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Temas para Pensar: ¿Existe el amor verdadero?
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Respuesta  Mensaje 1 de 4 en el tema 
De: Marti2  (Mensaje original) Enviado: 20/01/2014 05:51

El campañol de campo  es un roedor con tendencias monógamas, o sea, que es fiel a su pareja y tal. Cuando un macho campañol conoce a una hembra campañol, a la que denominaremos campañola para satisfacer, aunque sea por un párrafo, las demandas de las políticas de igualdad, lenguaje no sexista y demás cosas por el estilo; cuando un campañol y una campañola se conocen, decía, y proceden a ejecutar su ritual de emparejamiento, se les sube la oxitocina, una hormona que afecta a las regiones cerebrales donde se ejecuta el software del placer, haciendo que la pareja se guarde fidelidad para los restos en virtud del gozoso vínculo establecido.

Según dicen que cuentan, a los humanos les pasa lo mismo que a los campañoles: cuando una persona recibe muestras de afecto y amistad, la concentración de oxitocina en sangre se dispara, y según los estudios sobre la actividad cerebral humana, se activan las mismas regiones que en el caso de los cerebros campañoles.

En un estudio reciente en el que participaron cuarenta hombres con pareja estable durante al menos los seis meses previos, se les mostraba una serie de fotos de mujeres entre las que se incluían sus compañeras. Cuando se les proporcionaba oxitocina mediante un spray nasal, la actividad de las regiones cerebrales vinculadas al placer y al deseo se disparaba, pero únicamente ante la imagen de la pareja. En las conclusiones del estudio, se  sugiere que la oxitocina tiene dos efectos que provocan la actitud de monogamia: aumenta la belleza de la compañera a los ojos de su enamorado y, al mismo tiempo, reduce el interés de éste por otras féminas hasta el punto de que puede llegar a mostrarse hostil con ellas.

La oxitocina es responsable también de los lazos entre la madre y su bebé, pues se la encuentra en el momento del parto y en el proceso de amamantamiento; además, se ha observado un incremento de la confianza y de los gestos de generosidad entre individuos cuando a estos se les suministra oxitocina por vía nasal.

Y sí, la oxitocina se comercializa. Basta con buscar en Google y salen unas cuantas marcas que prometen todo lo que siempre quiso soñar pero no se atrevió a imaginar, desde convertir al machote bravío en un cándido príncipe azul hasta ir desprendiendo oxitocinas por el mundo para ganarse la confianza de toda la peña que se cruce por el camino, ya sea por negocios o por placer.

Si se pudiera medir, sería muy instructivo comprobar, para confirmar que el desprecio por la libertad de los individuos no se reduce a las élites diabólicas que gobiernan desde sus palacios y empresas y esas cosas, cuánta gente ha dejado de leer este post en el párrafo anterior para buscar el spray con que dominar el mundo y someter a toda criatura viviente que se interponga entre ella y sus sueños de gloria divina hasta la muerte, o sea.

Visto lo visto, ¿hubo alguna vez un amor verdadero? Porque un amor condicionado por oxitocinas se reduce a la simple determinación biológica y la palabra pierde todo sentido de ser. Humanos y campañoles unidos en un mismo nivel de existencia. Como recuerda Eric Fromm en El arte de amar, siguiendo a Spinoza, “el amor es una acción, la práctica de un poder humano, que sólo puede realizarse en la libertad y jamás como resultado de una compulsión”.

No obstante, se dirá que el ser humano es también un ser cultural, no sólo natural, y que el amor es un concepto más elevado que realmente va más allá de los instintos.

Pero la cultura no es más que un regulador simbólico de los instintos naturales. En pos del bienestar colectivo, unas veces los contiene para que no cunda el desmadre, bajo el nombre de leyes morales, y otras los promueve bajo el disfraz de inclinaciones superiores, lo cual no es otra cosa que un instinto al que se le ha añadido un significado más o menos trascendente para hacerlo atractivo a los tiempos y lugares varios, pero un significado gratuito al fin y al cabo, si es que su base es realmente la oxitocina.

Primero, el instinto de supervivencia guía la elección de pareja. Aquí, la atracción física con fines reproductivos no es más que un primer nivel instintivo pues, según el desarrollo psíquico de cada cual, entrarían en juego otros factores acordes al tipo de proyección inconsciente de que hablara Jung. El enamoramiento se da por la atribución de cierto aspecto interior, un “fantasma”, a una persona de carne y hueso que en realidad es ajena a la idea proyectada. Es la proyección del anima/animus que deviene en relaciones placenteras hacia la “media naranja” idealizada.



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Respuesta  Mensaje 2 de 4 en el tema 
De: Marti2 Enviado: 20/01/2014 05:52

El amor romántico sería la expresión más primitiva y animalesca del concepto, pues no es otra cosa que un deseo primario originado en el cerebro reptil que se encubre con una simbología elevada a lo más alto por simple convencionalismo social, pero en nada acorde a una conciencia desarrollada, esto es, una conciencia capaz de controlar sus instintos o, en términos junguianos, de integrar el anima/animus.

Cuando el proceso de individuación es reprimido y se estanca, lo inconsciente se proyectará en el exterior hasta el punto de que la dependencia con respecto a la pareja puede alcanzar dosis enfermizas y la vida carecer de sentido sin la “posesión” de la otra persona.

El hombre ha emergido del animal, pero está condenado a evolucionar, no a involucionar, “sólo puede ir hacia adelante desarrollando su razón, encontrando una nueva armonía humana en reemplazo de la prehumana que está irremediablemente perdida”. La conciencia de sí mismo como individuo es la conciencia de la soledad y la separación, la causa de la angustia vital.

El mundo moderno intenta una y otra vez vencer esa sensación de separatividad retrocediendo a la etapa en que los instintos dirigían la vida del animal humano, pero tal solución es terriblemente contra natura, y el fracaso de la solución no hace sino aumentar la angustia existencial en los miembros de las sociedades más avanzadas.

De ahí que todo intento de refugiarse en los instintos, el deseo, no sea sino un intento de escapar hacia territorios ya imposibles, pues la conciencia humana necesita algo más para cumplir con su proceso. De ahí la permanente insatisfacción que se esconde tras las relaciones amorosas basadas en el aspecto animalesco. Caramelos para endulzar durante unos minutos el amargo sabor de una existencia paralizada.

Una vez elegida la pareja, “el amor hay que cuidarlo” quiere decir que hay que buscar las situaciones propicias para la liberación de oxitocina a intervalos regulares, de modo que no decaiga el apego determinado por las hormonas.

A partir de aquí, el resto se reduce a una estimación periódica de gastos y beneficios, tomas y dacas suena más humano pero es lo mismo, para decidir si el contrato familiar, aquél por el que un número determinado de individuos colabora en comunidad para garantizarse la supervivencia, merece ser dilatado o no.

Si se estima que sigue siendo rentable continuar despertando las hormonas de la otra persona, podríamos aventurar que el mantenimiento del nivel de oxitocinas no sólo es provocado por contacto físico, mediante caricias, gestos y demás, sino que, puesto que a fin de cuentas una caricia en sueños tiene los mismos efectos físicos y psíquicos que una caricia real, el desparrame de oxitocinas también podría derivar del nivel simbólico, de la conservación de la imagen ideal proyectada.


Respuesta  Mensaje 3 de 4 en el tema 
De: Marti2 Enviado: 20/01/2014 05:55

Para entender este último punto, nada mejor que versionar el análisis de Slavoj Zizek sobre la película Luces de la ciudad como ejemplo de la caída del símbolo, del momento en que la persona amada se muestra sin las proyecciones del amante, como la “mancha” real que es, ajena a toda idealización, promesa o beneficio esperado.

En toda la historia del cine, Luces de la ciudad es tal vez el ejemplo más puro de un film que, por así decirlo, apuesta todo a su escena final –la totalidad del film sólo sirve, en última instancia, para prepararnos para el momento final, concluyente, y cuando este momento llega, cuando (para usarla frase final del ‘Seminario sobre «La carta robada»‘, de Lacan) ‘la carta llega a su destino’,  el film puede terminar enseguida–. Éste está, entonces, estructurado de una manera estrictamente ‘teleológica’[…].

Luces de la ciudad es la historia del amor de un vagabundo por una muchacha ciega que vende flores en una transitada calle y que lo confunde con un hombre rico. A través de una serie de aventuras con un millonario excéntrico que, cuando está borracho, trata al vagabundo con extrema amabilidad pero que, cuando está sobrio, ni siquiera logra reconocerlo[…], éste pone sus manos en el dinero necesario para la operación que haga que la pobre muchacha recupere la vista; por lo cual es arrestado por robo y sentenciado a prisión.  Después de haber cumplido su condena, vagabundea por la ciudad, solitario y desolado; repentinamente, se topa con una florería donde ve a la muchacha. Esta, después de superar con éxito la operación, maneja un próspero negocio, pero aún aguarda al Príncipe Encantado de sus sueños, cuyo caballeresco obsequio permitió que recuperara la vista. Cada vez que un joven cliente bien parecido entra a su tienda, se colma de esperanzas; y una y otra vez se decepciona al escuchar la voz.

El vagabundo la reconoce de inmediato, mientras que ella no lo hace, dado que todo lo que conoce de él es su voz y el contacto de su mano: lo único que ve a través de la vidriera (que los separa como una pantalla) es la ridícula figura de un vagabundo, un paria social. No obstante, al verlo perder su rosa (un recuerdo de ella), siente piedad por él y su mirada apasionada y desesperada despierta su compasión; de modo que, sin saber quién o qué la espera y, sin embargo, con un talante alegre e irónico (en el negocio, le comenta a su madre: ‘¡He hecho una conquista!’), sale a la calle, le da otra rosa y deposita una moneda en su mano. En este preciso momento, cuando sus manos se encuentran, lo reconoce por el contacto. Inmediatamente se serena y le pregunta: ‘¿Tú?’ El vagabundo asiente con la cabeza y, señalando sus ojos, la interroga: ‘¿Puedes ver ahora?’ La muchacha contesta: ‘Sí, ahora puedo ver’; hay entonces un corte a un primer plano medio del vagabundo, sus ojos llenos de temor y esperanza, sonriendo con timidez, sin saber cuál va a ser la reacción de la muchacha, satisfecho y al mismo tiempo inseguro por estar tan totalmente expuesto ante ella–y así termina la película–.

En el nivel más elemental, el efecto poético de esta escena se basa en el doble significado del diálogo final: ‘ahora puedo ver’ se refiere a la vista física recuperada tanto como al hecho de que la muchacha ve ahora a su Príncipe Encantado en lo que realmente es, un vagabundo miserable.



Respuesta  Mensaje 4 de 4 en el tema 
De: Marti2 Enviado: 20/01/2014 05:58
Destruido el símbolo, ¿es posible amar la mancha que queda? No sólo por parte de ella, sino también de él, puesto que ya no está ante la muchacha ciega e indefensa de la que se enamoró proyectando sobre ella una serie de aspectos internos, como protección y ternura, que ahora deberá calzar con más dificultad ante la nueva imagen de chica extrovertida con todas las de triunfar que se burla del vagabundo que la contempla desde el otro lado del escaparate.

Es en este punto donde cabría hablar del desarrollo de la compasión y el trabajo personal para potenciar el altruismo como trascendencia del reino de los impulsos y las determinaciones. Sin embargo, ¿acaso tales trabajos no son sino otra forma más sofisticada de  segregación de hormonas activadoras de las áreas del placer y la recompensa?

¿Es posible amar por voluntad propia sin esperar algo a cambio? ¿Sin grupos de apoyo que acarician, abrazan y bendicen?  ¿Sin trucos para generar oxitocina? ¿Amar desde la voluntad, cuando todas las circunstancias son contrarias a la generación de “hormonas del cariño”?, ¿amar cuando el mundo es hostil, los otros “no se lo merecen” y el consuelo no llega ni se le espera?

Es aquí cuando se derrumban los decorados que simulan un paisaje espiritual, pues es precisamente aquí, en el punto en que debe comenzar el auténtico gesto altruista de entrega sin nada a cambio, donde flaquean y prometen como contrapartida al esfuerzo la recompensa que consiste en una mejora de las circunstancias externas y el paraíso, bien sea éste terrenal al gusto evasivo-consumista en el caso de la Nueva Era, o celestial en el de las religiones al uso.

Inversión, beneficio…

La Kabbalah afirma que el altruismo es imposible por naturaleza en el nivel humano. La capacidad de un amor auténtico, de otorgar sin esperanza de recompensa, sólo está al alcance de la divinidad, dicen los cabalistas. El ser humano que aspira al altruismo ha de conformarse con desear no desear, salvo por ese deseo último, insalvable e insoluble, de no tener deseo de recompensa. El límite de la dualidad imposible de ser traspasado en vida, pues es la vida en sí mismo, el impulso que asegura el movimiento y la existencia del mundo de los fenómenos.

La vida es imperfección, aspiración y frustración. El amor verdadero exige ser buscado sabiéndose imposible y al tiempo inevitable según se desarrolla la conciencia humana: requiere esfuerzo máximo para acercarse a la compasión, y en el esfuerzo se expresa como comprensión del dolor, como sugieren, entre otros, el budismo y los estudios neurocientíficos sobre la empatía.

La compasión es una de las grandes aportaciones del budismo, pues ha hecho ver que lo que Occidente considera como emociones negativas es una cuestión cultural, adscrita a un sistema dado, no un estado intrínseco a las emociones en sí, sino a la subordinación de la vida a una búsqueda de la comodidad y el bienestar personales.

Mediante la compasión, tales emociones negativas transcienden la concepción creada al respecto y entran en un nuevo marco de referencia. De acuerdo a esto, el sufrimiento no debilita sino que, al contrario, es el elemento indispensable para fortalecer la actitud y afianzar la determinación vital, pues sólo la vivencia desarrolla la convicción necesaria sobre cualquier fenómeno.

Por tanto, desde este punto de vista, es algo muy positivo. La conexión con el sufrimiento es fundamental para la evolución de la conciencia. De otra forma, la ignorancia sigue rigiendo la vida e impide un auténtico crecimiento personal.

Sólo estaríamos tratando con conceptos y aspectos racionales, de manera que no se establece una auténtica unión con la persona que sufre, sólo un entendimiento de la situación de sufrimiento. Al tener esto claro, es posible desarrollar la compasión sobre la empatía. De otra forma, debido al enorme peso de una empatía desnuda, se tenderá al escapismo, la búsqueda de justificaciones para la evasión y el cinismo característico de las actuales sociedades desarrolladas.

La empatía es neutra. Según las capacidades del individuo, le dirigirán a un estado de estrés y, por tanto, de huida y egocentrismo –obsesión por alcanzar el estado personal de confort y equilibrio, perdido a las primeras de cambio—, o hacia un compromiso con el otro y de entrega impersonal, logrado mediante el fortalecimiento de la actitud. Sólo ante un enemigo superior es posible aprender y mejorar.

Esperar un futuro en que el mundo esté en paz, inmerso en relaciones de flowerpower y con toda la humanidad armónicamente retozante en un nuevo Edén, quizás sólo sea aspirar a la muerte por el miedo a vivir; una muerte que se insinúa en distracciones con olor a incienso y cuencos y candelas para no tener que asomarse, cual vagabundos sin oxitocina – “soma” lo llamaba Aldous Huxley en Un mundo feliz—, a ese punto último de angustia que ha de ser soportado y tolerado como esencia de lo que significa ser humano.

Frente al grotesco espectáculo de risas y artificios asépticos, en el rostro de un payaso triste se despeja la senda del amor sublimado.




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