Debería hacerse de forma rápida, discreta y en profundidad. Una vez que el papa recibiese el informe, lo estudiaría y decidiría qué hacer.

Le preocupaba por encima de todo el Instituto para las Obras de Religión, dirigido por Marcinkus. Y no era el único que compartía esta inquietud. Cuatro días después, el 31 de agosto, el diario de información económica II Mondo publicaba una carta abierta a Juan Pablo I titulada «Su Santidad: ¿le parece correcto?». En ella se le pedía que impusiera «orden y moralidad» en las finanzas del Vaticano, inmersas, según el rotativo, «en la especulación y las aguas insalubres». El texto se refería explícitamente a las operaciones financieras fraudulentas del Vaticano e incluía un recuadro sobre sus propiedades y fortuna.3

3. Panerai, Paolo, «Su Santidad: ¿le parece correcto?», II Mondo, 31 de agosto de 1978.

II Mondo planteaba, entre otras, las siguientes preguntas:

¿Es correcto que el Vaticano opere en el mercado como especulador? ¿Es correcto que el Vaticano posea un banco cuyas operaciones incluyen la transferencia de capitales ilegales de Italia al extranjero? ¿Es correcto que ese banco ayude a los italianos a evadir impuestos? ¿Por qué la Iglesia tolera la inversión en compañías, nacionales e internacionales, cuyo único propósito es el beneficio; compañías que, cuando es necesario, no dudan en pisotear los derechos humanos de millones de pobres, especialmente de ese Tercer Mundo tan cercano a vuestro corazón?

UNOS MÁS IGUALES QUE OTROS
La carta, además, atacaba con especial crudeza la figura de Marcinkus:

Es, sin duda, el único obispo que forma parte de la junta directiva de un banco legal y secular, que incidentalmente tiene una rama en uno de los paraísos fiscales más importantes del mundo capitalista; nos referimos al Banco Cisalpino Transatlántico de Nassau, en las islas Bahamas. El servirse de paraísos fiscales está permitido por las leyes terrenales, y ningún banquero laico podría ser llevado ante los tribunales por obtener ventaja de esta situación, pero quizá esto no sea lícito bajo la ley de Dios, que debería regir todo acto de la Iglesia. La Iglesia predica igualdad, pero no nos parece que la mejor forma de conseguirla sea a través de la evasión de impuestos, que constituye el medio por el cual el estado laico busca promover esa misma igualdad.

Pese a las críticas no hubo reacción oficial de la Iglesia, lo cual no quiere decir que no fuese asunto de conversación intramuros del Vaticano. Entre quienes pensaban que el Instituto para las Obras de Religión y la administración del patrimonio de la Santa Sede estaban fuera de control (que eran muchos, aunque silenciosos) cundió una discreta satisfacción y un atisbo de esperanza. Los que pensaban lo contrario se alarmaron, aunque, eso sí, de forma igualmente discreta.

II Mondo abrió un frente que continuó el rotativo La Stampa, que publicó un reportaje titulado «La riqueza y los poderes del Vaticano», firmado por el periodista Lamberto Fumo, que mantenía una postura mucho menos crítica con la Iglesia y calificaba de falsas algunas de las acusaciones que se habían formulado sobre sus finanzas. Aun así, el periodista criticaba la falta de transparencia de la Santa Sede:

La Iglesia no dispone de riquezas y recursos que excedan sus necesidades, pero es necesario dar prueba de ello [...1. En los sacos de dinero. Nuestro Señor escribe con su propia mano «peligro de muerte».

Una semana después de haberlo solicitado, Juan Pablo I tenía sobre la mesa de su despacho los primeros datos del informe elaborado por el cardenal Villot sobre el IOR. El banco, que según indicaba su propio nombre había sido creado para fomentar las «obras de religión», era, en la actualidad, igual que cualquier otra institución financiera laica. De sus once mil cuentas, tan sólo 1.650 guardaban alguna relación con la Iglesia. El resto pertenecía a clientes externos, entre los que destacaban Michele Sin dona, Licio Gelli, Roberto Caivi y el arzobispo Paúl Marcinkus.

Por aquellas mismas fechas, y a lo largo de varias reuniones sucesivas que comenzaron el 7 de septiembre, los cardenales Be nelli y Felici pusieron al papa al corriente sobre la historia de las operaciones financieras que vinculaban al IOR con Sindona, de las relaciones de éste con el blanqueo de dinero para el narcotrá fico, de las pérdidas económicas sufridas, de cómo se evitó el es cándalo en varias ocasiones, en especial con el sórdido asunto de los bonos falsos, y le advirtieron de que en ese preciso instante se estaba fraguando otro posible escándalo: el que podría producirse si llegaran a ser descubiertos los amaños de Roberto Caivi (al parecer, el juez Emilio Alessandrini ya estaba investigando el asunto). El papa palidecía a medida que leía el informe. La inves tigación del magistrado podía terminar no sólo con el procesa miento de Caivi, sino con el del propio Marcinkus y otros fun cionarios vaticanos:

«El Papa los miró fijamente [a Benelli y Felici] y, con una voz que no le habían oído antes, les dijo que aquello no podía continuar».4

Lo que el papa desconocía es que Gelli y Caivi habían pronunciado palabras muy similares cuando recibieron la misma información a través de sus propios contactos. Ambos estaban al corriente de la investigación judicial y decidieron que lo más apropiado era optar por lo que Sindona solía llamar «la solución italiana». Aprovechando que el Renault 5 naranja del juez Alessandrini se había detenido en un semáforo de la via Muratori de Roma, cinco pistoleros le acribillaron a balazos.5 La investigación tuvo que comenzar de nuevo, y el encargado para esta delicada tarea fue el nuevo gobernador del Banco de Italia, Cario Azeglio Ciampi, actual presidente de la República italiana.6

4. Thomas, Gordon y Morgan-Witts, Max, Pontífice, Plaza & Janes, Barcelona, 1983.

5. Cornweil, Rupert, op. cit.

6. Jones, Tobías, op. cit.

LA IGLESIA DE LOS POBRES
Mucho antes de su elección como pontífice —desde el altercado con Marcinkus en 1972 como consecuencia de la venta de la Banca Católica del Véneto—, Luciani había transmitido al cardenal Villot numerosas quejas sobre las finanzas del Vaticano, la forma en que Marcinkus dirigía el IOR, la implicación de un ma fioso como Michele Sindona en las finanzas de la Iglesia, cómo la influencia de éste se extendía a la administración del patrimonio de la Santa Sede, etc.

Muchos lamentos, pero ningún resultado. Sin embargo, ahora tenía en sus manos el poder para cambiar las cosas. Quería una revolución que sirviera para devolver a la Iglesia a sus orígenes y a congraciarla de nuevo con las enseñanzas de Jesucristo. Dado que el nuevo papa se distinguía por ser un hombre que predicaba con el ejemplo, es muy significativo uno de sus escritos:

Estamos de acuerdo en que la prudencia debe ser dinámica y ex hortar a las personas a la acción. Pero hay tres fases que deben ser consideradas: deliberación, decisión y ejecución. Deliberación implica procurarnos los medios que nos llevarán al fin. Se basa en la reflexión, la petición de consejo, el análisis cuidadoso. Decisión significa, tras el análisis de los diversos métodos posibles, la elección de uno de ellos... [...] Se dice que la política es el arte de lo posible, y de alguna forma es cierto. La ejecución es la más importante de las tres fases: la prudencia, unida a la fuerza, evita el desánimo ante las dificultades y los obstáculos. Es el momento en el que un hombre demuestra ser líder y guía.7

7. Yailop, David, op. cit.

Tras leer esto nadie podrá dudar de que Juan Pablo I sabía cómo llevar a buen término sus planes. El 28 de agosto ya había llamado mucho la atención su negativa a recibir la tiara cargada de joyas. El papa nunca más sería monarca coronado, sino pastor de su rebaño, como el propio Jesucristo hubiera deseado. Acto seguido, Juan Pablo I se dirigió al cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede: «No tenemos bienes materiales que intercambiar ni intereses que discutir. Nuestras posibilidades para intervenir en los asuntos del mundo son específicas y limitadas, y tienen un carácter especial».

Fueron muchos los que vieron en esta declaración de intenciones el fin del Banco Vaticano. En los mercados de valores más importantes del mundo había auténtica expectación respecto a las decisiones que estaba a punto de tomar el nuevo papa. Lo único que quedaba por confirmar era hasta dónde iba a llegar Juan Pablo I en su reforma, algo que, para los especuladores que operaban cercanos a los intereses del Vaticano, podría significar la diferencia entre obtener nuevas ganancias o enfrentarse a la ruina.

Además, había una importante cuestión pendiente. Si el papa quería una Iglesia pobre, ¿qué pensaba hacer con las riquezas del Vaticano? Uno de los más preocupados parecía ser el cardenal Villot, de carácter sumamente conservador y al que las nuevas ideas de Juan Pablo I inquietaban profundamente. Las diferencias entre ambos hombres eran cada vez mayores y el papa sentía cada vez más la desaprobación de aquel al que había confirmado en su puesto como secretario de Estado.


EL REGRESO DE LA LISTA DE LOS MASONES
En los primeros días de septiembre de 1978 comenzaron a hacerse públicas las primeras medidas del nuevo pontífice, entre las que destacaba su intención de variar drásticamente las relaciones del Vaticano con el mundo del gran capital. Aparte de esto, Juan Pablo I ya había dado los primeros pasos hacia una revisión de la postura oficial de la Iglesia respecto al control de la natalidad, algo que levantó ampollas en amplios sectores de la Iglesia, y, en especial, en el cardenal Villot, contrario a los métodos anticonceptivos.

El 5 de septiembre, Juan Pablo I recibió en audiencia al cardenal africano Bernardin Gantin, a quien pondría al frente de Cor Unum, una organización de la Iglesia de ayuda internacional, que hasta ese momento dependía del cardenal Villot. Juan Pablo I no tenía dudas, la Iglesia había de dedicar una parte importante de sus recursos financieros a apoyar planes serios de desarrollo en el Tercer Mundo. Ese mismo día ocurrió un suceso que, para los más suspicaces, debió haber puesto en guardia al papa sobre su seguridad personal.

Recibía a una de las mayores autoridades de la Iglesia ortodoxa, el metropolita Nicodemo de Leningrado. Ambos hombres se sentaron a tomar café, pero nada más dar el primer sorbo, Nicodemo se precipitó al suelo y murió casi instantáneamente. El dictamen oficial fue infarto, aunque era un hombre relativamente joven, 49 años, y según todos los indicios tenía un buen estado de salud.

Con todo, aquél era un problema menor para Juan Pablo I. El 12 de septiembre la agencia de noticias UOsservatore Político divulgó un artículo titulado «La gran Logia del Vaticano», en el que se reproducía, con algunos añadidos, la famosa lista de presuntos masones del entorno de la Santa Sede —cardenales, obispos y otros altos dignatarios de la Iglesia— que ya hemos reproducido anteriormente. Esta agencia de noticias, dirigida por el periodista Carmine Pecorelli, el mismo que acabó con un disparo en la boca tras delatar a sus hermanos masones de P2, se caracterizaba por la publicación de informaciones escandalosas cuya veracidad siempre era contrastada.


UN SECRETO A VOCES
Al parecer, el papa se encontraba literalmente rodeado de masones, entre ellos el secretario de Estado, cardenal Jean Villot, el ministro de Asuntos Exteriores, monseñor Agostino Casaroli, el cardenal Sebastiano Baggio, el cardenal Ugo Poletti, vicario de Roma, el arzobispo Paúl Marcinkus y monseñor Donato de Bonis, otro alto cargo del Banco Vaticano.8

8. Wilson, Robert Antón, op. cit.

Juan Pablo I no acababa de creérselo. Para él era inconcebible que un sacerdote perteneciese a la masonería. Aunque sabía que entre los católicos laicos no era infrecuente —también había comunistas—, tratándose de miembros del clero la situación era muy diferente. Al menos podía contar con que las personas en las que más confiaba en el Vaticano, el cardenal Benelli y el cardenal Felici, no figuraban en la relación de supuestos masones. Así que decidió llamar a este último para tomar café y discutir la situación.

Juan Pablo I disfrutaba de la compañía de Felici, un hombre de pensamiento conservador pero inteligente, sofisticado y espiritual. Para su sorpresa, el cardenal le comentó que conocía la existencia de la lista. Había circulado por la Santa Sede al menos desde 1976, y constituía un secreto a voces. El hecho de que volviera a salir ahora a la luz pública era un claro mensaje al nuevo pontífice para que mediase en el asunto. Lo que estaban requiriéndole era una investigación y una purga de buena parte de la curia y varios de los papables.

—¿Quieres decir que listas como esta existen desde hace más de dos años?

—Eso mismo, Santidad.

—¿Y la prensa las conoce?

—Las conoce. Nunca ha llegado a publicarse una lista completa, pero sí un nombre aquí, otro allá...

—¿Y cuál ha sido la reacción del Vaticano?

—La normal... o sea, ninguna.

El Papa se rió ante la observación.

—¿La lista es auténtica? —preguntó sin rodeos Juan Pablo I. Felici se encogió de hombros.

—Esas listas parecen proceder de los allegados a Lefebvre... no fueron elaboradas por nuestro hermano rebelde francés, más bien las utiliza.9

9. Yailop, David, op. cit.

(Cuando se habló de los problemas por los que atravesó Pablo VI durante la última etapa de su pontificado, habría que haber precisado que el que más amargura le causó fue el concerniente al obispo Marcel Lefebvre. Él era la máxima expresión del integrismo católico, alguien que consideraba que el II Concilio Vaticano había sido un acto herético, y, en consecuencia, actuaba como si nunca se hubiera celebrado. Día a día, desafiaba la autoridad del Vaticano celebrando en su diócesis misas en latín y de espaldas a los feligreses. La condena pública de Pablo VI no le hizo la menor mella. En cuanto al nuevo papa, sus seguidores ni siquiera le reconocían por el hecho de haber sido elegido por un cónclave del que se había excluido a los cardenales mayores de ochenta años.)

La investigación siguió su curso, realizándose discretamente y con la colaboración de las autoridades italianas, que encontraron testigos que apoyaron la presunta pertenencia del secretario de Estado Villot y su asistente, el cardenal Baggio, a la masonería. Ahora estaba claro el motivo de la insistencia del cardenal Villot en la necesidad de una «modernización» de la postura que mantenía la Iglesia respecto a la masonería. Esto mismo podía decirse de la práctica totalidad de los nombres que figuraban en la lista.

El 13 de septiembre, el papa llamó a Roma a uno de sus hombres de confianza. Germano Pattaro, para que aceptase ser su consejero. Según las propias palabras de Pattaro, el papa estaba viviendo «un mes de infierno», un vía crucis: «Comienzo a entender ahora cosas que no había comprendido antes. Aquí cada uno habla mal del otro. Si pudieran, hablarían mal hasta de Jesucristo». La curia, indecisa y dividida, acosaba al papa constantemente y la relación con Marcinkus y Villot era cada vez más tensa. La antipatía de Marcinkus queda patente en unas declaraciones que realizó tras el fallecimiento del pontífice:

Ese pobre hombre, el papa Juan Pablo I, llega de Venecia, una diócesis pequeña, de gente mayor, donde no hay más que 90.000 personas en la ciudad y los sacerdotes son viejos. De repente lo me ten en un sitio como éste, sin saber siquiera dónde está cada despacho. No tiene ni idea de a qué se dedica la secretaría de Estado [...]. La suya era una sonrisa muy nerviosa [...]. Además, hay que tener en cuenta que no era una persona de mucha salud... No hay más que coger el periódico todos los días y ver cómo hay mucha gente joven que consigue un buen puesto de trabajo y al poco tiempo se muere. Y no por eso va uno a pensar que los mataron.10

10. Cornweil, John, A Thiefin the Night: Ufe and Death in the Vatican, op. cit.


El propio Marcinkus era consciente de que sus días al frente del IOR acabarían pronto: «No me queda mucho», le comentó a un amigo. A partir del 20 de septiembre ya se rumoreaba en Roma que el papa se disponía a expulsar a algunos de los hombres más representativos de la Santa Sede. El número de cigarrillos fumados por el cardenal Villot, fumador empedernido, puede servirnos de barómetro para medir su agitación nerviosa.

Desde la coronación de Juan Pablo I, las dos cajetillas diarias de Galois que fumaba el cardenal habían subido a tres, y algunos días llegaban incluso a cuatro. Se sentía traicionado por la Santa Sede. Él y no otro se había mantenido firme al frente del Vaticano durante los agónicos últimos años de Pablo VI, cuando se le empezaba a llamar el «Papa Hamiet». El y no otro había mantenido la Iglesia en funcionamiento mientras Pablo VI vagaba por los pasillos del palacio de Letrán. La prensa francesa le llamaba el «De Gaulle de Dios».12

11. Manhattan, Avro, Murder in the Vatican, op. cit.

12. Alien, John L., Conclave: The Politics, Personalities, and Process of the Next Papal Election, Doubleday, Nueva York, 2002.



Respuesta  Mensaje 6 de 12 en el tema 
De: Marti2 Enviado: 06/07/2012 05:18
SOLO ANTE EL PELIGRO
Uno de los hombres más preocupados era Roberto Calvi, cuyos negocios con Marcinkus y el Banco Vaticano podrían llevarle a la cárcel de por vida. Las noticias que recibía de sus informadores en el Vaticano no podían ser más inquietantes. El banquero milanos estaba convencido de que el papa quería vengarse por la compra de la Banca Católica del Véneto. Si no, ¿para qué tanta investigación en el Instituto para las Obras de Religión?

Si era la ira lo que motivaba la forma de actuar de Juan Pablo I, tal vez se le pudiera calmar de alguna forma (ofreciéndole, por ejemplo, una generosa donación para obras de caridad). Pero según iba recibiendo informes, Calvi se daba cuenta de que tenía ante sí a una persona con la que no estaba acostumbrado a tratar: Juan Pablo I era incorruptible, insobornable y, en definitiva, honrado.

Calvi se jugaba mucho. Se había apropiado ilegalmente de más de 400 millones de dólares mediante la evasión fiscal y la creación de varias sociedades fantasma. Era demasiado lo que dependía de que el ahora investigado Marcinkus siguiera en su puesto. La única y remota posibilidad de que todo continuase como hasta ese momento era que el papa muriese antes de destituir a los hombres de confianza del anterior pontífice y pusiese en su lugar a alguien menos partidario de reformar las finanzas vaticanas. Un mes después de ser elegido papa, Juan Pablo I había conseguido llevar el temor y la incertidumbre al corazón de los principales responsables de la corrupción vaticana.

El 23 de septiembre, Juan Pablo I tomó posesión como obispo de Roma. Su homilía no contribuyó a tranquilizar las posibles conciencias culpables que hubiera en la Santa Sede, sobre todo porque en un momento del discurso se volvió hacia Marcinkus y dijo:

Aunque durante más de veinte años he sido obispo de Vittorio Véneto y Venecia, reconozco que no he aprendido el oficio demasiado bien. En Roma, me adscribiré a la escuela de san Gregorio el Grande, que escribió que un pastor debe, con compasión, estar cercano a cada uno de los que le han sido encomendados; independientemente de su puesto se debe considerar al mismo nivel que el rebaño, pero no debe temer ejercer los derechos de su autoridad contra los inicuos...13

13. Yailop, David, op. cit.

Dado que la mayoría de los presentes no tenían la menor idea de las turbias corrientes que recorrían el subsuelo del Vaticano, se limitaron a asentir ante tan sabias palabras. Para los iniciados, aquel mensaje era una suave y discreta declaración de guerra. El final de la corrupción estaba próximo.

Para entonces, los rumores de la existencia del informe solicitado al cardenal Villot por el papa ya habían llegado al prestigioso semanario estadounidense Newsweek, que daba por segura la destitución de Marcinkus. En la Ciudad del Vaticano, se barajaban decenas de nombres que, tras Marcinkus y Villot, abandonarían la Santa Sede.


EL CARDENAL ARROGANTE
También había que solucionar el asunto del Banco Ambrosiano, desvincularse de Caivi y sus negocios sucios a la mayor brevedad, salvar lo que se pudiera, tanto en prestigio como en dinero, y buscar un nuevo banquero para la Santa Sede. El principal can didato era Lino Marconato, director del Banco San Marco, que fue llamado a los aposentos del papa para celebrar una reunión confidencial el 25 de septiembre.

Tres días más tarde, el 28 de septiembre, fue la fecha elegida para dar comienzo a la purga. El primero en ser convocado al despacho del papa fue el cardenal Baggio. A pesar de lo que dijera la doctrina, el papa no pensaba excomulgarle, ya que sólo había en su contra pruebas circunstanciales y, aun teniendo la certeza de su vinculación a la masonería, castigar a un cardenal hubiera sido un escándalo que no se podía permitir una ya muy debilitada Iglesia. Sin embargo, lo que sí tenía claro Juan Pablo I es que no quería a su lado a un hombre en el que no confiaba, así que tomó una solución salomónica. Dado que desde que fue elegido papa Venecia estaba sin patriarca, decidió ofrecerle el puesto a Baggio.

Lo que sucedió a continuación no estaba en los planes del papa. Baggio se negó, y lo hizo en un tono poco apropiado para dirigirse a un pontífice. De hecho, estaba furioso. No quería cambiar Roma por una diócesis periférica donde nadie iba a contar con él. Le gustaba Roma y le gustaban los manejos políticos del Vaticano. Dentro de poco iba a presidir la conferencia de Puebla, en México, y quería capitalizar aquel protagonismo.

La negativa, y sobre todo el tono de protesta de Baggio, des concertaron al papa, que consideraba la obediencia como uno de los valores fundamentales del sacerdocio. Él mismo había aceptado sin rechistar en su vida muchas decisiones de la Santa Sede que no compartía. Es más, incluso durante su actual etapa de pontificado, caracterizada por el descubrimiento de una corrupción tras otra, solía excusar a los culpables pensando que sus acciones, probablemente, tuvieran su origen en la obediencia debida. No obstante, aquel cardenal arrogante que por razones egoístas se negaba a acatar una decisión del papa era algo inconcebible. Aun así, el pontífice mantuvo la calma. Despidió a Baggio y se fue a almorzar, meditando una solución para el problema.

Tras una corta siesta, el papa dio un paseo por los corredores de palacio. A las 15.30 volvió a su despacho e hizo algunas llamadas telefónicas: llamó a Padua al cardenal Felici, a Florencia al cardenal Benelli y llamó a Villot, a quien convocó a una reunión unas horas más tarde. A sus dos hombres de confianza les contó lo que había sucedido y les pidió consejo. Al secretario de Estado le comunicó el resto de sus decisiones.

Al caer la tarde, refrescó un poco. El cardenal Villot se sentó a tomar el té con el papa, aunque en el ambiente se notaba una tensión que dejaba claro que aquella no iba ser una reunión de cortesía. Como siempre, Juan Pablo I se dirigió al cardenal en francés y le pidió que antes de veinticuatro horas destituyera a Marcinkus como máximo responsable de la banca vaticana. Ni siquiera deseaba que el obispo permaneciera en el Vaticano; en su tierra natal, como obispo auxiliar de Chicago, sería mucho más útil a la Iglesia. A Marcinkus le sustituiría monseñor Giovanni Angelo Abbo, secretario de la prefectura de asuntos económicos de la Santa Sede, un hombre con una sólida formación financiera y que contaba con toda la confianza del pontífice. Además, Juan pablo I anunció otros cambios en el seno del Instituto para las Obras de Religión:

Mennini, De Strobel y monseñor De Bonis serán apartados. In mediatamente. De Bonis será reemplazado por monseñor Antonetti. Discutiré cómo cubrir las otras vacantes con monseñor Abbo. Quiero que todos nuestros vínculos con el grupo del Banco Ambrosiano terminen lo más deprisa posible. En mi opinión, esto será imposible de seguir con las personas que actualmente están al cargo.14

EL CASTIGO A LOS INICUOS
Villot tomó nota en silencio de estas disposiciones. Sabía que Marcinkus y su grupo habían especulado con las finanzas del Va ticano durante años. No era asunto suyo, él se había limitado tan sólo a mirar para otro lado. El segundo punto del orden del día era el futuro del cardenal Baggio. El papa había meditado todo el día sobre el tema y finalmente llegó a una resolución. Baggio iría donde se le dijese, no había discusión posible. El papa no tenía ninguna intención de volver a hablar con él, sería Villot quien le comunicase su nuevo destino en Venecia:

Venecia no es un tranquilo mar de rosas. Precisa de un hombre con la fuerza de Baggio. Nos gustaría que usted conversase con él. Dígale que todos debemos hacer algún sacrifico en este momento. Tal vez sea bueno recordarle que yo no tengo la menor intención de volver a asumir ese puesto.15

14. Ibid.

15. Ibid.

Asimismo, el papa comunicó a su secretario de Estado el resto de cambios que tenía planeados, entre los que se encontraba la inmediata sustitución de todos los presuntos masones del Vaticano por hombres de su confianza. Los destituidos serían destinados a puestos de segunda fila y sus actividades estarían supervisadas por «verdaderos católicos».

El cardenal Pericle Felici sería el nuevo vicario de Roma, en sustitución del cardenal Ugo Poletti, que reemplazaría, a su vez, al cardenal Benelli como obispo de Florencia. Benelli se convertiría en el nuevo secretario de Estado, relevando al propio Villot, cuya renuncia debería ser presentada en breve para así poder regresar a su Francia natal. El cardenal pareció encajar la noticia bastante mal, aunque su protesta fue en términos más respetuosos que los de Baggio.

El papa le recordó un episodio de la historia vaticana por si podía sacar alguna enseñanza de él. Pío X destituyó al cardenal Rampolla, secretario de Estado con León XIII, porque existía la sospecha de que era masón. No es que aquella historia tuviera nada que ver con él, era sólo un ejemplo histórico para demostrarle que los secretarios de Estado no tenían por qué serlo de por vida. El golpe de gracia para Villot fue la confirmación de que sería el Santo Padre quien recibiera al comité norteamericano sobre el control de población el 24 de octubre. Esta delegación del gobierno estadounidense trataba de modificar la posición de la Iglesia sobre la pildora anticonceptiva, algo a lo que el papa no pondría demasiados reparos.

La reunión con Villot finalizó a las 19.30. Después, el papa se retiró a orar y tomó una cena ligera, servida por la hermana Vin cenza, su cocinera y ama de llaves desde hacía años. A las 21.30, después de cenar y haber visto las noticias de la televisión, el papa, que parecía de buen humor, se despidió de sor Vincenza y sus asistentes: «Buonanotte. A domani. Se Dio vuole» (Buenas noches. Hasta mañana. Si Dios quiere).


LA MUERTE DEL PAPA
A la mañana siguiente, sor Vincenza, siguiendo la rutina habitual, llamó a la puerta del papa a las cuatro de la madrugada y dejó una bandeja con el café en la puerta. Media hora después, cuando volvió a pasar, la bandeja estaba intacta, lo cual extrañó a la reli giosa. Insistió en su llamada, pensando que el pontífice se había quedado dormido. Al no obtener respuesta decidió entrar. La escena que vio no podía ser más impactante.

La luz estaba encendida y el papa sentado en la cama, aparentemente revisando unos papeles, de hecho tenía las gafas puestas. Sin embargo, al acercarse más, la religiosa apenas pudo contener una exclamación de horror. En la cara del pontífice se dibujaba una sonrisa macabra y grotesca. Sus ojos, muy abiertos, parecían salirse de las órbitas.

Como pudo, teniendo en cuenta que padecía del corazón y que estaba impresionada por lo que acababa de ver, la monja corrió en busca del padre Magee, uno de los asistentes del papa. Tras comprobar que éste estaba muerto, telefoneó al cardenal Villot, que formuló una pregunta que sorprendió un poco al joven sacerdote: «¿Sabe alguien más que el Santo Padre ha muerto?». Nadie, excepto él y sor Vincenza, lo sabía. Villot ordenó que nadie accediera a la habitación del papa. Apenas unos minutos después, apareció perfectamente afeitado, despierto e impecablemente vestido con todos los ornatos de cardenal.

La Santa Sede comenzó entonces una confusa campaña de mentiras mezcladas con medias verdades sobre la muerte del papa que levantaron las primeras sospechas de asesinato. Y no era porque no hubiera enemigos suficientemente poderosos y con motivos dentro del Vaticano como para recurrir a la más terrible de las soluciones. Desde luego, un atentado contra el papa en medio de la plaza de San Pedro era impensable. La muerte tenía que producirse de forma aparentemente accidental, sin investigaciones ni complicaciones para la Iglesia.

La mejor forma de plantear un hipotético atentado contra el papa era mediante un veneno que después de administrado no dejara ninguna señal externa. El autor debía ser, además, una persona familiarizada con la rutina del Vaticano. En este sentido, la actitud del cardenal Villot ha sido calificada por múltiples analistas de llamativa. Cuando llegó junto al cuerpo, al lado de la cama del papa, en la mesilla de noche, estaba el frasco con el medicamento que Juan Pablo I tomaba para sus problemas de presión arterial baja. Villot se lo guardó en la sotana y arrancó de las manos del cadáver los apuntes sobre las designaciones de las que habían conversado la tarde anterior. Vació su escritorio de papeles e incluso se llevó sus gafas y sus zapatillas. Ninguno de estos objetos ha vuelto a ser visto jamás.

Una vez hecho esto, el cardenal llamó por teléfono al doctor Buzzonettí, el médico del papa, y procedió a administrar la extre maunción al cadáver. Luego, Villot impuso el voto de silencio a la hermana Vincenza, enviándola de vuelta a su convento en Venecia, e instruyó a todos para que la muerte del pontífice fuera silenciada hasta que él ordenara lo contrario. El doctor Buzzonettí llegó antes de las seis de la mañana y dictaminó que la causa de la muerte había sido una oclusión cardíaca ocurrida alrededor de las 22.30. Según el médico, el fallecimiento fue instantáneo y el pontífice no sufrió. Los enemigos del papa tuvieron su «milagro», el pontífice había muerto.


«ALBINO LUCIANI, ¿ESTÁS MUERTO?»
Villot procedió a realizar la ancestral ceremonia de la certificación de la muerte. Sacó de su sotana un pequeño martillo de plata, y golpeando levemente la frente del cadáver preguntó tres veces: «Albino Luciani, ¿estás muerto?». Tras esto, dictaminó oficialmente la muerte del papa. Villot decidió que el difunto Juan Pablo I debía ser embalsamado de inmediato, sin dar posi bilidad a ningún tipo de autopsia.

De hecho, poco después de las seis se presentaron los embalsamadores Ernesto y Arnaldo Signo racci, a los que Villot había llamado desde su aposento nada más recibir la llamada del padre Magee. Los hermanos Signoracci comenzaron inmediatamente su trabajo, lo cual es llamativo, puesto que, como recordaremos, era tradición que los papas no fuesen embalsamados (esta costumbre había provocado algunas situaciones embarazosas y grotescas).

Una consecuencia directa del embalsamamiento es que imposibilita cualquier intento de realizar la autopsia a un cadáver, sobre todo, en los casos de envenenamiento. Los hermanos Signoracci hicieron un magnífico trabajo, en especial en el rostro del pontífice, del que desapareció la horrible mueca con que fue en contrado y volvió a adquirir la serenidad que tuvo en vida. Mientras los embalsamadores trabajaban, Villot habló con el padre Magee. Para el mundo, sería él y no sor Vincenza quien habría encontrado el cadáver. Nunca se volvieron a mencionar los papeles ni ninguno de los objetos que se había llevado Villot de la habitación del pontífice. En su lugar, se dijo que el papa estaba leyendo un libro religioso. El siguiente paso de Villot fue comunicar la muerte del papa al decano del Sacro Colegio cardenalicio, al jefe del cuerpo diplomático y al comandante de la Guardia Suiza.

A las 6.45 el arzobispo Marcinkus llegó a la Santa Sede, donde fue informado de la muerte del papa por un miembro de la Guardia Suiza. (Este dato es revelador porque Marcinkus no era madrugador y nunca llegaba a su despacho antes de las nueve de la mañana.) A las 7.27 Radio Vaticana informaba al mundo del fallecimiento del pontífice. Nada más conocerse la noticia, un sector de la prensa italiana comenzó a sospechar de la versión oficial. El primer hecho refutado fue el «libro religioso» que presuntamente se había encontrado en las manos del papa. Aquel volumen estaba entre las pertenencias personales del Santo Padre que aún se hallaban en Venecia. El 5 de octubre, el Vaticano tuvo que admitir que en el momento de su muerte Juan Pablo I repasaba «ciertas designaciones en la curia y el episcopado italiano».

Otro asunto difícil de explicar era el embalsamamiento. La ley italiana prohibía que un cadáver fuera embalsamado antes de cumplirse las veinticuatro horas del fallecimiento. El 1 de octubre, el Corriere della Sera publicaba un reportaje titulado «¿Por qué no una autopsia?», en el que su autor, Cario Bo, reflexionaba:

La Iglesia no tiene nada que temer, por tanto, no tiene nada que perder. Más bien al contrario, tendría mucho que ganar. Saber a causa de qué murió el Papa es un hecho histórico legítimo, parte de nuestra historia viviente, y no afecta de ninguna manera el misterio espiritual de su muerte. El cuerpo que dejamos atrás cuando morimos puede ser estudiado por nuestros pobres instrumentos, no es más que un residuo. El alma está ya, o mejor, siempre estuvo, sometida a otras leyes, que no son humanas, que todavía permanecen inescrutables. No transformemos en misterio un secreto que hay que guardar por razones terrenales. Debemos reconocer el significado de nuestros secretos. No declaremos sagrado lo que no lo es.

Las sospechas se hicieron más intensas si cabe al hacerse público por parte de los médicos personales del papa que éste se encontraba en un magnífico estado de salud; sólo estaba aquejado de un ligero problema de presión sanguínea baja. Esta afirmación obligó a Villot a inventarse una historia que hizo circular entre los cardenales que reclamaban una autopsia. Según la nueva versión, el pontífice habría fallecido a causa de una sobredosis de Efortil, el medicamento que tomaba para regular su presión sanguínea.

Si se descubría esta circunstancia era probable que se corriese el bulo de que Juan Pablo I se había suicidado. Cuando esta historia tampoco pareció apaciguar a los partidarios de realizar una autopsia a Juan Pablo I, Villot recurrió al derecho canónico, diciendo que era la ley la que prohibía la autopsia de un pontífice, lo cual también era mentira; de hecho, en 1830, el cuerpo de Pío VIII fue sometido al análisis del forense.

Más tarde se descubrió también que había sido sor Vincenza quien encontró el cadáver, e incluso se especuló con la presencia de vómito en el lugar de la muerte, indicador de un posible envenenamiento.

El nuevo cónclave para elegir sucesor al papa comenzó el domingo 15 de octubre de 1978, y desde el principio se hizo patente que no iba a ser tan rápido ni sencillo como el último. El favorito era el cardenal Benelli, que estaba dispuesto a continuar con las reformas de su antecesor, pero a Benelli le faltaron nueve votos para alzarse como Sumo Pontífice. El vencedor resultó ser un candidato de compromiso, el cardenal Karol Wojtyla, de Polonia, en el polo opuesto de las ideas de Juan Pablo I, a pesar de haber elegido el mismo nombre. Si realmente la muerte de Juan Pablo I fue fruto del asesinato, a los conspiradores todo les había salido a pedir de boca.


Respuesta  Mensaje 7 de 12 en el tema 
De: Marti2 Enviado: 06/07/2012 05:20

UN COMIENZO ACCIDENTADO. EL ESCÁNDALO DEL BANCO AMBROSIANO

El inicio del pontificado de Juan Pablo II no pudo ser más turbulento. Nada más llegar al trono de San Pedro tuvo que hacer frente al mayor escándalo financiero de la historia de la Santa Sede, la quiebra del Banco Ambrosiano, un acontecimiento que tenía todas las características de un drama de Shakespeare y que, además, terminaba igual que éstos: con muchos cadáveres en el escenario...

Tras la muerte de Juan Pablo I, y durante el período de sede va cante, la prensa hizo numerosas conjeturas sobre los posibles pa pabili que tenían más posibilidades. En las columnas de opinión se apuntaba que lo que más convenía a la Iglesia era un pontífice que la mantuviera a favor de los vientos de la historia.

El anuncio de la elección del polaco Karol Wojtyla como nuevo papa cogió por sorpresa a todos. Por segunda vez en dos meses, los pronósticos del cónclave se convirtieron en papel mojado, y un desconocido subió al trono de San Pedro. Pese a los buenos propósitos de Juan Pablo I, tras un mes en el pontificado no había variado la marcha de la Iglesia, y la situación en este cónclave volvió a ser la misma que en el anterior: dos bloques enfrentados y los líderes de ambos, Benelli y Siri, como máximos favoritos. El empate de votos entre Siri y Benelli hizo que en la segunda jornada del cónclave la votación se dispersara hacia otros candidatos, convergiendo fundamentalmente en Karol Wojtyla. A que esto fuera así había contribuido notablemente el arzobispo de Viena, Franz Konig, que durante el cónclave se prodigó distribuyendo un libro de homilías titulado Signo de contradicción, cuyo autor era el cardenal Wojtyla.

Este debió de recordar en aquellos momentos que su antiguo amigo, el profesor Stefan Swiezawski, había tenido el presentimiento de que Wojtyla se convertiría en papa algún día.1 Así que cuando se dio cuenta de que existían posibilidades de que fuera elegido, se mostró reacio a aceptar, porque ello supondría abandonar su tierra natal, su familia, amigos y feligreses, dejar su trabajo como obispo y cambiar radicalmente de vida para trasladarse a Roma y asumir el gobierno de la Iglesia.

El peso de los cardenales centroeuropeos en la elección fue importante. Así, el cardenal Konig, al entrar en el cónclave el 14 de octubre, preguntó al primado de Polonia, el cardenal Stefan Wyszynski:

—¿Y si el próximo Papa fuera un polaco? A lo mejor Polonia tendría algún candidato...

—¡Dios mío! ¿Te parece que yo debería acabar en Roma? Eso supondría un triunfo sobre los comunistas.

—No, no me refiero a tí, pero hay un segundo hombre polaco...

—¡Ah!, Karol es demasiado joven, es un completo desconocido... nunca podría ser Papa.2

1. Weigel, George, Witness to Hope: The Biography of Pope ]ohn Paúl II, Harper Collins, Nueva York, 2001.

2. Ibid.

Sin embargo, pocas horas después, y viendo el curso que tomaba el cónclave, el primado de Polonia se acercó discretamente a su joven pupilo y le dijo: «Si te eligen, acéptalo». Por ello, cuando tal como dicta el ritual de la elección, se le preguntó a Wojtyla si asumía el cargo de Sumo Pontífice, pronunció la siguiente frase: «En obediencia a la fe a Cristo, mi señor, confiado en la Madre de Cristo y de la Iglesia, no obstante las graves dificultades, acepto».3

3. Juan Pablo II, John Paul II: The Encyclicals in Everyday Language, Orbis Books, Nueva York, 2001.

Ya siendo papa, promulgó la constitución apostólica Universi Dominici Gregris, que regula la futura elección del Sumo Pontífice y en la que se pide a quien resulte elegido que «no renuncie al ministerio al que es llamado por temor a su carga, porque Dios, al imponérsela, le sostendrá con su mano».


UN PAPA POLACO
Aunque el cónclave es secreto, un cardenal contó después que Karol Wojtyla fue elegido con 99 votos en el octavo escrutinio. Siempre según ese purpurado, ya fallecido, el cardenal de Cracovia obtuvo 11 votos la mañana del lunes 16, en el sexto escrutinio; 47 votos en el séptimo y 99 en el octavo.

El 16 de octubre de 1978, alrededor de las seis y media de la tarde, la multitud esperaba la fumata en un ambiente tenso y cargado de comentarios sobre el futuro papa. En ese momento se produjo otro de los ya habituales episodios de confusión con el humo de la Capilla Sixtina. No se sabía de qué color era. Primero salió blanco, luego negro... El potente foco que iluminaba la chimenea no contribuía a aclarar las cosas. La gente reunida en la plaza de San Pedro estaba desconcertada, algunos aplaudían tímidamente, otros preguntaban: «¿Qué pasa?, ¿de qué color es la fumata, negra o blanca?». Para despejar las dudas, los altavoces del Vaticano anunciaron que había sido elegido el nuevo pontífice. Un gran júbilo estalló: la gente cantaba, rezaba, lloraba y vitoreaba en un ambiente cargado de gran emoción.

Poco después se abrió el ventanal del balcón central de la basílica de San Pedro y salió el cardenal Feríele Felici, que había sido secretario general del concilio. El cardenal Felici pronunció la célebre expresión latina: «Habemus Papam!», «Carolus... Wojtyla».

El nombre de Wojtyla fue acogido con la máxima sorpresa por los presentes. Más sorprendente aún que el hecho de ser un desconocido, era el que se tratase de un cardenal de nacionalidad polaca. Un periodista italiano, Gianfranco Sviderkowski, de origen polaco, puso entre su lista de futuribles papas a los dos polacos, pero más por simpatía hacia sus orígenes que por creerlo realmente. Por primera vez en la historia, un polaco llegaba a la sede de San Pedro. Incluso para los propios cardenales polacos, la elección lógica habría sido el cardenal Wyszynski, muy conocido por su visceral anticomunismo.

Precisamente la cuestión de las relaciones de la Santa Sede con el comunismo pasó a un primer plano de la atención pública. La noticia fue recibida con disgusto por los gobiernos de los países del Este europeo. Sin embargo, hubo quien lo vio con más optimismo, incluso algún periodista español vaticinó que con la elección de Karol Wojtyla la Iglesia llegaría a un entendimiento con el comunismo.

De todas maneras, ahí no terminaron las sorpresas. Nada más salir al balcón, los fieles congregados en la plaza de San Pedro pudieron comprobar que el aspecto físico del nuevo pontífice distaba mucho del de los papas anteriores. Era un hombre relativamente joven, fornido y jovial que nada tenía que ver con la sofisticación y amaneramiento que habían caracterizado a la Santa Sede hasta entonces.4

4. Manhattan, Avro, Murder in the Vatican, op. cit.


RUMORES Y FOTOGRAFÍAS
Pese a todo, su «falta de refinamiento», lejos de constituir un in conveniente, le sirvió para encandilar desde el primer momento a los cristianos de todo el mundo. Los fieles veían en Wojtyla un papa campechano y humilde que buscaba la cercanía antes que el boato vaticano. Ni siquiera los italianos se sintieron a disgusto porque se hubiera roto la tradición de siglos de papas de aquel país. Al contrario, nada más salir al balcón de San Pedro, la multitud recibió con vítores y aplausos a aquel corpulento hombre que se esforzaba en hablar la lengua del que, a partir de ese momento, sería su nuevo país.

Según se fueron desvelando episodios de la biografía del nuevo pontífice, en especial de su juventud, la gente se iba sintiendo más cautivada con su figura. En aquellos primeros años, sus amigos del grupo de teatro del que formaba parte no dudaban de que Karol se convertiría con el paso de los años en un conocido actor u hombre de letras, y desde luego ninguno dudaba de que se casaría y formaría una familia.5

5. Bernsteign, Cari y Politi, Marco, His Holiness: }ohn Paúl II and the Hidden History of Our Time, Penguin Books, Nueva York, 1996.

Wojtyla era un joven muy religioso, tanto que imponía una especie de respeto instintivo entre sus compañeros, que en su presencia no osaban contar chistes verdes, soltar exabruptos y mucho menos blasfemar. Estas anécdotas pueden sonar a leyenda, pero su moralidad y sus modales calmados y silenciosos tuvieron, a lo largo de su vida, un extraño efecto intimidante sobre los demás, del que han hablado muchos de los que en algún momento frecuentaron su compañía.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Wojtyla trabajó en una factoría de productos químicos controlada por los nazis, mantuvo relaciones con las guerrillas marxistas de la resistencia y fue amigo de varias mujeres. A raíz de esto, y de que durante aquellos años, entre 1939 y 1944, hay una etapa oscura y apenas conocida en su biografía, comenzó a circular por Roma el rumor de que podría haber estado casado. Pero la popularidad del nuevo papa era tal que estas habladurías no afectaron su carisma. Ni siquiera su imagen se vio empañada cuando la prensa sensacionalista italiana publicó unas fotos inéditas de Su Santidad tomando el sol desnudo junto a la piscina.

(A raíz de aquellas fotos, Licio Gelli hizo un comentario cuando menos inquietante, sobre todo si tenemos en cuenta los acontecimientos posteriores: «Fíjate en los problemas que debe de tener el servicio secreto. Si es posible tomar esas fotografías del Papa, imagina lo fácil que sería dispararle».6 Casi tan fácil como hubiera sido envenenar a su antecesor.)

Algo muy similar debió de pasar por la mente de Juan Pablo II, dado que una de las primeras decisiones que tomó pocos días después de su elección fue, precisamente, la de crear un cuerpo de seguridad, el Servicio Secreto de Su Santidad (SSSS): cinco policías de élite, equipados con el material más moderno, encargados de garantizar la seguridad personal del papa; y otro equipo de veinte agentes, cuya labor era mezclarse con la multitud en las apariciones públicas del Sumo Pontífice.7

6. Yailop, David, op. cit.

7. López Sáez, Jesús, Se pedirá cuenta. Orígenes, Madrid, 1990.


LA VIDA SIGUE IGUAL
Juan Pablo II pronto demostró que, pese a haber elegido el nombre del papa anterior, estaba lejos de continuar su obra. Ni una sola de las reformas propuestas por Juan Pablo I se hizo realidad. El cardenal Villot volvió a ocupar el cargo de secretario de Estado, esta vez con un papa con el que tenía más cosas en común.

Marcinkus siguió al frente del Banco Vaticano y Caivi continuó dedicándose al fraude a gran escala. Los mismos que habían hecho imposible el pontificado de Juan Pablo I seguían ocupando los puestos clave del Vaticano ahora con Juan Pablo II. La Iglesia había dado un paso atrás, regresaba a la época de Pablo VI.

No es de extrañar que el cardenal Villot estuviera pictórico, a pe sar de sus años y su delicada salud. Organizó para el nuevo papa un acto de celebración al que acudieron los más estrechos colaborado res del pontífice, y en el que se brindó con champán. Se dice que en aquel acto informal, el papa se saltó el protocolo y entonó para los presentes una canción popular polaca titulada El montañero. Sin embargo, poco duraría la alegría en la Santa Sede. Al haber mante nido en sus puestos a los principales responsables de la economía vaticana, Juan Pablo II no sabía que había dejado preparado el escenario para el mayor escándalo financiero en el que se vería envuelta la Iglesia en toda su historia: el asunto del Banco Ambrosiano.

Como hemos podido ver en los capítulos precedentes, el Vaticano había establecido en los últimos años profundos lazos con el presidente del Banco Ambrosiano, Roberto Caivi, lazos tan fuertes que el propio arzobispo Marcinkus se sentaba en el Consejo de Administración de la filial que el banco tenía en las Bahamas.8

8. Cornweil, Rupert, op. cit.

Sin embargo, Caivi resultó ser tan poco de fiar como Michele Sindona, y obedecer a los mismos intereses poco confesables (la mafía y la logia Propaganda Due).9 Incluso se ha apuntado que el entramado bancario de Caivi fue utilizado por la CÍA para cana lizar operaciones financieras que preferían mantener lo más lejos posible de la opinión pública.10 Es más, escuadrones de la muerte y paramilitares de toda Latinoamérica habrían obtenido mediante esta vía buena parte de sus recursos económicos.

9. Varios autores, Everything YOM Know Is Wrong: The Disinformation Cuide to Secrets and Lies, op. cit.

10. Wiison, Robert Antón, Cosmic Trigger: Down To Earth, volumen II, New Falcon Publications, Tempe (Arizona), 1991.


El banco católico, tradicionalmente utilizado por el clero para obras de caridad, pasó a ser una enorme «lavadora» de dinero, como antaño lo fueron los bancos de Sindona. Para ello, Caivi comenzó a hacer cuantiosos préstamos a empresas fantasma que, para tener mayor legitimidad, mantenían cuentas en el Banco Vaticano, en las que eran domiciliados los citados préstamos."

Seis de estas corporaciones tenían su sede en Panamá: Astolfine S.A., United Trading Corporation, Erin S.A., Bellatrix S.A., Beirose S.A., y Starfield S.A. Había dos empresas más establecidas en sendos paraísos fiscales europeos, Manic S.A., en Luxemburgo, y Nordeurop Stablishment, en Licchtenstein. El principal propósito de estas corporaciones no era otro que hacer a Caivi más rico, financiar las operaciones de Licio Gelli y Propaganda Due y blanquear dinero para la mafia. Sin embargo, éstas no eran, ni mucho menos, sus únicas actividades.

11. Martín, Malachi, Rich Church, Poor Church, op. cit.



Respuesta  Mensaje 8 de 12 en el tema 
De: Marti2 Enviado: 06/07/2012 05:20
DEUDAS Y MISILES
Buena parte del dinero que conseguían estas empresas a través de los préstamos del Banco Ambrosiano se invertía en la compra de acciones del propio banco, de manera que Calvi iba obteniendo poco a poco más control sobre la institución.

Entre estas empresas merece mención aparte Bellatrix, controlada directamente por Marcinkus, pero que fue creada por tres de los miembros más prominentes de Propaganda Due, el propio Gelli, Ortolani y Bruno Tassan Din, director ejecutivo y estratega financiero del gigantesco grupo editorial Rizzoli. Con apenas diez millones de dólares de capital social, Bellatrix obtuvo del Banco Ambrosiano 184 millones, con los que se dedicó a comprar misiles Exocet que más tarde vendería a Argentina y serían utilizados durante la guerra de las Malvinas.

Una de las claves de esta operación podría haber sido la gran amistad que unía a Licio Gelli con el almirante argentino Emilio Eduardo Massera, que fue durante un tiempo jefe de la junta militar.12 Astolfine, otra de las empresas, tenía un capital mucho menor, apenas diez mil dólares, lo que no fue obstáculo para que se hiciera con 486 millones de dólares del Banco Ambrosiano. Con transacciones de este tipo no hacía falta ser un avezado analista financiero para prever la pronta caída del entramado financiero de Calvi.

A pesar de ello, todo pasó por legal ante los inspectores del Banco de Italia. Cuando éstos preguntaban por la naturaleza de aquellas empresas se les respondía que pertenecían al Vaticano, que las utilizaba para fines propios de la Iglesia. En principio no había por qué dudar, ninguna garantía podía ser mejor que la de la Iglesia católica. De esta forma, la hemorragia de dinero continuó: desde el Banco Ambrosiano hasta las empresas fantasma pasando antes por el Banco Vaticano, que se quedaba con una parte en concepto de comisión.

12. West, Nigel, The Secret War for the Falklands: The SAS, M16, and the War Whitehall Nearly Lost, Warner Books, Londres, 1997.


Esta impunidad hizo que Caivi se fuera envalentonando pau latinamente hasta que, al final, terminó por llamar la atención de las autoridades italianas. Licio Gelli, el hombre de los mil con tactos, estaba obstruyendo y retrasando sistemáticamente la in vestigación contra su amigo Caivi gracias a sus agentes infiltra dos en la Guardia de Finanzas. A pesar de todo, la investigación prosiguió su curso y en marzo de 1979 Lucca Mucci, el juez en cargado del caso, tuvo acceso a la lista de los veinte accionistas mayoritarios del Banco Ambrosiano.

El principal era el propio banco, con el 7,39 por 100 del total. A través del Instituto para las Obras de Religión, el Vaticano poseía el 1,82 por 100 de las acciones.

Los demás accionistas eran Toro Assicurazioni (5,11), Kredietbank, de Amberes (3,09), Crédito Overseas, de Panamá (2,98), SAPI (1,58), Lantana, de Panamá (1,40), Cascadilla, de Panamá (1,40), Rekofinanz, de Vaduz (Licchtenstein) (1,22), Ulricor, de Vaduz (Licchtenstein) (1,04), La Fidele, de Panamá (1,02), Cogebel Lux, de Luxemburgo (1,00), Ecke, de Licchtenstein (0,92), Finkurs, de Licchtenstein (0,92), Finprogram, de Panamá (0,92), Orfeo, de Panamá (0,92), Marbella, de Panamá (0,92), Sektorinvest, de Liechtenstein (0,65), Crédit Commercial, de Francia (0,46), Sansinvest, de Liechtenstein (0,46), Italfid Italtrust (0,70).13

13. Sisti, Leo y Modolo, Gianfranco, El banco paga. El embrollo del Ambrosiano y la logia P2, Plaza & Janes, Barcelona, 1983.

Aunque la participación nominal del Vaticano en el banco era pequeña, los negocios en los que participaban juntos Caivi y Marcinkus eran múltiples y variados:

En el curso de cinco años (1972-1977), el Vaticano ha sido re compensado con cerca de 70 mil millones de liras por haberse pres tado a ciertas operaciones con títulos efectuados por sociedades del grupo Ambrosiano. La función del Instituto para las Obras de Reli gión, que a efectos de la legislación italiana es un banco no residente, y por tanto no sometido a las limitaciones que rigen para los bancos italianos, consistió en actuar de pantalla en movimiento de títulos realizados por el Banco Ambrosiano.14

El 12 de junio de 1980, Mucci recibió un informe del cuerpo de Guardia de Finanzas que «contenía pruebas de que Caivi y algunos de sus colaboradores habían cometido varios delitos graves: exportación ilegal de capitales, falsificación de documentos bancarios y fraude».15

14. Gurwin, Larry, El caso Caivi. La muerte de un banquero. Versal, Barcelona, 1984.

15. Jbid.


Dos semanas después, el juez Mucci ordenó a Caivi que entregara su pasaporte. No obstante, Caivi, con la inestimable ayuda, una vez más, de Licio Gelli, consiguió recuperarlo temporalmente.

A comienzos de 1981, el ministro de hacienda italiano Beniamino Andreatta, que llegó al puesto en octubre del año anterior, tras estudiar los informes elaborados por sus subordinados desde

1978. concluyó que era necesario que el Vaticano retirara su apoyo a Calvi. El propósito del ministro no era otro que el de proteger a la Iglesia, así que fue al Vaticano a reunirse con el cardenal Casaroli, nuevo secretario de Estado tras la muerte, en 1979. del cardenal Villot. El ministro hizo al cardenal Casaroli una descripción pormenorizada de la situación, recomendando que el Vaticano rompiera todos sus vínculos con el Banco Ambrosiano antes de que fuera demasiado tarde. Este sabio y bienintencionado consejo fue ignorado. No sabemos si decía o no la verdad, pero lo cierto es que Marcinkus alegó más tarde que nunca fue informado de esta reunión. En cualquier caso, las cosas habían ido ya muy lejos como para romper los vínculos con el Banco Ambrosiano.

No era la primera advertencia seria que se recibía en el Vaticano a este respecto. El 12 de enero de 1981, un grupo de inversores del Banco Ambrosiano escribió una carta al papa Juan Pablo II en la que se le suplicaba que investigara los negocios que se traían entre manos Marcinkus, Caivi y Gelli. La carta estaba escrita en polaco, para que pudiera ser leída por el pontífice sin necesidad de intérpretes, y decía:

El Instituto para las Obras de Religión no es sólo un inversor del Banco Ambrosiano. Es también socio y compañero de Roberto Calvi. Las acciones judiciales, en número cada vez mayor, revelan que Calvi es hoy uno de los principales vínculos entre el sector más degenerado de la masonería (Propaganda Due) y los círculos de la mafia, como heredero de Sindona. Ello fue posible gracias a la implicación de personas generosamente mantenidas por el Vaticano. Una de ellas es Ortolani, que se mueve entre el Vaticano y poderosos grupos del hampa internacional.

Ser socio de Calvi significa ser socio de Gelli y Ortolani, pues ambos le orientan e influyen decisivamente. Por tanto, le guste o no, el Vaticano es también un cómplice activo de Gelli y Ortolani a través de su asociación con Roberto Calvi. 16

16. Yailop, David, op. cit.

El papa nunca respondió a la carta.


EL CREPÚSCULO DE CALVI
A mediodía del 2 de marzo de 1981, el Vaticano hizo público un documento que provocó la sorpresa entre los católicos. Sin previo aviso y sin causa aparente que lo justifícase, la Santa Sede recordaba a los fieles la vigencia de las leyes canónicas que prohiben la pertenencia a la masonería bajo pena de excomunión. Sólo un selecto grupo de personas conocía la razón de aquel anuncio. Los eficaces servicios de inteligencia vaticanos habían descubierto que el gobierno italiano se disponía a desarticular Propaganda Due. De esta forma, la Iglesia se desentendía de lo que pudiera acontecer.

Como ya se ha relatado en otro capítulo, el 17 de marzo de 1981, la policía italiana registró la mansión de Gelli, donde halló una copia del documento «La estrategia de tensión», que era el plan elaborado por la CÍA, la mafia, Propaganda Due y Gelli para establecer un gobierno neofascista en Italia. Curiosamente aquella operación no tenía nada que ver con la investigación de Propaganda Due, sino con la posible implicación de Licio Gelli en un simulacro de secuestro que había organizado Michele Sindona en Estados Unidos para eludir la acción de la justicia, y del que se hablará más adelante. Gracias a los documentos encontrados en la residencia de Gelli, apenas dos meses después el juez Gerardo D'Ambrosio ordenaba la entrada en prisión de Roberto Calvi, que salió al poco tiempo bajo fianza y manteniendo su puesto en el banco.

Al contrario de lo que suele suceder en otros casos, al financiero caído en desgracia no le faltaron amigos en aquellos momentos difíciles. Bettino Craxi, líder del Partido Socialista, y Flaminio Piccoli, presidente del Partido Democratacristiano, hablaron en su favor en el Parlamento.

En aquellos momentos complicados, Calvi decidió jugar otra vez la baza de la Iglesia en su favor. Solicitó a Marcinkus una carta de patrocinio que le sirviera para demostrar ante los propios directivos de su banco y ante las autoridades económicas que las operaciones con las empresas conocidas como las «panameñas» contaban con el beneplácito de la Santa Sede. La carta fue fechada el 1 de septiembre de 1981 en el Instituto para las Obras de Religión y dirigida al Banco Ambrosiano de Lima, donde el IOR reconocía el control de las sociedades, asumiendo asimismo un endeudamiento de más de mil millones de dólares.

El texto de la misiva, firmada por el propio Marcinkus y sus dos asistentes, Luigi Mennini y Pellegrino de Strobel, es el siguiente:

BANCO AMBROSIANO ANDINO S.A.

LIMA-PERÚ Estimados señores:
Confirmamos mediante esta carta que controlamos, directa o in directamente, las siguientes empresas:

  • Manic S.A., Luxemburgo.

  • Astolfíne S.A., Panamá.

  • Nordeurop Stablishment, Liechtenstein.

  • United Trading Corporation, Panamá.

  • Erin S.A., Panamá.

  • Bellatrix S.A., Panamá.

  • Beirose S.A., Panamá.

  • Starfíeld S.A., Panamá.

También confirmamos nuestro conocimiento del endeudamiento que estas empresas tienen con ustedes con fecha 10 de junio de 1981, según el estado de cuentas adjunto.17

Suyos afectísimos [Firmas ilegibles] ISTITUTO PER LE OPERE DI RELIGIONE

Según el propio Michele Sindona, Caivi habría pagado al Vaticano —o a Marcinkus— veinte millones de dólares por este documento.18

17. Cornweil, Rupert, of>. cit.

18. Tosches, Nick, op. cit.



EL HOMBRE DE LOS CONTACTOS
Mientras Calvi vivía su particular vía crucis, Marcinkus disfrutaba las mieles de la gloria. Juan Pablo II, en pago a sus muchos servicios para la Santa Sede, le nombró presidente de la Comisión Pontificia para el Estado de la Ciudad del Vaticano, aparte de seguir al frente del IOR. El nombramiento tuvo lugar el 28 de septiembre de 1981, fecha en la que se cumplía el tercer aniversario de la muerte de Juan Pablo I, el hombre que había querido librar a la Santa Sede de la presencia de Marcinkus y sus acólitos.

En diciembre de 1981, Flavio Carboni, un conocido hombre de negocios sardo con fama de tener excelentes contactos, asumió el papel de principal encargado de las relaciones públicas de Caivi. Carboni era la persona más indicada para esta función. Parecía tener una cantidad ilimitada de amigos en el mundo de la política, en los medios de comunicación, en el Vaticano, en los servicios de inteligencia y en el hampa. Se embolsó por su trabajo treinta millones de dólares, que fueron depositados en una cuenta numerada en Suiza desde la sucursal del Banco Ambrosiano en Perú. ¿Cuál era la naturaleza de tan bien pagados servicios? Tal vez el testimonio de la hija de Roberto Caivi arroje algo de luz en este sentido. Anna Caivi cuenta que en una ocasión pudo escuchar a escondidas una conversación entre su padre y Carboni:

«Mi padre le decía (levantando la voz) a Carboni que debía hacerle entender al Vaticano que los curas tenían que cumplir con sus compromisos, porque de lo contrario él revelaría todo lo que sabía».

Aparte del chantaje, las funciones de Carboni incluían importantes actividades delictivas. Entre sus numerosas amistades se encontraban dos de los personajes más representativos del hampa romana (la malavitta): Danilo Abbruciati y su jefe, Ernesto Diotavelli. Pues bien, una de las personas que más incomodaban a Calvi en aquellos días era, precisamente, el vicepresidente de su propio banco, Roberto Rosone, que intentaba averiguar todo lo concerniente a los manejos de Calvi. En otoño de 1981, al poco tiempo de asumir la vicepresidencia del Banco Ambrosiano, Rosone comenzó a formularle a Calvi preguntas cada vez más comprometedoras acerca de los préstamos concedidos a las sociedades «panameñas». Calvi respondió vehementemente:

«Detrás de esas deudas está el Vaticano: el Papa». Ante la insis tencia de su vicepresidente, Calvi preguntó molesto: «¿Eso signi fica que usted alimenta alguna duda acerca del banco central del Vaticano?».19

Roberto Rosone definía a Carboni como un «individuo que asusta sólo con verlo», y la verdad es que en su caso había motivos de sobra para estar asustado. La mañana del 27 de abril de 1982, Rosone salió de su casa pocos minutos antes de las ocho, como tenía por costumbre. Vivía en un apartamento que se encontraba sobre una de las sucursales del Banco Ambrosiano, protegida por guardias armados las veinticuatro horas. Nada más pisar la calle un hombre comenzó a disparar contra él y cayó herido. Los guardias respondieron al fuego y comenzó un tiroteo que se saldó con la muerte del sicario, que sería identificado como Danilo Abbruciati.

Al día siguiente, Flavio Carboni pagaba 530.000 dólares a Ernesto Diotavelli. Casi al mismo tiempo, Calvi se dirigía al hospital con un ramo de flores para el hombre cuyo asesinato había ordenado casi con toda seguridad. Ya en la habitación del herido tuvo la sangre fría de decir:

«¡Virgen Santa! ¡Qué mundo de locos! Nos quieren asustar, Roberto, a fin de apropiarse de un grupo valorado en veinte trillones de liras».

19. Yailop, David, op. cit.

«HE PENSADO MUCHO ESTOS DÍAS...»
El 31 de mayo de 1982, el Banco de Italia solicitaba al Ambrosiano todos los detalles de las ocho empresas «panameñas». El consejo accedió por once votos contra tres, a pesar de las desesperadas protestas de Calvi, que sabía muy bien lo que encontrarían los auditores en aquellas cuentas: un desfalco de 1.300 millones de dólares.

Para taparlo sólo se le ocurrió pedir un préstamo al IOR. El Vaticano, a fin de cuentas, era el propietario de las empresas, y podía demostrarlo. Conocía la cuantía de las propiedades del IOR, así que no dudó en solicitar a Marcinkus que liquidase una parte para ayudarle. Como último recurso, escribió una carta al propio Juan Pablo II:

Santidad, he pensado mucho en estos días. He pensado mucho, Santidad, y he llegado a la conclusión de que Usted es mi última es peranza, la última... Santidad, he sido yo quien ha asumido la pesada carga de los errores y de las culpas cometidos por los actuales y precedentes representantes del IOR, incluyendo las fechorías de Michele Sindona, de las que aún sufro las consecuencias. He sido yo, bajo encargo preciso de

Sus autorizados representantes, quien ha dispuesto conspicuas financiaciones en favor de muchos países y asociaciones político-religiosas del Este de Europa; he sido yo quien, de acuerdo con las autoridades vaticanas, he coordinado todo lo referente a Centroamérica y Sudamérica, la creación de numerosas entidades bancarias, sobre todo con el fin de contrarrestar la penetración de las ideologías filomarxistas, y soy yo, finalmente, quien hoy es traicionado y abandonado por esta autoridad a quien he rendido siempre el máximo respeto y obediencia...

Los adversarios externos sabemos quiénes son y Usted, Santidad, lo sabe mejor que nadie y los combate mejor que nadie; pero los internos, la Iglesia quiero decir, los afines, como algunos democristianos, ¿usted los conoce, Santidad? Yo creo que no. No soy un chismoso y tampoco alguien que acusa por despecho o por venganza.

Y no me interesa, por tanto, detenerme en tan tas habladurías que recaen sobre algunos prelados y, en particular, sobre la vida privada del secretario de Estado Casaroli, pero me interesa muchísimo señalarle la buena relación que une a éste con ambientes y personajes notoriamente anticlericales, comunistas y fílocomunistas, como el ministro democristiano Beniamino Andreatta, con el que parece que ha llegado a un acuerdo para la destrucción y reparto del grupo Ambrosiano... Pero ¿a qué designio quiere o debe obedecer el secretario de Estado? ¿A qué chantaje?20

20. La Repubblica, 19-20 de abril de 1992.

Ni el papa ni Marcinkus se plegaron a las peticiones de Calvi. Cuando las autoridades monetarias italianas fueron a preguntarle al presidente del IOR, éste les explicó que él no sabía nada de aquellas transacciones y que el IOR no sólo no era propietario de aquellas empresas, sino que apenas era una pequeña institución con fines eclesiásticos que disponía de unos fondos ridículos en comparación a los de cualquier institución financiera seglar.


ROSARIO DE MUERTES
Ante este panorama, y muy decepcionado por el desentendimiento de los sacerdotes, Calvi decidió huir del país, no sin antes decirle a su familia que desde el extranjero revelaría con pruebas graves secretos que harían renunciar al papa. Al poco tiempo de la fuga del financiero, Graziella Corrocher, la secretaria de Calvi, se estrelló contra el suelo desde el cuarto piso de la sede central del Banco Ambrosiano, dejando tras de sí una sospechosa nota de suicidio en la que maldecía a Calvi por el daño causado.

Nunca se terminó de despejar la duda de que no fuera asesinada, debido a todo lo que conocía sobre los asuntos de su jefe. (De hecho, meses después, el 2 de octubre, Giuseppe Dellacha, ejecutivo del banco, murió igualmente en extrañas circunstancias.)

Unas horas después de que el cuerpo de su secretaria se precipitase al vacío, el 17 de junio de 1982, el cadáver de Calvi apareció colgando del puente de Blackfriar's, en Londres. En sus bolsi llos se encontraron cinco ladrillos, y su cuerpo fue cubierto por la marea, tal como establece el juramento masónico como pena para los traidores. La justicia británica, ajena a estas sutilezas simbólicas, lo consideró un suicidio, algo que nunca se aceptó en Italia.

En un sumario paralelo instruido en Roma a partir de 1992, el juez dio por válidas las pruebas forenses entregadas por la fiscalía en 2003, y lo consideró un homicidio. Entre las pruebas destacaba la no presencia de lesiones óseas en las cervicales y la inexistencia de restos de los ladrillos en las manos de Roberto Calvi. El equipo forense estuvo encabezado por el alemán Bernard Breinkmann. Ya en 2005 un juez ordenó el procesamiento de cuatro personas acusadas del asesinato del financiero. No debería sorprendernos que entre los imputados se encontrase Flavio Carboni.21

21. En el momento de escribir este libro, el juicio, previsto para el 5 de octubre de 2005, aún no se había celebrado.

Quién ordenó a Carboni que arrojara a su amigo al vacío con una cuerda al cuello tal vez se sepa algún día.


Respuesta  Mensaje 9 de 12 en el tema 
De: Marti2 Enviado: 06/07/2012 05:21
EL JUICIO FINAL - LOS DESTINOS DE PAÚL MARCINKUS, MICHELE SINDONA Y LICIO GELLI

El escándalo estaba sobre la mesa y el cadáver de Calvi colgando de Blackfriar's no bastaba como chivo expiatorio. Alguien tenía que pagar. Había llegado la hora de que Marcinkus, Sindona y Gelli hicieran frente a sus respectivos destinos. Claro que algunos salieron mejor parados que otros.

Los problemas para Marcinkus y el Instituto para las Obras de Religión no terminaron con la aparición del cuerpo de Caivi en el puente de Blackfriar's. Más bien al contrario, se puede decir que comenzaron justo en ese punto. En cualquier caso:

El pontífice polaco no pronunció una sola palabra de cristiana congoja ni de humana piedad por la muerte violenta del banquero católico-masón que durante tantos años había negociado en nombre y por cuenta de las finanzas vaticanas.'

1. Discípulos de la Verdad, op. cit.


Apenas dos meses después de la muerte del financiero, las autoridades monetarias italianas volvieron a reclamar a Marcinkus, y ahora no le iba a servir alegar desconocimiento, ya que traían consigo una copia de la carta en la que el IOR admitía ser el propietario de las ocho empresas «panameñas». No obstante, el arzobispo no se arredró lo más mínimo. Mostró a los funcionarios una misiva, firmada por Calvi, en la que éste solicitaba el documento de patrocinio, pero declaraba que ello no implicaba responsabilidad alguna para la Iglesia. Si aquello no bastaba, Marcinkus les recordó a sus visitantes que no tenían jurisdicción alguna en el Estado soberano del Vaticano.

Tal vez fuera así, pero ello no quería decir que el gobierno italiano fuera a quedarse de brazos cruzados. El ministro de Hacienda Beniamino Andreatta declaró a la prensa que «el gobierno está esperando una clara asunción de responsabilidades por parte del IOR». En vista de que la institución no parecía dispuesta a asumir tal cosa, el 31 de julio de 1982, mes y medio después de la muerte de Calvi, llegaron tres cartas certificadas al Vaticano. Procedían de Milán y los destinatarios eran Paúl Marcinkus y sus dos colaboradores más cercanos, Luigi Mennini y Pellegrino de Strobel, que habían pasado a residir en el Vaticano para eludir, de esta manera, cualquier posible acción de la justicia italiana.3 Se había iniciado una investigación sobre la posible implicación de los interesados en la quiebra del Banco Ambrosiano. Los jueces de Milán encargados del caso habían decretado el embargo cautelar de los bienes que los tres sospechosos poseían en territorio italiano.4

2. Tosches, Nick, op. cit.

3. Wills, Garry, op. cit.

4. Doménech Matilló, Rossend, op. cit.

En la prensa el escándalo ya estaba servido desde hacía tiempo, tanto que el rotativo La Repubblica comenzó a publicar una tira cómica con el título «Las aventuras de Paúl Marcinkus».


EXCLUIDO DEL SÉQUITO
Marcinkus comenzó a ver declinar su estrella y quedó excluido en los viajes del séquito papal. De hecho, durante el pri mer viaje de Juan Pablo II a España, en noviembre de ese mismo año, ya no se pudo ver al antaño imprescindible arzobispo entre los acompañantes del pontífice. Para unos, ello se debió a que la compañía de Marcinkus comenzaba a ser percibida como embarazosa por el propio papa, que no deseaba verse públicamente relacionado con un encausado por los tribunales. Para otros fue el episcopado español el que declaró a Marcinkus persona non grata. Finalmente, es posible que fuera el mismo arzobispo quien se resistiese a abandonar la seguridad de los muros vaticanos ante las amenazas telefónicas y escritas que le llegaban casi a diario por parte de la mafia.5

En un intento por calmar los ánimos de las autoridades italianas, el secretario de Estado Casaroli propuso la creación de una comisión de investigación mixta con tres representantes del gobierno italiano y tres del Vaticano. El 27 de diciembre de 1982 comenzaron las sesiones, y como era de suponer los resultados no fueron concluyentes; mientras tanto los representantes vaticanos daban por demostrada la no implicación de la Santa Sede con las empresas «panameñas», ante lo cual la mayoría de los italianos no se mostró en absoluto de acuerdo.6

5. £/ País, 26 de febrero de 1987.

6. Bernsteign, Cari y Politi, Marco, op. cit.


Pasquale Chiomenti, presidente de la comisión por parte gubernamental, concluyó que existía «más allá de toda posibilidad de duda, la prueba de que, al menos desde algún tiempo a partir de 1974, entre Roberto Calvi y el IOR hubo estrechas relaciones, todas ellas con el fin de cubrir posiciones y actividades no muy ortodoxas de Roberto Calvi en el ámbito del Banco Ambrosiano y de las sociedades u otras entidades directa o indirectamente controladas por éste».

Los acreedores se sintieron decepcionados ante semejantes conclusiones y continuaron presionando para que la investigación judicial no cesara. Así, las pruebas que señalaban al IOR como propietario de las sociedades «panameñas» fueron saliendo a la luz. En los archivos de la Banca del Gottardo, por ejemplo, apareció un documento firmado por altos funcionarios del IOR, y fechado el 21 de noviembre de 1974, en el que se solicitaba de este banco la creación por cuenta del IOR de una compañía llamada United Tradíng Corporation, precisamente una de las empresas fantasma.7

7. Yailop, David, op. cit.

Ya se sabía desde hacía algún tiempo que la Banca del Gottardo, en Suiza, era una de las claves para incriminar al IOR en las irregularidades financieras de Roberto Calvi:

Desde su detención en mayo de 1981, Calvi había ejercido una presión enorme sobre el Vaticano, buscando ayuda tanto para sus problemas legales como para los apuros financieros del Banco Ambrosiano. Durante su estancia en la cárcel, Calvi comunicó a su familia que las operaciones anómalas con acciones por las que estaba siendo juzgado habían sido realizadas, en realidad, en representación del IOR. Explicó que las pruebas de la implicación del Banco Vaticano se hallaban en documentos depositados en la Banca del Gottardo, documentos que ésta no podía dar a conocer sin autorización del IOR de acuerdo a las leyes suizas sobre el secreto bancario.8

8. Gurwin, Larry, op. cit.

UN PAGO DE «BUENA VOLUNTAD»
Más tarde se descubrirían otras irregularidades que implicaban, por ejemplo, a la United Trading Corporation (la empresa presuntamente creada por el IOR) en la estafa de 69 millones de dólares al Banco Andino.9

9. Coiby, Laura, «Vatican Bank Played a Central Role in Fall of Banco Ambrosiano», Wall Street Jomnal, 27 de abril de 1987.

Los tres encausados se acogieron al beneficio de inmunidad, previsto en el artículo 11 del Tratado de Letrán, que impide la interferencia del Estado italiano en las «instituciones centrales de la Iglesia católica» (algo que hay que recordar cada vez que se dice que el IOR no forma parte de la estructura de la Iglesia). El 3 de octubre de 1983, el juez instructor de la causa, Antonio Prizzi, rechazó que los inculpados tuvieran derecho a este beneficio:

A los miembros del IOR se les han enviado notificaciones judi ciales referentes a indicios de delitos consumados en territorio italiano, con daños a subditos italianos y realizados con la colaboración de ciudadanos italianos.10

10. López Sáez, Jesús, El día de la cuenta, Meral Ediciones, Madrid, 2005.

Ante lo contundente de las pruebas que se iban conociendo, el Vaticano se vio obligado a pactar con los acreedores el 25 de mayo de 1984. Este hecho se rubricó con la firma de un acuerdo en los locales de la Asociación Europea de Libre Intercambio en Ginebra. Allí, ante sesenta funcionarios en representación de 109 bancos acreedores, el IOR se comprometió a abonar 250 millones de dólares en tres plazos, que gracias al descuento por la rápida ejecución del pago se quedaron exactamente en 240.822.222 dólares y 23 centavos. Eso sí, se trataba de un pago de «buena voluntad» y la Santa Sede seguía sin reconocer su implicación en ningún hecho irregular.

Sin embargo, que los acreedores estuvieran contentos no quería decir que se detuviera el proceso penal. La batalla legal se prolongó durante varios años, en los cuales los jueces italianos se dedicaron a acumular pruebas en contra de Marcinkus. El 20 de febrero de 1987, el juez Renato Bricchetti emitió una orden de busca y captura contra Marcinkus, Mennini y De Strobel:

El apoyo del IOR, que ha sido un socio insustituible del sistema operativo puesto en marcha por Calví, ha representado una cons tante inequívoca en la actividad realizada por el grupo directivo del Banco Ambrosiano, hasta culminar en la expedición de las cartas de patrocinio, lo que se ha revelado perjudicial para los intereses de dicho banco.12

11. Martín, Malachi, Rich Church, Poor Church, op. cit.

12. Coin, Leonardo y Sisti, Leo, Marcinkus, el banquero de Dios, Grijalbo, Barcelona, 1992.

HAY QUE CREER A MARCINKUS
Lo realmente relevante del contenido de esta orden de detención es que no se ponía en tela de juicio una o varias actuaciones con cretas del IOR, sino toda su relación con el Banco Ambrosiano durante años. El auto no dejaba duda respecto a la titularidad de las empresas «panameñas»: «Esas sociedades habían sido pensadas y eran controladas por el IOR y por Roberto Caivi; después, se habían puesto a disposición de éste para que llegaran a ellas, procedentes de otras asociadas, sumas ingentes que figuraban como operaciones bancarias normales».

A pesar de ello, ni Marcinkus ni los otros dos directivos del banco fueron nunca procesados.13 El 6 junio de 1988, el Tribunal Constitucional italiano hacía pública una sentencia según la cual ningún tribunal de la república italiana tenía potestad para procesar a los sacerdotes ejecutivos del IOR, en virtud de la inmunidad garantizada por el Tratado de Letrán.

Marcinkus siguió negando su responsabilidad, y declaró, sor prendentemente, no conocer los documentos que él mismo firmaba. Pese a haber estudiado Derecho en Roma y ser durante diez años presidente del IOR, no tuvo el menor reparo en reconocer que ni leía ni comprendía los documentos del banco. Él no había hecho más que confiar en Caivi y éste había abusado de su ingenuidad.14

13. Wynn, Wilton, Keeper ofthe Keys, Random House, Nueva York, 1988.

14. Tavakoli, Janet M., op. cit.


Si había una sola persona que creyera la versión del arzobispo, ése era Juan Pablo II, cuyos lazos personales con Marcinkus, lejos de enfriarse, se habían estrechado en aquellos años, tantos que, incluso, se planteó nombrarle cardenal. Sin embargo, el proyecto tuvo que cancelarse debido a que sus asesores le avisaron de que semejante nombramiento podría suponer un escándalo de consecuencias funestas para la ya menoscabada imagen pública de la Iglesia. Aun así, no se descartó que Marcinkus fuera nombrado cardenal in péctore, cuya identidad es conocida sólo por el papa.

(Esta fórmula permite a los papas honrar a prelados cuyo nombramiento podría plantear riesgos para ellos mismos, para las relaciones del Vaticano con otro Estado o por simples razones de conveniencia. De hecho, Juan Pablo II nombró 21 cardenales en el que sería su último consistorio, en octubre de 2003, y anunció que guardaba «en su corazón» la identidad de uno de ellos.)

Algunos personajes relevantes del panorama vaticano, como los cardenales Benelli y Rossi, llegaron a solicitar que Marcinkus fuera depuesto de sus cargos y expulsado del Vaticano. Pese a los esfuerzos, los cardenales no pudieron vencer la barrera levantada por el propio papa, que protegió a Marcinkus e hizo oídos sordos sobre cualquier comentario desfavorable hacia su amigo.15 Cada vez que una crítica hacia Marcinkus llegaba al papa, Juan Pablo II exigía que se le presentasen pruebas irrefutables de la participación del arzobispo en los negocios fraudulentos que se gestionaban desde el Banco Ambrosiano: «Hay que creer a Marcinkus cuando dice que ha sido engañado por Caivi». Esta actitud se prolongó durante los cuatro años en los que Marcinkus permaneció refugiado en la Santa Sede sin poder pisar suelo italiano.

15. Manhattan, Avro, Murder in the Vatican, op. cit.

Finalmente, en 1991, y tras el pronunciamiento del Tribunal Supremo italiano, Marcinkus partió a un dorado exilio a Estados Unidos. En 1995 se conoció otro escándalo, esta vez referido al tráfico ilegal de oro, que implicó al arzobispo por su aparente proximidad con el principal encausado, un agente de la CÍA retirado llamado Roger D'0nofrio, que fue detenido en Italia. Otra investigación, esta vez por parte del Departamento de Estado norteamericano, le puso de nuevo en el punto de mira a raíz de los millones de dólares del oro nazi desaparecidos de Alemania tras la Segunda Guerra Mundial.

Paúl Marcinkus tiene hoy 83 años. Vive en una casa de siete habitaciones valorada en 180.000 euros que compró en 1997 cerca de los campos de golf de Sun City, Ari zona, donde, protegido por su pasaporte diplomático italiano, juega todos los días al golf y disfruta de caros puros habanos.16 Hasta la fecha sigue negando todos los cargos en su contra:

He sido acusado de asesinar a un Papa y de estar envuelto en el fraude del Banco Ambrosiano. Ambos cargos son absolutamente in fundados y falsos. Me repito a mí mismo continuamente: quizá esta es la forma en que Dios tiene de asegurarse de que yo ponga mi pie en la puerta del paraíso. Si lo pongo, no puede cerrarme la puerta.17

16. Skolnick, Sherman, «Skolnick Report», 28 de enero de 2002. Newsletter de Internet.

17. «Paúl Marcinkus. Entre Dios y las finanzas», La Nación, 5 de abril de 2004.


SOLIDARIDAD
Sin embargo, el alejamiento de Marcinkus de la Santa Sede no significó el final del problema, sino su entrada en una nueva fase cuando se descubrió que el dinero desaparecido del Banco Ambrosiano y del resto de empresas afines había ido a parar, aparte de a Calvi, a Propaganda Due y a los escuadrones de la muerte iberoamericanos, al sindicato polaco Solidaridad, tan apoyado por el papa Juan Pablo II. De hecho, más de cien millones de dólares habían terminado en Polonia. No es de extrañar que los más suspicaces empezaran a sospechar que el papa estaba al corriente del destino y la procedencia de aquel dinero:

Los flujos de dinero llegaban a Varsovia a través del IOR y, más concretamente, a través del Instituto Financiero, que era el aliado laico por excelencia de la banca vaticana y de Marcinkus: es decir, el Banco Ambrosiano, cuyo presidente era Roberto Calvi. En enero de 1981, tales informaciones fueron confirmadas, autorizadamente también por los franceses, cuyos servicios de inteligencia eran muy diferentes de los italianos.'8

En 1982 Calvi habló de estas operaciones con su «amigo» Flavio Carboni, sin saber que éste llevaba escondida una grabadora:

Marcinkus debe tener cuidado con Casaroli, que es el jefe del grupo que se le opone. Si Casaroli se encontrase con uno de esos financieros de Nueva York que trabajan para Marcinkus enviando dinero a Solidaridad, el Vaticano se hundiría. Tan sólo bastaría con que Casaroli encontrara uno de esos papeles que yo conozco y adiós Marcinkus, adiós Wojtyla, adiós Solidaridad... La última operación sería suficiente, la de veinte millones de dólares. Hablé con Giulio Andreotti, pero no tengo muy claro de qué lado está. Si las cosas en Italia siguen por un rumbo determinado, el Vaticano tendrá que alquilar un edificio en Washington, detrás del Pentágono. Muy lejos de la basílica de San Pedro.19

18. Pazienza, Francesco, II disubbidiente, Longanesi & C., Milán, 1999.

19. Yailop, David, op. cit.

La situación social en Polonia estaba presidida por una crisis económica que solamente pudo ser paliada por el endeudamiento con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Banca Internacional, la emergencia de un movimiento obrero —Solidaridad— con una amplísima organización y una dirección dividida entre católicos e izquierdistas y, por último, la poderosa influencia del catolicismo en el país. El pueblo polaco ha atravesado a lo largo de su historia varios períodos de disolución nacional en los que la religión católica se convirtió en fundamento de su identidad. Los opresores, rusos o prusianos, tenían otra religión. Paradójicamente, el autoritarismo del Estado comunista dio un enorme empuje a la religiosidad. Mientras que en Occidente las iglesias se vaciaban paulatinamente, en Polonia el cristianismo gozaba de buena salud y la opresión política estimulaba un síndrome del mártir cristiano.

A principios de los ochenta, la conflictividad obrera tenía en jaque al régimen polaco. Los norteamericanos estaban ansiosos por intervenir para erosionar a su rival geopolítico, pero ello acarrearía graves tensiones diplomáticas. En este escenario, Juan Pa blo II fue la pieza clave tanto en lo ideológico como en lo económico.


Y ¿QUÉ FUE DE SINDONA?
Mientras todo esto acontecía en Italia, Michele Sindona atravesaba su particular travesía del desierto en Estados Unidos. Durante el verano de 1979 fue «secuestrado», como ya se ha mencionado anteriormente. Sobre este hecho sigue existiendo controversia entre los expertos a día de hoy. Unos piensan que se trató de un secuestro orquestado y organizado por el propio Sindona y sus socios de la familia Gambino para eludir la justicia, al menos durante el tiempo necesario para poner al corriente sus asuntos legales y, de paso, sustraer de sus cuentas un generoso «rescate».

Otros, por el contrario, opinan que varios miembros de la mafia y de Propaganda Due debían de estar muy nerviosos ante el inminente paso del financiero por los tribunales, ya que guardaba muchos de sus secretos y de su dinero, y decidieron reservarse un tiempo en su compañía para atar cabos, recuperar los fondos diseminados en decenas de cuentas secretas y recordarle a su socio lo conveniente para su salud que podía ser no contar nada comprometedor.

En cualquiera de los dos supuestos hay que reconocer que no se escatimó en la puesta en escena. El 2 de agosto de 1979, Sindona desapareció de su domicilio. Su secretaria recibió poco después una llamada telefónica anónima: «Hemos secuestrado a Michele Sindona. Recibirán más información». A la familia se le envió una carta: «Tenemos preso a Michele Sindona. Deberá responder ante la justicia proletaria». El mensaje estaba escrito en italiano y firmado por el Comité Proletario para la Implantación de una Justicia Mejor. El 16 de octubre, 76 días después del secuestro, Sindona fue liberado en Nueva York junto a una cabina telefónica, en la esquina de la 42 con la Décima Avenida de Manhattan. Presentaba una herida de bala en la pierna que había sido cuidadosamente limpiada y vendada.

Tras este extraño incidente, se celebró el juicio. El 27 de marzo de 1980, Sindona fue encontrado culpable de 68 cargos de apropiación indebida, fraude y perjurio en relación con la quiebra del Frankiin National Bank. Fue multado con 207.000 dólares y sentenciado a cumplir 25 años en la penitenciaría de Otisville, en Nueva York. El 1 de septiembre de 1981, escribió una larga carta al presidente de Estados Unidos Ronaid Reagan en la que le solicitaba el indulto.

La misiva fue entregada en mano por David Kennedy, secretario del Tesoro durante la administración de Richard Nixon. Sin embargo, esta petición de ayuda quedó simplemente en eso, en una petición. Tres meses después recibió una contestación bastante fría en la que se le indicaba que su solicitud seguiría los trámites establecidos. Decepcionado, Sindona decidió recurrir a su antiguo amigo Richard Nixon, a quien también mandó una carta de cuatro páginas pidiéndole ayuda. Tampoco en esta ocasión obtuvo respuesta.

El silencio de sus amigos americanos no era lo peor que le esperaba a Michele Sindona. La justicia italiana seguía con su investigación y el hecho de tener al financiero encarcelado en Esta dos Unidos facilitaba su eventual extradición. El 7 de julio de 1981, el pueblo de Italia acusó a Sindona de haber ordenado el asesinato de Giorgio Ambrosoli y el 25 de enero de 1982 fue en causado en Palermo junto a otros 75 miembros de las familias Gambino, Inzerillo y Spatola en una macrocausa por narcotráfico. Finalmente se le extraditó a Milán y se le condenó a cadena perpetua en la prisión de máxima seguridad de Voghera.

A las 8.30 del 20 de marzo de 1986, Michele Sindona se disponía a tomar el desayuno en su celda. Como todos los días, el plato y la taza de café estaban sellados. Poco después se pudo escuchar un grito de angustia: «¡Me han envenenado!». Cuando los guardias accedieron a la celda, encontraron al banquero tendido en el suelo y cubierto de vómito. Cuarenta y ocho horas después fallecía en el hospital, donde había ingresado en estado de coma. La causa de la muerte fue una dosis letal de cianuro mezclada con café. Cómo pudo suceder esto en una prisión de máxima seguridad sigue siendo un misterio.


PROBLEMAS DE CORAZÓN
Mucho más inteligente demostró ser Licio Gelli, el personaje que salió mejor parado de esta siniestra historia. Tras el descubrimiento por parte de las autoridades de la trama que orquestaba Propaganda Due, Gelli fue acusado de espionaje, conspiración, asociación criminal y fraude. Sin embargo, consiguió eludir los cargos huyendo a Argentina. El 13 de septiembre de 1982, Gelli se arriesgó a volver a Europa para retirar cincuenta millones de dólares de una cuenta en Suiza.

Las autoridades de aquel país no tardaron en detenerle, pero gracias a un soborno volvió a escapar antes de poder ser extraditado a Italia. En 1987 el banquero comenzó a negociar con el gobierno italiano las condiciones de su retorno, alegando graves problemas de corazón. Tras asegurarse de que sólo sería juzgado por delitos económicos, Gelli se entregó. Tras dos meses en prisión fue puesto en libertad bajo fianza debido a su salud y, una vez condenado, se le confinó a un arresto domiciliario en su lujosa villa de Toscana.

En 1998 huyó de nuevo, pero fue detenido dos meses después en Cannes. Fue encerrado en la cárcel de Regina Coeli. Sin embargo, volvieron a aparecer en el momento oportuno sus problemas cardíacos y se le permitió regresar a Toscana. En definitiva, por todos los delitos que hemos relatado (terrorismo, espionaje, conspiración, posiblemente asesinato y todos los fraudes económicos imaginables), Licio Gelli pasó un total de dos meses en presidio.


Respuesta  Mensaje 10 de 12 en el tema 
De: Marti2 Enviado: 06/07/2012 05:23
EL GOLPE - LOS NUEVOS ESCÁNDALOS FINANCIEROS DEL VATICANO


Tras la conmoción que supuso el atentado contra Juan Pablo II en la plaza de San Pedro y las intrigas de espionaje que le siguieron, el mundo de las finanzas vaticanas se volvió a tambalear no ya ante los manejos de una compleja red de mafíosos internacionales, sino ante los de un timador de altos vuelos que supo aprovecharse como nadie de la codicia de ciertos miembros de la Iglesia.

En 1982 el papa Juan Pablo II estableció una alianza estratégica con el presidente estadounidense Ronald Reagan que tenía al sindicato Solidaridad como máximo exponente para minar el bloque soviético. El gobierno de Estados Unidos informaba a la Santa Sede de toda suerte de asuntos de interés global a cambio de contar con su apoyo en las cuestiones en que fuera necesario. Mientras Estados Unidos, por ejemplo, bloqueaba millones de dólares de ayuda a países que contaban con programas de planificación familiar, el papa, «mediante un significativo silencio», apoyaba algunas de sus políticas militares, incluida la de proveer a la OTAN con una nueva generación de misiles crucero.1

Todas las semanas, el jefe de la estación de la CÍA en Roma llevaba personalmente al papa un extenso informe secreto elaborado por la CÍA. Ningún otro líder mundial, a excepción del presidente estadounidense, tenía acceso a la información que el papa recibía, lo que explica que la primera parte del pontificado de Juan Pablo II tuviera un marcado carácter político que a punto estuvo de costarle la vida en la plaza de San Pedro el 13 de mayo de 1981, cuando fue abatido por las balas de Mehmet Ali Agca, antiguo miembro de un grupo terrorista llamado Lobos Grises. Sin embargo, el papa sabía muy bien que el ejecutor del atentado era sólo un peón en manos de una fuerza mucho más poderosa que quería verle muerto. El arzobispo Luigi Poggi, «el espía del Papa», fue el encargado de averiguar quién había ordenado el asesinato.

Durante meses, el arzobispo mantuvo contactos con diversos servicios de inteligencia hasta que en noviembre de 1983, el Mossad, el servicio secreto israelí, le proporcionó la información que buscaba. La CÍA pensaba, tal vez porque era la versión que mejor se acomodaba a sus intereses estratégicos, que Agca había sido el ejecutor de un complot inspirado por el KGB y materializado por los servicios de espionaje búlgaros. Los estadounidenses argumentaban que Moscú temía que el pontífice encendiera la mecha del nacionalismo polaco. Pero la CÍA se equivocaba. Lo que descubrieron los agentes del Mossad fue que el complot había sido urdido en Irán con la aprobación del ayatolá Jomeini, como primer movimiento para librar una guerra santa contra Occidente y sus valores decadentes.2

1. Bernstein, Cari, «The Holy Alliance», Time, 24 de febrero de 1992.

2. Thomas, Gordon, Mossad. La historia secreta, Javier Vergara, Barcelona, 2000.


Un mes después, el 23 de diciembre de 1983, el papa fue a ver a Agca a la prisión de Rebibbia. El encuentro fue concertado como un «acto de perdón», pero, en realidad, lo que Juan Pablo II quería saber era si lo dicho por el Mossad se correspondía con la verdad. Los periodistas permanecieron en el corredor, y con ellos los numerosos guardias preparados para entrar en la celda en caso de que Agca hiciera algún movimiento sospechoso. El diálogo duró veintiún minutos, tras los cuales el papa se puso en pie y le extendió una caja en la que había un rosario de nácar y plata. Agca había confirmado lo que el arzobispo Luigi Poggi averiguó por el Mossad. Este hecho cambiaría para siempre la actitud de Juan Pablo II hacia el islam e Israel.


EL ESCÁNDALO FRANKEL
Por otro lado, la desaparición del escenario de los principales im plicados en el escándalo del Banco Ambrosiano no supuso que el resto del pontificado de Juan Pablo II estuviera libre de la sombra de los escándalos financieros.

El hombre que volvió a aprovecharse de la Iglesia para bene ficiarse a su costa se llamaba Martín Frankel, una especie de Roberto Caivi que se las arregló para organizar una de las mayores estafas que ha visto Estados Unidos en su época más reciente.3

3. Behar, Richard, «Washing Money In The Holy See: What do Martín Frankel, several sénior Vatican figures, and a bigwig Reaganite lawyer have in common? It may take years for all the details to surface, but one thing is certain: It doesn't look deán», Fortune, 16 de agosto de 1999.


Frankel llevaba camino de convertirse en un artista del fraude y tenía la pretensión de crear un imperio financiero con la ayuda del IOR. Para ello adoptó el nombre supuesto de David Rosse y contrató al prestigioso abogado Tom Bolán. El 8 de agosto de 1998, y gracias a las gestiones de su amigo, el sacerdote neoyorquino Peter Jacobs, Bolán llegaba al Vaticano para reunirse con Emilio Colagiovanni, que iba a desempeñar un papel protagonista en la historia.

Colagiovanni dirigía la fundación Monitor Ecciesiasticus, que publicaba una revista de derecho canónico. Aunque se encontraba jubilado, en su día fue juez de la Rota Romana, el tribunal de apelaciones vaticano, célebre en el mundo de la prensa rosa por ser el lugar en el que se dirimen las nulidades matrimoniales. En aquellos días, utilizando un viejo ordenador, un bote de cola y unas tijeras, componía su revista de derecho en la pequeña casa de campo en que vivía y trabajaba. Monitor Ecciesiasticus no formaba parte del Vaticano, pero había sido bendecida por un papa anterior y, lo más importante desde el punto de vista de Frankel, tenía una cuenta corriente en el IOR.4

Bolán contó a los allí reunidos que representaba a un rico fi lántropo de origen judío llamado David Rosse, que tenía el deseo de donar para causas pías cincuenta millones de dólares a través de una fundación formada en el Vaticano a tal efecto o de una ya existente y con sólidos lazos con la Santa Sede. (Frankel había -ornado el nombre de David Rosse de uno de sus guardaespaldas, le cuya biografía [lugar de nacimiento, estudios, servicio militar, etc.] se había apropiado, de ral manera que si alguien investigaba e encontraría con que todos los datos encajaban, incluido su do nicilio actual.)

4. Joan Pollock, Ellen, The Pretender: How Martín Frankel Fooled the Pinancial 7orld and Led the Feds on One of the Most Publicized Manhunts in History, Wall :reetJournal Books, Nueva York, 2002.

La posibilidad de que el Vaticano recibiera tal cantidad de dinero era, ciertamente, muy atractiva, y entre todos los presentes el que se creyó el embuste con más fuerza fue monseñor Colagiovanni. Ante la propuesta respondió con una entusiástica recitación de las cualidades que le convertían en el hombre más indicado para realizar aquella tarea: tenía múltiples contactos entre los altos dignatarios del Vaticano, como el secretario de Estado, y sabía lo que había que hacer para que el sueño de tan generoso donante se hiciera realidad.


PATENTE DE CORSO
El 22 de agosto Bolán, en una reunión en el Hotel Hassier de Roma, presentaba una propuesta oficial de seis páginas. Rosse (es decir, Frankel) establecería una fundación en Licchtenstein que estaría regida por unos «estatutos secretos». Por medio de un banco suizo, Rosse enviaría a la fundación 55 millones de dólares, de los cuales cincuenta serían enviados a Estados Unidos para uso exclusivo del propio Rosse y los cinco millones restantes se transferirían a una cuenta controlada por el Vaticano. A nadie le pareció mal. Es más, los sacerdotes involucrados en la operación se apresuraron a pensar en el destino que darían a esos primeros cinco millones de dólares.

Monseñor Colagiovanni esperaba que su fundación se beneficiara de aquel dinero y el padre Jacobs deseaba que una parte fuera destinada a una obra de caridad con la que se sentía especialmente implicado, la Ciudad de los Muchachos de Italia. Tras algunas discusiones el dinero se repartió de la siguiente forma: 3,5 millones para Monitor Ecciesiasticus, 1,1 para las obras de caridad del padre Jacobs y 400.000 dólares para Bolán como comisión.

En medio de todas aquellas discusiones sobre el destino del dinero a nadie pareció extrañarle que Rosse se reservase el control de cincuenta millones de dólares, lo que, sin duda, constituía una situación cuando menos inusual. Además, aquella generosa donación tenía un añadido. En una carta dirigida a Bolán Rosse ponía una condición:

Nuestro acuerdo incluirá el compromiso del Vaticano de ayudarme en mi deseo de adquirir compañías de seguros, permitiendo a funcionarios del Vaticano certificar a las autoridades, si fuera necesario, que la fuente de financiación de la fundación es el propio Vaticano.5

Más tarde, Bolán declararía no haber leído nunca esta carta e incluso dudaba de haberla recibido. Y es que con esta cláusula, Frankel ofrecía a los sacerdotes el mismo trato que Michele Sin dona y Roberto Caivi establecieron en su día con el arzobispo Paúl Marcinkus: blanqueado de dinero a cambio de una generosa comisión o, lo que es lo mismo, una patente de corso del Vaticano para que Frankel pudiera estafar sin problemas las compañías de seguros que se habían convertido en su objetivo.

A pesar de que los términos del acuerdo se volvieron cada vez más oscuros y farragosos todo siguió adelante. El padre Jacobs hizo las veces de cicerone para Bolán en Roma. Le llevó a su Ciudad de los Muchachos, le mostró la entrada secreta de la basílica de San Pedro —reservada exclusivamente a los cardenales—, y, lo más importante, le concertó una entrevista con el obispo Francesco Salerno, secretario de la prefectura de asuntos económicos de la Santa Sede, y monseñor Gianfranco Piovano, de la secretaría de Estado.6

5. Behar, Richard, op. cit.

6. Johnson, J. A., Thief: The Bizarro Story of fugitive financier Martín Frankel, Lebhar-Friedman Books, Nueva York, 2000.


INOCENTES PERO NO TANTO
Con plena seguridad se puede asegurar que los sacerdotes ignoraban que el generoso benefactor que les estaba ofreciendo aquel negocio era un impostor, pero no podían ser tan inocentes como para no darse cuenta de que aquel trato no era del todo lo ético ni legal que debería. Con su 90 por 100 Frankel pretendía adquirir diversas compañías de seguros estadounidenses a través de la fundación respaldada por el Vaticano, que podría embolsarse más de cien millones de dólares con tan sólo dar su visto bueno. La increíble habilidad de Frankel para el fraude informático haría el resto.

No obstante, la amarga experiencia padecida con personajes como Sindona y Calvi había vuelto recelosos a los sacerdotes. Antes de que el acuerdo fuera firmado, Frankel se vio obligado a presentar ante el IOR documentación acreditativa de que poseía realmente el dinero necesario para realizar tan ambiciosa operación económica. Frankel respondió dándoles el número privado del banquero suizo Jean-Marie Wery, director del Banque SCS Alliance. Cuando éste fue preguntado por los funcionarios del IOR, aseguró que David Rosse (Frankel) era un hombre extraordinariamente rico con capacidad más que sobrada para emprender un negocio de mil millones de dólares.

El 1 de septiembre de 1998, monseñor Colagiovanni, monseñor Piovano y el obispo Salerno comunicaron a Bolán que el Santo Padre daba su aprobación a la creación de una nueva fundación de la Iglesia que tuviera a Rosse como presidente. Se le permitía, además, que abriera su propia cuenta en el Banco Vaticano, un privilegio al alcance de muy pocos seglares, todos ellos personas de la máxima confianza de la Iglesia. Sin embargo, aún quedaban varios cabos por atar. En el supuesto de que la operación saliese mal, el Vaticano podría verse involucrado como cómplice en una conspiración, y tal vez en una estafa, así que habría que hacer las cosas de otra manera. Rosse crearía una organización que, oficialmente, no estaría vinculada al Vaticano: la Fundación San Francisco de Asís para Servir y Ayudar a los Pobres y Aliviar el Sufrimiento.7

7. Morris, Mark, «Missouri Regulators Sue Vatican», Kansas City Star, 11 de mayo de 2002.

Frankel decía ser admirador de san Francisco de Asís, el hombre que renunció a sus riquezas para predicar la necesidad de una vida de pobreza y humildad basada en los Evangelios, lo cual no deja de ser paradójico viendo el estilo de vida del nuevo benefactor de la Iglesia. Cuando sus estafas fueron descubiertas, Frankel vivía en dos mansiones que habían costado 5,6 millones de dólares y que se pagaron al contado. Allí disfrutaba de chefs que le atendían las veinticuatro horas, disponía de bellas prostitutas que poblaban su piscina y de una flota de veinte automóviles de lujo. Todos sus empleados eran de sexo femenino. Controlaba todos sus negocios a través de ochenta ordenadores y se mantenía informado por medio de un panel de televisores sintonizados en diversos canales económicos de todo el mundo. Frankel dirigía su imperio desde aquella mansión, siempre en batín y zapatillas. En el momento de su detención llevaba encima diez millones de dólares en joyas.

En cuanto a la vida sexual del financiero mecenas también había más que fundadas sospechas. En 1997 la policía investigó la muerte de una de las integrantes del harén de Frankel, Francés Burge, de veintidós años, que apareció ahorcada en una dependencia de la mansión con una fusta y pornografía de temática sadomasoquista a su alrededor. El caso fue archivado como suicidio, a pesar de que Frankel era cliente habitual de The Vault, el club sadomasoquista más importante de Nueva York. Frankel no pareció lamentar mucho la muerte de Francés, a la que había contratado mediante un anuncio en una revista: «Francés no tenía el aspecto que yo esperaba —declaró a la policía—. Tenía sobrepeso, aunque era una buena persona. Aquella tarde se quitó la ropa y quiso tener sexo, pero a mí no me apetecía».


LA TAPADERA
La no vinculación directa entre el Vaticano y la fundación del falso Rosse era una medida de protección por si algo fallaba; en realidad, y tal como se establece en el texto de la demanda interpuesta en el Estado de Misuri contra el Vaticano:

[Colagiovanni] utilizó su posición como miembro de la Curia para convencer a funcionarios del gobierno estatal y a compañías de seguros en Estados Unidos de que la fundación San Francisco de Asís estaba relacionada con el Vaticano a través de Monitor Eccie siasticus, y de que la fundación era una iniciativa financiada por el Vaticano.8

La unión con Monitor Ecciesiasticus era el elemento que daba a la trama la cobertura vaticana que precisaba la fundación San Francisco de Asís. En los documentos de presentación de la organización se decía:

La fundación San Francisco de Asís fue creada en el Vaticano por la fundación Monitor Ecclesiasticus para contribuir al cumplimiento de las ideas de san Francisco de Asís a través de la ayuda a obras de caridad de todo el mundo.9

8. Ibid.

9. Joan Pollock, Ellen, op. cit.

En este texto se cometía una grave inexactitud, ya que donde realmente creó Frankel su fundación fue en las Islas Vírgenes bri tánicas, un lugar muy poco apropiado para una fundación pía. En una misiva dirigida a Rosse, monseñor Colagiovanni le aseguraba que todas las donaciones que recibiera Monitor Ecclesiasticus estarían protegidas por el estricto secreto bancario que caracterizaba al IOR: «Tan sólo el Papa puede revelar los detalles de cualquier depósito o donación».

La fundación no era más que humo, pero Monitor Ecclesiasticus no. La revista de derecho canónico que recibían cardenales y obispos de todo el mundo constituía para Frankel una inmejorable conexión con el Vaticano de cara a presentársela a sus futuras víctimas. Con esta cobertura, Frankel no dudó en comenzar las negociaciones para adquirir compañías de seguros en Estados Unidos. En una de aquellas operaciones, la de la empresa de Colorado Capitel Lite, el abogado Kay Tatum preguntó de dónde obtendría la fundación el dinero para realizar la transacción. La respuesta fue que la Santa Sede había donado 51 millones de dólares a través de Monitor Ecclesiasticus, hecho corroborado por monseñor Colagiovanni cuando el abogado le telefoneó al Vaticano. Por si aún albergaba alguna duda, Tatum recibió en su despacho la siguiente carta firmada por Colagiovanni:

Le certifico y confirmo a usted que ME [Monitor Ecclesiasticus] es el garante de fondos para la fundación San Francisco de Asís para Servir y Ayudar a los Pobres y Aliviar el Sufrimiento, una compañía de las Islas Vírgenes británicas... [...] ME ha contribuido aproximadamente con 1.000.000.000 $ (mil millones de dólares) a la fundación San Francisco de Asís desde su creación el 10 de agosto de 1998. Estos fondos fueron recibidos por ME desde varios tribunales católicos romanos e instituciones de caridad y culturales católicas romanas para las obras de caridad de ME. Estos fondos, a su vez, han sido donados por ME para su uso por la fundación San Francisco de Asís.10

NI UNA SOLA VERDAD
Este farragoso texto no contenía ni una sola verdad. Los mil mi llones de dólares que se mencionan ni existían ni habían existido.

Otra de las empresas en las que Frankel había centrado su atención era la Metropolitan Mortgage & Securities de Spokane, Washington. Su presidente, C. Paúl Sandifur, escribió una carta al Vaticano preguntando por ambas fundaciones:

La fundación [San Francisco de Asís] afirma ser agente de la Santa Sede y desea embarcarse en una transacción comercial de 120 millones de dólares. La fundación también afirma haber sido creada por Monitor Ecclesiasticus... a la que representa como fundación vaticana.

Apenas dos semanas después, el arzobispo Giovanni Battista Re, uno de los personajes más importantes de la curia, respondió a la carta con otra en la que no mencionaba ni una sola vez a Monitor Ecclesiasticus, aunque sí dedicaba una línea a la fundación San Francisco de Asís: «Esa fundación no ha sido aprobada por la Santa Sede ni existe en el Vaticano». Nada más recibir la carta, Sandifur telefoneó a Frankel para pedirle explicaciones.

10. Ibid.

El financiero parecía relajado. No había por qué preocuparse. Evidentemente, el Vaticano no iba a admitir nada por escrito concerniente a la fundación San Francisco de Asís. La Santa Sede no tenía el menor interés en revelar sus finanzas ni la extensión de su patrimonio. Si realmente los ejecutivos de la compañía querían comprobar las credenciales de la fundación, lo mejor que podían hacer era desplazarse a Roma y reunirse con las personas adecuadas. Así lo hicieron, y varios representantes de las compañías que iban a ser adquiridas viajaron a Roma, donde monseñor Colagiovanni les dio toda suerte de explicaciones sobre la fundación. Colagiovanni, no contento con implicar a la Iglesia y al papa en el fraude, llegó a asegurar que Monitor Ecclesiasticus era «un canal e instrumento en el cumplimiento de la voluntad y deseos del Supremo Administrador». La fe de Frankel, en cambio, estaba depositada en la astrología, de hecho, llegó a encargar una carta astral que intentara contestar a la pregunta «¿iré a la cárcel?».11

Ni los ejecutivos de las aseguradoras ni Frankel eran los únicos que se estaban poniendo nerviosos. Colagiovanni también estaba intranquilo. Había mentido de palabra y por escrito y, sin embargo, todavía no había visto un centavo de los cinco millones de dólares prometidos. Decidió escribir al abogado Bolán para pedir su mediación y que ejerciera su «persuasiva amabilidad en el trato con Mr. D [David Rosse]. Debo solicitar que al menos esta cantidad [los cinco millones de dólares] sea transferida por su parte para que podamos continuar implementando el programa de ME».

Para evitar que otra posible víctima fuera alarmada por fun cionarios del Vaticano, y así tranquilizar a Colagiovanni, Bolán fue enviado por Frankel de nuevo a Roma para reunirse con el arzobispo Agostino Cacciavillan, presidente de la administración del patrimonio de la Santa Sede.

11. Scarponi, Diane, «Former Financier Pleads Guilty», Associated Press, 15 de mayo de 2002.

A través de este engaño, Frankel fue capaz de adquirir siete compañías aseguradoras estadounidenses. Rápidamente comenzó a utilizar la estrategia de Sindona y las despojó de sus fondos, transfiriendo importantes cantidades a empresas fantasma ubicadas en diferentes paraísos fiscales.12 Finalmente todo fue descu bierto. Cuando las autoridades económicas estadounidenses pre guntaron a la Santa Sede sobre el asunto, la curia declaró que ninguna de las dos fundaciones implicadas tenía relación con el Vaticano. Frankel volvió a consultar a su astrólogo y éste le dijo que las cosas se estaban poniendo realmente feas, ante lo cual reunió todo el dinero que pudo y huyó a Europa en compañía de dos de sus novias.

En octubre de 1999, las autoridades estimaron que Frankel había robado unos doscientos millones de dólares de las compañías estafadas. En diciembre de ese mismo año fue detenido en Alemania, donde se declaró culpable de contrabando de joyas por valor de varios millones de dólares a fin de evitar, o al menos retrasar, su extradición a Estados Unidos. Tras un intento de fuga, fue devuelto a su país y juzgado por diversos cargos. En 2001, el Vaticano fue demandado como cómplice por las comisiones de seguros de varios Estados, solicitándosele doscientos millones de dólares en concepto de reparación.

12. Varios autores, The Crime Library, Dark Horse, Nueva York, 2002.


Respuesta  Mensaje 11 de 12 en el tema 
De: Marti2 Enviado: 06/07/2012 05:24
LA MALA EDUCACIÓN. LOS ESCÁNDALOS SEXUALES DEL CLERO

Por si los graves problemas económicos no hubieran sido suficiente, la última etapa del pontificado de Juan Pablo II se vio sal picada por multitud de escándalos sexuales protagonizados por sacerdotes. Tan grave llegó a ser la situación que el volumen de las Acta apostolícele seáis (Actas de la sede apostólica), el boletín oficial del Vaticano, correspondiente a 2001, recogía una serie de directrices redactadas por el papa y por la Congregación para la Doctrina de la Fe para intentar atajar este serio asunto.

Una carta del hoy papa Benedicto XVI, Joseph Ratzinger, entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, instaba a las diócesis a informar al Vaticano de cualquier caso de esta naturaleza y a someterlo al juicio de un tribunal eclesiástico secreto a la mayor brevedad posible.

Con esta carta, esperamos no sólo que estos graves delitos sean evitados, sino sobre todo que la santidad del clero y de los fieles se vea protegida por las necesarias sanciones y por el cuidado pastoral ofrecido por los obispos u otros responsables.1

La circular de Ratzinger no mencionaba nada respecto a la necesidad de denunciar ante las autoridades civiles los casos de pederastía que se descubriesen. Más bien al contrario, hacía especial hincapié en que el contenido de la carta fuera tratado con la máxima reserva posible y no saliera del estricto marco de la Iglesia católica.

Uno de los casos que tanto preocupaban a Ratzinger ocurrió en España en febrero de 2002, cuando Ignacio Lajas Obregón, párroco de Casar de las Hurdes, Cáceres, fue detenido por un presunto delito de pornografía infantil cometido a través de Internet. El sacerdote, de veintinueve años, fue uno de los nueve arrestados por pertenecer a una red internacional de intercambio de imágenes:

Es un hombre correcto —señalaba un vecino de Casares entrevistado por el diario El Mundo—, pero tiene un enorme vicio con el ordenador. Su madre se ha quejado en muchas ocasiones porque es taba hasta bien entrada la madrugada con el ordenador encendido.2

El obispado de Coria-Cáceres emitió un comunicado en el que se destacaba la conducta ejemplar del detenido, así como su arrepentimiento.

También en España, y en ese mismo año, se hizo público el caso de un ex juez del Tribunal Eclesiástico de Madrid, al que sólo se conoce por sus iniciales, J. M. P., que fue denunciado por abusos sexuales continuados sobre una niña de cuatro años.3

1. Galán, Lola, «El Vaticano impone juicios secretos para casos de pederastía en el clero». El País, 9 de enero de 2002.

2. Zama, Marife, «Detenido un cura por pertenecer a una red de pornografía infantil», El Mundo, 14 de febrero de 2002.

3. Tristán, Rosa M-, «Denuncian a un ex juez eclesiástico por abusos sexuales a una niña», El Mundo, 8 de marzo de 2002.

Se

gún la denuncia, todo comenzó cuando la madre de la víctima al quiló una habitación a J. M. P., el juez que le tramitó su separa ción matrimonial. La niña comenzó a tener un comportamiento anormal, pero nadie sospechó nada raro hasta que en 1996, ya con diecinueve años, confesó que había sufrido abusos sexuales por parte de J. M. P. La madre informó al cardenal Rouco Várela, arzobispo de Madrid, para que suspendiera al sacerdote, y en 1997 puso una denuncia.

El juez ordenó someter a la joven a un tratamiento de hipnosis regresiva, el primero que se realizaba en España por orden ju dicial. La madre sufrió un gran impacto al presenciar la prueba:

«La sesión grabada es espeluznante. Mi hija vuelve a la infancia y relata agresiones terribles. Algunas tenían lugar en casa, otras en la sede del Tribunal Eclesiástico».

En España, los estudios académicos sobre abuso de menores y la implicación del clero en estas prácticas arrojan unas cifras es calofriantes. En 1994, fecha de la realización del estudio, se llegó a la conclusión de que un 19 por 100 de la población española había sido víctima de abusos sexuales siendo menor. De ellos, el 8,96 por 100 de los hombres y el 0,99 de las mujeres lo fueron a manos de un religioso católico. Dicho de otra forma, el 4,17 por 100 de los abusos sexuales a menores han sido cometidos por un miembro del clero.4

4. López Sánchez, Félix, Abusos sexuales a menores. Lo que recuerdan de mayores, Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, Madrid, 1996.


DIABLOS CON SOTANA
El problema de los sacerdotes pedófilos no es nuevo. Sin embargo, siempre había sido algo de lo que se hablaba en voz baja, nunca se sabía si pertenecía al ámbito de las leyendas urbanas o si era real y, como mucho, terminaba siendo tema de algún chiste de mal gusto. En 1985 las dudas sobre la realidad y gravedad del asunto comenzaron a despejarse cuando el padre Gilbert Gauthe, de Lafayette, Louisiana, confesó haber abusado sexualmente de decenas de muchachos.5 Gauthe acabó en la cárcel cumpliendo una condena de veinte años. El asunto sirvió para dar publicidad, y sólo en Louisiana aparecieron decenas de víctimas que denunciaron abusos sexuales. En la mayoría de los casos, la Iglesia pagó con dinero el silencio de los afectados, pero no fue suficiente para detener la marea negra que se le vino encima.

5. Berry, Jason, Lead Us Not into Temptation: Catholic Priests and the Sexual Abuse of Children, University of Illinois Press, Chicago, 2000.

La situación se volvió alarmante. Thomas Doyie, un experto en derecho canónico del Vaticano destacado en Washington, envió un informe secreto a la Santa Sede en el que estimaba que, de no ponerse remedio, la Iglesia podría enfrentarse a un escenario en el que tendría que pagar más de mil millones de dólares en indemnizaciones durante los próximos diez años.

En 1989 el obispo de Hawai, Joseph Ferrarlo, tuvo el dudoso honor de convertirse en el primer jerarca de la Iglesia en ser acusado de abusos sexuales. Sus abogados consiguieron que no se sentara en el banquillo, no por falta de pruebas, sino debido a un defecto de forma. Un año más tarde, el escándalo fue aún mayor al conocerse que el acusado era el responsable de un centro de acogida de menores. Otro caso notorio fue el del padre Bruce Ritter, responsable de la Covenant House, un orfelinato especializado en jóvenes con problemas. Lo que nadie podía sospechar es que en muchas ocasiones el problema era, precisamente, el padre Ritter. Varios de los antiguos inquilinos de la institución le acusaron de abusos sexuales, tras lo cual fue enviado rápidamente a la India.

En Bostón la situación era mucho peor. En febrero de 2002 empezaron a salir a la luz los detalles escabrosos de cuarenta años de abusos sexuales en algunas de las iglesias católicas más conocidas de la ciudad. El cardenal Bernard Law se enfrentó a una crisis de primer orden no sólo por lo bochornoso y repugnante del hecho en sí, sino porque centenares de víctimas comenzaron a pedir compensaciones económicas por los asaltos sexuales de los curas. El cardenal intentó defenderse recurriendo al argumento de que los sacerdotes culpables eran «enfermos», y, por tanto, no eran responsables de sus actos. A la justicia estadounidense, sin embargo, le parecieron criminales.

Las autoridades se hicieron con un listado en el que aparecían los nombres de 87 curas catalogados por la Iglesia en sus archivos como sacerdotes con un pasado de abusos sexuales a niños. En muchos de los casos, la Iglesia había llegado a acuerdos particulares con los afectados sin denunciar los hechos ante la justicia. Las estimaciones de las autoridades hablaban de más de mil víctimas. El detonante de todo el caso fue el descubrimiento de las actividades del sacerdote John J. Geoghan, al que se le imputaron ochenta causas por abusos sexuales.


UN SACERDOCIO MUY EFECTIVO
No deja de ser sorprendente lo dicho por el cardenal Law cuando se hizo pública la primera condena contra Geoghan: diez años de cárcel y la recomendación de que, una vez abandonara la prisión, se le vigilase estrechamente. «Tu sacerdocio ha sido muy efectivo, tristemente interrumpido por la enfermedad. Que Dios te bendiga, Jack». «Jack» le había costado a la Iglesia 11,5 millones de euros en indemnizaciones privadas.6 El reverendo Jack buscaba en la parroquia a madres de familias numerosas que atravesaran por graves problemas económicos. Era lógico que su oferta de ayuda fuera vista por esas madres agobiadas como una tabla de salvación.

Pronto, el sacerdote Geoghan se hacía habitual en las casas de sus víctimas: duchaba a los niños, rezaba con ellos en la cama y, ocasionalmente, les llevaba a merendar. Durante aquellos paseos, el sacerdote detenía el coche y obligaba a los niños a que le masturbaran. Después, venía la amenaza:

«Como cuentes esto nadie te va a creer».

Una familia llegó a descubrir que el cura había abusado de sus siete hijos. Cuando se pusieron en contacto con la archidiócesis para denunciar los hechos, la carta que recibieron del cardenal Humberto Medeiros, predecesor de Bernard Law, les dejó estupefactos. Les pedía que no dieran a conocer la noticia por el propio bien de los niños: «Al mismo tiempo invoco a la compasión de Dios y comparto esa compasión en el conocimiento de que Dios perdona los pecados».

6. González de la Vega, Berta, «El diablo llevaba sotana», El Mundo, 24 de febrero de 2002.

Tan grave y extenso es el problema actualmente en Estados Unidos que existe una Red de Supervivientes de Abusos Sexuales de Curas. Según los datos que obran en poder de su presidente, David Ciohessy, entre el 2 y el 10 por 100 de los sacerdotes católicos estadounidenses puede ser pedófilo. El número de víctimas se ha estimado en unas cien mil. El estereotipo del sacerdote abusador suele corresponderse con el de un rígido cura con sotana y doble moral. Sin embargo, los curas «progres» no se encuentran libres de sospechas. Buen ejemplo de ello es el caso del padre Paúl R. Shanley.

En los años setenta, con su pelo largo y su ropa informal, así como su defensa a ultranza de los drogadictos y los homosexuales, representaba en Bostón la encarnación del cura «amigo». Tal vez demasiado. Su atractivo físico y su carisma provocaron que recibiera no pocas tentaciones para pecar con al guna de sus feligresas, pero sus gustos no iban por ahí. Al padre Shanley le gustaba el juego, en especial las partidas de strip po ker7 que organizaba con los jovencitos de su parroquia. Shanley decía a los adolescentes que Dios le utilizaba para averiguar quién era homosexual. Cuarenta y dos víctimas identificadas hasta el momento sufrieron sus abusos.


ESCÁNDALO EN POLONIA
Para el papa, mucho peor que el gigantesco problema surgido en Bostón fue comprobar que su Polonia natal tampoco se libraba de estos terribles hechos. El implicado en aquella ocasión fue el arzobispo de Poznan, Julius Paetz, acusado de agredir sexualmente a varias decenas de sacerdotes y seminaristas de su propia diócesis. Roma envió una comisión investigadora a Poznan, que interrogó durante una semana a los clérigos que afirmaban haber sido víctimas de las agresiones sexuales del arzobispo, así como a varias decenas de sacerdotes y fieles. Todos se ratificaron en sus denuncias y el rector de un seminario que se encuentra a doscientos metros del palacio episcopal, el padre Tadeus Karzkosz, contó que tenía prohibido al arzobispo el acceso a sus instalaciones.8

7. Variante del póquer tradicional que consiste en apostar prendas de vestir hasta que la mayoría de los participantes se quedan desnudos. (N. del A.)

8. Vidal, José Manuel, «Un arzobispo polaco es acusado de abusar sexualmente de seminaristas», El Mundo, 25 de febrero de 2002.


El de Polonia no fue un caso aislado. En Europa comenzaron a surgir una cascada de hechos similares a los denunciados en Estados Unidos. En Austria, el arzobispo de Viena, Hermann Groer, fue forzado a dimitir tras ser acusado de abusar de varios jóvenes en un seminario. Su sustituto, el cardenal Christoph Schonborn, no tuvo más remedio que reconocer la veracidad de las informaciones y pedir disculpas públicamente. Mientras, en Irlanda, la Iglesia desembolsaba más de cien millones de dólares para indemnizar a los afectados por los abusos sexuales.

Francia se estremeció con la condena a tres meses de cárcel contra el obispo de Bayeux-Lisieux, Fierre Pican, culpable de «haberse abstenido de denunciar» los actos pedófílos de un cura de su diócesis, Rene Bissey. Para el tribunal, «dado que se trata de niños, el silencio del señor obispo supone un excepcional tras torno del orden público». Ya en octubre de 2000, Bissey había sido condenado a dieciocho años de cárcel por haber abusado sexualmente de varios menores de quince años. Aunque el obispo Pican sabía del comportamiento delictivo de Bissey nunca lo condenó, limitándose a apartarlo durante algún tiempo de la enseñanza y a trasladarlo cuando los rumores sobre sus abusos sexuales con los niños se habían vuelto demasiado notorios.9

Poco después de lo ocurrido en Polonia, el 10 de marzo de 2002 el fantasma del abuso sexual regresó a Estados Unidos, obligando a dimitir al obispo de Florida, Anthony J. O'Connell, que admitió públicamente que veinticinco años atrás había abusado de dos seminaristas: «Quiero pedirles disculpas sincera y humildemente, y quiero que me perdonen por el daño, la confusión, el dolor y el enfado que mis palabras puedan producir».10

9. «Condenado el obispo francés que no denunció a un sacerdote pederasta». El País, 5 de septiembre de 2001.

10. Cuna, Felipe, «Dimite un obispo de Florida tras admitir que abusó de dos seminaristas», El Mundo, 10 de marzo de 2002.

O'Connell admitió que a finales de la década de los setenta se metió en la cama, desnudo, con Christopher Dixon, un joven que había acudido a él para pedirle consejo. El obispo dijo que no mantuvo relaciones sexuales y que sólo hubo tocamientos. Con la cabeza baja, O'Connell confirmó más tarde que esto sucedió en otra ocasión, aunque se desconoce la identidad de la víctima. La cosa no llegó a más dado que la diócesis de Misuri, a la que pertenecía, silenció el asunto pagando 125.000 dólares. Se da la circunstancia de que O'Connell había llegado a Florida tres años antes para sustituir al obispo J. Keith Symons, que también cesó en su cargo tras confesar abusos a menores.

Quince días más tarde, en Nueva York, la tercera diócesis de Estados Unidos, el cardenal Edward Egan tuvo que justificar su decisión de permitir el ejercicio a sacerdotes involucrados en abusos cuando era obispo de Bridgeport (Connecticut). En una misiva repartida por las 413 parroquias de la ciudad, Egan aseguró que los casos sucedieron antes de que él asumiese la dirección y que una comisión psiquiátrica respaldó el regreso de aquellos sacerdotes al ministerio.

El alud de denuncias trajo consigo una ingente cantidad de dinero para acallar a las víctimas. En 1992 se estimaba que la Iglesia había gastado 400 millones de dólares en este tipo de acuerdos. Sólo en la diócesis de Bostón los arreglos extrajudiciales le costaron a la Iglesia aproximadamente treinta millones de dólares. En 1996, las parroquias de Dallas tuvieron que hacer frente al pago de otros treinta millones. En San Louis, casi dos millones. En muchas ocasiones, la estrategia de defensa de la jerarquía católica fue tratar de criminalizar a las víctimas y así ahorrarse el pago de indemnizaciones. La diócesis de Santa Fe, Nuevo México, llegó a contratar a un detective privado para indagar el pasado de un joven que había denunciado a un sacerdote, involucrado anteriormente en otros casos de abusos.

11. Anguila Parrado, Julio, «Los escándalos acorralan a la Iglesia de EE UU», U Mundo, 2.5 de marzo de 2002.


EL ABORTO DEL PADRE JOHN
En California, las diócesis de Orange y Los Ángeles extendieron un cheque de 1,2 millones de dólares a Lori Capobianco Haigh, una mujer que durante su adolescencia mantuvo una relación con el sacerdote John Lenihan, que la ayudó posteriormente a abortar. Los abusos de Lenihan comenzaron cuando Haígh tenía tan sólo catorce años. Los contactos sexuales culminaron con un embarazo a los dieciséis:

«El padre John me condujo hasta su banco, me dio dinero para pagar el aborto, pero no vino conmigo a la clínica... No le preocupaba el estado de mi alma». Los abusos terminaron cuando «el padre John se interesó por otra mujer».

En su demanda, Lori Haigh acusaba a los responsables de la diócesis de desoír sus reiteradas peticiones de ayuda y de no tomar medidas contra Lenihan, pese a que las primeras quejas contra él databan de 1978. En una ocasión, Haigh asegura que uno de los sacerdotes trató de besarla después de que le hubiese contado los abusos que sufría del padre John.12

Pero la Iglesia no sólo se gastaba dinero en acuerdos extrajudiciales. Las sentencias de los tribunales imponían indemnizaciones mucho más cuantiosas. En 1997 un tribunal de Dallas dictó una sentencia a favor de las víctimas del padre Rudy Koss, imponiendo el pago de 120 millones de dólares. En las posteriores apelaciones la sentencia quedó reducida a treinta millones, pero aun así la diócesis se vio obligada a vender parte de sus propiedades. El abogado Roderick McLeish, representante de muchas de estas víctimas, estimaba que aquellas cantidades eran sólo la punta del iceberg de un «agujero» económico importantísimo en las arcas de la Iglesia.13

12. Anguita Parrado, Julio, «La Iglesia paga a una mujer para evitar que denuncie a un cura». El Mundo, 3 de abril de 2002.

13. Symonds, William C., «The Economic Strain of the Church», Business Week, 15 de abril de 2002.

En España la cosa tuvo algunos matices diferentes y el Tribunal Supremo condenó a una compañía aseguradora a indemnizar como responsable civil subsidiaria a tres niños que sufrieron abusos sexuales por parte del director de un centro dependiente de una parroquia de la localidad barcelonesa de Llagosta.14

Así las cosas, en abril de 2002 el Vaticano fue denunciado y llamado a juicio en los Estados de Florida y Oregón para responder a las acusaciones de conspiración y de encubrimiento a los sacerdotes que ejercieron abusos sexuales y pedofilia. Era la primera vez que el nombre del Vaticano aparecía vinculado con el abuso a menores. Juan Pablo II no figuraba en la lista de los sospechosos llamados a declarar, pero el tribunal pretendía poner en evidencia a otros altos dignatarios de la Iglesia romana.15

En Cleveland, más o menos por las mismas fechas, el reverendo Don Rooney apareció muerto al volante de su coche con un disparo en la cabeza después de faltar a una cita con sus superiores, que iban a preguntarle respecto a las denuncias que pesaban sobre él por haber abusado de una joven.16 Se suicidó antes de hacer frente a sus actos.

14. «El seguro de una iglesia indemniza a tres niños que sufrieron abusos», El Mundo, 15 de abril de 2002.

15. Amon, Rubén, «Citan al Vaticano a juicio por encubrir a los curas pedófílos», El Mundo, 5 de abril de 2002.

16. Cuna, Felipe, «El cardenal de Los Angeles, acusado de abusos sexuales», El Mundo, 7 de abril de 2002.

En Estados Unidos el asunto había adquirido unas proporciones enormes, convirtiéndose en tema prioritario de actualidad nacional. El presidente George W. Bush llamó la atención de la Santa Sede diciendo que estaba seguro de que la Iglesia limpiaría su imagen y haría lo correcto. El asunto había llegado demasiado lejos y Juan Pablo II mandó llamar al Vaticano a los cardenales estadounidenses para discutir la situación. En aquel momento ya había alrededor de 600 sacerdotes acusados de abuso a menores. La negativa del pontífice de suspender a los sacerdotes encontrados culpables de estos hechos había suscitado las más encendidas críticas a nivel mundial. Los curas pedofilos sólo serían separados del sacerdocio si el hecho era «establecido, notorio y reiterado»...17

17. Clarín, 25 de abril de 2002.


RELACIONES PÚBLICAS, PECADOS PRIVADOS
La cumbre de los cardenales estadounidenses con Wojtyla fue percibida como «un ejercicio de relaciones públicas (...) para ha cer ver que el Papa se ocupa del asunto».18 Razones sobraban, ya que además de poner en evidencia la descomposición política y moral de la Iglesia, el escándalo amenazaba con arruinar a las instituciones educativas católicas, cuyo prestigio iba mermándose poco a poco.

Los cardenales norteamericanos fueron reprendidos duramente, pero no por haber consentido semejantes desmanes en sus dominios, sino por su falta de discreción, por haber reconocido la existencia de abusos sexuales y por entregar a la justicia, contra las órdenes expresas de la Santa Sede, los nombres de los culpables.19 El papa emitió una carta titulada Sacramentorum sanctitatis tutela (Tutela de la santidad de los sacramentos) en la que se reafirmaba la autoridad absoluta y exclusiva de la Congregación para la Doctrina de la Fe en los casos de delitos sexuales,20 actuando por encima de las autoridades laicas y, a ser posible, sin conocimiento de éstas.

18. The New York Times, 19 de abril de 2002.

19. The New York Times, 20 de abril de 2002.

20. Acta apostolícele seáis, vol. XCIII, núm. 11, 5 de noviembre de 2001.

Tras la reunión vaticana del papa con los cardenales pudo detectarse un cambio radical en la estrategia jurídica de la Iglesia. La litigación agresiva reemplazó a los acuerdos extrajudiciales. No se iba a dar más dinero fácil. La nueva estrategia se basaba en la investigación de la vida privada de las víctimas, buscando antecedentes que mermasen su credibilidad o pusieran en duda la responsabilidad de los agresores. Ya no se darían más documentos internos de la Iglesia a la justicia. En último extremo, se pro curaría alargar lo más posible los procesos judiciales, intentando, así, que el delito prescribiese. Estas tácticas suponían para las víctimas pasar por otra experiencia dolorosa antes de obtener justicia.

(El asidero al que se agarró la Iglesia consistía en que cuando el afectado acudiese a otro sacerdote para denunciar los hechos, éste recurriese a una argucia sutil y efectiva para no tener que denunciar al compañero y, a la vez, librarse de los cargos de encubrimiento. Simplemente, instaba a la víctima a que contase lo su cedido bajo la formalidad del sacramento de la confesión, cuyo secreto está protegido por las leyes.)

Con todo ello, lo que se hacía era perpetuar una tradición de secretismo y ocultismo respecto a estos crímenes. Ya en 1962, Juan XXIII emitió un documento titulado Crimine solicitaciones, en el que se hacía explícita referencia a los delitos sexuales cometidos por los sacerdotes, instando a la jerarquía católica a mantenerlos en el más estricto de los secretos bajo pena de excomunión.

Las buenas noticias para el Vaticano eran que sus cuentas se encontraban a salvo. Como Estado soberano, la Santa Sede no podía ser demandada ni obligada a pagar indemnizaciones. En todos los casos anteriores fueron las diócesis las que tuvieron que pagar con sus propios recursos una situación especialmente grave, debido a que los escándalos afectaron a algunas de las económicamente menos favorecidas. Scott Appleby, director del Centro Cushwa de Estudios Católicos de la Universidad de Notre Dame, resume perfectamente la situación: «Muchos programas de ayuda han tenido que ser suprimidos y los pobres han sido los más afectados».21

La diócesis de Santa Fe se vio forzada a vender una casa de retiro para monjas dominicas. Chicago y Dallas también tuvieron que vender propiedades. Las compañías de seguros pasaron a especificar expresamente la no cobertura de la pedofilia en las pólizas que se suscribían con la Iglesia. Además, las donaciones, sobre todo en Estados Unidos, el país en el que son más cuantiosas, cayeron en picado. Una vez más, las arcas de la Iglesia se vaciaban bajo la sombra del escándalo.

21. Dillion, Sam y Wayne, Lesile, «As Lawsuits Spreads, Church Faces Questions of Finances», The New York Times, 13 de junio de 2002.


Respuesta  Mensaje 12 de 12 en el tema 
De: Marti2 Enviado: 06/07/2012 05:25
EPÍLOGO - ¿Y AHORA QUÉ?

Sólo los más reaccionarios entre los católicos se resisten a admi tir que los veintisiete años de pontificado de Juan Pablo II significaron un serio retroceso en el proceso de modernización que la Iglesia emprendió tras el II Concilio Vaticano. Ello ha tenido como consecuencia un progresivo divorcio de la Iglesia con la so ciedad, traducido en síntomas como la crisis de vocaciones que ha llenado nuestras iglesias, en especial las rurales, de sacerdotes latinoamericanos que tienen que atender varias parroquias a la vez. Los sectores más conservadores, encarnados en el Opus Dei, detentan el poder hasta el punto de haber apartado a los más renovadores y haber dejado a la Iglesia indisolublemente vinculada a las posturas de los partidos de derecha de los diferentes países.

La elección como Papa del cardenal alemán Joseph Ratzinger no supone sino la perpetuación de esta situación y constituye una pésima noticia para los católicos progresistas. Es curioso porque en su juventud Ratzinger fue un sacerdote progresista y uno de los inspiradores del II Concilio Vaticano. Sin embargo, la edad y el hacerse cargo de la Congregación para la Doctrina de la Fe fueron apaciguando sus ansias renovadoras y le convirtieron en uno de los abanderados de la corriente más conservadora del Vaticano. Juan Pablo II lo tenía como uno de sus principales asesores y muchos creen que le fue allanando el camino para que se convirtiera en su sucesor, integrando en el colegio cardenalicio a decenas de obispos conservadores, muchos de ellos a sugerencia del propio Ratzinger.

Al nuevo Papa le conoceremos por sus obras. Desde su puesto en la Congregación para la Doctrina de la Fe, Ratzinger sancionó a los teólogos de la teología de la liberación latinoamericana, denunció la homosexualidad y los matrimonios gays y censuró públicamente a los sacerdotes asiáticos que veían las religiones no cristianas como parte del «plan de Dios para la humanidad». Durante aquel período, Ratzinger se convirtió en un verdadero «martillo de herejes» y llegó a calificar de «inmaduros» a los sectores más aperturistas, así como de «deficientes» a las iglesias protestantes.

El pasado 6 de junio de 2005, durante una alocución pronunciada en la basílica de San Juan de Letrán, dejó claro que sus opiniones no se habían dulcificado un ápice:

Las varias formas de disolución del matrimonio que existen hoy, como las uniones libres, las experiencias prematrimoniales y hasta los seudomatrimonios de gente del mismo sexo, son expresiones de una libertad anárquica que es erróneamente confundida con la verdadera libertad del hombre [...] llegados a este punto se muestra cada vez más claro cómo de contrario es al amor humano, a la vocación profunda del hombre y de la mujer, cerrar sistemáticamente su unión al regalo de la vida.

En cualquier caso, aún no ha pasado el tiempo suficiente como para juzgar el pontificado de Benedicto XVI, y mucho menos aún en el aspecto que hemos tratado en este libro, el del gobierno interno del Vaticano. De todos modos, por el bien de la Iglesia, ojalá que no haya que añadir ningún capítulo más en una futura edición.

Regresar al Indice



BIBLIOGRAFÍA

  • AARONS, Mark y LOFTUS, John, Unholy Trínity: The Vatican, the Na zis ana the Swiss Banks, St. Martin's Griffin, Nueva York, 1998.

    —, Ratlines, William Heinemann, Londres, 1991. ALEXANDER, Stella, The Triple Myth. A Life of Archbishop Alojzije Stepinac, East European Monographs, Nueva York, 1987. ALLEN, John L., All the Pope's Men: The Inside Story of How the Vatican Really Thinks, Doubleday, Nueva York, 2004.

    —, Conclave: The Politics, Personalities, ana Process of the Next Papal Election, Doubleday, Nueva York, 2002.

  • ANDERSON, Scott y ANDERSON, Jon Lee, The League, Dodd, Mead & Company, Nueva York, 1986.

  • BAIGENT, Michael, LEIGH, Richard y LINCOLN, Henry, El legado mesiánico, mr ediciones, Madrid, 2005.

  • BERNSTEIGN, Cari y POLITI, Marco, His Holiness: John Paúl II and the Hidden History of Our Time, Penguin Books, Nueva

  • York,1996.

  • BERRY, Jason, Lead Us Not into Temptation: Catholic Priests and the Sexual Abuse of Children, University of Illinois Press, Chicago, 2000.
    BLACK, Edwin, IBM y el Holocausto, Editorial Atlántida, Buenos Aires, 2001.

  • BOKENKOTTER, Thomas, A Conciso History of the Catholic Church, Image Books, Garden City, 1979.

  • BROWNE, Nick (editor), Francis Ford Coppola's. The Godfather Trilogy (Cambridge Film Handbooks), Cambridge University Press, Nueva York, 2000.

  • BURGUESS, Anthony, Earthly Powers, Carroll & Graf Publishers, Nueva York, 1994.

  • CHERNOW, Ron, The House ofMorgan: An American Banking Dynasty and the Rise ofModem Finance, Grove Press, Nueva York, 2001.

  • CLARKE, Thurston y TIGUE, John J. Jr., Dirty Money: Swiss Banks, the Mafia, Money Laundering, and White Collar Crime. Simón & Schuster, Nueva York, 1975.

  • COCKBURN, Alexander y St. CLAIR, Jeffrey, Whiteout: The CÍA, Drugs and the Press, Verso, Londres, 1998.

  • COIN, Leonardo y SISTI, Leo, Marcinkus, el banquero de Dios, Grijalbo, Barcelona, 1992.
    COONEY, John, The American Pope: The Ufe and Times o f Francis Cardinal Spellman, Times Books, Nueva York, 1984. CORNWELL, John, El Papa de Hitler: la verdadera historia de Pío XI, Planeta, Barcelona, 2000. —, A Thief in the Night: Life and Death in the Vatican, Penguin Books, Nueva York, 1989.

  • CORNWELL, Rupert, God's banker: An account of the Ufe and death o f Roberto Caivi, Víctor Golancz Limited, Londres, 1984.

  • CROWE, David M., A History of Gypsies of Eastern Europe and Russia, St. Martín's Griffin, Nueva York, 1994.

  • DE CATALDO NEUBURGER, Luisella, II Filo di Ariadna, CEDAM, Padua, 1992.

  • DEDIJER, Vladimir, The Yugoslav Auschwitz and the Vatican: The Croatian Massacre of the Serbs during Worid War II, Prometheus Books, Nueva York, 1992.

  • DESCHNER, Kariheinz, Mit Gott una den Faschisten, Günther Verlag, Stuttgart, 1965. DICK, Bernard F., Engulfed: The Death of Paramount Pictures and the Birth of Corporate Hollywood, University Press of Kentucky, Lexington (Kentucky), 2001.

  • DiFONZO, Luigi, Michele Sindona, el banquero de San Pedro, Planeta, Barcelona, 1984.

  • DISCÍPULOS DE LA VERDAD, Mentiras y crímenes en el Vaticano, Ediciones B, Barcelona, 2000.

  • DJILAS, Aleksa, The Contested Country: Yugoslav Unity and Communist Revolution, 1919-1953, Harvard University Press, Cambridge, 1991.

  • DOMÉNECH MATILLÓ, Rossend, Marcinkus. Las claves secretas de las finanzas vaticanas. Ediciones B, Barcelona, 1987.

  • DORRIL, Stephen, MI6: Inside the Covert Worid of Her Majesty's Secret Intelligence Service, Touchstone, Nueva York, 2000.

  • DURANT, Will, The Age of Faith, Simón & Schuster, Nueva York, 1950.

  • FALCONI, Cario, II silenzio di Pió XII, Sugar, Milán, 1965.

  • FRANGE, David, Our Fathers: The Secret Life of the Gatholic Church in an Age of Scandal, Broadway Books, Nueva York, 2004.

  • FRATTINI, Eric, Secretos vaticanos. De San Pedro a Benedicto XVI, Edaf, Madrid, 2005.

  • GARCÍA DE CORTÁZAR, Fernando y LORENZO ESPINOSA, José María, Los pliegues de la tiara. Los Papas y la Iglesia del siglo xx. Alianza Editorial, Madrid, 1991.

  • GEPPERT, Dominik, The Postwar Challenge: Cultural, Social and Political Change in Western Europe, 1945-1958 (Studies of the Germán Historical Instituto, London), Oxford University Press, Oxford, 2003.

  • GINSBORG, Paúl, A History of Contemporary Italy: Society and Politics, 1943-1988, Palgrave McMillan, Nueva York, 2003.
    GOÑI, Uki, La auténtica Odessa. La fuga nazi a la Argentina de Perón, Paidós, Barcelona, 2002.

  • GREENE, Jack y MASSIGNANI, Alessandro, The Black Punce ana the Sea Devils: The Story of Prince Valerio Borghese and the Élite Units ofthe Ecima Mas, Da Capo Press, Cambridge, 2004.

  • GURWIN, Larry, El caso Calvi. La muerte de un banquero. Versal, Barcelona, 1984.

  • HAMMER, Richard, Vatican Connection: The Astonishing Account of a Billion Dollar Counterfeit Stock Deal between the Mafia and the Church, Holt, Rinehart & Winston, Nueva York, 1982.

  • HERTLING, Ludwig, Historia de la Iglesia, Herder, Barcelona, 1981.

  • HITLER, Adolf, Mein Kampf, 1925.

  • HUTCHISON, Robert, Their Kingdom Come: Inside the Secret Worid ofOpus Dei, Thomas Dunne Books, Nueva York, 1997.

  • JOAN POLLOCK, Ellen, The Pretender: How Martín Frankel Fooled the Financial Worid and Led the Feds on One of the Most Publicized Manhunts in History, Wall Street Journal Books, Nueva York, 2002.

  • JOHNSON, J. A., Thief: The Bizarre Story of Fugitivo Financier Martín Frankel, Lebhar-Friedman Books, Nueva York, 2000.

  • JOHNSON, Paúl, Modern Times: The Worid from the Twenties to the Nineties, Harper Perennial, Nueva York, 1992.

  • JONES, Tobías, The Dark Heart of Italy, North Point Press, Nueva York, 2003.

  • JUAN PABLO II, John Paúl 11: The Encyclicals in Everyday Language, Orbis Books, Nueva York, 2001.

  • KEEGAN, John, The Second Worid War, Penguin Books, Nueva York, 1990.

  • LACROIX-RIZ, Annie, Le Vatican, 1'Europe et le Reich, de la pre miére guerre mondiale á la guerre froide, Armand Colín, París, tercera edición.

  • LEDL, Leopoíd, Per contó del Vaticano. Rapporti con Il crimine organizzato nel racconto del faccendiere dei monsignori, TuIlio Pironti, Ñapóles, 1997.

  • LERNOUX, Penny, In Banks We Trust, Doubleday, Nueva York, 1984.

  • LEWY, Guenter, The Catholic Church and Nazi Germany, Da Capo Press, Nueva York, 2000.

  • LOFTUS, John y AARONS, Mark, The Secret War against the Jews: How Western Espionage Betrayed the Jewish People, St. Martina Griffin, Nueva York, 1997.

  • LÓPEZ SÁEZ, Jesús, El día de la cuenta, Meral Ediciones, Madrid, 2005.

  • —, Se pedirá cuenta. Orígenes, Madrid, 1990.

  • LÓPEZ SÁNCHEZ, Félix, Abusos sexuales a menores. Lo que recuerdan de mayores. Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, Madrid, 1996.

  • LYNE, William, Pentagon Aliens, Creatopia Productions, Lami (Nuevo México), 1993.

  • MANHATTAN, Avro, The Vatican Holocaust, Ozark Books, Springfield, 1988.

  • —, Murder in the Vatican: American, Russian and Papal Plots, Ozark Books, Springfield, 1985.

    —, Catholic Imperialism and Worid Freedom, Watts & Company, Londres, 1952.

    —, The Vatican in Worid Politics, C.A. Watts & Co., Limited, Londres, 1949. MARRS, Jim, Rule by Secrecy: The Hidden History That Connects the Trilátera} Commission, the Freemasons, and the Great Pyramids, Harper Collins, Nueva York, 2000. MARTÍN, Malachi, Rich Church, Poor Church, G. P. Putnam's Sons, Nueva York, 1984.

    —, The Decline and Fall of the Román Church, G. P. Putnam's Sons, Nueva York, 1981.

  • MCBRIEN, Richard R, Lives of the Popes, Harper, San Francisco, 1997.

  • ORLANDO, Leoluca, Fighting the Mafia and Renewing Sicilian Culture, Encounter Books, San Francisco, 2001.

  • PASSELECQ, Georges y SUCHECKY, Bernard, The Hidden Encyclical ofPius XI, Harvest, Nueva York, 1998.

  • PAZIENZA, Francesco, U disubbidiente, Longanesi & C., Milán, 1999. PHAYER, John Michael, The Catholic Church and the Holocaust, 1930-1965, Indiana University Press, Bloomington, 2000.

  • POLLARD, John F., Money and the Rise ofthe Modern Papacy: Financing the Vatican, 1850-1950, Cambridge University Press, Cambridge, 2005.

  • —, The Unknown Pope: Benedict XV (1914-1922) and the Pursuit ofPeace, Casell Academia, Washington, 1999.

  • REESE, Thomas J., Inside the Vatican, Harvard University Press, Cambridge, 1996. ROBB, Peter, Midnight in Sicily (Vintage Departures), Random House, Nueva York, 1996.

  • SHIRER, William L., The Rise and Fall of the Third Reich, Simón & Schuster, Nueva York, 1960.

  • SISTI, Leo y MODOLO, Gianfranco, El banco paga. El embrollo del Ambrosiano y la logia P2, Plaza & Janes, Barcelona, 1983. SPERO, Joan Edelman, The Failure of the Frankiin National Bank: Challenge to the International Banking System, Beard Books, Nueva York, 1999.

  • STEARNS, Peter N., The Encyclopedia of Worid History, Houghton Muffin Company, Nueva York, 2001.

  • STERLING, Claire, Octopus: The Long Reach of The International Sicilian Mafia, Simón & Schuster, Nueva York, 1990.

  • STILLE, Alexander, Excellent Cadavers: The Mafia and the Death of the First Italian Republic, Vintage Books, Nueva York, 1996.

  • TAVAKOLI, Janet M., Collateralized Debt Obligations ó' Structured Finance: New Developments in Cash ó' Synthetic Securitization, John Wiley & Sons, Hoboken (Nueva Jersey), 2003.

  • THOMAS, Gordon, Mossad. La historia secreta, Javier Vergara, Barcelona, 2000.

  • THOMAS, Gordon y MORGAN-WITTS, Max, Pontífice, Plaza & Janes, Barcelona, 1983.

  • TITTMAN, Haroíd H., Inside the Vatican of Pius XII: The Memoir of an American Diplomat During Worid War II, Image Books, Nueva York, 2004.

  • TOLAND, John, AdolfHitler, Doubleday, Nueva York, 1976.

  • TOSCHES, Nick, Power on Earth: Michele Sindona's Explosivo Story, Arbor House, Nueva York, 1986.

  • VARIOS AUTORES, Everything You Know is Wrong: The Disinformation Guide to Secrets and Lies, Disinformation Books, Nueva York, 2002.

  • VARIOS AUTORES, The Crime Library, Dark Horse, Nueva York, 2002.

  • WEIGEL, George, Witness to Hope: The Biography of Pope John Paúl II, Harper Collins, Nueva York, 2001.

  • WEST, Nigel, The Secret War for the Falklands: The SAS, M16, and the War Whitehall Nearly Lost, Warner Books, Londres, 1997.

  • WILLAN, Philip, Puppetmasters: The Political Use of Terrorism in Italy, Constable & Company, Londres, 1991. WILLIAMS, Paúl L., The Vatican Exposed: Money, Murder, and the Mafia, Prometheus Books, Nueva York, 2003. —, Everything You Always Wanted to Know About the Catholic Church but Were Afraid to Ask for Fear of Excommunication, Doubleday, Nueva York, 1990.

  • WILLS, Garry, Papal Sin: Structures of Deceit, Doubleday, Nueva York, 2000.

  • WILSON, Robert Antón, Everything is Under Control: Conspirades. Culis, and Cover-ups, Harper Perennial, Nueva York, 1998. —, Cosmic Trigger: Down To Earth, volumen II, New Falcon Publications, Tempe (Arizona), 1991.

  • WOOLNER, David B. y KURIAL, Richard G., FDR, The Vatícan, and the Román Catholic Church in América, 1933-1945 (The Worid of the Roosevelts), Palgrave McMillan, Nueva York, 2003.

  • WYNN, Wilton, Keeper of the Keys, Random House, Nueva York, 1988. YALLOP, David, En nombre de Dios, Planeta, Barcelona, 1984.



Primer  Anterior  2 a 12 de 12  Siguiente   Último  
Tema anterior  Tema siguiente
 
©2024 - Gabitos - Todos los derechos reservados