2013 resultó ser – y parece que 2014 también será – un año frenético
para los grupos de presión empresariales y defensores del libre
comercio, en tanto revolotean como abejas ocupadas en polinizar las
suculentas orquídeas de una conferencia mundial de libre comercio a
otra. Desde la precipitada reunión pre-NAFTA, de los días pre-GATT de
principios de los años noventa no han estado tan ocupados.
En octubre del año pasado los líderes mundiales de 12 países, incluyendo los EE.UU., Australia, Japón, Nueva Zelanda y México, se comprometieron a firmar el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP)
En el otro lado del globo, Europa firmó un vasto acuerdo de libre
comercio con Canadá. Y a pesar de todo el revuelo por las acusaciones de
la NSA y el GCHQ de espiar a sus propios líderes nacionales, la mayoría
de los estados miembros de la UE están decididos a asegurar que las
consecuencias del escándalo no descarrilarán las negociaciones en curso
para el Comercio Transatlántico y la Inversión Participativa (TTIP),
tratado que efectivamente enlazaría países que reúnen cerca de la mitad
del PIB mundial en una masiva zona de “libre comercio”.
Ciertamente el presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz, ya
sugerió que podría ser necesario suspender temporalmente las
negociaciones — no por no tomar en cuenta los peligros de establecer una
estrecha colaboración con un país cuyas acciones recientes son una
afrenta a la noción misma de la confianza mutua y la cooperación, sino
más bien por temor a que las continuas negociaciones en el clima actual
pudieran alimentar un sentimiento de anti-libre comercio:
“Si tales acontecimientos continúan y surgen más noticias, me temo que quienes en principio están en contra del acuerdo de libre comercio, se convertirían en mayoría”, dijo Schulz durante una cumbre de la UE. “Mi consejo es parar por un momento y discutir cómo podemos evitar tal desarrollo.”
Todo esto nos lleva a preguntarnos ¿de dónde este repentino
entusiasmo por más libre comercio? – especialmente tomando en cuenta las
deficiencias ahora evidentes del TLCAN y de la propia UE? Y aún más
importante ¿por qué tanto secreto? ¿Por qué nuestros líderes
reconfiguran desesperadamente las superestructuras legales del comercio
mundial sin siquiera consultar a sus respectivas circunscripciones
electorales o incluso divulgar lo que realmente está disponible sobre la
rebatiña de las negociaciones?
Después de todo, aun, según los cálculos oficiales (que, seamos
sinceros, tienden a tener un fuerte sesgo hacia arriba) los beneficios
económicos de los tratados comerciales serán insignificantes si es que
bien les va. En el caso de la TTIP, la UE y los EE.UU.
pueden esperar eventualmente -tal vez luego de diez largos años- ver un
alza de unos mil millones de € para sus respectivos PIB.
Es la clase de dinero que, alguna vez, puede haber sonado
impresionante o incluso realmente significar algo. Pero ya no, no desde
que la Fed y el Banco de Inglaterra llevaron a la comunidad de los
bancos centrales del mundo a la mayor orgía de impresión de dinero que
haya registrado la historia.
Mientras tanto, en la región de Asia y el Pacífico se prevé que el
TPP abra nuevas y masivas oportunidades para las empresas, tanto
grandes como pequeñas, en tanto las nuevas redes de comercio se fraguan
entre algunas de las economías de más rápido crecimiento del mundo.
Sin embargo, mientras se supone que los beneficios potenciales del
nuevo acuerdo comercial serán enormes, no pueden éstos todavía ser
divulgados entre el público.
Como el ex representante comercial de EE.UU., Ron Kirk (ahora reemplazado por Robert Rubin protegido y anterior ejecutivo de Citigroup Michael Froman) le dijo a Reuters a
principios de 2013, es demasiado pronto en las negociaciones para
liberar un proyecto de texto que permita más gasto público. Pero eso no
quiere decir que “no habrá un tiempo, una vez que nos hayamos puesto de
acuerdo sobre el texto, en el que – como lo hemos hecho con otros acuerdos – podamos hacer eso” (es decir, mostrarlo al publico).
El mensaje no podría ser más claro: parafraseando al difunto cómico
estadounidense Bill Hicks, vuelvan a la cama América, Europa, Asia y
Australasia. Sus gobiernos están al mando.
La agenda verdadera
Para los pocos insomnes que permanecen despiertos, el verdadero final
de juego de esta nueva era del libre comercio global (o dicho de otro
modo, del proteccionismo corporativo global) está cada vez más claro.
Según Andrew Gavin Marshall, estos nuevos acuerdos tienen poco que ver
con el “comercio” real, y mucho que ver con la expansión de los derechos
y poderes de las grandes corporaciones:
“Las corporaciones se han convertido en poderosas entidades
económicas y políticas – que compiten en tamaño y riqueza con las
economías nacionales más grandes del mundo – y por lo tanto han
adquirido un carácter claramente ‘cosmopolítica’.”
Según una clasificación publicada
por Global Trends, el 58 por ciento de las mayores 150 entidades
económicas del mundo en 2012, eran corporaciones. Las cuales incluyen a
las principales petroleras, gaseras y mineras, a los bancos y compañías
de seguros, a los gigantes de las telecomunicaciones, y a los grandes
supermercados, fabricantes de automóviles y compañías farmacéuticas.
La compañía de más alto rango en la lista, la Royal Dutch Shell,
registró en el 2012 ingresos que superaron el PIB de 171 países,
convirtiéndola en la vigésimo sexta entidad económica más grande del
mundo. Situada por delante de Argentina y Taiwán, a pesar de emplear
sólo a 90.000 personas. De hecho, los ingresos combinados de las cinco
compañías petroleras más grandes (Royal Dutch Shell, ExxonMobil, BP,
Sinopec y China National Petroleum) constituían el equivalente al 2.9
por ciento del PIB mundial en 2012.