Una nueva imagen
de Messier 78 y sus alrededores, en la constelación de Orión, han
revelado la radiación de los granos de polvo cósmico que forman esas
densas nubes donde nacen nuevas estrellas.
En realidad, este polvo llena todo el cosmos, incluido el Sistema
Solar, aunque su densidad es muy tenue. En el rango de luz visible, las
nubes cósmicas son oscuras, pero brillan con intensidad en la parte
milimétrica y submilimétrica del espectro. Es por ello que sólo pueden
ser captadas por telescopios como APEX,
en Chile, que operan entre el infrarrojo y las ondas de radio,
revelando el resplandor suave de densos cúmulos de polvo frío,
algunos de los cuales rondan los -250 º C, y permitiendo darle una forma
más amable a lo que hasta hace poco se nos presentaba como un universo
oscuro, vacío y distante.
En el año 2007, un equipo de científicos de la Academia de Ciencias
Rusa, el Instituto Max Planck de Alemania y la Universidad de Sidney desarrollaron unas simulaciones por
ordenador que mostraron cómo un proceso eléctrico llamado polarización
organizaba las partículas de estas nubes cósmicas en estructuras más y
más complejas a lo largo del tiempo, de manera que los granos de polvo
cósmico podían auto-organizarse bajo estructuras en forma de hélices,
semejantes al ADN. Las partículas interactuaban con sus vecinas,
evolucionaban hacia otras formas y se dividían para formar copias de sí
mismas, adquiriendo cierto tipo de memoria reproductiva y evolutiva en
su relación con el medio.
Según
dice el artículo, una vez en forma de hélice, las partículas se pueden
dividir por sí mismas en dos hélices idénticas, mostrando las señales de
memoria en sus estructuras. El diámetro de las hélices varía a lo
largo de la estructura y la disposición de estos diversos sectores se
repite en otros cristales, originándose lo que podríamos llamar una
forma de código genético.
Precisamente, hace unos pocos días que supimos que el ADN no es el único compuesto molecular capaz de almacenar y transmitir información con el que cuenta el Universo para garantizar la evolución.
De manera que el estudio concluye que tales estructuras complejas y
auto-organizadas muestran todas las propiedades necesarias para ser
calificadas como candidatas a la vida inorgánica, que es aquella que no
tiene por qué basarse en el carbono, tal y como entendemos la vida en la
Tierra.
La vida requiere de un líquido en el que comenzar a desarrollarse, y
estas moléculas no tendrían acceso al líquido en las temperaturas
próximas al cero absoluto del espacio interestelar. Pero tienen la
capacidad de interacción durante este proceso de polarización, por lo
que, al menos, podría ser el primer paso en la formación de vida. Con el
tiempo y las circunstancias adecuadas, la evolución se haría cargo del
resto.
Unos cuantos años antes, en 2001, otro estudio publicado por
la Agencia Espacial Europea sugería el estudio del polvo cometario como
base para la formación de vida. Según los científicos, los granos
cósmicos albergarían el potencial necesario para el desarrollo evolutivo
una vez alcanzadas las circunstancias ambientales propicias.
Según
los investigadores, quizás una forma de vida inorgánica como la
descrita emergió en la Tierra primigenia y sirvió de “plantilla” para
las formas de vida orgánicas, lo que significa que la vida compleja en
el Universo podría ser más frecuente de lo que el egocentrismo humano
considera, puesto que todo el cosmos está plagado de estas nubes.
Pensar que las nubes cósmicas contienen las propiedades inherentes
para la aparición de la vida obliga a la reflexión sobre un Universo con
propósito, donde en su escala más básica ya existen las propiedades
necesarias para una evolución de la materia hacia niveles de conciencia
superiores.
Según todo esto, los sistemas más básicos del Universo cuentan con
capacidad para que sus componentes se relacionen y sean capaces de
almacenar y transmitir información. De acuerdo al físico Vlatko Vedral,
deberíamos acostumbrarnos a pensar en términos de una realidad cuyas
unidades fundamentales no son la materia o la energía, sino las unidades
de información.
Para
que nos entendamos, la información se definiría como la relación, los
enlaces, entre las partes de un sistema para crear una complejidad
coherente. Es aquello que hace que no podamos describir un sistema como
la suma de sus partes, pues cada una de estas partes, tomadas por sí
solas, no explican la totalidad. Falta algo que es lo que le da
coherencia al conjunto.
El ejemplo típico suele ser el de un hormiguero. Estudiar cada
hormiga por sí misma, como una criatura independiente, no nos dice nada
de la extrema organización de la colonia, que actúa como un ser autónomo
formado por la totalidad de sus miembros, hasta el punto de que
podríamos considerar al hormiguero como un ser vivo en sí mismo.
Si adoptamos el lenguaje de la mecánica cuántica, el principio de
superposición nos dice que un objeto no observado contiene todos los
valores posibles, es decir, que todo es información en estado latente.
Sólo cuando se producen interacciones dicha información se manifiesta
como energía o materia en alguna de sus posibles fases.
De esta forma, esa información estaría ya latente en el momento mismo
del Big Bang y sería la conductora de todo el proceso posterior de
uniones entre partículas, cada vez en un desarrollo más complejo. Sin
tal concepto de información, aún estaríamos, según esto, en el estado de plasma originario.
¿Es
la información de que habla Vedral un equivalente científico a la
conciencia de que hablan otros, al concepto de divinidad o
trascendencia? Un elemento sin cuya participación nada podría
concretarse y, por tanto, existir…
Las nubes cósmicas son el nido donde nacen las estrellas. Las
estrellas son el horno donde surgen los átomos con que la materia
evolucionará y formará los planetas. En algunos, se darán las
condiciones para que las partículas cósmicas encuentren el ambiente
apropiado para continuar la evolución.
Como si una conciencia primigenia quisiera crear los sentidos
necesarios con los que contemplarse y saberse real. Toda la historia del
Universo como una búsqueda existencial desde su origen. Y nosotros,
como dijo Carl Sagan, un medio del cosmos para conocerse a sí mismo…
En un artículo anterior
hablábamos de las simulaciones realizadas por ordenador en 2007 según
las cuales los principios fundamentales para el desarrollo de la vida
tendrían su origen en el polvo cósmico, el cual parece contener en sí
mismo la información necesaria para ello.
Un proceso eléctrico llamado polarización organizaba las
partículas de estas nubes cósmicas en estructuras más y más complejas a
lo largo del tiempo, de manera que los granos de polvo cósmico podían
auto-organizarse bajo estructuras en forma de hélices, semejantes al
ADN. Las partículas interactuaban con sus vecinas, evolucionaban hacia
otras formas y se dividían para formar copias de sí mismas, adquiriendo
cierto tipo de memoria reproductiva y evolutiva en su relación con el
medio.
Según dice el artículo, una vez en forma de hélice, las
partículas se pueden dividir por sí mismas en dos hélices idénticas,
mostrando las señales de memoria en sus estructuras. El diámetro de
las hélices varía a lo largo de la estructura y la disposición de
estos diversos sectores se repite en otros cristales, originándose lo
que podríamos llamar una forma de código genético. (Ver artículo completo)
Desde entonces, diferentes estudios
han apuntado a las nubes cósmicas como el medio más probable donde se
inicia la síntesis de las moléculas necesarias para la vida. Después, es
cuestión de encontrar los elementos apropiados con los que combinarse y
dar los siguientes pasos para que estos conjuntos evolucionen en
complejidad.
Desde hace años, los científicos sabían que los meteoritos contienen
ciertos bloques de construcción del ADN, la molécula que porta las
instrucciones genéticas para la vida. Pero existía la duda de que los
elementos hallados en las rocas provinieran realmente del espacio o no
fueran más que el fruto de la contaminación terrestre.
En agosto de 2011, la NASA hizo públicas las pruebas
de que, efectivamente, las estructuras base para la creación de la vida
no tenían un origen terrestre, respaldando así la tan rechazada teoría
de la panspermia, según la cual la vida pudo llegar a la Tierra a bordo
de asteroides o cometas que impactaron contra ella.
A
esto se sumaba una investigación publicada algunos meses atrás según la
cual los asteroides son centros de producción de aminoácidos. Según los
investigadores, un equipo del Goddard Space Flight Center de la NASA, una
amplia gama de asteroides, más de los que se creía, son capaces de
crear los aminoácidos fundamentales que sustentan la vida en la Tierra.
Existen dos variedades de aminoácidos, las cuales resultan imágenes
especulares una de la otra, como las manos de una persona. La vida en la
Tierra utiliza exclusivamente el denominado “tipo zurdo” que es la
forma que los investigadores descubrieron en muestras de meteoritos que
provenían de asteroides ricos en carbono. Los impactos de los meteoritos
podrían haber traído a la Tierra este material y haberlo incorporado a
la evolución de la vida en este planeta.
Hasta ahora, aún quienes contemplaban la teoría de la panspermia como
algo posible consideraban que las opciones de que un meteorito
impactase contra un planeta adecuado para la vida eran mínimas, casi un
milagro. Sin embargo, a día de hoy cabe añadir otro ingrediente.
A los continuos descubrimientos de planetas pertenecientes a otras
estrellas realizados en los últimos años, hay que añadir la existencia, confirmada hace apenas un año,
de los planetas errantes, aquellos que vagan libres por el espacio, sin
ataduras a un sistema estelar, pero que en algún momento pueden ser
atrapados y convertirse en planetas orbitando en torno a un sol.
Hace unos días, Chandra Wickramasinghe,
director del Centro de Astrobiología en la Universidad de Buckingham,
Reino Unido, uno de los principales defensores de la teoría de
la panspermia, publicaba un estudio en el que afirma que en nuestra
galaxia pueden existir cientos de miles de millones de planetas
errantes, tantos o incluso más que estrellas.
Estos planetas que flotan libremente pueden impregnarse del polvo
cósmico durante sus paseos y repartirlo de un sistema solar a otro, como
si se tratara de insectos que transportan el polen de una flor a otra.
Es más, tendrían la capacidad añadida de mezclar diferentes tipos de
estructuras moleculares según su composición.
Volviendo a los asteroides, sus impactos no sólo posibilitan la
introducción de los aminoácidos en un entorno, sino que también pueden
volver a liberar al espacio las estructuras potenciales de vida y
esparcirlas en busca de otra oportunidad. En este sentido, un estudio
llevado a cabo por científicos mexicanos ha analizado las probabilidades
de que, si en algún gran impacto contra la Tierra hubieran sido
expulsados elementos orgánicos, éstos hubiesen podido llegar a otros
planetas cercanos:
Las simulaciones muestran que las partículas expulsadas de la Tierra
podrían llegar a Júpiter y que las que chocan con Marte son dos órdenes
de magnitud mayor que las vistas en estudios anteriores. Los
investigadores creen que ambos resultados tienen una importancia
astrobiológica, especialmente debido a la búsqueda de evidencias de
entornos capaces de sustentar vida en Marte y las lunas de
Júpiter Europa y Ganímedes.
Los investigadores matizan que la probabilidad de que las partículas
alcancen algún objetivo atractivo también depende del lugar de la Tierra
desde donde han sido expulsadas. En general, las probabilidades, aunque
existan, son siempre pequeñas, según reconocen los investigadores.
Nuevas simulaciones aún más precisas serán necesarias para determinar,
con mayor seguridad, si la vida terrestre pudo haber alcanzado otro
mundo. Si una vez allí consiguió aferrarse y expandirse, ya es otra
historia. (Fuente: ABC ciencia)
Pero aún queda otro invitado más que añadir a toda historia: las enanas marrones.
Este tipo de objetos se
caracteriza por estar a medio camino entre la consideración de planeta y
de estrella. Los astrónomos suelen referirse a ellos como “estrellas
fallidas”, debido a que, aunque poseen características básicas propias
de una estrella, no tienen masa suficiente para que sus núcleos generen
fusiones nucleares. Es por ello que no brillan y son imperceptibles a
simple vista. En cuanto a su temperatura, pueden llegar a bajar de los
100 ºC. De hecho, la más fría conocida posee una temperatura atmosférica de 25ºC.
A finales de abril, científicos de la Universidad de Penn State descubrieron
ondas de radio en una enana marrón, superando así los récords
anteriores para la temperatura estelar más baja en la que se pueden
producir ondas de radio. Según los investigadores, esto supone la
existencia de una magnetosfera que la protege de los rayos cósmicos y,
del mismo modo que el campo magnético terrestre nos protege del viento
solar, el saber si los campos magnéticos planetarios son comunes o no a
lo largo de la galaxia nos permitiría comprender las posibilidades
de encontrar vida más allá del Sistema Solar.
Nubes cósmicas, planetas errantes, asteroides, enanas marrones
cálidas y protegidas… En fin, todo un cóctel, si no para reflexionar, al
menos para soñar un Universo no tan solitario…