“Walk the talk

Generacionalmente somos un grupo indudablemente privilegiado. Hoy estamos expuestos a una cantidad de información que hace apenas unas décadas hubiera sido incluso difícil de concebir. Las arcas de potencial conocimiento están abiertas, y los flujos informativos circulan con inédita soltura y velocidad. Sin embargo, y tal vez afortunadamente, los retos que enfrentamos de manera colectiva se han sofisticado proporcionalmente a esta facilidad informativa. 

Si bien antes acceder a ciertos cúmulos de data calificaba como proeza, algo asequible solo para los más osados o para algunos afortunados, ahora estamos ante un par de interrogantes cruciales: ¿cómo reforzar la transformación de información en conciencia? y sobretodo ¿cómo hacer que esa conciencia se proyecte tangiblemente, permeando nuestra viuda diaria y nuestro entorno cotidiano?

Si intentáramos definir un modelo en el cual se basa nuestra evolución consciente, podríamos proponer una dinámica basada en lo siguiente: obtención de información, procesamiento de data, construcción de conciencia y, finalmente, materialización de esta conciencia –por cierto, este último paso, podría bien calificarse como el máximo reto de nuestra generación–. 

Información en Conciencia

Acumular información selecta ya no implica un gran merito (esto a pesar de que distinguir en un maremágnum de data cuáles son las hebras más lúcidas o benéficas, sin duda requiere de puntual dedicación). El procesar dicha información, para eventualmente traducirla en conocimiento y luego en conciencia, es una especie de obligación existencial, sobretodo si partimos de la premisa que la data por sí sola no implica beneficio alguno y, en cambio, si puede intoxicarte o inclusive alimentar tu ego, generándote la sensación de que ‘sabes mucho’.

Desconozco si existen reglas o fórmulas para guiar este proceso. En lo personal postularía dos acciones esenciales para alcanzar con éxito este objetivo. Por un lado tenemos el ‘ejercer’ la información, experimentándola, abrazándola, para lograr así su “desconceptualización” y carearla con lo mundano –recordemos que a fin de cuentas este terreno será el receptor final, o semifinal, de toda esta alquimia informativa–. Como complemente a este ‘vivir’ la información que vas recolectando, creo que el segundo acto sería, en esencia, el compartir los frutos de esa experiencia, honrando así la fluyente naturaleza de esta manifestación energética.

Conciencia en Congruencia

Una vez sensibilizados los bits de información que vamos recolectando, proceso al cual podríamos atribuirle el carácter de ‘construcción de conciencia’, aún resta una fase fundamental para consumar la gran obra de data-alquimia: sumergirte genuinamente en esa conciencia y embalsamar con ella tu vida cotidiana. Para lo anterior existe un término que si bien es popularmente dimensionado, lo cierto es que pocas veces se aplica como una filosofía de vida: la congruencia.

La congruencia podríamos definirla como una pulcra sincronía entre lo que sabes, es decir aquello de lo que eres conciente, lo que predicas, y lo que haces. Esta sintonización de pensamientos, palabras y actos, ha sido enaltecida como fundamento en múltiples tradiciones místicas, modelos filosóficos, y postulados éticos. Incluso hay quienes afirman que esta virtud es la clave para la felicidad –Gandhi afirmaba que esta última “ocurre cuando lo que piensas, lo que dices, y lo que haces, se encuentran en completa armonía”.

El reto (¿estás listo?)

Resulta relativamente fácil, considerando la cantidad de data accesible, entretejer vistosos discursos evolutivos, teorizar sobre la posibilidad de alcanzar en un futuro próximo radiantes escenarios de vida, o trazar emocionantes panoramas. Pero también es claro que la pirotecnia retórica –aunque no niego que puede ser inspiradora, y en este sentido juega rol de cierta relevancia– está lejos de ser suficiente para poder completar nuestra ‘gran obra’ generacional (la cual consiste en generar un nuevo programa de realidad que manifieste cabalmente principios como la justicia, la equidad, el bienestar compartido, etc).

Y creo que vale la pena retomar unas líneas incluidas en el texto “Revolución no, Renacimiento sí (sobre el aquí, el ahora, y la congruencia)”, publicado aquí mismo, en Pijama Surf, a mediados del año pasado:

“Pero estos ecos propositivos ya no son suficientes. Si yo (que a la vez soy tú) no me hago responsable de mi vida, de cada instante que se trenza a lo largo de cada día de mi vida, si no tengo la voluntad para materializar esa conciencia en cada uno de mis actos, si no soy capaz de traducir mi discurso evolutivo en ese axis del momento presente, si no logro sintonizar mis pensamientos con mis acciones y mi discurso con mi corazón, entonces habremos perdido, una vez más, la oportunidad de compartir un dorado amanecer. […] El verdadero heroísmo descansa en micro-decisiones concertadas de manera permanente (la épica es una secuencia tan larga como microscópica). La conciencia está (afortunadamente) de moda. Pero la única ruta posible hacia un ‘algo’ mejor es la congruencia. Los tiempos de presumir nuestra disposición a participar en un futuro más luminoso han terminado.”

* Zig Zag mantra

Congruencia no es transmitir el eco de los grandes maestros ni dibujar potenciales paraísos evolutivos. Congruencia no es predicar acciones inspiradoras, o emitir tuits de misticismo pop. Congruencia no es hablar sobre el camino, ni presumir proyectos de vida. Congruencia no es acumular información opulentamente sofisticada, o estudiar el trayecto de personas ejemplares. Y ciertamente congruencia no es escribir un artículo en Pijama Surf sobre las mieles de ser congruente (lo cual tal vez hasta podría calificar de nefasto auto-fellatio).

Poiesis

Para concluir, me gustaría aludir brevemente a la poiesis, antecedente etimológico del término poesía, que se refiere a “hacer”, “a consumar un acto continuo de transformación del mundo”, a ejercer la poética de manera vivencial –como tajante aplicación de una estética viva, diseñada para reconstruir, permanentemente, nuestra realidad–. Hagamos pues poesía. Culminemos la obra o disolvámonos en el intento, no hay más. 

Javier Barros del Villar