El   triunfo de Syriza coloca a la troika ante el dilema de la   intransigencia, que puede ser el primer paso hacia la disgregación de la   Unión, o el pragmatismo, que implica bajarse del programa de ajuste   neoliberal. Para la nueva izquierda se abre un período luminoso pero, a   la vez, lleno de obstáculos que pueden socavar su prestigio como   alternativa al sistema.
 
“Grecia deja atrás cinco años de austeridad catastrófica, deja atrás el miedo y el   autoritarismo, deja atrás cinco años de humillación y sufrimiento”,  dijo Alexis Tsipras en el  acto de la victoria en la noche del domingo,  en la plaza Syntagma de  Atenas, ante miles de votantes de Syriza.
 
“Grecia tiene que pagar su deuda porque eso forma parte de las reglas del juego en Europa”, declaró Bruno Coeuré, miembro del directorio del Banco Central Europeo (bce) apenas conocer el resultado. “No hay espacio para un juego unilateral en Europa”, agregó, enseñando las uñas en nombre de la mayor institución financiera europea. 
 
Del mismo modo se pronunciaron los diferentes voceros de la troika, como se llama al trío integrado por el bce, el fmi y   la Comisión Europea, que desde que comenzó la crisis griega vienen   monitoreando las sucesivas reformas que exigieron al país. Sólo el   presidente francés, François Hollande,  esgrimió un tono más amable, al   comprometerse a mantener estrechos vínculos con el nuevo gobierno  griego  “para promover el crecimiento y la estabilidad en la zona euro” (Xinhua, 26 de enero de 2015). 
 
Con   las horas, se fue imponiendo un clima menos agresivo hacia la nueva   realidad griega. Es que el triunfo de Syriza fue arrollador. Alcanzó el   36,5 por ciento y 149 diputados (99 más 50 de premio al partido más   votado), frente al 27,7 y 77 escaños de la derechista Nueva Democracia,   del exprimer ministro Georgios Samaras. El tercer lugar lo ocupa el   partió nazi Amanecer Dorado con 6 por ciento y 16 escaños. Deetrás el   recién creado To Potami (El Rio) con 16 escaños, los comunistas con 15,   los socialistas que conocieron su mayor debacle con 13 y los   nacionalistas de derecha, Griegos Independientes, con otros 13 escaños.
 
A   dos escaños de la mayoría absoluta, Syriza acordó con Griegos   Independientes para que su líder, Alexis Tsipras, fuera ungido el mismo   lunes como nuevo primer ministro. Llama la atención que la ultraderecha   conserva sus votos pese a que la mayor parte de sus dirigentes están  en  la cárcel, así como la debacle socialista, incluyendo el monumental   fracaso del ex primer ministro Yorgos Papandreu que con su Movimiento  de  los Socialistas Demócratas no consiguió el tres por ciento mínimo  para  ingresar al parlamento.
 
Cuesta arriba
 
“El problema de los planes de Syriza es que pueden no ser lo suficientemente radicales”, puede leerse en la columna del Nobel de Economía Paul Krugman (The New York Times,   26 de enero de 2015). Semejante frase, escrita por un pensador liberal   en el más importante diario estadounidense, debería ser motivo de   reflexión para las autoridades europeas. Lo habitual sería que fuera   pronunciada por radicales de izquierda que, sin embargo, hoy se muestran   más bien pragmáticos y propensos a la negociación.
 
Según Krugman, para comprender el “terremoto político” griego hay que remontarse al 2010 cuando la troika impuso a Grecia “una combinación de austeridad y reforma”.   El vendía al pueblo griego una fantasía económica que se tradujo en   recesión, desocupación del 28 por ciento, desempleo juvenil del 60 por   ciento, recortes salvajes de los servicios públicos y de los salarios.   El país demorará años en volver a los niveles sociales anteriores a la   crisis. Con esta política de austeridad, se esperaba reducir el gasto   público y ahorrar lo suficiente como para pagar las deudas. No funcionó.   “El gobierno griego está recaudando un porcentaje mucho más importante del piben impuestos, pero el pibha caído tanto que la recaudación tributaria se vino abajo”, escribe Krugman. 
 
El resultado es que la deuda griega no dejó crecer, hasta alcanzar un abrumador 175 por ciento del pib, cuando en 2009 era del 100 por ciento. Una historia bien conocida por los latinoamericanos. Sigue el Nobel: “Dos años después de que comenzara el programa griego, el fmi buscó ejemplos históricos donde los programas de tipo griego, habían tenido éxito. No se encontró ninguno”. Concluye que ese programa no podía funcionar nunca y que ahora las soluciones de Syriza pueden quedarse a medio camino.
 
Una   pregunta se impone: ¿porqué la troika impuso un programa que sabía que   no iba a funcionar? La respuesta más probable es que nunca buscó la   recuperación de Grecia sino su subordinación política al sistema   financiero que la misma troika representa. El portal estratégico francés   dedefensa.org lo dice sin vueltas: “La sociedad griega ha   sido sistemáticamente desestructurada y disuelta en nombre de la   austeridad, en beneficio de las fuerzas sistémicas y de los entornos   transnacionales, a la vez autores y beneficiarios de la operación” (Dedefensa.org,   27 de enero de 2015). La barbarie financiera que destruye naciones y   personas, concluye el portal, está criando movimientos antisistema.
 
El   futuro inmediato es negro para el nuevo gobierno. Entre febrero y  julio  se concentran vencimientos de deuda por más de 20.000 millones de  euros  y, hasta el final del año, las amortizaciones avanzan hasta  30.200  millones, lo que coloca a Tsipras contra la pared: o mantiene la   austeridad del gasto público para poder pagar a los acreedores (no  sólo  violando sus promesas electorales sino condenando a los griegos a  seguir  pasando hambre) o declara la cesación de pagos. 
 
El principal portavoz mediático del capital financiero, Financial Times, apunta que Tsipras debe elegir entre ser “Hugo Chávez, el líder populista venezolano y adversario regional de Estados Unidos” o seguir el ejemplo de “Luiz   Inácio Lula da Silva, el expresidente brasileño que al llegar al poder   gobernó más como reformista que como izquierdista radical” (Financial Times, 26 de enero de 2015). La demonización del gobierno de Syriza está servida. 
 
Ucrania como telón de fondo
 
En   su primera medida de gobierno Tsipras suprimió ocho ministerios. El   diputado y economista Yanis Dragasakis, asumió la vicepresidencia   económica del gobierno y será el encargado de negociar con la troika. En   su libro El Minotauro global sostiene que Estados Unidos es  el  responsable de la crisis al haber creado un sistema financiero que  le  permite vivir de los flujos de capital del resto de economías. El   economista Yanis Varufakis, que fue asesor del gobierno del   socialdemócrata Yorgos Papandreu, asumió la cartera de Finanzas. La de   Defensa fue la única que recayó a su aliado nacionalista.
 
Entre   las primeras medidas, todas destinadas a aliviar la situación de los   más pobres, figura el aumento del salario mínimo (de 684 a 751 euros),   un proyecto de ley para retornar a la negociación colectiva de los   salarios y otro “para que los contribuyentes reciban mejores términos para devolver sus deudas”, que no deben superar el 30 por ciento de sus ingresos (El Economista,   27 de enero de 2015). Además se prevé que unos 300.000 hogares que   viven por debajo del umbral de la pobreza reciban electricidad gratuita,   muchos de los cuales han sido desconectados por impagos. Medidas apenas socialdemócratas que en el clima actual son tildadas como “radicales”.
 
Pero   el tema central es la negociación de la deuda. El gobierno parece   dispuesto a pagar y seguir en la zona euro, pero depende de la   flexibilidad de los acreedores. El 60 por ciento de la deuda griega,   315.000 millones de euros, es con la Eurozona. Pero más de la mitad de   esa cifra es deuda con Alemania, Francia e Italia. Habrá negociación. El   punto son los plazos y las posibles quitas. Ni unos ni otros parecen   beneficiarse de una cesación de pagos.
 
Sin embargo, el panorama regional es bien complejo. Días antes de las elecciones Brunello   Rosa, director para Europa de Roubini Global Economics, destacó la   relación que existe entre la caída del petróleo, su impacto en la   economía rusa, el conflicto con Ucrania y la posible compra de bonos   soberanos por parte del bce. El director del centro de análisis del economista Nouriel Roubini (ex asesor del fmi y del Tesoro estadounidense) destacó que “las repercusiones geopolíticas de una salida de Grecia del euro, podrá tener consecuencias imposibles de manejar”. Se refería a que si Grecia es expulsada de la zona euro, o la abandona, “Rusia podría salir al rescate de Grecia”, como sucedió con Islandia en 2008, “cuando su colapso financiero se mitigó gracias a la intervención rusa” (El Economista, 20 de enero de 2015).
 
La   advertencia parece dirigida a la troika. Le está diciendo que no se   olvide que Grecia tiene alternativas y que la intransigencia puede   empujarla hacia Rusia. Pero la advertencia no tendría sentido fuera de   un contexto en el que Europa (empujada por la Casa Blanca) ha hecho una   frenética opción anti-rusa. Una Europa que ampara un gobierno lleno de   neonazis como el de Kiev, surgido de un golpe de Estado pergeñado por   Estados Unidos y bendecido por Berlín (véase la crónica “La guerra larvada de Ucrania”). 
 
Sobre el tema, el reputado periodista Robert Parry, quien descubrió el Irangate, sostiene que The New York Times forma parte de la conspiración para confrontar Europa y Rusia al desinformar gravemente a sus lectores. El periódico omite “la extraordinaria intervención de Estados Unidos en los asuntos políticos de Ucrania” de la mano de neconservadores como la Fundación Nacional para la   Democracia y la secretaria para Asuntos Europeos, Victoria Nuland,   seguido “con el golpe de Estado respaldado por Estados Unidos el 22   de febrero de 2014, que derrocó al presidente electo Viktor Yanukovich y   puso uno de los líderes elegidos de Nuland, Arseniy Yatsenyuk, como   primer ministro” (Consortiumnews, 24 de enero de 2015).
 
Para el Times todo comienza con la “anexión” de Crimea, pasando por alto el referéndum abrumador por la unión con Rusia y obviando que “las   tropas rusas estaban ya en Crimea como parte de un acuerdo con Ucrania   para el mantenimiento de la base naval rusa en Sebastopol”. Se   pregunta si Rusia podía permanecer pasiva ante la posibilidad de que   armas nucleares en manos de ultraderechistas se instalen a kilómetros de   su frontera. El problema, para Estados Unidos y para el mundo, es que   si el Times piensa como el ultraconservador senador John McCain, queda poco margen para otra política que no sea la confrontación abierta.
 
¿Hacia la desintegración europea?
 
Es   posible que Roubini tuviera algo de esto en mente cuando alertó sobre   la posible alianza de Grecia con Rusia. Recordemos que su fama se debe   Roubini a sus acertadas previsiones sobre la crisis económica de 2008,   desencadenada por la crisis de las hipotecas subprime. Es un ferviente anti-ruso y anti Putin, pero su temor es que la brecha entre la Unión Europea y su país “se está volviendo aún más polarizada” (Time, 13 de junio de 2015).
 
Un think tank del   sistema como el que dirige Roubini, muestra cierta preocupación por la   tendencia de la superpotencia a actuar en solitario mediante una  amplia  gama de mecanismos, que van “desde aviones no tripulados  hasta un  estilo de gobierno económico que incluye la amenaza de  congelación de  los activos de las naciones problemáticas (como Rusia o  Irán), una  estrategia que apoda la militarización de las finanzas”.
 
A   nadie escapa que la Unión Europea, y el euro, están atravesando su  peor  momento  al punto que pueden estllar. Aquí no valen las  declaraciones,  siempre engañosas, sino los hechos duros y puros.  Alemania está  repatriando sus reservas de oro. En 2014 fueron 120  toneladas, de ellas  35 fueron retiradas del Banco de Francia en París y  85 toneladas de la  Reserva Federal de Nueva York. Para   2020, Alemania tiene la intención de tener la mitad de sus reservas de   oro en sus bóvedas, frente a sólo un tercio en la actualidad.
 
No   es el único país europeo que está repatriando masivamente sus  reservas.  Según varios economistas, ese comportamiento obedece a  desconfianza: “El  almacenamiento de oro dentro del país puede ser  cierto tipo de seguro  en caso del retorno a las monedas nacionales en  Europa. El hecho de que  numerosos países quieran tener un seguro de  este tipo significa que  estos Estados consideran que hay una  posibilidad real del colapso de la  eurozona” (Russia Today, 20 de enero de 2015). 
 
Desde   que Estados Unidos desató la crisis en Ucrania, la eurozona va de mal   en peor. En su resistencia a dar paso a un mundo multipolar, “Occidente   en vez de salvarse, parece haber decidido salvar los mecanismos y los   actores de su crisis omni-dimensional: los mercados financieros, los   bancos, el dólar, la Otan, el unilateralismo, el democratismo   ultraliberal”, sostiene el Laboratorio Europeo de Anticipación Política (Geab 91, 15 de enero de 2015).  El tránsito hacia un mundo más equilibrado   está bloqueado por la parálisis europea, agudizada con la crisis de   Ucrania. 
 
Sin   embargo, el tránsito hacia ese mundo es inevitable, toda vez que Asia   ya es el centro económico del mundo. Lo que está en juego es cómo   quedará parada Europa, si consolidará su alianza con Rusia, y con China a   través de la Ruta de la Seda o si, apuesta a seguir los dictados del   sistema financiero centrado en la City de Londres y en Wall Street, en   lo que el Geab considera “un suicidio colectivo que los europeos bien saben lo que significa”. 
 
En   una Europa empantanada, el triunfo de Syriza puede ser decisivo. Es la   primera derrota del capital financiero. Abre una ventana de   oportunidades para forzar un cambio de rumbo, una bifurcación capaz de   convertir a Europa en una región más autónoma;  capaz de elegir, sin   chantajes, sus alianzas necesariamente diversas, sin someterse a ninguna   potencia. Un camino que inevitablemente pasa por la democratización de   las decisiones, algo que horroriza al capital financiero, devenido en   principal obstáculo para la soberanía de los pueblos europeos. 
 
Raúl Zibechi
 
- Raúl Zibechi, periodista uruguayo, escribe en Brecha y La Jornada.  Integrante del Consejo de ALAI.