Según cuentan, a poco de desembarcar, Colón ordenó formar un cuerpo para
controlar a los bribones. -¿Pero quién controlará a los bribones?, le
objetaron, a lo que respondió: “Alguien que sea más bribón que los
bribones”.
Antes y después de Colón, según testimonios de la historia
y la literatura, la formación del cuerpo policial respondió a esta
misma lógica. En la ciudad del Nilo de Las Mil y Una Noches
asistimos a la transformación de Alí Azogue, mandamás de la más funesta
banda de forajidos, en jefe de la corporación que controlaría a los
forajidos. En la Francia de principios del XIX, según las Memorias de Vidocq, se llamó al primero entre los criminales, el autor de las Memorias,
para que se convirtiera en jefe de la policía en atención a su
conocimiento del modus operandi criminal. Contemporáneamente a Vidocq,
en el Río de la Plata, a falta de personal idóneo, el imperio español
libra una amnistía para que los criminales pudieran ingresar a la
recientemente creada policía de la campaña, conocida como Cuerpo de Blandengues.
Históricamente,
el modo por el cual se creó el cuerpo de policía nos ayuda a entender
los graves acontecimientos que se desarrollan en la Argentina. La huelga
policial que coadyuvó a la ola de saqueos en varias provincias, se
produjo precisamente cuando a ojos vistas de toda la población la cúpula
de los defensores del orden de Santa Fe primero y de Córdoba después,
era procesada por su vinculo al narcotráfico y a la trata de blancas. Es
razonable indignarse ante este hecho, pero no podemos obviar nuestra
cuota de responsabilidad pues nuestras sociedades a partir del segundo
cuarto del siglo XX decidieron, inteligentemente, combatir el tráfico de
drogas. Este combate no produjo nada bueno, pero en cambio generó una
serie de efectos catastróficos, entre los cuales debemos considerar el
incremento del precio de la droga. Al elevarse el precio se eleva una
ganancia que pica la ambición de todos los que, por fas o por nefas, se
vinculan al negocio.
Tenemos entonces que un secuestrador, ladrón, falsificador de billetes y narcotraficante conocido como Juan El Francés Viarnes
denuncia que altos jefes de la policía se reunían en su casa, brindaban
información a los narcotraficantes y recibían drogas para llevar
adelante el negocio del narcotráfico. Quienes reciben un sueldo que
pagamos nosotros para perseguir al delito, se convierten, en virtud de
la posición que ocupan, en jefes del delito. Según la información que
tomó luz pública, en cada requisa se declaraba sólo un porcentaje y el
resto pasaba a la categoría de mercadería de reventa. Pero esto no es
todo. Para lograr este poder y control sobre los demás, los
narcotraficantes de la competencia, se hace un acuerdo con ellos
mediante arrestos y violencias varias, pues como nos cuenta El Francés, su relación con la policía se basaba en “la amenaza y el sometimiento”.
El policía chico debe atender la orden del policía grande, como si
atendiera el negocio de su patrón. Guay con cometer la estupidez de
denunciar al jefe. Sería traicionar a “La Fuerza”. Guay con no
participar en el negocio. Lo más seguro para evitar delatores es hacer
cómplices. El negocio de la droga exhala su aliento sobre todos los
escalones de la pirámide policial y amplifica su violencia, pues, por el
método que sea, el policía debe conseguir el dato necesario. En Neuquén
un patrullero se larga a perseguir un auto tripulado por jóvenes que, a
conciencia de la metodología policial (tienen, fácil es imaginarlo, una
rica experiencia), deciden no detenerse. El resultado es que el joven Braian Hernández
muere por un balazo que le perfora la parte trasera del cráneo. La
policía, haciendo gala de una imaginación exuberante, planta un arma en
el auto de los jóvenes, de igual manera que de este lado del río se
plantó un arma sobre el cadáver de Sergio Lemos. Se entabla un juicio al
culpable, quien a la postre es condenado, pero el grado de impunidad es
tal que Gabriel Gutiérrez, el principal testigo del crimen, es
ejecutado con una 9 mm (el arma reglamentaria de la policía), aunque,
para sorpresa de todos, el fiscal de la provincia argumente que esa
ejecución "no tiene relación con el caso de Brian Hernández".
La
corrupción policial, palpable por todos los sectores sociales, alcanza
niveles escandalosos. En esta coyuntura, casualmente, se da una huelga
policial, y, casualmente, comienzan los saqueos. Los diarios titulan que
es el fin de la civilización. Sin los guardianes en las calles
observamos en vivo las escenas profetizadas por Batman el caballero de la noche asciende:
los criminales se apoderan de la ciudad. Ahora, enfrentados a los
hechos, amplios sectores que veían con malos ojos cómo ascendía la
espuma de la corrupción policial, tienden a preferir esa organización
corrupta a la inseguridad de una asonada eterna. La organización
corrupta, que sufría una crisis como resultado de una imagen lamentable,
tras la huelga y los saqueos, emerge fortalecida.
Mas tenemos
otro indicador de una situación novedosa: el comportamiento, en
circunstancias excepcionales, de los grupos sociales integrados al
sistema. Los miembros de la clase media y los trabajadores que no
quedaron encerrados en sus casas, salieron a la calle a defender los
comercios asaltados. Por un lado funciona aquí una elemental y sana
repulsa ante el robo, pero por otro resulta evidente la liberación de
una presión largamente contenida. Hace poco, en Córdoba, los jóvenes
protagonizaron la séptima “Marcha de la gorra” en contra del
Código de Faltas. Por dicho Código se puede detener en la comisaría, por
tres días y sin dar parte al juez, a todo elemento sospechoso. El
Código funge como una ley de indeseables, es decir, como una ley de
pobres. El botija del arrabal no puede pisar el centro de la ciudad. El
freno que la clase alta y media le quiere imponer a los jóvenes de los
arrabales de Córdoba se replica en todas las grandes ciudades del mundo,
pues los pobres, de forma creciente, ganan confianza y se adueñan de
las calles. En Francia protagonizaron en el 2005 el movimiento de la banlieue.
En Montevideo, de forma asordinada, años atrás coparon el centro,
generando la creación de pequeños centros en los barrios ricos. A
posteriori comenzaron a copar los shoping. Cuidan coches y piden plata
con creciente violencia. Atemorizan al ciudadano. Es un fenómeno que no
se puede detener. Por un lado los habitantes de los arrabales, al igual
que el resto de la sociedad, son bombardeados con una publicidad que
apela a todos sus instintos. Como todos los demás, quieren sus nikes y
su celulares tan íntimamente ligados a esa mina de película. La gente de
los arrabales, “los planchas”, según la terminología montevideana,
ocupan cada vez más espacios, en tanto, paradójicamente, los
privilegiados, funcionales al sistema, se recluyen en sus casas y
observan por el visillo de la ventana. Cuando se da una situación como
la de los saqueos, por un lado el plancha aprovecha a conseguir aquello
que sistemáticamente se le niega, a la vez que es tentado a conseguirlo
con los medios más viles de la parafernalia propagandística, y por el
otro, aquel que antes se guardó su miedo, sale ahora armado a enfrentar
al plancha junto a sus vecinos. Sólo ante esa situación extrema logra
sortear su individualismo. Al repudio al robo se suma el repudio al
miedo que le generan los excluidos del sistema.
Cada vez que
quisimos leer alguna información para entender este fenómeno, sólo
logramos encontrar, de parte de los grandes medios uruguayos, números de
la cantidad de ladrones y policías muertos. Nos encontramos ante otra
manifestación del más puro y grosero terrorismo. ¿Qué generó los
saqueos? No es tema que le interese a los grandes medios. Parece como si
repitieran el esquema de ciertos manuales de historia, por el cual las
cosas suceden, pero no se entiende por qué suceden de esa manera y no de
otra. No es de incumbencia de los medios estudiar por qué suceden las
cosas así. Su deber es alertarnos de los elementos desencadenados, como
lo tsunamis y terremotos. Lo que sí es de su incumbencia es participar
de un discurso. ¿Qué discurso? El discurso enunciado por la policía:
“Sí, somos corruptos, como los políticos, como todos ustedes, pero sin
nosotros las cosas serían peor”. Los grandes medios de prensa se suman a
la campaña imponiéndonos el miedo, aplicando un elaborado y sistemático
plan terrorista que nos lleva a preguntarnos: "¿Qué pasaría si esto
sucediera en nuestra provincia? Más vale malo y conocido".
La
presidenta argentina señaló a los culpables: ella no cree en
coincidencias y asegura que todo fue orquestado. Difícil negarlo, pero
en este caso, identificar al responsable no significa señalar el dedo
que apretó el gatillo. Sobre los vecinos que salen ahora armados a la
calle con reminiscencias fascistas; sobre los jóvenes de los arrabales
que entran a saco como los bárbaros en Roma; sobre una policía corrupta
hasta la médula; y sobre una dirigencia política que no ha hecho ni hará
absolutamente nada para variar el rumbo, se proyecta, imponente, la
sombra siniestra de un modelo económico que sólo puede ofrecernos, como
garantía, más alambres de púas, más rejas y más cerraduras, en tanto
sigue fabricando por miles los excluidos del sistema y elaborando,
pacientemente, una bomba social de tiempo.
Marcelo Marchese
Rebelión