La Operación Marco Protector es la máquina de matar de la década de  2010, para vergüenza eterna de Israel. No es así como Israel lo percibe,  ni tampoco el mundo, en especial los judíos estadounidenses. Escribo  esto como judío orgulloso que trata de liberar al judaísmo del íncubo de  un arrogante Israel militarista que no necesitaba acabar convirtiéndose  en lo que ahora es emulando las prácticas de estilo nazi contra una  población que residía en una tierra que podía haber sido el refugio de  ambos. La Nakba fue algo inexcusable, degradante, cruel, inmoral,  la propia antítesis de lo que la Torah proclama respecto a cuidar a los  oprimidos y amar al extranjero. A causa de sus acciones, los israelíes  han perdido hasta el derecho a ser considerados judíos, tan vil es su  comportamiento con los que han reducido ya a una situación deplorable.  Gaza es la de Dresde de hoy, escombros hasta donde la vista puede  alcanzar; sólo Hiroshima y Nagasaki ofrecían un escenario peor. Niños  jugando entre las ruinas, familias viviendo en tiendas de campaña y  caravanas, materiales de construcción interceptados por el mar y  devueltos, infraestructuras, escuelas de la ONU y hospitales demolidos… y  la sociedad israelí convertida en espectadores pasivos, distraídos,  desinteresados, sordos ante los gritos del sufrimiento y las  privaciones. El judaísmo burlado a sus más altos niveles. 
Sí, mi  padre (que nació en Pinsk y llegó a EEUU tras la Primera Guerra Mundial,  trabajó duro toda su vida, dio lo que pudo en apoyo de las causas  judías y fue miembro fundador de Rodeph Shalom en Bridgeport antes de  trasladarse a Miami Beach) solía decir que las malas noticias llegan de  tres en tres. Efectivamente, vamos a examinar los periódicos de hoy.
 Primera,  nos encontramos con la dimisión de William Schabas, que estaba al  frente de la investigación encargada por el Consejo de los Derechos  Humanos de la ONU sobre los posibles crímenes de guerra israelíes en la  campaña desplegada contra Gaza del pasado verano. Enfrentado desde el  primer momento a la oposición de Israel a que se lleve a cabo cualquier  investigación (precedida incluso de los intentos israelíes de “matar de  hambre a la bestia”, presionando a los Estados miembros de la Corte  Penal Internacional para que no cooperaran con sus procedimientos), a  Schabas no le quedó otra opción. Vilipendiado, acusado de sentimientos y  actividades antiisraelíes (cuando es un distinguido abogado  internacional experto en derechos humanos que entre sus muchos clientes  asesoró una vez a la Organización por la Liberación de Palestina a  cambio de unos honorarios de 1.300 dólares), sometido a amenazas de  muerte y a un aluvión, obviamente organizado, de correos electrónicos  hostiles, creía que los hallazgos de la comisión -que acabará sus  trabajos el próximo mes- no deberían pasarse por alto por culpa de todo  ese intento de intimidación y ofuscación.
Utilizo la frase “de  estilo nazi” deliberada y provocativamente para llamar la atención sobre  las técnicas del AIPAC y los partidarios de Israel poniéndose a dar  velozmente alaridos acerca de la “autodestrucción judía” cada vez que  alguien manifiesta algún tipo de crítica respecto a Israel; todo un  estruendo de negaciones, mezquindad y saña autoritaria a la que  nosotros, como judíos, nos enfrentamos una vez y que ahora devolvemos  con creces multiplicado por diez. El debate entre los judíos sobre el  destino –y la FE- es fundamental en el judaísmo, sin embargo, me temo  que tenemos ya todo perdido. Los gángsters que están ente nosotros, con  anterioridad Cohen y Schine bajo McCarthy, y ahora Adelson con los  republicanos, toda una fuerza primigenia por mérito propio, trascienden  la cuestión de la identidad judía al alinear el judaísmo con causas  reaccionarias que tienen poco que ver con la religión o los judíos. El  judaísmo se ha politizado como religión y por ello profanado -en vez de  haberse convertido en un escudo defensivo, aquí en EEUU, frente a una  política exterior a favor de la guerra, la intervención e incluso la  tortura, y una política interna de vigilancia de la población y  procesamiento de los denunciantes- al seguir sus apegos políticos y  decantarse a favor de las políticas que apoyan a la banca y los  empresarios en contra de la organización y derechos de los trabajadores.
¿Por qué? Quizá como quid pro quo del apoyo  desenfrenado y sin cuartel de EEUU hacia Israel. Pero tiene que haber  algo más que ciega lealtad y solidaridad religiosas. Para los judíos de  EEUU, Israel es un factor clave en la contrarrevolución mundial, en la  represión organizada de gobiernos de izquierdas y movimientos sociales  al vincular tácitamente en el imaginario popular las corrientes de  izquierda –Cuba, los derechos civiles en EEUU, el socialismo (incluso  detectando pistas donde no hay nada)- con los pogromos y el  antisemitismo que amenaza con conquistar del mundo. La desgracia, que  todavía no alcanzo a explicarme, es que no siempre fue así. Porque el  judaísmo, especialmente en EEUU, había estado a la vanguardia de la  lucha por los derechos humanos, bien a través del impulso sindical o de  las marchas por los derechos civiles, bien involucrándose con el  socialismo o los demócratas progresistas del New Deal,  oponiéndose a la degradación de los niveles de vida y defendiendo la  libre personalidad humana de los trabajadores estadounidenses, un récord  de esclarecimiento radical que ha ido frustrándose cada vez más,  contradiciéndose, desconociéndose y negándose. Doy la bienvenida al  diálogo entre judíos, sin tabúes, un diálogo que pueda dejar ver y  exponer los crímenes de guerra de Israel y revitalizar el judaísmo para  afirmar su ser anterior, del mismo modo que Franklin Delano Roosevelt  persiguió a los ladrones del templo.
 Segunda,  desde  Rachel Corrie (2003) a William Schabas (2015), hay una proyección en  línea recta de la continuidad de las incesantes prácticas represivas de  Israel, desde la intimidación de los críticos como procedimiento hoy  generalizado, al procedimiento físico concreto del asesinato de Rachel,  aplastada bajo un buldózer israelí que iba demoliendo hogares  palestinos; todo ello representa la normalización de la represión de una  forma tan obvia que no puede pasar desapercibida. Rachel Corrie, una  activista de la no violencia de Olympia, Washington, de 23 años de edad,  se encontraba en Rafah, Territorios Ocupados, en marzo de 2003,  protestando por la demolición de casas megáfono en mano, en medio del  camino de un buldózer gigante que la atropelló deliberadamente y la  aplastó hasta matarla. ¿Alguna protesta en Washington? ¿Algún clamor en  Tel Aviv? Lo que vimos fue nada menos que un genocidio miniaturizado,  seguido de una docena de años de infructuosos litigios y recursos  judiciales. Eso revela en sí mismo el vacío moral del Israel actual y,  desde luego, de su patrocinador estadounidense.
¿Por qué  después de tanto tiempo aparece ahora Rachel en las noticias? Volvamos  atrás. En 2012, un tribunal israelí de primera instancia en Haifa  dictaminó que la muerte de Rachel había sido un accidente.  Posteriormente, el pasado 12 de febrero, el Tribunal Supremo de Israel  ratificó la “excepción de las actividades de combate” en la Ley de  Errores Civiles (Responsabilidades del Estado), y este aspecto niega  totalmente su pretensión de ser una democracia (mi caracterización del  “estilo nazi”) al establecer que Israel no es responsable de cuanto  pueda suceder en una zona de guerra (todo de cosecha propia y definido  de forma elástica). La respuesta de la familia de Corrie ante esa  decisión, de su padre y su madre, que todos estos años han estado  buscando vías de reparación, fue esta: “Confiábamos en un resultado  diferente, aunque por todo lo vivido a lo largo de nuestra experiencia,  sabemos que todas las instituciones de Israel están profundamente  involucradas en la impunidad de que disfruta el ejército israelí”. Es un  sistema judicial totalmente podrido y corrupto, bien conocido del mundo  por tantos hechos, especialmente por ignorar el bombardeo de los  colegios de la ONU en Gaza que mataron a docenas de seres. Lo planteo de  nuevo: ¿algún murmullo de crítica por parte de Washington, el tan  cacareado campeón mundial de los derechos humanos?
Adalah,  Centro Legal para los Derechos de la Minoría Árabe en Israel  (sorprendentemente, todavía se le permite funcionar), ha señalado que la  Ley de Errores Civiles de 2002 ha sido enmendada muchas veces con  resultados siempre favorables al ejército (podría hacer una pausa para  hablar de la similitud en el razonamiento existente con el Acuerdo del  Estatuto de las Fuerzas Armadas cuya aceptación exige EEUU en Iraq y  otros lugares, a fin de proteger a los miembros de las fuerzas armadas y  a los contratistas privados de la jurisdicción legal de los tribunales  por los delitos cometidos), por tanto la impunidad asume una cualidad  absoluta que tiene muy poco que ver con la democracia. En 2002, la Ley,  de nuevo enmendada, introducía, según Adalah, “obstáculos casi  insalvables para la justicia, perjudicando la rendición de cuentas y las  reparaciones a las víctimas civiles por los actos de las fuerzas de  seguridad en los Territorios Ocupados”.
 Tercera,  la miseria social en curso en Gaza a la que se refiere el Washington Post del 14 de febrero, que no es algo reciente sino que viene de muy lejos y  que se intensifica cada día mientras los gazatíes se hunden más y más  en una vorágine de humillaciones y condiciones inhumanas. Y, ¿dónde está  Israel, su vecino y opresor? Indiferente, envalentonado, vengativo como  si Dios le estuviera retorciendo el brazo, aplastando no solo a Rachel  Corrie sino a todo un pueblo. En el artículo del Post hay fotos que no pueden amañarse en su acusación prima facie de Israel por sus crímenes de guerra. Los niñitos en medio de los  escombros no mienten. Los bebés muriendo de frío no mienten. Los  ancianos que se encorvan sobre las hogueras al aire libre –todo eso y  más- no mienten. William Booth, de Jan Yunis, informa: “En todos los  sentidos, la Franja de Gaza está mucho peor ahora que antes de la guerra  del pasado verano. Las escenas de miseria son una de los pocas cosas de  las que hay abundancia en el maltratado enclave costero”. Booth  continúa: “La economía sufre una recesión profunda; las promesas de  miles de millones en ayuda se han evaporado… Los diplomáticos, los  trabajadores de la ayuda humanitaria y los residentes advierten de una  espantosa crisis humanitaria en ciernes…”
No solo Israel,  también estamos siendo testigos de la denegación colectiva internacional  del sufrimiento de Gaza, como si la vida humana no importara nada, el  último ejemplo de psicopatología social en el que triunfa la negación de  la realidad. He aquí un comentario bastante sobrio de un destacado  economista gazatí, Omar Shaban, a quien daré la última palabra: “Después  de cada guerra, pensamos que ya no podemos estar peor, pero tengo que  decir que va a ser muy difícil estar peor que ahora. No hay ninguna  señal de vida, de comercio, de importación, de exportación, de  reconstrucción. ¿La ayuda? Desaparecida. No estoy exagerando cuando le  digo a mis amigos extranjeros: Gaza va a desplomarse, quizá muy pronto”.
 
  Norman Pollack
CounterPunch